jueves, 18 de diciembre de 2008

El “Uso” que faltaba



Como si faltara algún “uso” instrumental (según la expresión del ya clásico libro de Portantiero) al cual someter a Gramsci, el Vaticano agita desde hace unas semanas el parche de su supuesta conversión al catolicismo. Parece una joda para Tinelli, por lo que dudé bastante de escribir algo respecto de este tema. Por suerte, la nota de Susana Viau publicada en Crítica el día de ayer, me recordó que no había que dejarlo pasar.

Sucede que esta “revelación” ha sido tomada como bandera por los católicos militantes, sobre todo en Europa, para cruzar lanzas con el marxismo y remendar las banderas hechas jirones de la influencia católica en retroceso. Por ejemplo, con sólo buscar en Google, uno puede encontrar cosas como lo que se puede leer en cierta página denominada Forum Libertas:

“El caso de la conversión de Gramsci es uno más de entre los numerosos adversarios radicales de la Iglesia que en los momentos finales de su vida han querido acercarse a Dios. Una muestra, sobre todo, de la misericordia divina que tanto necesitamos todos. También de que el hombre ansía algo más que horizontes cortos y lo de aquí ni llena ni da soluciones a todo. Por fin, que Dios y la Iglesia son pacientes y siguen llamando a todos con los brazos abiertos hasta el último minuto, incluidos aquellos que los tuvieron siempre como enemigos”

Que Cristo haya resucitado a Lázaro, vaya y pase, aunque sea mentira. Que Don Bosco haya multiplicado las castañas, altamente discutible, por decir lo menos. Pero que Gramsci se haya hecho religioso justo antes de morir parece más una expresión de que nos vieron la cara que una revelación tardía.

Gramsci se negó sistemáticamente a pedir clemencia para que el fascismo le aliviase la condena. No suena creíble que quien no se arrodilló ante Mussolini lo haya hecho ante unos cuadritos puestos en una pared o una estampita destinada a los besos de los enfermos. Además, si bien Gramsci, dadas sus filiaciones sorelianas y crocianas, tenía una visión sociológica-cultural y no iluminista de la religión, su posición acerca del rol de la Iglesia en la vida política italiana y mundial se da de bruces con una reconciliación individual con la religión católica.

Todos los que han intervenido en el debate reconocen que no hay pruebas de la versión eclesiástica, mientras los testimonios de las monjas se contraponen a los del propio hermano de Gramsci y otros allegados. Hay gente que lo ha refutado mucho mejor de lo que podría hacerlo yo, así que no me voy a detener en eso.

La interpretación obvia de la versión de que Gramsci adoptó la fe católica antes de morir: Nos quieren decir que el marxista italiano renegó de las ideas que sostuvo durante toda su vida militante. Que el catolicismo triunfó sobre el marxismo, en el cuerpo del propio Gramsci.

Más allá de las circunstancias particulares que promovieron estas supuestas revelaciones, lo que es interesante señalar es que vivimos una época en la cual hay una corriente de derecha a nivel mundial que persigue una “reforma moral e intelectual” reaccionaria. Tal es el caso de Sarkozy, llamando a terminar con el legado del ’68 que sería la clave de la decadencia de la nación francesa. Tal es el caso de Ratzinger, el papa católico, que define al marxismo entre los enemigos ideológicos a combatir por la Iglesia. En un contexto de decadencia de los valores capitalistas recalcitrantes y de retroceso de la influencia de la Iglesia también, la escaramuza por la “conversión” de Gramsci es parte de una batalla más amplia por la constitución de los imaginarios que surgirán durante los años por venir. Y no es casual, que dada la influencia del pensamiento de Gramsci en diversos sectores de izquierda, desde los más combativos a los más moderados, se haya tomado al marxista italiano como “caso testigo”.

Más allá del contexto, lo llamativo es la audacia de la conjetura. Quizás en un futuro cercano, los brillantes ideólogos reaccionarios nos sorprendan con que Lenin se hizo de la Iglesia Ortodoxa o que Trotsky era fanático de la Cábala.

