sábado, 22 de noviembre de 2008

La violencia en discusión



Desde hace algunos años, en la Argentina se ha vuelto a discutir la cuestión de la violencia política. Las polémicas acerca de los años ’70 suscitadas por la política de DDHH kirchnerista, que buscó ubicarse discursivamente a la izquierda de la teoría de los dos demonios fueron desarrollándose en distintas direcciones, a lo que hemos hecho referencia en anteriores números de este periódico. En Neuquén, hechos tales como el escrache a Felipe Solá y la brutal represión a la toma de Confluencia, con la consiguiente resistencia del barrio, pusieron nuevamente la cuestión de la “violencia” en la agenda pública, motorizada en primer lugar por el gobierno y sus elementos afi nes, que encuentran imprescindible restar legitimidad a los reclamos populares. Veamos de qué se trata.

Violencia y poder

Horacio “Pechi” Quiroga, recientemente eyectado de la Cancillería por su alineamiento con el sojero Cobos, declaró al diario Río Negro, que “los violentos quieren disputarle poder al Estado” en una alianza entre “usurpadores, partidos y gremios”. Lo que se discute según Quiroga es si tomas, paros y piquetes instalarán la anarquía o se impondrá el orden y el ejercicio del poder ofi cial. El mismo día en que se publicaron estas declaraciones, la policía volvía a desplegar su furia represiva sobre el barrio.

Ahora bien, ¿qué hay de cierto en los dichos de este notorio gorila? La acción directa, con sus diversos grados de violencia posibles, implica un cuestionamiento de la autoridad estatal. El estado se opone a la “anarquía” de la acción directa, porque solamente el Estado debe tener el monopolio de la violencia. Este monopolio de la fuerza realizado por el Estado, es una auténtica expropiación del derecho de autodefensa de los trabajadores y el pueblo. No está destinado, como creen algunos ingenuos, a evitar puñaladas entre vecinos, sino a que los trabajadores no cuestionen el orden social, disfrazado de orden legal.

Con el discurso de “acción directa=violencia=ilegalidad”, lo que se busca en realidad es legitimar la violencia organizada del Estado, cuyo aparato represivo se moviliza prestamente en la defensa de la propiedad privada, incluidos los grandes negocios inmobiliarios apropiadores del espacio público.

Apelando a la legalidad contra la violencia, Quiroga esconde que el procedimiento estatal fundamental consiste en “decidir a través de la fuerza” cuando los derechos de los trabajadores se encuentran en oposición al principio del orden y la gobernabilidad. Es como querer esconder un elefante debajo de una mesa. Pero también es una posición coherente con la tradición fusiladora de obreros de la que Quiroga forma parte.

Violencia y terror

“El terror no sólo viste de uniforme” dijo Juan Quintar en el programa Moneda Nacional, luego del escrache a Solá. Además de que esa es una de las principales conclusiones que instaló la teoría de los dos demonios, es también una muestra de la superfi cialidad de la visión derechista de Quintar. En efecto, el terror no sólo viste de uniforme, pero por razones opuestas a las expuestas por Quintar, que usa el latiguillo contra las organizaciones de DDHH y de izquierda. El terror no sólo viste de uniforme, porque la democracia actual se constituyó sobre la base de la impunidad del terror uniformado. El terror no sólo viste de uniforme, porque se instaló en lo más profundo del sentido común de la sociedad argentina. Y lo que el terror impuso es precisamente que no debemos sublevarnos, que si andamos queriendo modificar las cosas posiblemente nos den una dura lección. Y que debemos agradecer a la democracia que nos permite expresarnos sin sacar los pies del plato.

Cuando Quintar dice que el terror no sólo viste de uniforme, para atacar a los sectores combativos, no está haciendo otra cosa que difundir el discurso impuesto por el terror, que equipara el terrorismo de Estado con el supuesto terrorismo de las luchas obreras y populares. El terror no sólo viste de uniforme, porque en estos tiempos por ahora ni fríos ni calientes prefi ere vestir los harapos del s e n t i d o común “democrát i co” . Quintar expresa de esta forma, que ese sentido común es la continuación del terror por otros medios.

Violencia y clase obrera

En Filosofía y Nación, José Pablo Feinmann sentencia que “donde hay violencia, no hay pueblo”. Esta afi rmación, dirigida en su momento contra la conducción de Montoneros construye al pueblo en tanto sujeto del reclamo pacíf co y separa del pueblo a las “vanguardias radicalizadas”. Este “populismo pacifi sta” es un sentido común en todo un sector del “progresismo” neuquino, incluidas algunas conducciones gremiales, con las que compartimos el repudio a la represión estatal. Sin embargo, es históricamente falso que las manifestaciones populares genuinas de la historia nacional hayan sido todas pacífi cas. No le hubiera ido bien a Feinmann si hubiera querido disuadir a los habitantes del barrio porteño de Mataderos que levantaron barricadas en defensa de los obreros del frigorífi co Lisandro de la Torre. El Cordobazo no se destacó por su vocación pacifi sta, como tampoco el 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero tampoco se puede olvidar que una de las manifestaciones más importantes de la historia argentina como el 17 de Octubre fue pacífi ca e incluso bastante controlada.

Entonces, es más real decir que ni el pueblo es en sí mismo pacífi co ni en sí mismo violento. Para los trabajadores la violencia es una experiencia que se despliega cotidianamente, a través de la imposición de su situación de clase y se hace evidente en la lucha de clases, en la que las relaciones de fuerzas y la resolución de situaciones a través de la fuerza están a la orden del día.

Violencia y creación política

Bakunin decía que todo acto destructor es un acto creador. Esto puede ser cierto a condición de que el acto destructor vaya acompañado de una consciencia sobre lo que se quiere crear. En este sentido, la violencia implícita en la acción directa, puede devenir creación en la medida en que forme parte de un programa que responda a los objetivos más sentidos de las masas trabajadoras y los vincule con el cuestionamiento de la propiedad privada. Ni los que levantan las manitos para mostrar que no tiraron nada ni los que creen que las piedras son de por sí un programa político pueden dar una salida en este sentido. En el fondo, ambas lecturas comparten un profundo pacifi smo. Unos no quieren enfrentar al aparato estatal. Otros piensan que es sufi ciente con algunas piedras. Ninguna de las dos posiciones puede permitir a los trabajadores superar el actual estadio de las relaciones de fuerzas frente a la clase dominante y su estado. A lo sumo, lograremos poner algunos límites al autoritarismo del MPN y sus amigos del gobierno municipal, unidos tras la defensa del orden.

Para que retrocedan en desbandada el partido del orden y su fuerza represiva, es necesario que la voluntad de combate de los jóvenes y los trabajadores encuentre un programa, un proyecto y una organización que conscientemente se proponga llevarlos adelante, para lograr la total emancipación de la clase trabajadora y todos los oprimidos. No se trata sólo de que las organizaciones gremiales defi endan una perspectiva clasista, sino de construir una organización que concentre la experiencia, la combatividad, el programa y las ideas para terminar con este sistema de explotación y opresión.

De esta forma, la violencia de los explotados puede transformarse en creadora de una nueva realidad. Este debate se planteará cada vez con más fuerza en la medida en que el partido del orden quiera hacernos pagar los platos rotos de la crisis. Y cada vez más necesitaremos construir nuestro propio “partido de la subversión”.

Trotsky y su legado (A propósito de una entrevista a Andrés Rivera)



En mi humilde opinión, una de las cosas que distinguen la escritura de Andrés Rivera es que ha logrado insertarse en los derroteros de la historia nacional desde una perspectiva que trasciende los hechos locales para ponerlos en relación con las grandes corrientes de la historia mundial. De alguna manera, el propio Rivera expresa esto cuando dice que sus lecturas prohibidas cuando era un joven militante del PC fueron Trotsky y Borges. En las novelas de Rivera, los recorridos autobiográficos se combinan con la reflexión sobre la tradición política comunista y marxista, su historia y sus figuras.

Desde este ángulo, me parece importante comentar brevemente la entrevista realizada a este gran escritor por la revista Sudestada, reproducida el domingo 19 de octubre en el suplemento Debates del Diario Río Negro.

Partiendo del respeto y la simpatía que tenemos por Rivera nos tomaremos la licencia de hacerle un pequeño contrapunto.

Trazando un análisis del proceso de la revolución rusa, los roles de Lenin, Trotsky y Stalin, Rivera desarrolla una denuncia del régimen stalinista y la burocratización sufrida por la revolución. En este marco, señala que Trotsky "perdió la perspectiva de lo que se venía" y que no asumió en todas sus consecuencias el Testamento de Lenin, que implicaba eliminar el poder de Stalin, lo cual podría haberse hecho apelando a Tujachevsky y el Ejército Rojo, resolviendo el problema "sin la participación de las masas" que habían caído en la pasividad.

Moshé Lewin, al igual que Isacc Deutscher, sostiene que Trotsky estaba en el nivel más bajo de su compresión política durante 1923, en el mismo sentido de lo planteado por Andrés Rivera. De alguna manera Trotsky subvaluó un poco la relación de fuerzas desfavorable que se estaba imponiendo al nivel de la lucha política en la dirección del PCUS. Tenía confianza en que con una política que encauzara el curso económico de la URSS la clase obrera se fortalecería al interior de la sociedad soviética en detrimento de la burocracia, pero la ofensiva anti-trotskista no dio el tiempo necesario para este proceso, en un marco de derrotas de la clase obrera a nivel internacional.

Sin embargo, si analizamos El Nuevo Curso o la plataforma de la Oposición Conjunta, veremos que Trotsky tenía claridad de la situación que se abría en la URSS mucho antes de que se consolidara el stalinismo como tal. Tanto es así, que recapitulando en 1935 acerca de la victoria de Stalin sobre la Oposición, responde a la pregunta formulada por Rivera acerca de por qué no dio un golpe contra Stalin:

"La muy conocida (y muy ingenua) pregunta, ’¿por qué Trotsky no utilizó el aparato militar contra Stalin en ese momento?’, es la mejor demostración de que quien la formula no puede o no quiere meditar acerca de los fac­tores históricos generales que permitieron el triunfo de la burocracia soviética sobre la vanguardia revoluciona­ria del proletariado. Más de una vez he señalado esos factores en varios libros, entre ellos en mi autobiogra­fía (...) Es indudable que hubiera sido posible dar un golpe de estado militar contra la fracción de Zinoviev, Kamenev, Stalin y compañía sin la menor dificultad, sin siquiera derramar sangre; pero eso sólo hubiera servido para acelerar el ritmo de la burocratización y el bonapartismo contra los cuales luchaba la Oposición de Izquierda. Por su esencia, la tarea de los bolcheviques-leninistas no era la de apoyarse en la burocracia militar contra la burocracia partidaria, sino la de apoyarse en la van­guardia proletaria y por su intermedio en las masas populares, para dominar a la burocracia en su conjunto, purgarla de elementos extraños, someterla a la vigilancia y control de los obreros y reencauzar su política por la senda del internacionalismo revolucionario. Pero a medida que la guerra civil, las hambrunas y las epide­mias agotaban la fuente vital de la fuerza revolucio­naria de las masas, y a medida que la burocracia acrecentaba sus filas y su insolencia a pasos agigantados, los proletarios revolucionarios se convirtieron en el bando más débil."[1]

Stalin venció a Trotsky, porque la burocracia había vencido a la clase obrera. Y la burocracia había vencido a la clase obrera porque la burguesía se impuso por sobre los intentos revolucionarios en Europa Occidental y China. Trotsky pasó en limpio las lecciones de estos procesos en su conocido Stalin el gran organizador de derrotas y fue el único que planteó una política alternativa a la del stalinismo en los años ’30, consistente en dejarle tomar el poder a Hitler, para aliarse luego con la burguesía "democrática" contra el fascismo que no habían sabido combatir. Las respuestas políticas, programáticas y estratégicas de Trotsky en los preparativos de la Segunda Guerra, que desembocaron en la fundación de la IV Internacional, son lo que permitieron sentar las bases de una mínima continuidad entre la tradición marxista y las actuales generaciones militantes.

Contra los que frente al régimen terrorista de Stalin desertaban del comunismo, Trotsky demostró que la burocratización de la URSS era un fenómeno que había que combatir frontalmente, pero que carecía de todo sentido la denuncia de la burocracia sin defender a la URSS de cualquier ataque imperialista o restaurador.

Y aquí nuevamente, Trotsky se destaca por la radicalidad de su proyecto socialista que oponía el pluripartidismo soviético (es decir la legalidad de todas las tendencias que defendieran las conquistas de la revolución) contra el totalitarismo stalinista, para revitalizar la organización de base de los soviets y que de esta forma los trabajadores volvieran a estar en el centro de la vida política soviética.

Estas cuestiones quedan en segundo plano en la valoración de Trotsky por Rivera, parecería centrarse en los primeros pasos de la Oposición de Izquierda y deja de lado el proceso de conjunto de la lucha llevada adelante por Trotsky en momentos cruciales de la historia del siglo XX.

Frente a la actual crisis del capitalismo, la discusión sobre qué alternativa construir contra la degradación y la miseria a la que este sistema somete a millones de personas, está a la orden del día.

La obra de Rivera es un aporte valioso en este sentido como expresión de una lucha cultural contra la sociedad burguesa.

En la misma entrevista Andrés Rivera nos invita a leer la historia con los ojos y los oídos muy abiertos.

Para esto es necesario recuperar el legado auténtico del marxismo y el socialismo de las deformaciones y tergiversaciones impuestas por el stalinismo. No como un acto de purismo intelectual, sino como asunción de un proyecto emancipatorio que no se detenga ante ninguna frontera burocrática y pueda superar las limitaciones de los procesos revolucionarios del siglo XX. Un proyecto por el que valga la pena luchar, por las generaciones de esclavos insurrectos que nos precedieron, por nosotros mismos y por los que seguirán luchando después de nosotros, esperamos que no por mucho tiempo más.

