Nuevos aires soplan para los intelectuales de centroizquierda. Después de la debacle más que previsible de la Alianza, a la que habían dado su apoyo entusiasta, parecería ser que han encontrado un gobierno progresista, esta vez sí, digno de ser apoyado. Y Kirchner toma nota del dato, tanto que ahí está el viaje de José Nun y José Pablo Feinman a Venezuela junto con la comitiva presidencial para probarlo.
Pero vayamos a lo nuestro. Si las representaciones de los intelectuales en los períodos de crisis política y de acción directa de masas concentran de alguna manera todo el derrotero de los autores en un nudo sobresaliente del proceso histórico, las construcciones teóricas en períodos de recomposición burguesa, en este caso el proceso de pasivización [1] duhaldista-kirchnerista, permiten completar el rompecabezas delineando una cierta concepción de la historia nacional y sus vías de desarrollo así como una filosofía política del cambio desde arriba estructurada en torno de la iniciativa estatal. Tomamos aquí dos casos emblemáticos como las revistas Punto de Vista y el Ojo Mocho.
Punto de Vista: La constitución contra el poder constituyente
Punto de Vista ha sido desde principios de la década del ’80 uno de los nucleamientos centrales de intelectuales que, provenientes de la izquierda, abjuraron de las ideas “setentistas” en favor del “nuevo paradigma democrático” encarnado entonces en el alfonsinismo. Desde entonces ha jugado un papel clave en moldear el sentido común dominante en el “progresismo”.
La revista dirigida por Beatriz Sarlo ha insistido durante la transición duhaldista en aconsejar a los políticos de la burguesía acerca de la necesidad de una autorreforma radical de las instituciones, incluida una Asamblea Constituyente (que nunca se sabe quién hubiera convocado si no el propio gobierno duhaldista, ya que la proponían en abierta oposición a la lucha de masas) [2]. A partir de la asunción de Kirchner, Sarlo ha asumido una posición de apoyo crítico al actual gobierno (en quien se reconoce actualmente el espectro progresista) con puntuales críticas por derecha hacia el acto del 24 de Marzo en la ESMA [3].
Punto de Vista considera como “pre- políticos” el que se vayan todos y las asambleas barriales, los cuales serían más un síntoma de la crisis de lo viejo que del surgimiento de lo nuevo.
Ahora bien, si la acción directa (19 y 20) y las experiencias de democracia directa correspondientes se sitúan en el campo de lo pre-político, entonces la política sólo se hace presente allí donde viste el saco gastado de la mediación institucional (estatal). El hecho de que Sarlo nos proponga vestirlo del revés no hace diferencia alguna. Así nos lo dice la propia Sarlo con toda claridad “Está por verse si el activismo en la calle, en estas condiciones de divorcio de toda idea de política organizada, funciona como un dinamizador de la necesaria transformación que tiene que operar sobre sí misma la sociedad argentina para comenzar a imaginar la reforma de las tramas sociales e institucionales, la completa reconstrucción que debe emprenderse del Estado-nación” (el subrayado es nuestro) [4].
Y así llegamos a la segunda premisa fundamental del análisis de Punto de Vista: la identificación de Nación y Constitución, de la que se desprende la necesidad de un “nuevo pacto fundante” de la Nación que defina un proyecto de país, tras el fracaso de los ‘90 [5]. De esta manera Sarlo y sus amigos separan tajantemente el momento del consenso (reconstrucción del Estado nación, mediación institucional, pacto fundante) del momento de la lucha abierta (acción directa del 19 y 20, ascenso revolucionario de los ‘70, guerras civiles argentinas del siglo XIX) en función de presentar una historia desde arriba, cuyo sujeto es la democracia formal.
Imperialismo, lucha de masas y democracia
Desde esta lectura liberal-republicana de la política, parecería que la historia argentina y por extensión latinoamericana tiene dos grandes ausentes: las masas (en especial la clase obrera) y el imperialismo. Justamente ambos polos son los que han dejado durante casi todo el siglo veinte el republicanismo relegado al rincón de las utopías burguesas.