Los jóvenes estudiantes y trabajadores que se levantan en Grecia contra la política antiobrera y antipopular de Karamanlis y su fuerza de choque policial, indican que la preocupación de los reaccionarios no está mal orientada. Se vienen tiempos difíciles para el conformismo con el orden existente. El creciente interés por ciertos aspectos de las ideas marxistas, que hemos comentado más abajo en este mismo blog, indica que las ideas por las que Gramsci resistió una larga década de cárcel, podrán generar cosas más importantes que una polémica con algunos curas.

Tiempos en que caerán las estampitas y las figuras sagradas.
Tiempos en los que el marxismo tendrá muchas cosas para decir y más oídos que quieran escucharlas.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El conformismo democrático y la clase trabajadora (A propósito del relato oficial sobre los 25 años de la vuelta de la democracia)


Fervor y decepción

Una tarde del ’83, un colectivo lleno de boinas blancas dobló en alguna esquina del barrio de Barracas, festejando el triunfo del alfonsinismo. Caminábamos con mis viejos por la avenida Montes de Oca. Los patricios custodiaban la Iglesia, dando al vecino una imagen patriótica para un ejército genocida. Vi escrito Triple A en una pared y le pregunté a mi vieja qué era. Me dio una respuesta que debe haber sido suficiente para mis escasos 5 años. Nadie quería hablar mucho de los años previos.

Después vino lo que todos conocemos, el juicio a las Juntas, con su “teoría de los dos demonios”, el austral, los goles de Maradona a los ingleses, la Obediencia Debida y el Punto Final, los paros generales de la CGT. Mientras la escuela primaria nos enseñaba las virtudes de la democracia, la gran decepción con el alfonsinismo estaba en marcha.

Años de perros

Crecimos bajo el menemismo, que introdujo tabiques simbólicos y materiales nada envidiables a los de los milicos, a los que de paso otorgó el Indulto.

Fueron años de degradación social y cultural, retrogradación ideológica y derrotas para la clase trabajadora, años en los que esa clase fue dejada en el arcón de cosas viejas por ciertos intelectuales incapaces de resistir el mal momento. Si a Maradona le habían “cortado las piernas”, la clase trabajadora aparecía inválida por un rato largo por lo menos. Pero hubo manifestaciones de resistencia.

El “progresismo” con su habitual superficialidad, canalizó la bronca de los piquetes y cortes de ruta hacia la prolongación radical-frepasista del menemismo, que explotó en los días agitados de diciembre del 2001.

Entre dos crisis

Las ocupaciones de fábrica empezaron a perfilar un camino de democracia directa, que no había tenido lugar en los imaginarios de los años previos. Zanon marcó el camino de esa potencialidad de la clase trabajadora, uniendo la democracia de base con el sujeto obrero, que faltaba en las asambleas barriales y otras experiencias autogestionarias. Lentamente, empezó a revertirse el sentido común derrotista de las luchas obreras que había primado en todo el período previo.

El kirchnerismo llegó para vestir con nuevos harapos a la democracia capitalista en crisis. Pero más allá de su discurso, su política mantiene continuidad con sus antecesores, persigue consecuentemente la ausencia de participación popular y el conformismo con el actual estado de cosas. Las 7 represiones sufridas por los trabajadores del Casino de Bs As están ahí para atestiguarlo, igual que la desaparición de Julio López.

La crisis actual del capitalismo, nos encuentra en una situación particular para la clase trabajadora. Será el momento de retomar las experiencias de organización y democracia de base de los años previos para enfrentar el intento de hacernos pagar la crisis.

¿Democracia contra capitalismo?

Ciertas corrientes políticas e ideológicas, plantean que la democracia se opone al capitalismo, en la medida en que el capitalismo implica la dictadura de las élites.