21/10/2008

Toni Negri o la decadencia del autonomismo


Hace cinco años, pregunté a Toni Negri desde el público de una charla si él consideraba que se podía analizar la situación latinoamericana, en particular el proceso de lucha en Bolivia, utilizando su idea de una multitud que incluiría una multiplicidad de sujetos que se constituyen como tales en el momento del acontecimiento. Dado que los aymara llevan 500 años de lucha y los mineros casi un siglo, y ambos se reconocen con identidades muy marcadas, parecía más que dudoso. Su respuesta fue que no conocía el proceso boliviano, por lo que no podía responder. La charla en la fábrica Grissinópoli terminó porque Negri tenía que asistir a una cena con el grupo Michelángelo, que incluía a varios funcionarios del gobierno de Néstor Kirchnner.

La entrevista publicada el domingo 07-09 en el suplemento Debates del diario Río Negro, muestra que Negri ahora sí opina sobre América Latina, aunque no haya avanzado gran cosa en su conocimiento de la realidad de nuestro subcontinente.

Las principales ideas expresadas por Negri son: que los gobiernos actuales son el resultado de la lucha de la gente por más democracia, que los países se hacen responsables de su situación sin culpar a EEUU, salvo Chávez que sin embargo no representa al conjunto de los presidentes "progresistas" y que en este contexto América Latina se iría constituyendo en un actor de peso en la realidad mundial junto con India, Rusia, China, la UE y EEUU. Nada muy distinto de lo que podrían decir Alfonsín o Duhalde…
La pregunta que queda después de repasar estos tópicos es la siguiente: ¿Dónde quedó el autonomismo de Negri? Intentaremos ensayar una respuesta al respecto.

Negri hizo furor en la Argentina en los días agitados posteriores al 19 y 20 de diciembre del 2001. La idea de una multitud sin predominancia de una subjetividad hegemónica coincidía con el espíritu del activismo de las asambleas barriales y con el sentido de la moda intelectual. Imperio y en menor medida, Gramática de la multitud, de Paolo Virno, se hicieron libros comentados en los más variados ámbitos.

Como cuestionamiento a la izquierda marxista, Negri defendía la construcción de espacios de autodeterminación por fuera de la lucha por el poder estatal, el "éxodo" era la única opción posible frente a un sistema que reformula los desafíos desde abajo y se reconvierte para neutralizarlos. Para no ser fagocitados por la perversa dialéctica de revolución y restauración, había que mantenerse al margen, evitar las mediaciones (la organización en partido) y las transiciones (la lucha por un Estado de nuevo tipo) y realizar el comunismo aquí y ahora. En su momento, el amigo Christian Castillo señaló que ese comunismo aquí y ahora se parecía mucho a la coexistencia con el capital, lo cual disgustaba sobremanera a los "negristas" locales.

El recambio de los gobiernos latinoamericanos por un lado y el unilateralismo yanqui por el otro, dejaron poco y nada del autonomismo de Negri, que pasó a recostarse sobre las alas "progresistas" de la política mundial, abandonando su retórica "comunista" y sus llamados a la organización desde las bases. Pero en este cambio hay, mal que le pese a algunos, una lógica continuidad. La negación de la lucha por el poder obrero y de la organización necesaria para dicha tarea, cuando los gobiernos hacían un culto desembozado de la represión y el neoliberalismo, podía parecer a algunos incautos una expresión de rechazo a toda forma de regimentación del movimiento social. Sin embargo, cuando el Estado, igualmente represor, se presentó con la máscara "progresista" (sin omitir importantes lazos de continuidad con el neoliberalismo), Negri abandonó a la "multitud" en aras de una nueva vieja subjetividad: El Estado como expresión del pueblo, categoría que Negri alguna vez denunció como un engaño para justificar la dominación burguesa. A su vez, el comunismo aquí y ahora dejó lugar al reclamo de más democracia en los marcos de dominación vigentes, ubicándose en cuanto a la denuncia del imperialismo yanqui claramante a la derecha de Chávez.

Aunque Negri aborrece la dialéctica, ha dado muestras de estar prisionero en una de las más elementales. Su pensamiento se ha negado a sí mismo. No resistió siquiera estos cinco años de recambios gubernamentales.

Demostró, en definitiva, que el autonomista no es otra cosa que un reformista que está a la espera del próximo "progresismo".

La pequeñez del tiempo presente (a propósito de La Fe de los traidores de Gabriel Pasquini)



La Fe de los Traidores, primera novela de Gabriel Pasquini, se inscribe en una amplia discusión que se viene dando en la Argentina que combina el balance del proceso de los ’70 con la valoración ética de la violencia revolucionaria y la crítica de “la fe ciega” de la militancia.

El relato comienza con Vittorio, cuadro de la Internacional Comunista, con su mujer y su hijo enfermo a bordo del barco que los trae a la Argentina, barco en el que se despliega una intriga que se irá ampliando y resolviendo en el transcurso del relato, con la experiencia de la revolución rusa como telón de fondo. Esta historia se cruza con la reflexión desde la derrota de un dirigente guerrillero guardado en una isla del Tigre, a la espera del grupo de tareas que nunca vendrá para secuestrarlo.

La novela tiene pasajes que atrapan al lector, como cuando reconstruye el ambiente y los debates del período que va desde la primera guerra mundial a la revolución rusa y la fundación de la III Internacional.

Otro momento a destacar es cuando el guerrillero acompañado solo de su cuaderno de notas, recuerda críticamente al compañero que, en una pobre interpretación de La Condición Humana de André Malraux, pensaba que la pastilla de cianuro era una prueba de heroísmo en lugar de un arma defensiva impuesta por la situación de la lucha de clases. En momentos como esos, la prosa de Pasquini se vuelve ágil y atrayente. Muestra a también que posee un conocimiento de la cultura política de las corrientes que toma como motivo para su novela. Están a su vez muy bien logrados los personajes de los policías secretos italianos que persiguen a los comunistas, anarquistas y socialistas.

Hay otros tramos menos atractivos, como aquel en que un joven anarco rousseauniano intenta educar sin éxito a una suerte de “buen salvaje”, constituyendo un momento un tanto bizarro. Seguramente es posible hacer una crítica del “iluminismo” de ciertas corrientes sin caer en un collage de estas características.

Pero no es nuestro motivo la crítica literaria de la novela, para lo cual sin duda hay gente más idónea, sino el análisis de algunas de sus premisas político-ideológicas. En este plano, La Fe de los traidores reproduce una serie de lugares comunes, que deben ser sometidos a crítica.

Elitismo y vanguardia

El primero es el de la crítica al elitismo vanguardista de las corrientes revolucionarias. Pasquini traza la imagen de una dirección bolchevique obsesionada con la construcción de una élite política como un fin en sí mismo, imbuida de una fe ciega en la inevitabilidad de la revolución y en una identificación de ésta con la supervivencia de la élite. Pasa por alto el carácter de democracia de base que tenía la experiencia sovietista, alentada por los bolcheviques, aunque se viera gravemente limitada por los problemas derivados de la destrucción originada por la guerra civil.

Al hacer esta omisión, Pasquini transforma como constitutivas de la cultura política bolchevique a ciertas medidas tomadas en momentos de extrema tensión (el de la prohibición de los partidos alzados contra el poder soviético y luego la prohibición de las fracciones al interior del propio partido) y deja de lado importantes medidas emancipatorias como la autodeterminación de las nacionalidades, los derechos de las mujeres, el reparto agrario, además de que incluso durante la guerra civil, los mencheviques internacionalistas, los anarquistas y los socialrevolucionarios de izquierda tenían plena libertad de intervención en los soviets, antes de pasar éstos últimos a la acción armada contra el gobierno soviético. Está claro que la novela no es un estudio de la revolución rusa, pero lo que dice no deja de tener implicancias políticas y por ende puede ser sometido a una crítica política.

De un cruce de las historias y los argumentos de la novela se puede sintetizar el siguiente planteo: los bolcheviques se pensaban como la élite de la clase obrera, los guerrilleros radicalizaron esa lectura, transformaron la lucha de clases en una guerra y construyeron al proletariado como un concepto bélico. Pero el “proletariado” realmente existente, el pueblo real no quería élites ni hechos bélicos y los setentistas fueron diezmados. Finalmente, el socialismo se cayó. Aquí la figura de la militante alemana Ulrike Meinhof actúa como metáfora del desencuentro entre la guerrilla y las masas populares en las reflexiones del jefe guerrillero.

Lo que olvida este razonamiento es que los procesos de radicalización del siglo XX tuvieron un alcance masivo y no fueron patrimonio exclusivo de ciertas corrientes con estrategias que efectivamente buscaban sustituir a la clase obrera con su propia acción.

De la inevitabilidad de la revolución a la infalibilidad de los jefes

Un segundo lugar común es la identificación entre el proyecto socialista del marxismo y el régimen encarnado por el stalinismo. El hecho de que sea Vittorio Codovilla, histórico burócrata del PC argentino, uno de los personajes centrales de la novela, deja entrever una visión de continuidad entre el bolchevismo y el stalinismo. La fe en la inevitabilidad de la revolución se transformará luego en la fe en la infalibilidad de los jefes soviéticos. Sin embargo, esta transformación del marxismo en una religión laica, naturaliza el proceso social complejo de la burocratización de la URSS. La recepción acrítica de la visión que el stalinismo tenía de sí mismo como encarnación de la tradición de Octubre se constituye en un límite para profundizar la reflexión sobre el imaginario de la militancia revolucionaria y el fracaso del mal llamado “socialismo real” que es lo que se propone en gran parte La Fe de los traidores.

En esta reflexión el autor traza una supuesta lógica del fanatismo revolucionario: Para sustraerse a los compromisos y pequeñeces de la política democrática, los militantes de los ´70 se involucraron en una idea de cambio revolucionario inmediato, que a su vez los llevó a justificar todos los medios, enlodándose al punto de no saber si son revolucionarios o simples asesinos. En este punto, la novela retoma los ecos del debate de Oscar Del Barco sobre la violencia revolucionaria, incorporando un registro claramente reaccionario.

Los galos de Asterix

Sin embargo, hay una cuestión profunda que La Fe de los traidores deja planteada: ¿Cómo naturalizar las condiciones de la derrota, cuando se han vivido las del ascenso revolucionario? ¿No es efectivamente una traición esa naturalización? ¿Cómo sobrellevar la imposición de estas condiciones ante la imposibilidad de reeditar el pasado? Guillermo Cieza, en una novela que tiene varios años, plantea que para superar la disyuntiva entre ser sobrevivientes o veteranos de guerra, los luchadores derrotados pueden reinventarse en nuevas rebeldías junto a las generaciones que salen a las luchas actuales. Cieza define bellamente a los obreros del Astillero Río Santiago como los galos de Asterix, defensores de una aldea irreductible contra las huestes del Imperio Romano. Lo mismo puede decirse de los obreros de Zanon, cuya lucha ha sido fuente de inspiración para los nuevos sectores combativos de la clase trabajadora que protagonizan importantes experiencias de lucha como en FATE, Mafissa o los campos ajeros de Mendoza.

Las preguntas de La Fe de los traidores pueden tener una respuesta en tanto volvamos a poner en discusión la necesidad de una alternativa revolucionaria al capitalismo, es decir, en tanto superemos el marco ideológico trazado por el propio autor. Y ahí más que una cuestión de fe se trata de ejercitar un realismo elemental. Podemos estar seguros de que el capitalismo creará más degradación y destrucción en la medida en que los habitantes de este mundo sublunar, en el cual los trabajadores somos la amplia mayoría, no impongamos una alternativa. Para esto sólo queda organizarnos, agruparnos, superar el aislamiento que confina lo humano a lo puramente individual y volver a construir la idea de que o salimos de esta colectivamente o seremos fagocitados uno por uno, en pequeños fracasos individuales y también por miles en grandes catástrofes colectivas.

Y aquí es donde la tradición marxista, en lugar de ser el documento de una época pasada, se vuelve un punto de partida para pensar la transformación revolucionaria de este presente pródigo en historias de bolsillo.

Un pobre rol para los intelectuales (Sobre Carta Abierta Neuquén)


El espacio Carta Abierta, encabezado a nivel nacional por el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, que agrupa a los intelectuales afines al gobierno, recibió un duro golpe con la derrota del oficialismo frente a las patronales agrarias. Actualmente, este sector de intelectuales se encuentra preparando un nuevo pronunciamiento, con la idea-fuerza de un gobierno "sitiado" o un "sitio a las políticas democráticas" [1].

Mientras tanto, se constituyó en Neuquén el espacio Carta Abierta a nivel local, motorizado por eduardo Masés y Beatriz Gentile, docentes de la UNCo, ésta última funcionaria de la secretaría de DDHH del gobierno nacional, junto con Humberto Zambón y Osvaldo Pellín, miembros del PS neuquino, alineados con el kirchnerismo, entre otros.

El documento fundacional de Carta Abierta Neuquén propone crear "un espacio de reflexión y debate" para "avanzar en un camino de recuperación y profundización de nuestra vida democrática como en el reconocimiento de una necesaria distribución de la riqueza".

Para encarar estos temas, parten de señalar que: "En estos más de 140 días se ha puesto de manifiesto la existencia de visiones y modelos de país antagónicos que lejos de plantearse sólo como un debate de ideas, ha tensionado y puesto en discusión principios fundamentales de la república y del estado de Derecho".

En primer lugar, debemos señalar que presentar el conflicto entre el gobierno y la patronal agraria como un enfrentamiento entre dos "modelos de país antagónicos" es (por decir lo menos) demasiado generoso con el kirchnerismo, que con su esquema de dólar alto y bajos salarios, favoreció tanto el negocio sojero y la concentración de la tierra como las ganancias de los sectores industriales, manteniendo a su vez la ley videlista que rige el trabajo de los peones rurales. Fue el "modelo de país" del kirchnerismo, en sus lineamientos económicos fundamentales, el que preparó las condiciones para el enriquecimiento y la prepotencia de las patronales del campo. La famosa "redistribución" de la que habla el gobierno nada tiene que envidiar a la codicia sojera: el superávit fiscal se utiliza para mantener el precio del dólar y de los bonos de la deuda por los que el Estado paga altísimas tasas de interés y para subsidiar a la UIA, a las transportistas, etc., entre otras curiosas políticas "redistribucionistas".

