Hace unos días, a raíz de este post, un amigo de la generación de los '70 me hizo llegar unas críticas respecto de cómo están formuladas en el mismo las diferencias entre la estrategia trotskista y la foquista, discusión que está muy en segundo plano en mi post.
Me parece importante profundizar el debate, para lo cual posteo a continuación un texto que en el intercambio de opiniones sacó de la galera Fernando Rosso, como para ir arrimando el bochín.
Es una breve reseña crítica de la novela de Jorge Lanata "Muertos de Amor", en la que Fernando retoma la discusión contra del Barco y también traza una crítica de la experiencia del EGP.
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El EGP, fue un puñado de hombres (alrededor de 40), que entraron a Salta por Bolivia, en su mayoría cordobeses y porteños (un español y dos cubanos), con cierta infraestructura provista por Cuba y el Che, con escasos contactos urbanos (entre ellos los intelectuales de la revista cordobesa Pasado y Presente de Aricó) y con el plan de desarrollar un foco guerrillero en Salta. La experiencia, que comenzó justo en el momento de asenso al poder de Arturo Illia (año 1963), no llegó a cumplir un año. El grupo no realizó ninguna operación armada, fusiló a dos de sus miembros (porque se habían “quebrado”, aunque todos los testimonios afirman que no desertaron, ni delataron a nadie), otros murieron de hambre, perseguidos por la gendarmería, y otros fueron detenidos. Ricardo Masetti (el Comandante Segundo, su nombre de guerra, el "Primero" sería el mismo Guevara) desapareció durante el escape y su cuerpo nunca fue encontrado. Una experiencia absolutamente fracasada, en un intento de trasladar mecánicamente la experiencia cubana, a un país como Argentina, mayoritariamente urbano, con escaso movimiento campesino y con condiciones políticas totalmente diferentes a la excepcionalidad que permitió el triunfo de la guerrilla cubana, comandada por Fidel Castro y el Che en 1959.
Su libro pretende intervenir en -y Lanata confiesa haber sido impulsado por- la discusión que el filosofo Oscar Del Barco desató a partir de una carta, escrita también a propósito de la experiencia del EGP, donde derrocha una vieja moralina que intenta revivir un nuevo “imperativo categórico”, que debiera guiar la vida de los hombres: el sacrosanto “No matarás”. Carta en la que condena no solo al EGP, sino a todas las organizaciones revolucionarias que pregonaron la violencia (armada o no) como forma de llegar a un cambio revolucionario en las décadas del 60 y 70. Pero no solo juzga negativamente a estas organizaciones, también a sus aliados intelectuales (entre ellos él mismo), a sus colaboradores, a sus amigos, a los que no las condenaron etc. etc. Aquí podríamos parafrasear la parábola del Bretch, por la cual a pesar de no acordar con la táctica y la estrategia del EGP y de las organizaciones guerrilleras en general, la carta de Del Barco (y el libro de Lanata) obligan a una respuesta: “primero Del Barco condenó al EGP y yo no me preocupé por que no era (ni reivindicaba) al EGP, luego Del Barco condenó a Montoneros y al ERP, pero yo no me preocupé…, hoy Del Barco (acompañado por el monaguillo Lanata) con su Biblia de un solo mandamiento, está tocando a mi puerta y la de todos los revolucionarios que intentan cambiar el orden existente”. Del Barco condena y declara “culpable” a casi toda una generación, que en respuesta a la violencia estatal y para-estatal, la explotación económica, la opresión social y cultural del capitalismo semicolonial argentino, respondió con violencia revolucionaria (aunque con estrategias equivocadas a la luz del necesario balance). Indudablemente el debate en torno a la carta de Del Barco, merece una densidad y un tratamiento mayor, que superan este comentario, que solo alude a la cuestión parcialmente, ya que el propio Lanata incluye a su libro en esta discusión
Sin embargo, la crítica de quienes atacan a Lanata, con algunos argumentos ciertos, esquiva una discusión central: el balance político de la experiencia del EGP y si se quiere del conjunto de las experiencias guerrilleras en América Latina y en Argentina.
¿Acaso los hechos “aberrantes” de los fusilamientos que marcan la historia del EGP, se deben al pensamiento desquiciado de los protagonistas?
Para quienes, aún hoy, y quizá hoy más que nunca, defendemos la perspectiva de la revolución y su consecuencia lógica, la acción violenta, para transformar el orden existente, se impone la necesidad de un balance político y no moral de las experiencias guerrilleras en nuestro continente.
El fracaso del EGP, no se explica por la buena o mala calidad moral de sus combatientes. O mejor dicho, esta calidad moral (y sus contradicciones) estaba marcada por su estrategia política y por las condiciones políticas y socio-históricas en las que actuaron. El intento de “preparar la revolución” con un grupo de hombres en el monte salteño, en un país predominantemente urbano, con una poderosa clase obrera, que en ese entonces había realizado la experiencia de la resistencia y comenzaba a gestar una vanguardia que protagonizará las grandes acciones revolucionarias en la década siguiente, no podía tener un final muy distinto al que encontró, bajo la represión del estado.
Las contradicciones y prácticas internas de una organización política (o en este caso político-militar), no están desligadas de sus objetivos más generales, sus medios no pueden separarse de sus fines. Y sus fines adolecían de una falta de visión política (y teórica) sobre la estructura social del país y las fuerzas motrices que podían llevar a un cambio revolucionario en la Argentina y en el continente.
Atrapados en esta “encerrona”, sus métodos internos, estaban condicionados por una perspectiva general destinada al fracaso.
El mismo “final” o similar tuvo el intento desarrollado poco tiempo después, por el mismo “Che” Guevara, en Bolivia. Para no hablar de otras experiencias, que tuvieron su desenlace, quizá más trágico, no bajo las balas de la represión estatal, sino disfrutando de la cobija del estado burgués, ya que sus protagonistas se convirtieron en personeros de las “democracias” latinoamericanas (ahí tenemos al Daniel Ortega, para nombrar solo un ejemplo, jefe de estado de una Nicaragua, convertida en uno de los países más pobres de América Latina).
La discusión, obliga a quienes no queremos hacer periodismo pseudo-independiente o literatura comercial, a pensar cuales son los caminos que tomará la revolución en América Latina, contra moralización de la discusión política e histórica y la despolitización del debate sobre la moral.
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