Así lo dijo en su momento el propio Chávez. En este registro, al capitalismo decadente, se lo combate con “más democracia”. Sin embargo, la velocidad con que el Estado (en Argentina y en cualquier otro país del mundo) garantiza el derecho a la gran propiedad por sobre cualquier otro derecho democrático, indica que en la democracia capitalista, más que una contradicción entre democracia y capitalismo, existe una completa subordinación del primer término al segundo.

Esto es así, porque la democracia fue la forma a través de la cual se consolidó el neoliberalismo en América Latina a la salida de las dictaduras de los ‘70.

De esta forma, mientras se extendían las democracias formales, los trabajadores iban perdiendo una a una sus conquistas. En estos 25 años, la clase trabajadora, que había sido el blanco principal del genocidio, vivió una fragmentación descomunal de sus filas, récords históricos de desocupación, despidos, flexibilización laboral, represión a las luchas y manifestaciones, inflación y devaluación.

La democracia de los trabajadores

En este contexto, el capitalismo llevó al límite la contradicción entre la igualdad formal del régimen democrático y la desigualdad real de la sociedad de clases. Mientras se consolidaban las prácticas y los aparatos electorales, los trabajadores eran sometidos cada vez más al más crudo dominio de clase. Por eso, los trabajadores no tendrán mucho que esperar de la democracia mientras las relaciones sociales expresen la dictadura de las patronales.

El secreto de la democracia de los trabajadores es justamente que al llevar al poder a la mayoría explotada y oprimida, liquida la división entre igualdad formal y desigualdad real. El trabajador/a pasa a ser ciudadano en tanto productor y sujeto activo de la nueva sociedad, como decía Gramsci, el concepto de “ciudadano” pasa a ser reemplazado por el de “compañero”. Ese es el modelo de democracia que expresó en sus orígenes la revolución rusa con sus soviets y las formas de organización de base que dio la clase obrera a lo largo de todos los procesos revolucionarios del siglo XX, apuntaron en un sentido similar, lo mismo que procesos más cercanos como las ocupaciones de fábricas en la Argentina reciente.

La (otra) historia de los vencidos

Para el relato oficial, estos 25 años han sido los de consolidación del mejor sistema posible de organización de las relaciones sociales. Otra forma de verlo es que han sido los años en que hemos podido observar la degradación del país, sin caer necesariamente en cana. Los años del sentido común, de un conformismo democrático que tomó distancia de la dictadura, pero más aún de los proyectos revolucionarios, los años, en suma, de transformación de la derrota en una imaginario naturalizado.

Frente a las transformación de los 25 años de la “vuelta de la democracia” en la celebración del fin de los proyectos revolucionarios, la nueva generación de luchadores de la clase trabajadora tiene (tenemos) planteada la tarea de retomar las lecciones de la generación cuya lucha y aniquilamiento durante la dictadura, fue silenciada en el régimen democrático, para volver a poner en cuestión el estado de cosas impuesto con dictaduras y también con regímenes democráticos. Ver la historia desde el punto de vista de los vencidos, es en este caso, la única forma de poder vencer en el futuro.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Marx Vuelve


Por esas cosas que tiene el internacionalismo proletario, conocí hace algunos años a un militante alemán. Él me contó que, en los días posteriores a la caída del Muro, las obras completas de Marx, Engels y Lenin, se apilaban junto con las bolsas de basura en las esquinas de Berlín. Eran las épocas en que los estudiantes universitarios cambiaban la facultad por un empleo basura en Burger King, como muestra la película Good Bye Lenin.

Pero, paradojas de la historia, así como esos libros abandonados terminaron poblando las bibliotecas de nuevas generaciones de jóvenes militantes (el amigo contaba con varios de esos ejemplares “reciclados”), la crisis mundial actual del capitalismo, ha llevado a Marx de los tachos de basura al éxito editorial.