Los inicios de la crisis económica internacional empezaron a golpear este esquema y a generar una disputa por el reparto de la renta extraordinaria entre la patronal agraria y el gobierno alineado con la burguesía de la industria y los servicios privatizados. Este es el único antagonismo del que se puede hablar, el de dos sectores patronales en pugna.

Por eso, disfrazar la puja entre dos bandos capitalistas por el reparto de la renta como una lucha entre los que quieren ganar más y los que quieren redistribuir, como hacen los intelectuales de Carta Abierta Neuquén es una manera poco elegante de disfrazar una clara toma de posición a favor del gobierno y sus patronales amigas.

En este sentido, y en la misma sintonía con las denuncias contra el "clima destituyente" que viene realizando el espacio a nivel nacional, los integrantes neuquinos de Carta Abierta toman posición contra "la derecha de mercado que hoy expresada tras la máscaras de las entidades del campo y la de sus aliados circunstanciales, no está dispuesta a resignar su rol de privilegio".

El lock out agrario es de por sí una medida reaccionaria, tanto por sus objetivos (hacer que los exportadores no paguen retenciones), como por el método antipopular del desabastecimiento. Sin embargo, y a contramano de las denuncias sobre el supuesto "clima destituyente", la derecha sojera no definió con la acción directa la pulseada con el gobierno, sino que dejó a ésta en segundo plano y se valió del lobby y el tejido de alianzas al interior del mecanismo parlamentario para torcerle el brazo al kirchnerismo. Es decir, triunfó sobre el gobierno no "contra" la democracia sino utilizando los mecanismos "democráticos" del "Estado de derecho", aprovechando en su favor el intento del gobierno de darle una "salida institucional" al conflicto. El rol reaccionario que ha jugado el Congreso, muestra que la única forma de ampliar los derechos democráticos de las mayorías populares no es reclamando "más democracia" al Estado y sus instituciones sino estructurando una postura de los trabajadores y el pueblo independiente de cualquier sector patronal.

"En este sentido –prosigue la carta- afirmamos nuestro apoyo a las políticas públicas que expresen de manera efectiva, una mayor y mejor redistribución de la riqueza que tienda a eliminar la exclusión social y deje expedito el camino hacia la participación e igualdad de oportunidades". El hecho de que estas supuestas políticas no se puedan nombrar concretamente ni en tiempo presente ¿no es una confesión de partes acerca de que tales políticas no existen? Aquí la carta muestra su lado más débil. Contra la "derecha de mercado", defiende una política de "redistribución" que a párrafo seguido no puede siquiera ser nombrada, mucho menos ejemplificada.

En este aspecto, la Carta Abierta neuquina está un poco por detrás de lo que se viene debatiendo en el mismo espacio a nivel nacional, donde cobra fuerza la idea de que la política social del gobierno "no ayuda a fortalecer las organizaciones sociales" (sic).

Luego de señalar la necesidad de similares políticas para el ámbito provincial, la carta concluye con la necesidad de "crear nuevos lenguajes, abrir los espacios de actuación y de interpelación para avanzar en la constitución de una nueva Argentina y de nuevos imaginarios sociales capaces de superar los viejos y fundacionales mitos identitarios".

¿No será mucho para un espacio que ni siquiera logra enumerar las políticas que dice apoyar?

Finalmente, posibilidades de intervención desde lo cultural e intelectual las hay, de la misma manera que existen formas de unir el quehacer cultural-intelectual a la realidad, pero no apoyando al gobierno, sino en un sentido contrario al esbozado por la Carta Abierta: junto a los trabajadores de la educación y la salud, los mapuches, las mujeres que defienden sus derechos, los estudiantes, los organismos de DDHH que luchan por el castigo a los genocidas en la región y los trabajadores de Zanon que enfrentan las amenazas de desalojo tanto como la política de Sapag de comprar los créditos más grandes y dejar que la fábrica vaya a remate.

La lucha por el castigo a los genocidas y la lucha de los trabajadores y trabajadoras de Zanon, ocuparán una parte central en la agenda política neuquina de los próximos meses.

Allí hacen falta también intelectuales y artistas que logren articular sus saberes específicos con los de los sectores combativos de la clase obrera.

Por eso, nuestra bandera es: Ni con el gobierno ni con "el campo", junto a los trabajadores.

Para poner de relieve la verdad histórica de sus luchas pasadas y redoblar esfuerzos para que triunfen en las del presente

La revolución diplomatizada (Crítica de la concepción estratégica y política de los "gramscianos argentinos")

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Crítica del sindicalismo corporativo (Una polémica con la conducción de Aten y sus defensores)

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Ver también:

Una apología lamentable: http://www.8300.com.ar/spip.php?article1193

Aclaraciones que oscurecen: http://http//www.8300.com.ar/spip.php?article1275

La ilusión gradualista (A propósito del nacionalismo, la retórica socializante y el marxismo en América Latina)

http://www.ips.org.ar/article.php3?id_article=282

Combatir la historia con los puños (A propósito del 67 aniversario del asesinato de Trotsky)


Todas las culturas han creado diversas formas de conciliar la objetividad de las circunstancias con los impulsos de la voluntad humana. Así lo atestigua la variedad de expresiones y saberes sobre el tema en distintas latitudes y momentos históricos. “Ayúdate y Dios te ayudará” dicen los creyentes. Laico y marxista, Gramsci hacía suya la frase de Roman Rolland, “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, pero si nos transportamos al Japón del Siglo XVII, mundo que tiene poco y nada que ver con el nuestro, nos encontraremos con la recomendación de “creer en Buda y las divinidades pero no contar con ellos”.

Estos intentos, afines pero diferentes e incluso contrapuestos entre sí, parecerían abonar la hipótesis de que la necesidad de articular determinismo y voluntad no es solamente un problema teórico, sino sobre todo un problema práctico de alcance universal.

La misma problemática ha cruzado los debates teóricos y políticos en el marxismo.

Cuando Kyo Gisors, sin duda el personaje más atractivo de La Condición Humana de André Malraux discute con el enviado de la III Internacional que no hay que entregar las armas a Chang Kai Shek, argumenta que el marxismo no es sólo la afirmación de una fatalidad sino también la exaltación de una voluntad. Justamente entre esos dos polos oscilaron los debates del marxismo del siglo XX, frente al embate de corrientes ideológicas que cuestionaban por igual el “determinismo” como el “voluntarismo” del marxismo.

Más allá de las interpretaciones unilaterales, el marxismo ha aportado a la cultura de la humanidad, entre otras cosas, una manera de pensar que combina el máximo despliegue de la voluntad humana con una compresión realista de cuáles son las circunstancias objetivas en que debe desenvolverse, dejando de lado las interpretaciones “religiosas” de la realidad, sean estas propiamente confesionales o “laicas”, como las de los defensores acríticos de la democracia capitalista, que proliferaron durante los últimos 25 años. En este y otros aspectos, Trotsky es un referente de primer orden.

Trotsky sostiene en sus Notas sobre Lenin, Dialéctica y Evolucionismo que la contraposición de causas objetivas y fines subjetivos se basa en una incomprensión de las relaciones entre ambos términos. Dado que el fin es un aspecto de la causa, la contraposición citada sería sólo aparente. Sin embargo, esa relación entre “el todo” y “la parte” no conforma un proceso mecánico. No quiere decir que las causas no dejen espacio para los fines, sino que éstos se inscriben en una contexto objetivo más amplio. Ese contexto limita los resultados de la acción humana, impidiendo que resultados y fines sean idénticos. Esta concepción operaba en Trotsky en todos los niveles de su pensamiento. Veamos algunos ejemplos.

En una carta a Sydney Hook, Trotsky debatía contra una visión cientificista ingenua del marxismo:

“Usted dice: ‘De los postulados teóricos de esta ciencia del marxismo resulta que la oposición revolu¬cionaria a la guerra mundial de 1914 era utópica, por¬que la guerra y la psicología de guerra derivaron ine¬vitablemente del conjunto de factores socioeconómicos de la época’. Esta contraposición me resulta incom¬prensible. La lucha contra la guerra sería ‘utópica’ porque la guerra surge inevitablemente de las circuns¬tancias objetivas. En primer lugar, las ideas utópicas también surgen de las circunstancias objetivas. En se¬gundo término, la lucha contra los acontecimientos ‘inevitables’ no es necesariamente utópica, porque los acontecimientos inevitables se encuentran limitados en el tiempo y en el espacio. En el caso particular de la guerra, este acontecimiento históricamente ‘ine¬vitable’ resultó ‘utópico’ para el objetivo que perse¬guía, poner fin al impasse imperialista” [1]

En esta perspectiva, la comprensión de los procesos objetivos es la base y no el impedimento de la voluntad política. Por eso, Trotsky buscaba elaborar una comprensión objetiva del stalinismo en tanto fenómeno de reacción social, impuesto por el retroceso de la revolución a escala internacional, a la vez que una política de oposición activa frente al mismo.

En 1937, en pleno terror stalinista y fascista, escribe una carta a Angélica Balabanof, vieja militante alejada del marxismo desde los años ’20, donde polemiza contra el pesimismo:

“¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños” [2].

Tomar la historia como viene y si es necesario combatirla con los puños. En esa combinación de realismo político y voluntad militante reside lo característico de la condición revolucionaria, de la que Trotsky fue un fiel exponente.

Sin embargo, el trotskismo ha sido caracterizado en no pocas ocasiones como una forma de voluntarismo. Los críticos de Trotsky, muchos de los cuales forman parte a su vez de sus admiradores, encuentran particularmente “voluntarista” la fundación de la IV Internacional.

A los ojos de estos críticos, los años previos a la Segunda Guerra Mundial no parecían muy propicios para querer trastornar el orden del universo.

Pero estas críticas por la supuesta “inoportunidad” de la fundación de la IV Internacional en 1938, parecerían más orientadas por una tentación de nadar con la corriente de la historia que la de librar una lucha sin cuartel contra el fascismo y el stalinismo. No casualmente muchos de los que consideraron inoportuna la fundación de la IV Internacional abrigaron esperanzas en algún tipo de autorreforma del stalinismo en clave progresiva. La IV Internacional, aunque fuera una “internacional de cuadros” y no de masas, era peligrosa para Stalin tanto como su conductor. Por eso Trotsky fue asesinado el 20 de agosto de 1940 por un agente de la policía secreta stalinista.

Pero la guerra, el posterior fortalecimiento del stalinismo y la recomposición del capitalismo en los países centrales durante la segunda posguerra, no jugaron precisamente buenas pasadas a los trotskistas. La propia IV Internacional se dividió en un movimiento de tendencias [3] , que no lograron ser una alternativa al stalinismo. Su disgregación parecería ser, para muchos, la confirmación de su caducidad, debida al pecado original de la inoportunidad de su fundación.

Sin embargo, esta visión soslaya que, pese a los errores y las dificultades, los trotskistas, mantuvieron algunos indispensables hilos de continuidad con la tradición revolucionaria, siendo en la mayoría de los casos los únicos que buscaron independizar a la clase obrera de sus direcciones burocráticas. Por eso, en la actualidad, nadie que pretenda ser escuchado por los trabajadores puede hablar en nombre del stalinismo, mientras las corrientes que se reivindican trotskistas se mantienen activas y en muchos casos con lazos con la clase obrera. Más allá de sus resultados inmediatos, la fundación de la IV Internacional sentó una bandera, hacia el pasado y hacia el futuro. Hacia el pasado, reivindicando las tradiciones de lucha de la clase obrera y el marxismo, pisoteadas por el stalinismo. Hacia el futuro, señalando la perspectiva de reconstruir esas tradiciones con las nuevas generaciones de la clase obrera.

Por eso, militar activamente bajo la bandera del trotskismo, por la derrota del capitalismo, es el mejor homenaje que podemos hacer al gran revolucionario ruso, en un nuevo aniversario de su asesinato a manos de un agente de Stalin, para que las banderas de la IV Internacional se transformen en las de nuestro tiempo presente.


[1] “El marxismo como ciencia”. 11 de abril de 1933, en Escritos (1929-40), www.ceip.org.ar

[2] “Contra el pesimismo”. 3 de febrero de 1937.en Escritos (1929-40), versión electrónica en www.ceip.org.ar

[3] Daniel Bensaïd, dirigente y teórico de la LCR francesa, sostiene que debemos hablar de “trotskismos” utilizando deliberadamente el plural, aunque identifica especialmente la trayectoria de la IV Internacional con la de la corriente de la que forma parte, que a su vez está embarcada en la construcción de “partidos amplios anticapitalistas” sin carácter de clase ni programa revolucionario

Trotsky y el stalinismo



El trabajo de Antonio Daniel Arias “El culto a la personalidad, un legado que aún hace temblar”, publicado en el suplemento Debates del 05/08 intenta indagar en este aspecto de regímenes como el stalinismo y el nazismo. Dicho trabajo contiene, a mi entender, dos defectos principales. El primero es que la crítica del culto a la personalidad, propio del nazismo o del stalinismo es encarada desde una visión que supone que la democracia sienta las bases “para establecer una relación horizontal entre gobernantes y ciudadanos” y alerta contra todo intento de “jerarquización de las relaciones sociales”, como si las relaciones de clase no existieran o no fueran jerárquicas.

Partiendo de este sentido común democrático, el artículo, que dedica una gran parte al totalitarismo stalinista, no explica el surgimiento del mismo. De esta forma, el culto a la personalidad aparece casi como el origen de ciertos regímenes totalitarios y no como un aspecto de ellos. Y aquí se presenta la segunda limitación de los argumentos de Arias: su sentido común democrático es incompatible con una crítica del totalitarismo desde la propia tradición marxista, ya que la misma es crítica a su vez de ese sentido común.

Por eso Trotsky, quien fuera el más profundo y sistemático crítico y opositor al stalinismo, quien señaló que Stalin y Hitler eran “astros gemelos”, apenas aparece mencionado en el suplemento Debates como participante del cumpleaños de Lenin.