Como señalaba Trotsky en su exilio mexicano, es el peso preponderante del imperialismo en la vida de los países latinoamericanos lo que genera a la vez una débil burguesía nacional y una clase obrera de mayor peso y extensión nacional. De esta manera, encerrada la burguesía nacional entre la clase obrera y el imperialismo, los gobiernos adquieren un carácter bonapartista de características especiales, al decir de Trotsky, un bonapartismo “sui generis, de índole particular”. Así se apoyan directamente en el imperialismo contra las masas (la fusiladora) o bien en las masas para disputar un modesto margen de autonomía frente al imperialismo (el peronismo).
Si esto lo proyectamos sobre el sistema de partidos, vemos que aquellos que han jugado un papel protagónico en el entramado de los regímenes políticos latinoamericanos son en su mayoría partidos con una génesis bonapartista con apoyo de las masas obreras y campesinas como el PRI mexicano, el MNR boliviano, el propio PJ en Argentina, el control del movimiento obrero por esos partidos es el verdadero secreto de su “hegemonismo”.
Cuando Sarlo señala que “el peronismo es el que puede ser gobierno en la Argentina” [6], a la vez que rinde pleitesía al bonapartismo peronista contradiciendo su republicanismo teórico, alude superficialmente a este problema oscureciendo su verdadera naturaleza, ya que la fortaleza del peronismo reside justamente en el control que ejerce sobre el movimiento obrero, que es el “espinoso sujeto” que Sarlo prefiere pasar por alto.
Ha sido esta tendencia histórica al bonapartismo lo que en América Latina se ha expresado permanentemente hasta los años ‘70. La derrota de la vanguardia de los ‘70, junto con el ocaso de los nacionalismos burgueses, habría actuado como una condición de la estabilidad democrática, no sin pactos de impunidad con el régimen militar, desde el ‘83 hasta la actualidad en la Argentina.
Pero no se trata solamente de que sean ciertas condiciones históricas y estructurales, como las mencionadas más arriba, las que dejen sin base de sustentación el formalismo republicano de Sarlo. Sucede que a nivel del desarrollo de las subjetividades de la clase trabajadora y los oprimidos latinoamericanos, nunca ha sido la democracia formal el único horizonte posible. Por el contrario. No se puede pensar una sola página de la historia latinoamericana en la cual la conquista de ciertos derechos democráticos no haya sido un subproducto de múltiples procesos de lucha abierta del movimiento de masas que claramente sobrepasaron el horizonte de la democracia formal, elaborando formas de democracia directa y de cuestionamiento del orden social capitalista. De la Comuna de Morelos a la Revolución Cubana, de la Revolución Boliviana del ‘52 a los 70’s en Argentina, está la experiencia histórica para demostrarlo. Sin negar las diferencias de contexto y contenido de la subjetividad, las experiencias de lucha de sectores de la clase obrera, los campesinos y los pueblos originarios durante los últimos años en América Latina han expresado una tendencia análoga.
La Civilización y la Barbarie
Y es precisamente el espectro de la acción directa que viene haciéndose presente en América Latina el que Sarlo quiere conjurar. En La Pasión y la excepción nuestra autora cataloga la violencia política setentista como una supervivencia del pasado “pre-moderno” en la historia nacional [7]. De esta manera, evocación borgeana mediante, termina ubicando en el mismo plano “barbarie” y revolución.
Por el contrario, mal que le pese a Sarlo, el diciembre argentino del 2001, masivo acto de “leso republicanismo”, mostró que el fin del “neoliberalismo” en la Argentina se daría no por un ejercicio de consenso parlamentario y combinaciones institucionales, sino por la acción callejera de masas. La reciente experiencia boliviana, si bien en lo inmediato desembocó en una tregua precaria cruzada por profundas contradicciones, expresa el mismo espectro que todos los “progresistas” de la región se esmeraron por conjurar.