No es un fenómeno estrictamente limitado a los países europeos, en particular Alemania, donde se agotaron los volúmenes de El Capital en la feria del libro de Frankfurt. Por ejemplo, el mes pasado, en Buenos Aires, más de 1700 personas pasaron por los debates del evento Marxismo 2008, organizado por el Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx” y el PTS, del que participaron los principales intelectuales marxistas de nuestro país. Intentemos reflexionar un poco sobre qué significa esto

El fantasma madito del capitalismo

En los ’90 el capitalismo creó una ilusión de dominación perenne, más allá de los plazos concretos con que se desenvuelve el quehacer histórico. Mientras el neoliberalismo extendía las democracias formales, vaciándolas de toda participación popular, se vendía por pocas monedas (pero a un alto costo histórico y social) la muerte del marxismo.

A pesar de este clima de reacción ideológica, había rastros de que la cosa con Marx no se había terminado del todo. El ya conocido Espectros de Marx de Derrida, haciendo un juego interpretativo entre el espectro reaparecido del padre de Hamlet y el fantasma del comunismo del Manifiesto, dejaba abierta la puerta, aunque no fuera un autor marxista.

Trazo grueso: si reaparece el espectro de Marx, será porque algo huele a podrido, no ya en la Dinamarca de Hamlet, sino en el capitalismo de Bush, Soros, Rupert Murdoch y otros buenos muchachos.

El capitalismo no se desembarazaría tan fácilmente de Marx, como ciertos tipos que se hicieron los piolas no se desembarazaron de Hamlet.

A partir de las huelgas de 1995 en Francia, resurgió el interés por el marxismo entre la intelectualidad, empezaron los Congresos Marx Internacional, en torno a la revista Actuel Marx. Daniel Bensaïd publicó su Marx Intempestivo, planteando que los fines no finalizan de finalizar y que empezaba el reflujo de la ofensiva neoliberal. Sin desconocer las derrotas previas, Bensaïd afirmaba que la actualidad de El Capital es la actualidad de su objeto de estudio. Es decir, que mientras exista el capitalismo existirá necesariamente la crítica marxista.

Recapitulando: la primera etapa de recuperación del interés por la teoría marxista se debió principalmente al regreso de la lucha de clases. En el transcurso de varios años se fueron sumando las huelgas en Francia, Italia y Alemania, las luchas estudiantiles en México, las huelgas de obreros automotrices en Corea y EEUU y las grandes convulsiones sociales en Bolivia, Ecuador y la Argentina.

La crisis capitalista mundial, con epicentro en el bastión económico, político y cultural del sistema, marca la tónica de esta nueva etapa de interés creciente por el marxismo. Primero estuvo la crisis del tequila, luego la crisis de los países del sudeste asiático y el default ruso, las quiebras de las “punto.com” y Enron, entre otras.

Pero la actual crisis mundial supera en profundidad a cualquiera de sus antecesoras recientes, al punto de que está en cuestión la capacidad del capitalismo para regir los destinos de la humanidad con un mínimo de racionalidad.

Los vencedores vencidos

Perry Anderson, que en los ‘90 había escrito Los fines de la historia, para hacerle saber a Fukuyama que no había inventado nada nuevo, abrió el 2000 con su editorial Renovaciones, planteando que el marxismo había quedado al mismo nivel que las herejías medievales en cuanto a su influencia sobre la clase trabajadora. No resultaba alentador, precisamente y hoy día sigue en una tónica similar.

Bajemos un cambio, entonces y hagamos algunas preguntas: El creciente interés por Marx ¿implica que hay un “giro a izquierda” de un sector de masas? ¿O que entre la gente que puede darse el lujo de comprar libros hay curiosidad por lo que decía Marx?

Para pensar esta cuestión, es necesario tener en cuenta que la ideología triunfalista del capitalismo perdió dos de sus principales pilares: el cuento de que se había terminado la lucha de clases y la fábula de que el capitalismo había dejado atrás las crisis y la miseria. Una primera, aunque no suficiente, respuesta de los trabajadores son las huelgas en Italia, España, Portugal, Polonia, Grecia, Alemania, Inglaterra, Egipto, etc. Y siempre está el Cono Sur latinoamericano que está asistiendo a un aceleramiento de la experiencia de los trabajadores con los gobiernos posneoliberales. Todo esto sin contar, porque no se puede adivinar, cómo evolucionará la situación al interior de EEUU y en el conjunto de la economía mundial que puede alimentar conclusiones más radicales en amplios sectores populares.