Mucho antes de que Kruschev condenara a Stalin para salvar a la casta burocrática, Trotsky desarrolló una perspectiva crítica del stalinismo, luchando por restablecer la democracia obrera de base en los soviets al interior de la URSS, empezando por la legalización de todas las tendencias políticas que defendieran las conquistas de la revolución. Desde esta óptica, Trotsky analizaba en La revolución traicionada el culto a la personalidad impuesto por el stalinismo, no como un producto de la “semilla del mal”, que menciona Arias, sino como parte de un fenómeno de reacción social al interior de la URSS:

“La divinización cada vez más imprudente de Stalin es, a pesar de lo que tiene de caricaturesco, necesaria para el régimen. La burocracia necesita un árbitro supremo inviolable, primer cónsul a falta de emperador, y eleva sobre sus hombros al hombre que responde mejor a sus pretensiones de dominación. La ‘firmeza’ del jefe, tan admirada por los diletantes literarios de Occidente, no es más que la resultante de la presión colectiva de una casta dispuesta a todo para defenderse. Cada funcionario profesa que ‘el Estado es él’. Cada sitio se refleja fácilmente en Stalin. Stalin descubre en cada uno el soplo de su espíritu. Stalin es la personificación de la burocracia. Esa es la sustancia de su personalidad política” [1].

Trabajos recientes como El Siglo Soviético de Moshé Lewin, quien describe en detalle el modus operandi de la burocracia stalinista, avalan los puntos de vista de Trotsky, antes que los de aquellos que intentan analizar los totalitarismos desde una metafísica de las virtudes de la democracia. En este sentido, Trotsky reviste interés no solamente por su profundidad teórica, sino también y sobre todo por su proyecto de un socialismo basado en la auténtica democracia obrera.

06/08/2007

El día que Hegel hizo campaña por Cristina

Horacio González no deja de sorprendernos. Aunque, a decir verdad, ya no sorprende casi nada, porque siempre que escribe en Página/12, lo hace para expresar su conformidad con el gobierno. Esta vez, a propósito de los discursos de la filósofa brasileña Marilena Chauí y Cristina Kirchner, en el cierre del Segundo Congreso Internacional de Filosofía, reunido en la provincia de San Juan la semana pasada, curiosa emulación del Primer Congreso de 1949, en el que Perón pronunciara su discurso “La Comunidad Organizada”.
En la contratapa de Página/12 de hoy, González reivindica a la filósofa que se involucra en la defensa de Lula y a la candidata, que aunque dedicada a la política, se interesa por la filosofía y se declara hegeliana.

Avisen a Jacques D’Hondt

Hacemos abstracción de lo poco “hegeliana” que resulta la bolsa de billetes de la recién renunciada ministra Miceli, porque la nota de González ha sido escrita principalmente para adular a Cristina Kirchner. Ahora bien ¿en qué sentido puede ser hegeliana la candidata presidencial? Para Herzen, la filosofìa de Hegel era el álgebra de la Revolución. Descartamos esa posibilidad por motivos obvios para todos, salvo para el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. Para Toni Negri, es un pensamiento del “poder constituido”. Desde esa perspectiva, la candidata podría no estar tan errada en auto-definirse como “hegeliana”, aunque eso crearía problemas a Toni, que apoya gustoso al gobierno de Kirchner ¡Qué embrollo!

Creo que en realidad, la señora Kirchner podría ser hegeliana, más allá de sus probadas o inexistentes credenciales filosóficas, en un sentido muy preciso: el progresismo del kirchnerismo es un discurso que nace, se despliega y se autodesarrolla sobre sí mismo y en sí mismo, frente a su práctica política real cuyo resultado conservador sus protagonistas conocen de antemano. Pero incluso en este aspecto, podríamos decir que los K conocen pero no reconocen su “hegelianismo”. Dicho sea de paso, no está de más aclarar que el pensamiento de Hegel es una importantísima conquista cultural de la humanidad y por suerte no es asimilable a sus usos más decididamente bizarros.
Pero si insiste, le dejamos a González la tarea de sugerirle a Jacques D’Hondt (quizás la persona viva que más conoce la Fenomenología del Espíritu en el mundo) que incluya al elenco gubernamental en su base de datos...

“Una cita ahí...”

González sostiene una interpretación de la filosofía como “filosofía de las citas”. Se trata de escoger imágenes y palabras adecuadas, para trazar filiaciones históricas y culturales, en un contexto político donde texto y contexto de la filosofía tienen significativos desencuentros ¿Qué resultado obtenemos? El neoliberalismo había decretado el “fin de las ideologías”. El kirchnerismo reivindica las “ideologías” manteniendo lo esencial de la obra neoliberal y González se postula como el que busca y proporciona las citas. Pero Kirchner no es Perón, Cristina no es Evita, González no es Carlos Astrada y la Repsol no suscribe “La Comunidad Organizada”.
No obstante esto, hay un efectivo “hegelianismo” en González. No se confunda el lector. No nos referimos a la copia por González de párrafos enteros de la Fenomenología del Espíritu en su librito La Crisálida, para decir al final del libro que omite las comillas para evitar barreras entre texto que cita y texto citado. Nos referimos a aquello más negativo que tiene el hegelianismo: la práctica del quehacer filosófico como elemento de reconciliación conservadora con la realidad.

Espíritu de época

En una cosa tiene razón González: Hegel explicó muy bien cómo las épocas pesan sobre los individuos. En eso, González también es “hegeliano”. Sigue con absoluta devoción el mismo camino de adaptación a la democracia capitalista que otros miembros de su generación, intentando mantener discursivamente lo que políticamente ya se ha abandonado. Si no estuviera tan contento con su rol de adulador gubernamental podríamos decir, con Hegel, que González es una “conciencia desgarrada”, conciente de su propio desgarramiento. Pero no llegaremos a tanto. Dejaremos a González hacer campaña por su candidata, sin colgarle etiquetas que le quedan grandes.

Neuquén, 16/07/07

Una postal de decadencia (Otra vez sobre Horacio González y el gobierno de Kirchner)


La columna de opinión publicada en Página 12 por Horacio González el pasado 25 de Mayo, es una digna pieza intelectual de la era kirchnerista. Quizás hasta se transforme en un resto pampeano, que mirarán sorprendidas las próximas generaciones, como un notable documento de decadencia intelectual.

En efecto, desde Lugones dictando las conferencias de El Payador al gabinete ministerial o Astrada aleccionando a la Marina con su Sociología de la guerra y filosofía de la paz, la figura del intelectual portador de saberes que los gobernantes necesitan pero no poseen, fue puesta en crisis por la llamada “traición Frondizi” primero, luego por la radicalización de los ’70 y finalmente, dictadura y derrota mediante, mutó a la figura de dudosos “think tanks” de consejeros y escritores de discursos edulcorados (El grupo Esmeralda con Alfonsín, Sarlo con Fernández Meijide) y lisos y llanos alcahuetes.

Horacio González se debate, desde que asumió Kirchner, entre estas últimas figuras de dudoso buen gusto. Hace cuatro años que González, con notoria Lealtad, le pide a Kirchner que haga cosas que éste no tiene interés en hacer: ahora ampliar la “diferencia” con el pasado reciente argentino que supondría su gestión. Para esto, nuestro ilustre director de la Biblioteca Nacional recurre a toda clase de eufemismos para dibujar un Kirchner acorde a sus fantasías.

Para hablar “en criollo”, la “diferencia” de González quiere decir que Kirchner es distinto de los que gobernaron antes. Tan distinto que es nuestro pasaporte a un futuro de reparaciones. Un argumento insuficiente por no demostrado para utilizarlo de premisa para la adulación, pero que en la imaginación de González adquiere ribetes de una épica desgarbada y teratológica.

Por ejemplo: “Parecía venir de un destierro, aunque había hecho largamente una política en provincias, problemático pago chico en el cual no mostró los arranques que pronto exhibiría.” Indudablemente es más recomendable a los fines apologéticos decir que Kirchner “parecía venir de un destierro” que decir efectivamente de dónde venía: Por ejemplo de ser un activo operador, junto con Manzano, para que las provincias productoras de hidrocarburos presionaran en pro de la privatización de YPF, de pagarle 161 pesos de básico a los maestros o un poco más de 50 pesos a los municipales durante 17 años. Sería bueno que, además de embelesarse con el ojo cerrado del presidente, González leyera los diarios, si es posible con los dos ojos abiertos...

Pero nuestro adulador oficial prosigue “Esa diferencia se notó, desde luego, en el campo de los derechos humanos, como si lo esencial de lo que hubiera que hacer surgiera de una reparación largo tiempo postergada y que ahora era posible mentar. El Presidente cuidó esa diferencia, que era una diferencia basada en una exigente interpretación de la historia argentina, que llevaba también a autocontener la represión policial, mínima novedad que espíritus exquisitos pudieron desdeñar pero que marca un viraje necesario en el país de la Semana Trágica, de la represión en las tinieblas o del sangriento diciembre del 2001”.

Esa “diferencia en el campo de los DDHH” muy notoria en lo discursivo, se demostró muy poco “diferente” a la hora de dar respuesta al reclamo de aparición con vida de Jorge Julio López. Las denuncias realizadas por los organismos nucleados en Justicia Ya! son más que elocuentes. Entre otras situaciones escandalosas, la policía se basó para “buscar” a López, en las declaraciones de un hombre que dijo conocer a una adivina que de noche se transforma en águila y volando desde Perú vio a Julio López en una estancia. El gobierno no desconoce estos y otros hechos aberrantes del desempeño policial en la causa, pero nada hace para que sea “diferente” ¿O será que González basa su valoración del gobierno en informes dados por la misma señora que vuela por las noches? Sobre gustos...

Por su parte, la “diferencia que llevaba a autocontener la represión policial” no resultó ser tal a la hora de llenar de gendarmes la localidad de Las Heras o las escuelas de Santa Cruz, o de acusar a los docentes santacruceños de que se “autoagredían” ¿O será que en el mundo imaginario de los kirchneristas donde hay “autocontención” policial, los manifestantes se reprimen solos? La propia actitud represiva en Santa Cruz habilitó la represión de Sobisch en Neuquén. Pero estos son detalles demasiado prosaicos para el poético González.

La “diferencia” resiste todo: las alianzas con la llamada “vieja política”, el rol funcional a EEUU respecto de los pedidos de captura de funcionarios iraníes, la curiosa “redistribución de la riqueza” a favor de las petroleras y el lobby sojero, el caso Skanska con De Vido omnipresente, entre otras cosas.

Por eso nuestro adulador concluye llamando al gobierno a apelar al pueblo, queriendo en realidad llamar al pueblo a apoyar al gobierno: “Aquella inaugural diferencia, Presidente, es necesario mantenerla y ampliarla. Pero a esa diferencia que se mantiene es necesario reponerla con nuevos y efectivos llamados. A las palabras justas, sobran los que están dispuestos a escucharlas para ampliar la diferencia en la tarea colectiva”.

Esta curiosa épica de bolsillo, en la cual el gobierno y los trabajadores y el pueblo estaríamos hermanados por una dudosa “tarea colectiva” no puede sorprender a nadie. Un importante sector de la intelectualidad argentina ha hecho del transformismo un estilo de vida, de forma tal que las actitudes simiescas otrora propias de la intelectualidad de cuño “gorila” se han extendido a los nuevos cortesanos intelectuales del kirchnerismo.

De esta forma, González ha sumado un nuevo personaje a los clásicos actos recordatorios del 25 de Mayo. Ese personaje es el adulador gubernamental bizarro, que a decir verdad ya forma parte de la tradición nacional, casi al mismo nivel que la improvisada, pero no menos útil y por todos nosotros aprovechada, costumbre de atar con alambre.

Lo distintivo es que, llevando hasta el absurdo la idea de Marx de que a la tragedia sucede la farsa, los aduladores vienen cada vez con contenidos más insólitos a medida que pasan los gobiernos y que ciertos intelectuales se van poniendo grandes.

27/05/07

Lamentables Consejos (A propósito de la desaparición de López, el gobierno de Kirchner y Horacio González)




La desaparición de Jorge Julio López ha encontrado a los intelectuales argentinos con el pie cambiado.

Aquellos que, como Oscar del Barco, se pasaron a una abierta defensa de la teoría de los dos demonios, difícilmente puedan en voz alta atreverse a equiparar a Julio López con la patota policial o parapolicial que seguramente es responsable de su desaparición. Este hecho demuestra el carácter absolutamente reaccionario de aquellas posiciones que, en pos de condenar toda forma de violencia en general, equiparan a las víctimas del terrorismo de Estado con sus victimarios. Pero esa es gente que, con todo respeto y con perdón de la expresión, está más para el arpa que para la guitarra. Los verdaderos guitarreros son los intelectuales afines al gobierno. Veamos por qué.

La condena desde el propio Estado de la teoría de los dos demonios, ensayada por el gobierno (lo que no impide por su parte que se aplique dicha teoría a situaciones como la del Hospital Francés, procesando por igual a los barrabravas enviados por ellos mismos y a los trabajadores) llevó a un amplio sector de intelectuales a reivindicar la política de DDHH del gobierno como una suerte de “reforma moral e intelectual” gramsciana.

La “redención del pasado” se suponía completamente independiente del pragmatismo capitalista, practicado en el presente por el elenco gubernamental. Se presentaba así una operación de recomposición de la autoridad estatal como la flor y nata de la reconstrucción de la memoria nacional.

Ahora bien, la desaparición de López puso en cuestión justamente el núcleo de ese razonamiento. No se trata únicamente de una ramplona contradicción entre una política de DDHH “de izquierda” y una política económica “de derecha”. Este hecho puso de relieve las contradicciones propias de la política gubernamental de DDHH como tal. Sucede que el problema de la impunidad no es una cuestión de construir un discurso más “a la izquierda” sobre el pasado, mientras en el presente se garantiza la impunidad del 95% de los genocidas ( no en vano los letrados kirchneristas se retiraron de la querella contra Etchecolatz por no compartir la estrategia de reclamar que se aplique la figura de “genocidio” ) y se hace lo más posible para que el tema López desaparezca de los medios.

En este contexto, los apologistas del gobierno encontraron un argumento “enternecedor” pero de dudosa calidad: no se trata de achacarle la responsabilidad al gobierno, sino de construir consensos mínimos contra aquellos derechistas que se ubican por fuera del sistema democrático para actuar toda la sociedad (incluido el gobierno) en bloque. Además de que es una de las políticas con más yeta de la historia, esconde de por sí una trampa. La trampa es la de diluir la continuidad del aparato represivo del Estado y ubicar al gobierno de este lado de la línea del enfrentamiento.