A contramano de esas experiencias históricas nuestra autora propone reemplazar el “setentismo” por una “democracia de valores” [8]. Pero eso solamente demuestra el profundo conservadurismo de Sarlo que, al igual que muchos otros “progresistas”, sueña con la constitución pero contra el poder constituyente.
El Ojo Mocho o el eufemismo de la “política nacional”
Desde una lectura anclada en el “pensamiento nacional” y en polémica implícita con los planteos de Punto de Vista, el N° 17 de El Ojo Mocho nos ofrece en su editorial un interesante documento de los últimos meses de la transición duhaldista, en el cual anticipa el espíritu de la ola kirchnerista, de la cual el mismo González participa [9].
Política nacional y pasivización
Según el citado editorial “En la Argentina se ha roto la idea misma de política nacional. Esa forma de política que no precisaba declararse de antemano porque sus signos implícitos ya estaban resueltos: ciertas instituciones parecían permanentes, ciertas memorias buscaban herederos, aunque no imaginaban su agonía”, habiendo sido el menemismo la cabeza visible de un “vasto plan de desmantelaciones”. Más adelante el editorial evoca la experiencia de la Alianza, criticando la perspectiva de “previsibilidad, cultura de gobierno, realismo posibilista” desde la cual se prometía un “serious capitalism” contra el “capitalismo salvaje”, parándose desde la tradición republicana “que en la Argentina siempre aludió a ambiguos legalismos o versiones elitistas del liberalismo”, en lugar de pensar “un conjunto de políticas nacionales de movilización pública, capaces de recobrar el ser activo de la política y de actuar sobre los nudos problemáticos del presente” recuperando el “patrimonio o legado común donde situar el antagonismo”.
Criticando por igual el “mero republicanismo” y la perspectiva de un “doble poder”, El Ojo Mocho prosigue proponiendo una idea de “política nacional” que contemple “la autonomía de los sujetos”, delimitándose tanto de aquellos que veían oscuras conspiraciones para alejar “la democracia ‘formal’ del horizonte de la convivencia de los argentinos” como de las “gloriosas epifanías de democracia ‘real’ reemplazando a la rutina liberal de las elecciones y la representación”. Por último sostiene que “el pensamiento social y político argentino se debe todavía una reflexión atenta sobre las dos caras de este proceso “de ‘toma de la palabra’ y de ‘retomada’ (de la palabra, de la -como dicen los periodistas- ‘iniciativa’)” desde diciembre del 2001 hasta principios de 2003.
Esto último es toda una confesión de partes. Justamente el discurso más representativo de lo que González denomina “retomada de la iniciativa” es el de la supuesta vuelta a la “política nacional”, que a la vez que repudie (aunque no revierta) la experiencia menemista, evite la perspectiva del “doble poder” de la que González también toma distancia. Por eso, el hecho de que el “patrimonio o legado común donde situar el “antagonismo” desplace al antagonismo mismo, es uno de los mecanismos a través del cual el gobierno actual se presenta a sí mismo como la realización, mediada por la gestión estatal, de las demandas de diciembre del 2001. González simplemente intenta deslindar el discurso de sus circunstancias pero ese nexo objetivo es tan fuerte que es capaz de resistir hasta la retórica gonzaliana.
Y justamente esa es la miseria de nuestros intelectuales nacionales. Sólo pueden pensar lo nacional en los marcos de la hegemonía burguesa. Por eso en el planteo de González la vuelta de la política nacional coincide con la recomposición del régimen y el éxito relativo de la transición duhaldista y aunque se inscribe en otro universo cultural, comparte un horizonte estratégico coincidente con el de sus rivales de Punto de Vista.
Por si hace falta aclararlo, Kirchnerismo no es mariateguismo (o el retorno del “serious capitalism”)
En Restos Pampeanos (2000), González hacía una reivindicación del mito contra los desmitificadores liberales, positivistas y posmodernistas: “... nos parece que toda la discusión de este siglo que ya concluye, puede pensarse como un debate en torno del mito: sus potencialidades, sus capacidades diferentes de impulsar la actividad social, de llevar a una develación o, en caso contrario, a una recaída en la fabulación yerma, despótica y exterminadora de lo humano”.