Resumiendo, la vuelta de Marx no es expresión de un “giro a izquierda” generalizado en los trabajadores ni de mera curiosidad intelectual de un sector ilustrado de las “capas medias”. Ubicándose en una intersección entre esas dos posibilidades, abre muchas más para el futuro. El marxismo puede lograr una popularidad renovada en los años difíciles que nos augura la crisis del capitalismo. Popularidad que lo será tanto más en la medida en que la teoría marxista vaya generando nuevos desarrollos.

Estamos ante la paradoja de los vencedores vencidos. Como los mongoles que derrotaron a los chinos pero fueron asimilados por la cultura de los invadidos, el capitalismo actual no tiene respuesta a la crisis, salvo incrementar las ventas de los libros de Marx. Pero el lado nuestro de la paradoja es más difícil, ellos son vencedores vencidos, pero no se conocen muchos casos de vencidos vencedores. Porque el vencido empieza de más abajo. Sin embargo, el capitalismo y su crisis darán nuevas oportunidades para que los vencidos levantemos cabeza. ¿Sabremos aprovecharlas?

Tarea Fina

Gramsci decía que las sociedades modernas cuentan con un “sistema de trincheras” constituido por las instituciones y relaciones con que la burguesía logra que los trabajadores y el pueblo se sientan parte del orden y no en oposición a él.

Una de esas trincheras, la mejor defendida y la más difícil de tomar por asalto, es la mentalidad individualista formateada por los últimos 25 años de ofensiva capitalista.

Desde el punto de vista ideológico, ese es el principal límite que tiene el marxismo para conquistar una nueva popularidad y sólo podrá ser superado como producto de la experiencia práctica de la lucha de clases.

Sucede que el individualismo no es privativo del que se quiere salvar solo como individuo burgués. También ha penetrado un sector de izquierda, que reniega de las formas estables de organización política colectiva (partidos), del “consignismo” (consignas programáticas con algún tipo de elaboración) y de la “bajada de línea” (debate ideológico y discusión política franca). El halo de “dogmatismo” o “autoritarismo”, impuesto al marxismo por el stalinismo, alimenta estas posturas.

En este sentido, no viene mal recordar unas palabras escritas por Gramsci en el centenario del nacimiento de Marx: “[Marx] Es estimulador de las perezas mentales, es el que despierta las buenas energías dormidas que hay que despertar para la buena batalla. (…) Es bloque monolítico de humanidad que sabe y piensa, que no se contempla la lengua al hablar, ni se pone la mano en el corazón para sentir, sino que construye silogismos de hierro que aferran la realidad en su esencia y la dominan (…) Es un vasto y sereno cerebro que piensa, un momento singular de la laboriosa, secular, búsqueda que realiza la humanidad por conseguir conciencia de su ser y su cambio, para captar el ritmo misterioso de la historia y disipar su misterio, para ser más fuerte en el pensar y en el hacer. Es una parte necesaria e integrante de nuestro espíritu, que no sería lo que es si Marx no hubiera vivido, pensado, arrancado chispas de luz con el choque de sus pasiones y de sus ideas, de sus miserias y de sus ideales” [1]

Para que los “silogismos de hierro” se materialicen en miles y miles de trabajadores/as dispuestos a subvertir el actual estado de cosas, harán falta más que algunas lecturas. Esperemos que los años por venir nos permitan saldar, aunque sea en parte, esa deuda que tenemos con Marx.