La marcha imaginaria de Horacio González

Horacio González, escribió un artículo en la revista Debate del 19/10/06 (a un mes y un día de la desaparición de López) donde señala que a partir de aquí se abría en el presente una situación que la sociedad argentina daba por superada. En una tónica similar a Wainfeld de P 12, González propone una “respuesta rápida, elaborada con nuevos lenguajes sobre la historia reciente, y que nos vea a todos, los de la población sin más, en una gran marcha de miles de miles, encabezada por las autoridades nacionales máximas, por las autoridades morales del país, por los organismos de derechos humanos y por los políticos de todas las corrientes, como prueba de que la sociedad argentina quiere pasar libremente al próximo capítulo de su existencia sin el estropajo, sin el atascadero de los criminales redimidos que ahora vendrían a pedirnos amor por darnos seguridad”. (negrita en el original)

Efectivamente hubo una respuesta rápida, pero no de parte del gobierno sino del espacio Memoria, Verdad y Justicia, que organizó las movilizaciones por la aparición con vida del compañero López. Mientras, las “autoridades nacionales máximas”, que González llama a encabezar una gran marcha, hicieron lo siguiente: primero intentaron hacer aparecer el hecho como el extravío de un hombre mayor que habría tenido un shock emocional, después mandaron a Hebe de Bonafini a embarrar la cancha, desplazando la sospecha de la policía bonaerense hacia la víctima, después participaron de una movilización mientras diluían su propia responsabilidad en el hecho y por último directamente no hablaron más del tema. Esta debe ser una lección para todos aquellos que consideran el secuestro de López como algo perpetrado esencialmente contra el gobierno. El gobierno parece no opinar lo mismo, o más bien parece opinar que lo que más lo perjudica es que se sepa la verdad de lo que pasó, si prestamos atención a lo poco que ha hecho para esclarecer el tema, lo mucho que hizo para crear confusión y para que se vaya diluyendo.

Pero junto con la propuesta de coyuntura, González plantea en ese artículo una visión del rol que tiene que tener el gobierno frente al problema de la impunidad “El actual gobierno debe ser mediador conceptual e histórico, lo que significa mantener la acción de la Justicia sobre los crímenes cometidos por funcionarios clandestinos o no del propio Estado. De ahí la compleja fórmula del Presidente: hablar desde el Estado actual para ofrecer reparaciones por lo que hizo el modo terrorista del Estado histórico anterior. Y también refinar la lengua hablada para referir esos episodios, que debe ser lengua que hable sobre los cuerpos desaparecidos, no con el léxico que les insufló la verdad de una época sino con el que es propio para la conciencia de todas las épocas (...) para superar recordando el lenguaje de los que lucharon” (subrayado en el original)

Efectivamente, el gobierno se ubica desde el Estado argentino y por eso justamente puede “ofrecer” reparaciones o “mantener la acción de la justicia sobre los funcionarios de la dictadura y afines” pero no puede liquidar la continuidad del aparato represivo, expresada en cientos y miles de efectivos que han formado parte “del modo terrorista del Estado histórico anterior” y siguen en funciones. Aquí el gobierno viene intentando “superar recordando” no el lenguaje de los que lucharon (del que no le queda ni un vocablo) sino la política de “reconciliación” de los gobiernos anteriores. Porque aunque no proponga torpemente la reconciliación directa con los genocidas, convive con la permanencia de muchos de éstos en funciones y se propone recomponer el prestigio de las FFAA y de seguridad, presentándolas como “limpias” de represores producto de su política, cuando esto es falso. En este punto no hay “mediación” posible. O se está por la disolución del aparato represivo o por mantener algún nivel, mayor o menor, velado o desembozado, de impunidad.

Y aquí volvemos a la clásica discusión de González: apoyar la política del gobierno, pero exigirle un discurso más refinado, menos Plan Marshall y más Irigoyen y Perón, menos “setentismo” y más “universalismo” y “humanismo”. Efectivamente, hay una contradicción entre el discurso y la política gubernamental, pero es la opuesta a la que supone González. No es una contradicción entre un supuesto contenido novedoso de su acción política y una falta de conceptualizaciones acordes, sino una contradicción entre la reivindicación del pasado y su negación en el presente, lo cual pone límites estrictos a los alcances discursivos de esa reivindicación. Y esa contradicción se expresa hoy en que para “el gobierno de los DDHH” el compañero López no es otra cosa que el motivo de un gran silencio. Por eso las palabras de González, más que una intervención pública de un intelectual comprometido con los problemas de su tiempo, constituyen una suma de lamentables consejos.

La única forma de “superar recordando el lenguaje de los que lucharon” no es postulando al estado burgués como el agente de cambio histórico (eso es degradar el lenguaje de los que lucharon) sino manifestarnos en las calles contra los ataques reaccionarios a los trabajadores y el pueblo y bregar porque la clase obrera adquiera una ubicación independiente del actual gobierno, que le habrá dado a González un cargo público, pero tiene como sus principales beneficiarios a los grandes grupos capitalistas. Por eso, no debemos cejar en la movilización por la aparición con vida de Jorge Julio López, y la disolución del aparato represivo. Por eso, los que venimos movilizándonos por la aparición con vida del compañero López, tenemos que poner en pie una Asamblea Nacional contra la impunidad, para dejar completamente claro que los trabajadores y el pueblo nos plantamos contra los fachos y también contra la política oficial de dejar a nuestro compañero en el olvido.

18/11/2006

Ideología y Política de los intentos de Relegitimación estatal

http://www.ips.org.ar/IMG/pdf/05_Ideologia_y_Politica_de_los_intentos_J._DalMaso.pdf

Los mitos de la colonización y la revolución de Mayo (A propósito de Milcíades Peña y Liborio Justo)


Un nuevo regreso de la historia

Entre las muchas cosas que las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 pusieron en cuestión está, sin duda, la aceptación pasiva de la historia argentina tal cual fue elaborada por la clase dominante. La vuelta de la idea de que la historia y la política (mal que le pese al ilustre historiador Romero) se hacen en la calle, dio un formidable impulso a la reflexión sobre nuestra historia pasada, en busca de claves de interpretación de nuestra historia presente.

Aunque la visión que prima es de tipo “progresista” y no marxista, el fenómeno masivo de interés por la historia argentina es una expresión sin duda mediada, en el terreno ideológico y a nivel del sentido común de un sector de masas, de “lo que quedó” de aquellos agitados días del 2001.

Aquí surge una novedad y un antagonismo. Por un lado obras como las de Felipe Pigna, de un marcado carácter de divulgación son elevadas a la categoría de best-seller por un ávido público de lectores (algo similar ocurrió con Argentinos del periodista Jorge Lanata); por otro, los historiadores profesionales dejan ver su profundo desprecio por aquellos autores, a los que consideran no avalados por suficientes pergaminos académicos.

Sucede que mientras los “divulgadores” plantean en trazos gruesos un intento de explicar de conjunto la historia nacional, por la vía de buscar en el pasado la génesis de la “decadencia argentina”, los historiadores académicos han hecho un culto del detalle, muy poco atractivo para el lector promedio (si es que tal cosa existe) que los ha imposibilitado de construir una visión totalizadora de la historia argentina.

En este contexto es que consideramos de suma importancia estudiar, comentar e intentar mejorar los desarrollos historiográficos marxistas de los trotskistas argentinos para construir una tradición de pensamiento marxista revolucionaria, independiente de todos los proyectos burgueses semicoloniales dominantes hasta la actualidad en la historia de nuestro país.

Tomaremos fundamentalmente a Liborio Justo y a Milcíades Peña. Ambos son importantes figuras del movimiento trotskista de nuestro país. El primero jugó un papel central en la formación de los primeros grupos militantes del trotskismo argentino y en el debate sobre el problema de la liberación nacional. El segundo integró las filas de la corriente morenista, dirigiendo la revista Estrategia, en la que escribieron destacados intelectuales marxistas y no marxistas opositores a la “Libertadora”, rompiendo luego con dicha corriente. En los sesenta dirigió la Revista Fichas, reconocida por investigadores de la historia intelectual de esos años como Oscar Terán. Mientras Liborio Justo no tiene “herederos”, las elaboraciones de Milcíades Peña son reivindicadas por un espectro amplio, que va desde los retazos de la corriente morenista hasta el bibliotecario de Kirchner, Horacio Tarcus.

I. La colonización y la formación económico-social de la colonia

Nahuel Moreno y Milcíades Peña contra la tesis de la "colonización feudal"

En “Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa” (1957) Nahuel Moreno señalaba los fundamentos de la posición Moreno-Peña en torno de la colonización de América:

La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América, fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así, como los colonizadores para explotar capitalísticamente a América se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalistas: la esclavitud o una semi-esclavitud de los indígenas. Producción y descubrimientos por objetivos capitalistas; relaciones esclavas o semiesclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo), son los tres pilares en que se asentó la colonización de América.

Más adelante Moreno sostenía que Marx ya había señalado que en aquellas colonias que, a diferencia de Australia y EE.UU., no estaban pobladas por colonos dedicados a la agricultura “existe un régimen de producción capitalista, aunque sólo de un modo formal puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado, que es la base de la producción capitalista. Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de negros. El sistema de producción introducido por ellos no proviene de la esclavitud, sino que se injerta en ella. En este caso, el capitalista y el terrateniente son una sola persona”. Por último, Moreno señalaba algunos elementos más para caracterizar la colonización de la América Española, incluyendo nuestro país:

a) la mano de obra indígena no tiene carácter de siervo, trabajador agrario pegado a la tierra, sino fuerza de trabajo en manos de dueños españoles que la contratan al mejor postor. En ese sentido hay un ejército de trabajadores y un mercado de trabajo rudimentario y ‘sui generis’, ya que se contrata libremente pero entre dueños de empresas y dueños o semidueños de hombres [...] b) Desde un principio la colonización se hace para buscar o producir productos para el mercado mundial, o como mínimo, para el mercado virreinal. La producción intensiva de uno o unos pocos productos es lo característico, en oposición a la autosuficiencia feudal [1].

En Antes de Mayo, Milcíades Peña fundamenta aún más esta posición.

La pequeña economía agraria y el artesanado independiente -indicó Marx- forman en conjunto la base del régimen feudal de producción. El régimen feudal en la agricultura supone que el señor no puede explotar toda su tierra por sí mismo o por un administrador, entonces concede parcelas a los campesinos, que se convierten en pequeños propietarios, pero sometidos a una multitud de censos y apretados por lazos personales innumerables. [...] Ahora bien, el sistema de producción que los españoles estructuraron en América era francamente opuesto a esta estructura básica del feudalismo. Si alguna característica bien definida e incuestionable es posible encontrar en la economía colonial es la producción en gran escala (minas, obrajes, plantaciones) para el mercado. Desde los primeros tiempos hasta nuestros días ella condiciona toda la actividad productiva.

Peña continúa su argumentación “Pero -se dirá- aunque la sociedad colonial producía para el mercado, las relaciones de producción de donde brotaba la mercancía (es decir, las relaciones entre los trabajadores y los propietarios de los medios de producción) eran feudales, puesto que se basaban en la sujeción personal del trabajador. El error de este criterio reside en que la servidumbre no era el régimen predominante en la colonia”. Aquí Peña cita a Sergio Bagú, en cuyas investigaciones se apoyaban tanto él como N. Moreno, “en las colonias españolas predominó la esclavitud en forma de salario bastardeado, siendo de menor importancia la esclavitud legal de los negros y el salario libre”. Sigue Peña:

Bien entendido, no se trata del capitalismo industrial. Es un capitalismo de factoría, ‘capitalismo colonial’, que a diferencia del feudalismo no produce en pequeña escala y ante todo para el consumo local, sino en gran escala, utilizando grandes masas de trabajadores, y con la mira puesta en el mercado; generalmente el mercado mundial, o, en su defecto, el mercado local estructurado en torno a los establecimientos que producen para la exportación. Estas son características decisivamente capitalistas, aunque no del capitalismo industrial que se caracteriza por el salario libre [2].

En este contexto, para Peña las imposiciones extraeconómicas sobre los indígenas, si bien reproducían formalmente aspectos feudales, no modificaban el conjunto de la estructura capitalista del régimen colonial. Hasta aquí lo esencial de la tesis del capitalismo colonial defendida por N. Moreno y M. Peña. Vayamos a la posición de Liborio Justo.

Liborio Justo: feudalismo y dualismo

Liborio Justo polemizará directamente contra los argumentos de Peña y Moreno, pero no directamente contra éstos sino a través de Sergio Bagú, cuyas investigaciones, como ya vimos, aquellos tomaban como comprobación de sus elaboraciones. Por eso podemos tomar la polémica de Justo contra Bagú como una polémica contra la posición de la corriente morenista. En el primer tomo de Nuestra Patria Vasalla, Liborio Justo, sostiene:

Como aceptar la existencia de un pretendido capitalismo colonial significaría para las colonias españolas en América -sometidas al yugo del monopolio comercial de la Corona, que se debatían, en su mayor parte, en la miseria dentro de rudimentarios medios de producción y que se veían asfixiadas por la Inquisición- un grado de desarrollo económico que nunca tuvieron y que, de haber existido, las hubiera colocado, tal vez, a la vanguardia del ciclo capitalista mundial, lo cual, desde luego, es absurdo, conviene detenerse un momento en ello. Empecemos por aclarar que la apropiación del sobretrabajo en la producción de valores de cambio no es privativo del capitalismo moderno y que el capitalismo en su doble forma de capital mercantil y capital usurario ha existido desde la antigüedad, constituyendo, al decir de Marx, ‘formas antediluvianas del capital’.

Luego de una larga cita de Marx, Justo retoma un planteo de Engels en el Anti-Dühring: “Sólo a partir del momento en que el producto de este plustrabajo revista la forma de plusvalía, en que el propietario de los medios de producción se enfrenta con el obrero libre -libre de trabas sociales y libre de bienes propios- como objeto de explotación, explotándolo para la producción de mercancías: sólo a partir de entonces asumen los medios de producción, según la teoría marxista, el carácter específico de capital [...] De manera que, desde el punto de vista marxista, hay que descartar por completo la peregrina teoría del ‘capitalismo colonial’”.