Aunque mantengamos con él una distancia crítica, no desconocemos el marxismo “soreliano”. Antonio Gramsci consideraba que las masas vivían la filosofía como una fe y ese es sin duda un nudo fundamental de sus reflexiones en torno a las posibilidades de traductibilidad de la filosofía de la praxis al sentido común. Por su parte, el marxista peruano José Carlos Mariátegui escribió sobre la importancia que jugaban los mitos, tanto revolucionarios como reaccionarios, como expresión de una concepción voluntarista y heroica de la vida que habría arribado tras el ocaso del evolucionismo decimonónico después la primera guerra mundial y de la revolución rusa. Concedamos a González esta invocación a Sorel, Gramsci y Mariátegui para indagar en y demostrar el carácter decorativo de su “sorelismo”. Intentemos recrear esta idea para analizar el mito o los mitos kirchneristas y ver si llevan a una “develación” o a una “recaída en la fabulación yerma”. Esto es fundamental para ver hasta dónde el contenido efectivo del fenómeno kirchnerista coincide con el entusiasmo que le tributan González y otros intelectuales nacionales.
A nuestro humilde entender, el kircherismo sostiene como bandera dos mitos interdependientes: el de un país en serio y el del capitalismo nacional. Vale la pena aclarar que lejos de la capacidad de “movilización pública” pregonada por González, estos lemas resultan bastante más prosaicos y desprovistos de “poder trastocador”. El mito de Un país en serio supone una delimitación frente a la “fiesta menemista” pero sobre todo implica la idea de una cierta vuelta a la normalidad (“Quiero un país normal” decía Kirchner en su discurso de asunción, el mismo en que criticaba a las organizaciones piqueteras por “politizar las necesidades de los pobres”), erradicando del fantasma de la acción directa de masas y de la radicalización política.
¿Qué decir del inefable capitalismo nacional o de la más aún inefable burguesía nacional? Buenos negocios para los exportadores, en base a la reprimarización del país y el crecimiento del empleo precario junto a un mar de desocupados. Realmente si hay algo en la política argentina que evoca la figura retórica del quiasmo [10] es esa famosa burguesía nacional antinacional hasta las tripas y no la revolución permanente, como afirma González en el libro que comentamos.
Más aún, en su reciente discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, Kirchner resucitó el slogan del capitalismo serio (que González criticaba en el editorial citado) ¿y González dónde estaba? Convocando a la raquítica movilización en apoyo al “compañero presidente” junto al PJ bonaerense. Ya sabemos a que atenernos cuando don Horacio reivindica el “gramscismo-sorelismo”.
La confesión de Vezzetti
Entre cómodos y resignados: más o menos así definía Vezzetti su posición respecto al elitismo de que se los acusa en el reportaje de RADAR Libros que recordaba los 25 años de Punto de Vista. Aunque Sarlo en el mismo reportaje haya dicho lo contrario, la expresión de Vezzetti es toda una pista para pensar no sólo la situación actual sino el itinerario de quienes fueron parte de la izquierda intelectual de los ‘60 y los ‘70.
En esos años hubo diversas experiencias que se plantearon avanzar sobre la famosa fractura entre intelectuales y pueblo-nación, que implicaron dos aristas problemáticas: la necesidad de pensar y comprender el peronismo y la urgencia por definir una figura del intelectual que diera cuenta de un rol específico a la vez que de una inserción efectiva en el campo de la política en proceso de radicalización.
La mirada retrospectiva de la mayoría de los protagonistas, contiene una valoración profundamente negativa de la radicalización setentista (ya comentábamos los análisis de Sarlo en La Pasión y la Excepción), la cual, según estos registros, habría generado una creciente pérdida de autonomía de las diversas esferas del campo intelectual, subordinando los proyectos político-culturales y universitarios a la política de las distintas organizaciones [11].