[1] Gramsci, Antonio. “Nuestro Marx”, 4 de Mayo de 1918, publicado en Il Grido del Popolo. Versión electrónica en http://www.gramsci.org.ar/

“En la dictadura se vivía un mundo un poco irreal” (Entrevista a José Chiquito Moya)



José “Chiquito” Moya, autor de QTH Zanon y otros libros, acaba de publicar Sueños en Rojo y Negro (Ed. Herramienta/Ed. El Fracaso). En esta página, los tramos más destacados de la entrevista que realizamos con él.

Sueños en Rojo y Negro combina el relato policial con la crónica de la lucha de clases ¿Qué puntos de contacto considerás que existen entre el policial negro y la historia argentina reciente?

Sí, fuera de toda pasión política uno podría ubicar todo lo que fue la dictadura en el género policial. Si uno lo mide por las cotas tradicionales y sobre todo de la novela negra norteamericana, hay muertos a raudales, tiros, violencia de todo tipo, un escenario fácil de ser desviado hacia la ficción. Los relatos de este libro se desarrollan no sólo en la dictadura militar, en un sentido amplio, como buen trosko, para mí la dictadura de clases existe aún en plena efervescencia democrática. Yo en esa época decía que le vayan a explicar a mi capataz que ahora estábamos en una etapa democrática, por más que sea preferible un sistema en el que uno puede hablar, aunque poco.

Resumiendo, el género de la novela negra se adapta mucho a este tipo de situaciones.

Los referentes de ese género como Chandler escribían en una democracia, sin golpes militares reconocidos, hablaban sobre lo mismo, el poder reinante, con sus poderosos oficiales y oficiosos, en un escenario donde el capitalismo tenía cuerda para rato.

En el libro hay un límite difuso entre realidad y ficción ¿En tu experiencia de militancia cómo se dio esa relación?

En esa época, militar (hablo del ’76 o ’77) se hacía sobre una dosis no sólo de convencimiento sobre el curso de la historia o la capacidad de recuperación de la clase obrera. Uno podía leer la historia de las viejas revoluciones. Pero hacía falta una dosis, si no de ficción, sí de cierta irrealidad. Porque se vivía un mundo un poco irreal. Uno decía “esto no puede estar pasando”, por ahí el Holocausto no terminó de vacunar a alguno, pero ¿cómo van a incinerar a 6 millones de tipos? Un delirio absoluto.

En este sentido, se entrelazan, se entrecruzan y se necesitan mutuamente, los espacios de realidad y ficción. En un sentido, uno vivía su propia realidad, era una situación tal que no sabías lo que pasaba al lado. El país se fraccionó en “comarcas” según las fuerzas represivas. Habíamos retrocedido a una etapa que la Argentina no había vivido nunca. Lo más parecido al feudalismo que hubo acá. Si caías en Capital capaz zafabas y en San Nicolás no, por ejemplo.

Lo más patético fue el mundial del ’78, la fantasía de que acá no pasaba nada. Y yo fui parte de los que fueron a festejar que la Argentina ganó. Yo como buen futbolero me enganché en toda la parafernalia. Y eso también era muy delirante, algo que no tendría que estar pasando.

A partir del ascenso del kirchnerismo tomaron impulso los debates sobre los ’70. Para vos ¿Qué es lo que falta en esos debates?

Me indigna que Kirchner salga a presentar al peronismo como el gran resistidor a la dictadura. Salvo que yo haya sido tan, tan clandestino que no me enteré. Lo que me hace mucho ruido es una discusión que abarca al peronismo en su variante Monto, que se puede aplicar también al ERP, es que no hay el más mínimo asomo de una autocrítica de la guerrilla. La guerrilla será un método muy rocambolesco, muy romántico, pero ayudó a fagocitar una camada de cuadros de la puta madre, que son la generación que falta hoy en este país.

Pero supongamos que el matrimonio presidencial es la representación de la generación de los ’70. ¿Cómo resolvieron su relación con la derecha peronista? Muchos de los dirigentes sindicales actuales, fueron impulsores de la Triple A, ¡con o sin capucha salieron a matar obreros! Y esos tipos están sentados a la diestra de la “Cristinita”.