Desde esta perspectiva es que Liborio Justo sostiene la tesis de una combinación dualista de feudalismo y capitalismo comercial:

Ahora bien, dentro del conjunto del imperio colonial de España, y aún dentro del de Portugal, en el Nuevo Mundo, la zona del Río de la Plata tenía un carácter único que es necesario volver a recalcar. Fuera de ella, en todos los virreinatos y capitanías la clase principal era la afincada en la tierra o poseedora de minas, erigidas en aristocracia poderosa y dominante [...] Algo análogo ocurría en el Perú y en el Alto Perú, donde la aristocracia estaba asentada en la propiedad de la tierra y en parte, también, en la posesión de minas. [...] En cambio, en el Río de la Plata, la ausencia de minas y la bravura de los indios que lo habitaban, que provocó el fracaso de las encomiendas, así como la abundancia de tierras, que poco valían, hizo que la sociedad fuera completamente distinta, ya que en ella no existía aristocracia. [...] El factor preponderante en el Río de la Plata, como dijimos, fue el comercio, y la clase dominante en Buenos Aires, los comerciantes. [...] Esta particularidad favoreció la evolución de la sociedad colonial rioplatense, sobre la base del desarrollo de un capitalismo comercial floreciente, que emergía dentro de un cuadro general de decadencia del feudalismo del Interior y del resto de las colonias hispanas de América” [3].

Problemas que surgen de ambas posiciones

Empecemos por la lectura de Liborio Justo que es sin duda la más problemática de ambas. Liborio Justo sostiene que
a) Solamente se puede hablar de capitalismo cuando existe un ejército de trabajadores libres (de toda posesión de medios de producción y de toda traba extraeconómica propia del feudalismo) asalariados frente a la clase propietaria de los medios de producción. Al no existir en las colonias españolas tal situación, la tesis del capitalismo colonial sería errónea.
b) Que en la mayor parte de las colonias existía una clase dominante ligada a la explotación de la tierra a través de mecanismos de coerción extraeconómica de los indígenas y sólo en segundo plano ligada a la explotación de las minas.
c) Que en Bs. As. existía un capitalismo comercial floreciente en un contexto de feudalismo decadente en el interior.

Intentaremos analizar los tres aspectos detalladamente. En líneas generales, toda la argumentación de Liborio Justo se basa en un error metodológico, que es el de confundir diversos niveles de abstracción de la teoría marxista. Porque el modelo teórico de la formación del capitalismo que Marx y Engels tenían en mente se basaba fundamentalmente en el capitalismo europeo y en especial inglés, en el cual la expropiación de los campesinos fue la base de la formación del proletariado asalariado urbano. Que Marx enfatizara aquello que distinguía cualitativamente al capitalismo respecto de formaciones económico-sociales anteriores, no implica de ninguna manera que sostuviera que la propia historia del capitalismo adquiriera en todo momento y lugar los contornos de su modelo teórico. A su vez, Marx y Engels consideraban la colonización de América como el primer paso de la formación del mercado mundial, consolidada con el desarrollo de la gran industria moderna. En el Manifiesto Comunista señalaban: “La gran industria ha producido el mercado mundial, preparado ya por el descubrimiento de América” [4].

En un conocido pasaje de El Capital Marx refuerza y precisa esta idea: “El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la incipiente conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Esos proceso idílicos constituyen elementos fundamentales de la acumulación originaria” (subrayado nuestro) [5].

En otro pasaje de El Capital Marx señalará “No cabe duda alguna -y precisamente este hecho ha suscitado concepciones enteramente falsas- de que en los siglos XVI y XVII las grandes revoluciones que tuvieron lugar en el comercio con los descubrimientos geográficos y aceleraron enormemente el desarrollo del capital comercial, constituyen un elemento básico en la promoción del tránsito entre el modo feudal de producción y el modo capitalista. La súbita expansión del mercado mundial, la multiplicación de las mercancías circulantes, la emulación entre las naciones europeas, afanosas por apoderarse de los productos asiáticos y de los tesoros de América, el sistema colonial, coadyuvaron esencialmente a derribar las barreras feudales que obstaculizaban la producción” [6].

Engels por su parte sostenía que aquella había sido “la época de la caballería andante de la burguesía” pero “sobre una base burguesa y con fines en último término burgueses”. En otro texto señala el carácter burgués de las empresas colonizadoras:
Hasta qué punto el feudalismo, a fines del siglo XV, estaba ya socavado y carcomido en sus entrañas por el dinero, se pone patentemente manifiesto en la sed de oro que por esa época se enseñorea de Europa. Oro era lo que buscaban los portugueses en las costas africanas, en la India, en todo el Lejano Oriente; oro era la palabra mágica que impulsaba a los españoles a cruzar el Atlántico, rumbo a América; oro era lo primero por lo que preguntaba el blanco cuando hollaba una playa recién descubierta. Pero ese afán de salir hacia lo lejos en busca de aventuras para buscar oro, por más que en sus principios se realizara bajo formas feudales y semifeudales, en sustancia era ya incompatible con el feudalismo, [subrayado nuestro] que se fundaba en la agricultura y cuyas expediciones de conquista apuntaban esencialmente a la adquisición de tierras. Fuera de ello, la navegación era un quehacer decididamente burgués, que ha impreso su carácter antifeudal también a todas las flotas de guerra modernas [7].

Hasta aquí las citas, que sabrá disculpar el lector. Vemos entonces que Marx y Engels consideraban la colonización de América como un proceso fundamental en la acumulación originaria del capital, por su impulso a la conformación del mercado mundial bajo hegemonía del capital comercial y por su impacto en la economía del viejo continente. Marx señala que este proceso acelera el tránsito europeo del feudalismo agonizante al capitalismo. Engels sostiene que más allá de ciertas formas feudales o semi feudales, la sustancia o el contenido de la colonización es de carácter burgués, empezando por la navegación misma.

Se podrá objetar que Marx y Engels estaban más interesados en el impacto de la colonización sobre el Viejo Continente que en analizar el carácter de la formación económico-social de la colonia. Sin duda. Pero sus análisis, aunque sean incompletos desde ese punto de vista, constituyen un sólido punto de partida porque ubican el proceso de colonización dentro del marco internacional de la economía mundial en formación.

Solamente atendiendo al significado internacional de la colonización, se la puede comprender como parte de un proceso de conjunto, dirigido con objetivos capitalistas. Este punto de vista se encuentra totalmente ausente en Liborio Justo, lo cual constituye un segundo error metodológico que lo aleja de la perspectiva marxista y a su vez lo imposibilita de captar la combinación original que expresan las colonias americanas.

Y aquí es donde la teoría del desarrollo desigual y combinado elaborada por Trotsky juega un papel fundamental. Esta es la teoría que Liborio Justo ni siquiera toma en cuenta, cuando afirma que aceptar la existencia del capitalismo colonial “significaría para las colonias españolas en América [...] un grado de desarrollo económico que nunca tuvieron y que, de haber existido, las hubiera colocado, tal vez, a la vanguardia del ciclo capitalista mundial, lo cual, desde luego, es absurdo”.

En las colonias americanas el desarrollo desigual y combinado significa que dicha formación económico-social produce en gran escala para el mercado mundial valiéndose de relaciones precapitalistas o presalariales. De esta situación aberrante pero no menos real intenta dar cuenta la tesis del “capitalismo colonial”, que analizaremos más adelante.

La segunda afirmación se relaciona directamente con la primera, e implica un segundo error. Siguiendo con el errado método de analizar la formación colonial en sí misma, Liborio Justo se contenta con señalar que la clase predominante no eran los comerciantes sino la aristocracia. Si no hay mercado libre de trabajo y hay aristocracia terrateniente, luego hay feudalismo, es el razonamiento implícito de Justo.

Pero a la vez, citando a Humboldt, señala que la aristocracia mexicana compraba tierras con las riquezas extraídas de la explotación de las minas. Estamos en presencia de “señores feudales” que territorializan la ganancia extraída de la explotación de los nativos americanos en establecimientos que producen fundamentalmente para el mercado mundial.

Ese “feudalismo” resulta tan parecido al capitalismo, que la única conclusión posible es que Liborio Justo experimentaba una gran confusión en este punto.

La tercera afirmación es la conclusión lógica de todo lo anterior. Sólo desde un esquema dualista se puede hacer convivir el “feudalismo” del conjunto de la colonia con el “capitalismo floreciente” de Bs. As., sin liquidar la tesis de la colonización feudal. De esta manera Liborio Justo se aleja de Trotsky y se acerca a Ernesto Laclau, que en su polémica con A. G. Frank, desarrollaría similares argumentos en defensa de la tesis del feudalismo colonial [8].

En cuanto a la tesis del capitalismo colonial podemos resumirla como sigue:
a) El carácter, los objetivos y los resultados de la colonización de América fueron esencialmente capitalistas: la producción en gran escala para el mercado mundial.
b) Esto último es lo que caracteriza la formación económico-social de la colonia, que se puede definir como un capitalismo de factoría o capitalismo colonial, donde la producción para el mercado mundial se basa en relaciones presalariales o precapitalistas.
c) Los “rasgos feudales” expresados en diversas formas de coerciones extraeconómicas y en las formas de la legislación colonial no modifican en lo esencial el carácter capitalista de la estructura en su conjunto. Las investigaciones históricas desarrolladas paralelamente y en las décadas siguientes a la publicación del texto de Moreno y la elaboración de los textos de Peña, permiten profundizar en las características específicas de los procesos de colonización y explotación de las colonias americanas a, la vez que poner de relieve las relaciones de dichos procesos con la formación del capitalismo en el viejo continente.

En primer lugar, las herramientas fundamentales del capitalismo comercial como la banca de depósito, la letra de cambio, las redes de los mercaderes cambistas y las grandes compañías con sucursales, junto con la creación de la carabela, la brújula y el cuadrante, constituyeron la base de las empresas colonizadoras y más tarde las fuentes de financiamiento del comercio colonial durante el siglo XVI [9].

En segundo lugar, es necesario tener en cuenta que el mercado mundial del que hablan Peña y Moreno era todavía una totalidad abstracta. El mercado mundial fue ganando concreción en la misma medida que la formación del capitalismo europeo, cuyos adelantos técnicos modificaron no sólo la relación con las enormes distancias entre los territorios coloniales y las metrópolis sino también los alcances de los intercambios comerciales, es decir de las características de la explotación de los territorios coloniales por las metrópolis.

El proceso que empieza por la extracción de oro en las islas antillanas (1525-1530), continúa con la explotación del palo brasil y el cuero, siguiendo con la explotación del azúcar, potenciada por la llegada de los esclavos negros en el decenio 1570-80, a la que remplaza la explotación minera con centro en México y Perú [10], está directamente relacionado con las mutaciones de la economía europea, lo mismo que la formación del virreinato del Río de la Plata, que transformaría a Bs. As. en una floreciente zona comercial, en la que no tardaría en hacerse sentir, a pesar (o a causa) del monopolio español, la influencia británica [11].

En cuanto a la inexistencia de un mercado libre de trabajo, es necesario remarcar por un lado, que estamos analizando una formación económico-social que toma forma en un momento de transición a nivel europeo del feudalismo al capitalismo, con preeminencia del capital comercial y por el otro que la situación de opresión colonial presentó a los colonizadores una “ventaja” inexistente en el modelo teórico de El Capital que Liborio Justo, erróneamente intenta tomar como norma para definir el carácter de la economía colonial: la abundante mano de obra indígena [12], cuyo “derroche” genocida habla muy a las claras de la supuesta “progresividad” del capitalismo.

II. Alcances y significado de la Revolución de Mayo

La Revolución de Mayo será un eje polémico también para Milcíades Peña y Liborio Justo. Aquí hay mayores puntos de contacto en las claves de interpretación, aunque también grandes diferencias. En primer lugar es necesario ubicar las elaboraciones en su contexto polémico.

Milcíades Peña discute por un lado contra la historiografía liberal y por el otro con los análisis de Rodolfo Puigróss. Este último sostenía, junto con la tesis del “feudalismo” colonial, la de que la Revolución de Mayo había sido una revolución democrático-burguesa, siendo el Plan de Operaciones de Mariano Moreno el que expresara el ideario democrático revolucionario. De forma tal que Peña estará abocado a refutar esa interpretación. Liborio Justo discutirá más directamente contra la historiografía revisionista, que subvalora la Revolución de Mayo, se burla de Moreno como un “intelectual de un solo libro” y sostiene, paradójicamente igual que Mitre y los liberales, la absoluta continuidad entre Moreno y Rivadavia.

Liborio Justo también discute ocasionalmente con Alberdi porque “nunca entendió la revolución de mayo como revolución social”. Precisamente en Alberdi es que se apoya Milcíades Peña. Estas diferencias no llegan al mismo nivel que en el debate sobre el carácter de la colonización. Como veremos, ambas lecturas tendrán importantes puntos de contacto. Pero difieren en aspectos fundamentales: la importancia del proceso de Mayo, los alcances de sus medidas más radicales y el carácter del proyecto político de Mariano Moreno [13].

Ambos coinciden en la inexistencia de una clase burguesa nacional capaz de dirigir los destinos del país. Pero mientras Liborio Justo sostiene que los comerciantes ingleses, nucleados en el British Commercial Room, se constituyeron en la única clase dominante que explotaba a través del partido unitario al interior del país, Peña señala la existencia de una burguesía comercial porteña (que Liborio Justo niega) ligada a los intereses británicos. Hasta aquí esta pequeña introducción para saber dónde estamos parados. Intentaremos ahora explicar y analizar críticamente ambas posiciones. Empezaremos por Milcíades Peña, para luego ver los más detallados análisis de Liborio Justo.