De esta forma la organicidad gramsciana de los intelectuales setentistas ha sido reemplazada por una ubicación histórico-política de aconsejar en los márgenes a los hombres políticos de la burguesía [12], eso sí, siempre desde el pensamiento crítico. Desde este punto de vista el “elitismo” que Sarlo reivindica y que González a su manera también practica, es en gran parte el resultado de ese giro político radical que dieran nuestros intelectuales durante los años ‘80, profundizándolo durante los ‘90.
Después de todo, parece que Vezzetti tiene razón.
El Gran Sueño contra la utopía mezquina
En “El gran sueño”, Trotsky hacía alusión al conservadurismo de la inteligencia frente a la revolución, bregando por la identificación del proyecto personal con esta época de pasiones sociales en la lucha revolucionaria. En los casos que estamos comentando se expresa también una no identificación de los intelectuales con los intereses de las clases explotadas y por lo tanto una complacencia con los de las clases explotadoras.
De esta manera, ni el formalismo abstracto de Sarlo ni el populismo light de González, con su aceptación “crítica” el primero y su entusiasmo desembozado hacia Kirchner el segundo, son capaces de abordar los problemas nodales de la realidad argentina. Y en esto son representativos de la intelectualidad de centroizquierda que festeja en todo o en parte la retórica presidencial al tiempo que oculta la reprimarización de la economía argentina, el congelamiento salarial y la monstruosa situación por la que pasa la mitad de la población. Es el utopismo cobarde de una pequeña aventura progresista mientras la Argentina se transforma en una república sojera, regala su petróleo y “mantiene la cuentas en orden” sobre la base del empobrecimiento de franjas enormes de la clase trabajadora.
Por eso, si Trotsky era el abanderado de “el Gran Sueño”, estos señores lo son de la utopía mezquina. Y no es poca cosa. El proceso por el cual una parte importante de los intelectuales de los ‘60 y ‘70 evolucionaron hacia la derecha hasta adquirir con todas sus características un pensamiento de revolución pasiva, aquel que Gramsci identificara con el moderantismo político, constituye una victoria estratégica de la burguesía, relacionada directamente con los efectos político -ideológicos y materiales de la sangrienta dictadura militar.
Al revés de los intelectuales progresistas, que cambiaron la épica de la historia por la prosa de la cátedra universitaria, consideramos que la intelectualidad puede tener algún valor histórico solamente uniéndose a los millones de explotados y oprimidos y en primer lugar a la clase trabajadora que desde el corazón mismo de la explotación capitalista puede subvertir el orden existente a través de una revolución socialista, que instaure un Estado proletario de transición basado en organismos de democracia directa que inicie la construcción socialista, con el horizonte de la revolución mundial.
Por eso concebimos la necesidad de conformar una intelectualidad revolucionaria orgánica de la clase obrera como parte de la lucha por la recomposición de la subjetividad obrera y popular en un sentido revolucionario. Esta tarea no es únicamente una fórmula que de sólo proclamarse implique su realización. Es necesario desarrollar un “programa científico” para abordar problemas profundos como las mutaciones del capitalismo en la Argentina, la crisis y recomposición del régimen democrático-burgués, el debate de estrategias en el campo de la izquierda, las vías para el surgimiento de un partido revolucionario de la clase trabajadora y la crítica teórico-política a los principales referentes ideológicos y culturales nacionales.
Estamos convencidos de que una premisa central para la constitución de una intelectualidad revolucionaria orgánica de la clase obrera pasa por responder desde una mirada marxista a las principales encrucijadas históricas y políticas que a su vez se anudan de forma especial en el momento presente. Hacia allí se dirigen todos los esfuerzos de Lucha de Clases.