Yo tengo otros trabajos que no fueron publicados y que tocan estos temas. Por supuesto que hubo muchos peronistas que resistieron, pero eso no quiere decir que haya habido una organización peronista que resistiera a la dictadura. Incluso las huelgas como las de Ferroviarios y Luz y Fuerza, que fue heroica y los milicos les ponían un soldado por cada trabajador, no se hacían en función de las tres banderas peronistas, sino como trabajadores. La fuerza nuestra estaba muy menguada. El PST tuvo cien caídos por la represión, lo cual no representaba una proporción menor. Pero en todos los lugares donde estuve militando nunca encontré una organización peronista que impulsara aunque sea pintadas contra los milicos.

Vos en la presentación del libro hablaste del fracaso de tu generación. Cuando uno habla de la derrota de los ’70 en términos de un fracaso ¿Hasta dónde es reconocer la derrota y hasta dónde es incorporar el discurso del enemigo?

Yo creo que nosotros perdimos, que no es ningún deshonor haber perdido, pero la peleamos hasta dónde pudimos, con las herramientas que teníamos, en una gran desigualdad de condiciones en un sentido amplio, porque en este país la izquierda no es considerada. Teníamos la obligación moral y política de hacerlo y lo hicimos. En ese sentido no es un fracaso, un fracaso hubiera sido no luchar y decir “vayámonos” (y no lo digo contra los exiliados).

Lo del fracaso llama la atención sobre una suerte de balance. Una vez me encontré con un vago que era de la “pesada” del ERP. Nos sorprendimos porque los dos creíamos que el otro estaba muerto. Y el balance que hacía más o menos es que en vez de 38 había que usar 45…

Hablar del fracaso es llevar a un límite la discusión, porque ellos ganaron. Y nosotros perdimos. Pero por un período, todavía no nos cobramos revancha, pero ahora hay un marco internacional más favorable, una acumulación de bronca, ellos empezaron a retroceder. Yo creo que básicamente la izquierda conocida por mí, que es poca, mucho no cambió. Quiero decir, es importante mantener la tradición, desde el Manifiesto para acá, eso es lo bueno que tienen los partidos revolucionarios. Pero en el último período ¿Qué cosas se incorporaron sobre el fracaso? Yo no lo veo. Yo estaba en el MAS cuando Menem se hacía una panzada, privatizaba, hacía un desastre y para el MAS parecía que no pasaba nada…

Sueños en Rojo y Negro plantea que el objetivo sigue siendo cambiar las cosas ¿Cómo imaginás ese cambio?

El cambio viene por la vía política. Lo que yo imagino es una situación parecida (pero extendida) a la del 19 y 20 de diciembre del 2001. Ese es mi punto de partida. Será una figura metafórica, pero es lo que creo que va a pasar, es más yo le asigno un rango de inexorable a esa situación, por la crisis, por la acumulación de odio, no sólo de la clase obrera, también de la burguesía, como mostró la “rebelión agraria”, apoyada increíblemente por algunos grupos de izquierda. Es inexorable que haya un enfrentamiento y no a palabras precisamente.

Ahora ¿Qué papel cumpliríamos los que hemos luchado por crear los instrumentos para que la clase obrera esté en mejores condiciones? En eso no adhiero más a la idea de que la cosa pasa únicamente por una organización en partido. Me parece que la energía principal de la que disponemos no debiera pasar por la tarea milimétrica y paciente y anónima de construir ese partido. No está de más, no me inscribo en la onda “zamoriana” de que todos los partidos son una basura. Es más, creo que juegan un rol destacadísimo en mantener viva la llama de las tradiciones. Eso me parece bárbaro, pero que se canalice por ese lado, es como querer meter en un vaso una damajuana de 5 litros.