Milcíades Peña contra el mito de la “revolución democrático-burguesa”

La primera cuestión a analizar consiste en cuál fue el contenido efectivo de la revolución de Mayo. “El movimiento que independizó a las colonias latinoamericanas -sostiene Peña- no traía consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de clases de la sociedad colonial. Las clases dominantes continuaron siendo los terratenientes y comerciantes hispano-criollos, igual que en la colonia. Sólo que la alta burocracia enviada de España por la Corona fue expropiada de su control sobre el Estado. La llamada ‘revolución’ tuvo pues, desde luego un carácter esencialmente político” [14]. Prosigue Peña:
Las clases dominantes de la colonia y los grupos flotantes que no encontraban ocupación lucrativa dentro de la estrecha estructura colonial (¡los abogados!) necesitaban contar con un Estado propio, directamente manejado por ellos que les ofreciera ocupación. La forma de este Estado -monarquía o república- no les preocupaba demasiado, ni tampoco su relación con España, siempre que ésta concediera suficiente autonomía a sus colonias y no insistiera en manejarlas exportando virreyes. Por eso durante mucho tiempo los gobiernos revolucionarios siguieron jurando fidelidad a la corona de España. Fue la dinámica de la lucha contra los agentes de la monarquía española, empeñados en retornar al estado anterior a 1810, la que condujo a la proclamación de la independencia [15].

En segundo lugar Peña busca fundamentar por qué la Revolución de Mayo no fue ni quiso ser una revolución democrático-burguesa. Para esto primero señala la relación de la misma con el proceso global de las revoluciones burguesas:
[la independencia] fue decidida por las necesidades del desarrollo de la sociedad capitalista europea, creada por las revoluciones democráticoburguesas de Inglaterra y Francia, y porque fue el avance de la revolución democrá-ticoburguesa de Francia sobre España lo que permitió la eclosión de la independencia americana [...] Tal es la vinculación -por cierto indirecta- que tuvo la llamada revolución de la independencia latinoamericana con el ciclo de la revolución democráticoburguesa, dentro del cual América era agente pasivo, como lo señaló Alberdi. Pero de allí no se desprende en modo alguno que el movipendencia haya sido una revolución democrático-burguesa [16].

Tomando uno por uno los argumentos de Puigróss, Peña aborda el problema de la soberanía popular: “la única soberanía que trajo la Independencia fue la de las oligarquías locales sin el estorbo de la Corona Española. En cuanto a la soberanía popular en el sentido democrático burgués del término, pasaría por lo menos un siglo antes de que tuviera un mínimo de aplicación [...] Ni como elogio ni como reproche puede decirse de los políticos de la Independencia que hayan pensado facilitar o tolerar el acceso al gobierno de las grandes masas explotadas” [17].

En cuanto a la definición que realizaba Puigróss de la Revolución de Mayo como una revolución democrático-burguesa, Peña prosigue:
La revolución democrático-burguesa no puede darse sin la presencia de una clase burguesa con intereses nacionales, es decir, basada en la existencia de un mercado interno nacional -no puramente local-, una clase que tenga urgencia por aplicar sus capitales a la industria. Pero tal clase no existía en América Latina en los tiempos de la independencia. Hay burguesía, pero es casi exclusivamente comercial e intermediaria en el comercio extranjero, o sea eminentemente portuaria y antinacional. Y los productores para el mercado interno son artesanos u oligarquías interiores para quienes el desarrollo capitalista es una amenaza mortal, no una esperanza y menos un programa revolucionario a apoyar. En cuanto a la clase productora más importante de la colonia -estancieros en la Argentina, y en general, en toda América Latina, productores para el mercado mundial-, son a no dudarlo capitalistas, pero de un capitalismo colonial que, como el capitalismo esclavista, es enemigo del desarrollo industrial y -aunque por razones diametralmente opuestas- tan enemigo de la revolución democrático-burguesa como el más feudal noble de la Edad Media [18].

Peña prosigue demoliendo los argumentos de Puigróss, quien sostiene el disparate de que los gauchos de la pampa luchaban por... ¡el reparto de tierras!, intentando trazar una imagen de una revolución democrático-burguesa sostenida por las masas plebeyas, tal como la Revolución Francesa. La conclusión de Peña será que la revolución de Mayo sostenía un programa elitista y oligárquico. Aquí Peña aborda un tema de sumo interés para nosotros como es su valoración de Mariano Moreno. Luego de definirlo como un “indiscutible talento político”, Peña señala:
Inevitablemente, la lucidez de este repúblico [sic] impone respeto. Su Plan de Operaciones y sus Instrucciones... (como la prédica de Monteagudo) demuestran una penetrante comprensión de lo que es el Estado -la violencia organizada- y de la estrategia y la táctica a emplear para apoderarse de esa maquinaria y hacerla servir a sus propios fines, contra sus antiguos usufructuarios [...] Pero de la admirable clarividencia política de Mariano Moreno y de su cabal energía no se desprende en modo alguno que su política haya sido revolucionaria -en el sentido científico de cambio de la estructura de clases- [...] La política de Mariano Moreno no era ni podía ser democrático-revolucionaria, porque las clases y la sociedad en que actuaba no daban para eso [19].

Más adelante hace un análisis más detallado del Plan de Operaciones:
¿Y el Plan de Mariano Moreno? Admirable ya lo hemos dicho por su lucidez política, pero no es el programa de una revolución democrático-burguesa ni nada que se le parezca. Su objetivo era barrer a la burocracia virreinal y sus aliados -que tal era el objetivo de la revolución política-. Pero nada más, y eso no es una revolución democrática. Es verdad que Mariano Moreno invitaba al levantamiento de los gauchos orientales contra los restos del poder virreinal, pero también los españoles llamaban a los indios a levantarse contra los criollos. Es la táctica de provocar levantamientos en la retaguardia del enemigo, y nada más [20].

Peña agrega que Moreno no se pronunció por una república democrática en ningún texto y resalta la moderación del artículo Sobre las miras del Congreso que ha de convocarse y Constitución del Estado, afirmando que Moreno era partidario de la monarquía. Por último concluye que la propuesta del Plan de Operaciones de ceder la Isla Martín García a los ingleses implicaba que “Inglaterra hubiera sido dueña absoluta del Río de la Plata y el gobierno real del país hubiera residido en esa isla, sin escapatoria posible. [...] Esto no demuestra que Moreno fuera un ‘agente’ británico sino simplemente que los hacendados y comerciantes de Buenos Aires a quienes él representaba tenían una visión muy moderada del interés nacional, y en todo caso lo concebían atado de por vida a los intereses británicos” [21]. Por último Peña desmiente que el libre cambio, ya establecido parcialmente por el virrey Cisneros en 1809, fuera el motor económico de la Revolución de Mayo. Hasta aquí lo esencial de la posición de Peña, con la que concuerda en gran parte Alejandro Horowickz [22].

Liborio Justo: Moreno y Castelli contra la condición colonial

Justo asume una posición muy parecida a la de Peña respecto de los mitos escolares acerca de la revolución de Mayo (no así contra Puigróss a quien critica con muchísima mayor benevolencia que Milcíades Peña):
[...] las historias argentinas de todas las épocas presentan a la población de Buenos Aires inflamada de pasión revolucionaria, ardiendo en deseos de ser independiente de España, y llena de escarapelas y unción patriótica, detrás de los líderes criollos que exigían el establecimiento de un gobierno propio. ¡Cuán distintos se presentan los sucesos cuando los examinamos crudos y desnudos, desprovistos de toda frondosidad retórica y escolar y mostrando una descarnada realidad que poco o nada tiene que ver con la euforia de los himnos y de las banderas! Porque esa realidad, que surge de una adecuada bibliografía, así como de una profunda disección de los acontecimientos tal cual fueron, desgraciadamente para quienes se nutren en el espíritu de un patriotismo superficial, está demostrando que las ocurrencias culminadas el 25 de Mayo de 1810, con el establecimiento del gobierno encabezado por Cornelio Saavedra y del que se hace arrancar a la nacionalidad argentina, no tuvo por fin alcanzar la independencia absoluta de la España borbónica, sino de la España caída en manos de Napoleón, preservando así estas colonias para el rey español, cautivo del emperador francés, y fueron preparadas por los mismos ingleses a través de las logias por ellos establecidas, así como por la acción directa de los comerciantes de esa nacionalidad, que se hallaban entonces en Buenos Aires bajo la perentoria amenaza de expulsión dictada por el virrey Cisneros, quienes, dentro del espíritu de la diplomacia británica, aleccionada con el resultado negativo de las aventuras militares de 1806 y 1807, y en el deseo de que la América española no pudiera caer en manos de Napoleón [...] lograron ponerlo en pie con el fin de obtener, además, su permanencia en el Río de la Plata y concesiones especiales que beneficiaran su actividad mercantil [23].

Hasta aquí coincide con lo expresado por Milcíades Peña, aunque resalta mucho más la intervención británica directa, que Peña de todas formas no niega en lo más mínimo.

Liborio Justo por su parte analiza en todos los pormenores posibles el proceso que da lugar a la formación de la junta que el 24 de Mayo, presidida por el virrey Cisneros e integrada por Castelli y Saavedra, tomó posesión del mando. Liborio Justo señala el rechazo que había causado la presencia del virrey, a partir del cual finalmente, éste será desplazado y quedará Saavedra al frente de la que se conoce como Primera Junta de Gobierno, aunque como vemos la primera estaba encabezada por el propio virrey. Todos estos detalles coinciden aún más con la conceptualización de Peña acerca del carácter moderado y limitado del proceso de Mayo. Aún más, Liborio Justo considera que no existía ninguna burguesía comercial porteña; en esto difiere de Peña, a la vez que coincide con la tesis de que la revolución de Mayo no fue una revolución democrático-burguesa.

La mayor diferencia de Liborio Justo con los análisis de Peña es que resalta la campaña de Castelli en el Alto Perú y el Plan de Operaciones de Mariano Moreno como los aspectos más radicales de la revolución de Mayo. Liborio Justo sostiene que el Plan de Moreno contiene el proyecto de construir una nueva nacionalidad y que al frustrarse dicho Plan se malogró la nacionalidad argentina. Citaremos un poco abusivamente, como ya venimos haciendo, a fin de dejar completamente clara la perspectiva del autor. Recordamos de paso al lector, que sin el trabajo de citar y comparar ambos puntos de vista, las conclusiones finales que esbozaremos más adelante le resultarían completamente arbitrarias.

Liborio Justo realiza un completo comentario del Plan de Operaciones, que más que un comentario es una descripción, la cual ahorraremos al lector, para concentrarnos en la valoración por Liborio Justo del Plan y la trayectoria política de Mariano Moreno.

Es evidente -señala Liborio Justo- que Mariano Moreno no tuvo ni podía haber tenido, antes de Mayo de 1810, una línea política propia, por la misma falta de una fuerza social nativa en qué apoyarse. Allegado a Álzaga, participó en el movimiento del 1º de enero de 1809, encabezado por el jefe de los monopolistas, contra Liniers, siendo acusado por ello, como hemos visto, de ‘antiamericano’ [...] Luego, como letrado con los comerciantes ingleses, principalmente Alex Mackinnon, el más importante de ellos, propició el libre comercio con la Gran Bretaña, pero sólo por el término de prueba de 2 años y en renglones que no se producían en el país, contrariamente a lo manifestado por casi todos los historiadores, que lo presentan como librecambista, lo que es inexacto, y él mismo habla repetidamente en sus escritos, del ‘libre comercio provisorio’ con Inglaterra. Tal lo expresa en su célebre Representación de los hacendados, en la que hizo la defensa de lo intereses de esa clase nacional, aún incapaz de manifestarse por sí misma. A la influencia de los ingleses, seguramente, se debe que esta Representación se publicara en Río de Janeiro y aún en Londres, así como, según Ricardo Levene, hay que buscar en ella el origen de su nombramiento como secretario de la Junta de Mayo. Pero el hecho de que se movilizara entre uno y otro de los principales bandos en pugna, entre comerciantes monopolistas españoles y comerciantes británicos, entre Álzaga y Mackinnon, sin que los historiadores logren ubicarlo adecuadamente, muestra que Mariano Moreno, aunque participara en actividades de los dos bandos, no estaba con ninguno de ellos, sino que se desplazaba entre ambos en la forma que consideraba más conveniente a los intereses nacionales, que defendía, dentro de la precariedad de posibilidades que éstos tenían de manifestarse por sí mismos entonces. [...] En lo que se refiere a la guerra contra los mandones españoles en América, Mariano Moreno, sorprendentemente, propuso la insurrección de la campaña de la Banda Oriental, según señalamos, como poco meses más tarde se produjo, y sugirió los líderes que habían de conducirla, así como designó y colocó en un conveniente plano histórico a todos los tenientes de Artigas, destacando la parte útil del carácter e idiosincrasia de los mismos. [...] La extensión de la revolución, para Mariano Moreno, destruiría, pues, la sociedad colonial, particularmente en el Alto Perú, provocando la liberación de los indios, para propagarse también al Brasil, suscitando aquí la liberación de los negros. [...] Uno de los puntos más importantes del ‘Plan’ es el que se refiere a las relaciones con Inglaterra. Moreno consideraba indispensable la protección de la Gran Bretaña para llevar adelante su ‘Plan’ de edificar una nueva nacionalidad en el Río de la Plata [24].

Para Liborio Justo, las concesiones proyectadas para ganar el apoyo de los británicos:
no son más que una muestra de la limitadísima base de sustentación de los gobiernos propios que surgieron en la América española con motivo de la situación provocada por la invasión de España por Napoleón, y por el propósito de la Gran Bretaña de independizar las colonias hispanas para, a través de ello, obtener ventajas comerciales. Esa base de sustentación era tan débil que, para no caer, tales gobiernos debían hacer las mayores concesiones a los mismos que los habían puesto en pie. [...] Pero el aspecto más notable del ‘Plan’ de Moreno fue su propósito de confiscar las grandes fortunas, nacionalizar provisoriamente las minas del Alto Perú, fuente del metálico del Río de la Plata, ‘para la creación de fábricas e ingenios y otras cualquiera industrias, navegación, agricultura y demás’. Es decir, conceder al gobierno del ‘Estado Americano del Sud’ una base de sustentación propia, creando a través de medios estatales, una industria que sustituyera a la inglesa, en la que se apoyaba [25].

No obstante su admiración por el Plan de Operaciones, Liborio Justo niega terminantemente que Moreno haya querido repetir la experiencia de la Revolución Francesa: “Moreno, fuera del terrorismo, no imitó sino en las apariencias y con ideas que cubrían distintas mercaderías, a los revolucionarios franceses. No podía imitarlos en su integridad por cuanto no existía aquí, como hemos dicho, una burguesía nacional, como la había en Francia. Por eso toda imitación resultaría inaplicable” [26].

Liborio Justo concluye señalando que a pesar de su lucidez, la base sobre la que pretendió actuar Moreno se demostró poco sólida, siendo desplazado y finalmente envenenado. Sostiene que si el decreto de supresión de honores del presidente del 6 de diciembre de 1810 fue la causa visible de su caída, al enfrentarlo directamente con Saavedra y los sectores más conservadores de la Junta, la verdadera causa de su caída fue el mismo Plan de Operaciones, cuya redacción le había sido confiada por la misma Junta.

“Es evidente -prosigue Justo- que si los españoles no podían tolerar el decreto del 3 de diciembre, los ingleses tampoco podían admitir la posibilidad de que el ‘Plan’ se llevara adelante. Ellos habían puesto a la Junta de Mayo al frente del gobierno del Río de la Plata para ‘sacar cuantas ventajas pudieran proporcionarse’ Y NO PARA EDIFICAR UNA NACIONALIDAD QUE LAS COARTARA” [27] [subrayados en el original].

Justo sostiene que para Gran Bretaña resultaban inadmisibles tanto el Plan como la campaña de Castelli en el Alto Perú. De manera que “Fue la confabulación de españoles e ingleses, apoyando a sus enemigos conservadores nativos, que derrumbó la tentativa nacional revolucionaria de Mariano Moreno y finalmente, determinó su muerte en plena juventud [28]. Así, con la muerte de Moreno “apenas en capullo, se malogró la nacionalidad argentina” [29]. Aquí concluye la tesis de Liborio Justo, más adelante reforzada con la idea de que Moreno representa a Mayo y la Nación y Rivadavia el Anti-Mayo y la Anti-Nación.

En cuanto a la campaña de Castelli en el Alto Perú, donde proclamó la liberación de los aborígenes sosteniendo que la Junta “os tratará como hermanos y os considerará como a iguales” [30], Justo sostiene que “fue el gesto más espectacular, que algunos historiadores llaman ‘delirio’, y que la mayoría ignora [...] que señaló el punto culminante de la Revolución de Mayo” [31] [subrayado en el original].

Puntos de contacto y diferencias de ambas posiciones

No obstante las limitaciones de su enfoque (por ejemplo, la ausencia de un concepto científico de revolución) el historiador Tulio Halperín Donghi en su trabajo Revolución y Guerra traza un cuadro completo sobre la política de la Revolución de Mayo que integra diversos aspectos que Peña y Justo escinden en su análisis. Señala en primer lugar que la Revolución se postulaba como heredera del orden colonial y en dicha continuidad fundamentaba su legitimidad, señala a su vez que en las provincias del Interior los gobernantes de Bs. As. buscaban sellar alianzas con sectores de la oligarquías locales en lugar de subvertir la situación de privilegio de la cual esas oligarquías eran expresión y que los aspectos de “revolución social” se dieron solamente allí donde no había esperanzas de hallar aliados (Alto Perú). Como ya habrá notado el lector, muchos de estos aspectos estarán presentes en los análisis de Peña y Justo, pero unilateralizados por el contexto polémico.

Como en este caso las divergencias no son totales, tal como en el debate sobre la colonización, intentaremos sintetizar los acuerdos y diferencias de ambas tesis, desarrollando luego algunas conclusiones.
i) En cuanto al carácter de la Revolución de Mayo, ambos coinciden en que no fue, ni podía ser una revolución democrático-burguesa, como sostenía Puigróss. Hay en ambos autores, más allá de los diversos énfasis y claves de interpretación, una clara conciencia de que se trata de un proceso sui generis, que debe ser explicado en su especificidad.
ii) Ambos coinciden en el carácter determinante de las influencias exteriores, sobre todo de los intereses británicos, aunque se separan en tanto Peña sostiene la existencia de una burguesía comercial porteña ligada al comercio inglés, mientras Justo la niega, sosteniendo una explotación directa por parte de los comerciantes británicos instalados en Bs. As. del interior del país.
iii) En cuanto al problema de la participación popular, ambos coinciden en la ausencia de una amplia movilización plebeya al estilo de la Revolución Francesa, pero Liborio Justo presta mayor atención a la composición plebeya de los regimientos conformados por las viejas milicias surgidas de las invasiones inglesas. Dicho proceso de militarización, con la formación de cuerpos que elegían sus comandantes por sufragio universal, generó que un importante sector “plebeyo” pasara a pesar mucho más en la vida política de Buenos Aires por la importancia creciente de los cuerpos armados en la ciudad [32]. Claro está que esto no significa que los sectores populares tuvieran un programa propio ni mucho menos. Pero es una particularidad que explica en gran parte la ausencia de movilización de masas.
iv) En cuanto al Plan de Mariano Moreno nos parece que Peña, si bien tiene razón cuando señala que el Plan no es el programa de una revolución democrático-burguesa, se equivoca al restarle importancia politico-programática, porque aunque no superara la perspectiva de modernización desde arriba, sí planteaba algunas premisas de corte pro-nacional en cuanto a los términos de dicha modernización. El mismo afán polémico contra Puigróss, lo empuja a restar importancia a los aspectos más radicales del Plan. En éste se destaca la idea de poner la iniciativa estatal en el centro de la acción política para, desarrollando las industrias, la agricultura, etc., crear una más sólida base de sustentación del nuevo estado, contrapesando en parte el peso preponderante de las mercancías inglesas. Liborio Justo, por su parte, según hemos citado extensamente, lo considera el programa para la formación de una nueva nacionalidad, a pesar de las gruesas concesiones a los ingleses que contiene. Justamente allí es donde Justo se apoya para mostrar la escasa base de sustentación del plan. Y Justamente esa escasa base de sustentación cuestiona su carácter “nacional”.

Las fuertes concesiones a los ingleses que proyectaba el Plan sugieren la conclusión de que en el documento de Moreno conviven el proyecto de una nueva nacionalidad con la aceptación del hecho de la hegemonía comercial y política de los británicos en el Río de la Plata. “Nacionalismo” americano y dependencia conviven en el Plan en la misma medida en que han convivido durante el largo proceso de gestación, surgimiento y consolidación de nuestra independencia.

De alguna manera, el Plan de Operaciones es todo lo “nacional” que podía ser sin apoyarse en una clase nacional, en un contexto donde las masas populares constituían la base plebeya de todos los cuerpos militares pero carecían de un programa distinto del de sus comandantes, caudillos y dirigentes.

Entonces ¿es correcto señalar que Mariano Moreno expresa la esencia de Mayo? _Tal la clave de interpretación de Liborio Justo. Es indudable que el de Moreno es el punto de vista mas lúcido del proceso de Mayo, pero es igualmente irrefutable que el proceso de Mayo fue sostenido por un bloque de elementos heterogéneos, de los cuales los más conservadores terminarían imponiéndose por sobre Moreno, mientras el Plan demostró carecer de bases sociales sólidas en que apoyarse. Por otra parte los aspectos de revolución social encarnados por la campaña de Castelli en el Alto Perú, si bien constituyen el aspecto más radical de la revolución de Mayo, fueron claramente marginales en la medida en que la emancipación de los indios no pudo consolidarse por la derrota del Ejército del Norte en Huaqui y porque en todo el Interior la política frente al ordenamiento de castas fue altamente conservadora, optando la Junta por una “revolución en la estabilidad” como dice el liberal Halperín Donghi.

De modo que podríamos concluir que tanto el Plan de Moreno como la acción de Castelli fueron iniciativas de la Junta que se volvieron contra la propia política moderada de la misma ni bien amenazaron con desestabilizar la complicada ingeniería de equilibrios y compromisos con las clases dominantes y con la misma estructura de castas que la “revolución” dejó casi intacta. Ambas iniciativas fueron más allá de los límites previstos por la Junta pero no tanto como para cambiar el carácter de ésta ni su política. Personalidades como Moreno o Castelli podían elevarse por encima de la estrechez de miras de hacendados y comerciantes pero no podían ni se proponían elaborar un programa revolucionario integral capaz de ser llevado adelante por una clase nacional que, por otra parte, no existía y sólo se constituiría durante las décadas siguientes, ligada estrechamente al capital inglés.

Desmitificación y elitismo

Los historiadores profesionales han hecho en muchos casos ciertos aportes “científicos” que van más allá de su ideología reaccionaria. Tal es el caso de Tulio Halperín Donghi, cuyo libro Revolución y Guerra hemos citado en este artículo. No obstante los aportes de un trabajo como el mencionado, de los que hemos tomado algunos, hay en el enfoque de Halperín Donghi un núcleo claramente reaccionario que remite al imaginario oligárquico y liberal argentino: la centralidad de las élites en el proceso histórico. No negamos la importancia de estudiar la formación de la clase dirigente en la historia de nuestro país. Sí negamos que dicha historia se presente en los mismos tópicos que dicha élite sostiene para su auto-legitimación.

Por su parte los trabajos de Justo y Peña constituyen más un intento de contar la historia de la clase dominante con un enfoque más adecuado que una relectura de dicha historia desde el punto de vista de las clases subalternas. Liborio Justo incluso hace suyo ese elitismo comenzando su libro con la afirmación oligárquica de que la historia de su país es la historia de... ¡su propia familia! Milcíades Peña sostiene que “la sociedad colonial presentaba más que suficientes conflictos entre las masas trabajadoras y las oligarquías dominantes, como para producir un sordo conflicto que estallaba a veces en vastos movimientos de masas. Así ocurrió antes, durante y después de las luchas por la independencia. Pero en ningún momento esos movimientos fueron parte del proceso de la independencia [...] Ambos movimientos coexistieron, se superpusieron, se contradijeron las más de las veces. Pero en ningún caso uno -el movimiento de las masas explotadas fue el respaldo del otro- la lucha de las clases dominantes coloniales contra la Corona española” [33]. Pero su trabajo historiográfico no indaga en esa dirección.

Justamente porque “la historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica”, como sostiene Gramsci [34], la lucha por construir una corriente historiográfica marxista tiene por lo tanto una doble tarea: la de desmitificar los relatos de las tradiciones dominantes, explicando en términos marxistas la historia oficial y empezar a construir una historia de las clases subalternas hasta hoy silenciada, tal como hiciera Christopher Hill con la gran revolución inglesa del siglo XVII. Ambas tareas exceden el marco de este modesto trabajo.


[1] N. Moreno, “Cuatro Tesis sobre la colonización española y portuguesa” en Revista Estrategia Nº 1, setiembre 1957, pgs. 82 a 91. Todas las citas corresponden a este texto.

[2] M. Peña, Antes de Mayo, Bs. As., Fichas, 1973, pgs. 46 a 49.

[3] L. Justo, Nuestra Patria Vasalla, Tomo I, Bs. As., Schapire, 1968, pgs. 41 a 47.

[4] K. Marx y F. Engels, Materiales para la historia de América Latina, México, Pasado y Presente, 1987, pg. 41.

[5] Íbidem, pg. 43.

[6] Íbidem, pgs. 44-45.

[7] Íbidem, pgs. 45 y 46.

[8] Para ese y otros debates relacionados, ver Modos de producción en América Latina, México D.F, Pasado y Presente, 1986.

[9] P. Chaunu, La expansión europea (siglos XIII al XV), Barcelona, Labor, 1982, pgs. 229-240.

[10] P. Chaunu, Conquista y Explotación de los nuevos mundos, Barcelona, Labor, 1984, pgs. 148-184.

[11] “La pérdida de sus dominios [los de España] en el continente europeo alienta la revalorización comercial de América. Ésa es, en rigor, la naturaleza del segundo descubrimiento de América: el intento mercantilista de alcanzar una balanza comercial superavitaria. De tal modo que el surgimiento del Virreinato del Río de la Plata es producto de ese horizonte internacional”. Alejandro Horowicz, El país que estalló, Tomo I, Bs. As., Sudamericana, 2004, pg. 49. Aunque este autor critica la categoría del “capitalismo colonial” coincidirá con la visión de Milcíades Peña en torno a la Revolución de Mayo y el Plan de Operaciones, a lo que nos referiremos más adelante.

[12] P. Chaunu, op.cit., pg. 168.

[13] En Los mitos de la historia argentina, Felipe Pigna sostiene que “Moreno encarnaba el ideario de los sectores que propiciaban algo más que un cambio administrativo, y se proponían cambios económicos y sociales más profundos” (Bs. As., Norma, 2004, p.322). Justamente cuál es el alcance de los “cambios”que proponía Moreno es lo que está en discusión en los análisis de Peña y Justo.

[14] M. Peña, Antes de Mayo, op. cit., pg. 76.

[15] Ídem.

[16] Íbídem, pgs. 84 y 85.

[17] Íbidem, pg. 85.

[18] Íbidem, pgs. 86-87.

[19] Íbidem, pgs. 100 y 101.

[20] Íbidem, pg. 103.

[21] Íbidem, pg. 106.

[22] “Si algo recomendaba todo el tiempo la diplomacia inglesa a los integrantes de todas las juntas hispanoamericanas es, precisamente, que evitaran toda confusión con la Revolución Francesa [...] Por todo lo anterior, ninguna revolución nacional democrática tuvo lugar en ninguna parte del mundo ningún día de 1810”. A. Horowicz, op. cit., pg. 15.

[23] L. Justo, op.cit., pgs. 109 a 110.

[24] Íbidem, pgs. 197-198.

[25] Íbidem, pgs. 199 y 200.

[26] Íbidem, pg. 200.

[27] Íbidem, pg. 203.

[28] Íbidem, pg. 204.

[29] Ídem.

[30] Íbidem, pg. 181.

[31] Íbidem, pg. 183.

[32] T. Halperín Donghi, Revolución y Guerra, Bs. As., Siglo XXI, 1994, pgs. 135-167.

[33] M. Peña, Antes de Mayo, op. cit., pg. 92.

[34] A. Gramsci, Antología, Mèxico, Siglo XXI, 1988, pg. 491.