Si este pronóstico fuera cierto, esta resistencia se manifestaría en un montón de cosas. Y yo que me he replegado de la primera trinchera, creo que hay otras y destacadas formas de preparar esa oleada. Yo creo que La Madre de Gorki captó más tipos para el marxismo que el Manifiesto, no sé si más tipos pero unos cuantos, yo incluido…

Más que Materialismo y Empiriocriticismo

Seguro (risas). Es un libro de difícil digestión. Yo creo que aún con las imperfecciones que tiene y con sus salidas individualistas, porque escribir es una actividad inactiva, la palabra y la escritura pueden y deben ayudar. Esto no quiere decir volver al realismo stalinista, eso ya lo vivimos y tenemos autoridad para reírnos de ello. Pero sí aportar desde ese lugar, sin caer en reduccionismos. Yo me repliego a esa trinchera, que a veces digo que es la última, pero no sé si es la última y de ahí tiro para el mismo lado que los que están más adelante.

(Entrevistó Juan Dal Maso)

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Mecánica regresiva del progresismo

Para nosotros los marxistas, el punto de vista de clase es un criterio fundamental a la hora de delinear alianzas políticas. Desde nuestra óptica, resulta aberrante, por ejemplo, conformar un partido con empresarios o un frente con la Unión Cívica Radical.
Sin embargo, como sabemos que muchos trabajadores/as no comparten nuestro punto de vista, resulta necesario explicitar más claramente, por qué la política de alianzas policlasistas para enfrentar al mal mayor (Sobisch primero y el MPN o sólo su sector sobischista después) lo único que genera es el fortalecimiento de las fuerzas más conservadoras y la integración completa de las fuerzas “progresistas” al status quo dominante.
Tomemos el propio ejemplo del UNE en el gobierno municipal (que puede aplicarse también a Libres del Sur en su defensa de Farizano contra Sitramune). Con el discurso de generar una alternativa política viable al MPN, asumieron un discurso de “cambiar las cosas desde adentro”, mostrando una “gestión responsable que puede mantener el poder de forma estable”, etc.
Este discurso político se completaba con el argumento de que una vez afianzados en el poder, los progresistas irían resolviendo las más sentidas demandas populares, como la necesidad de viviendas, la recomposición salarial, etc. En el relato “progre” esto supone un largo tiempo de gestión de los asuntos públicos hasta crear las condiciones para las soluciones que la gente necesita. Un tierno cuento lineal y evolutivo, pero dudosa realidad.
Sin embargo, como los problemas centrales de la población trabajadora no empezaron ayer, sucede que la gente no tiene tanto resto ni paciencia para esperar la transformación de la larva en mariposa. Las soluciones hacen falta ya. Surgen cosas como la toma del Barrio Confluencia. Aquí el progresista de gestión se enfrenta a un dilema: “Si damos una solución al reclamo generado por la acción directa, luego de este vendrán otros y luego otros más, hasta perderse por completo la autoridad del gobierno. Si pasa esto, probablemente perdamos las próximas elecciones, ni hablar de pensar en la gobernación”. Mejor entonces dejar que el gobierno provincial reprima y le damos unas manos con las topadoras de nuestro municipio, habría que agregar.
Este razonamiento tiene una lógica de hierro: el reclamo popular es una piedra en el camino de la “acumulación de poder”. Pero esta respuesta retrógrada no sólo genera el enojo de la gente que tenía expectativas de cambio, sino también el fortalecimiento de las posiciones más reaccionarias, como ha sucedido con el UNE que terminó en el mismo bando que el gobierno provincial, los sectores más gorilas de las capas medias y los grupos especiales de la policía.
En definitiva, la política de mostrar una “izquierda de gestión” dentro de un frente “republicano”, termina en la defensa del orden dominante, que es la base de sustentación del MPN. Empeñados en demostrar que puede mantener el control de la situación, Farizano y el UNE copian el discurso de derecha del MPN, con lo cual terminan fortaleciendo al mismo enemigo político que supuestamente querían enfrentar. A falta de un nombre mejor, definiremos este proceso como la mecánica regresiva del progresismo. Los trabajadores que han depositado expectativas en el UNE tienen una excelente oportunidad para verlos actuar y sacar sus propias conclusiones.