[1] Hablamos de pasivización refiriéndonos a la figura de la revolución pasiva, que Gramsci evocara en los Cuadernos de la Cárcel pensando el Rissorgimento italiano y extendiéndola al siglo XX en las figuras del americanismo y el fordismo (e hipotéticamente al fascismo). Gramsci se refería a la revolución pasiva como una revolución-restauración, en la cual sólo el segundo momento es válido, es decir un proceso en el cual las clases dominantes resuelven a su manera las demandas que las clases subalternas, a causa de la ausencia de una iniciativa unitaria, han planteado en forma relativamente desagregada, integrándolas en una dinámica burguesa. El término “pasivización” apunta a remarcar el carácter coyuntural del actual proceso, que quiere pero no termina de ser una revolución pasiva, en el sentido de una resolución burguesa de los problemas nacionales que sea fundante de una estructura nacional sostenible en el mediano y largo plazo.
[2] Sabido es que ni la burguesía argentina, ni sus políticos estaban para asambleas constituyentes ni nada por el estilo durante los últimos meses del 2002. Y en esto actuaron más astutamente. La actual dialéctica de transversalidad y pejotismo que articula el kirchnerismo, con peso preponderante de este último, expresa una política de “renovación” en los marcos de la continuidad del régimen, al punto que resulta impensable la estabilidad del gobierno actual prescindiendo de la alianza con el duhaldismo, aunque Kirchner esté buscando recrearla desde otra relación de fuerzas. De alguna manera la actual oleada kirchnerista “realiza” en clave peronista, lo cual disgusta a todas luces a Sarlo, el propio planteo que ésta hacía desde las páginas de Punto de Vista. Esto lo reconoce la misma Sarlo en parte cuando señala que Kirchner está “reinventado la política”.
[3] En su artículo “Nunca más el discurso único” publicado en Página/12 el 28 de marzo, Sarlo sostiene: “Deben convivir y disentir en ese espacio [el de quienes condenan el terrorismo de Estado como crimen de lesa humanidad, JDM] quienes piensan que en los años ‘70 sucedió una masacre de jóvenes idealistas y quienes piensan que en la Argentina se desató también una violencia revolucionaria que, en el caso de algunas agrupaciones, fue terrorista. Es imprescindible que ambas visiones de la historia de los ‘70 puedan coexistir en un acto organizado por el Gobierno. Muchos de los que venimos de la izquierda revolucionaria tenemos un juicio diferente sobre nuestro pasado que el que enuncian algunas organizaciones”. Días después, en un reportaje publicado en Debate del 2 de abril, critica la “utilización partidaria y sectaria” por Kirchner del acto del 24 de Marzo en la ESMA, desde una posición de apoyo crítico al gobierno.
[4] “Argentina, una vez más: lo viejo y lo nuevo”, en Bazar Americano, febrero 2002.
[5] Ver: Hugo Vezzetti, “Escenas de la Crisis”, publicación electrónica Bazar Americano, marzo de 2002; “Instalar una idea”, Bazar Americano, febrero de 2003; “Asamblea constituyente: por un nuevo pacto”, Bazar Americano, agosto-setiembre de 2002 y; Beatriz Sarlo, “El dilema”, diciembre de 2002 y “¿Hay un país llamado Argentina? Reflexiones para un nuevo pacto”, Criterio N° 2280, abril de 2003, entre otros.
[6] Revista Debate, 2 de Abril de 2004.
[7] Evocando la violencia de gauchos y compadritos, que tanto interesaba a Borges, Sarlo reflexiona “La ‘barbarie’ (opuesta a los ideales de tolerancia que Borges también respeta) atrae como un centro denso y oscuro (...) En la dimensión cultural ‘bárbara’, la pasión del miedo es derrotada por el arrojo, el valor, el despliegue de la destreza física. (...) Las sociedades burguesas invierten este orden (al que juzgan precisamente como desorden) y, suprimiendo la barbarie [nótese que acá barbarie ya no tiene comillas, JDM] también establecen un dominio sobre la violencia de los cuerpos enfrentados en la pelea”. La Pasión y la Excepción, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pág. 221.
[8] Revista Debate, 2 de Abril de 2004.
[9] Si bien en la revista Debate del 30 de enero de 2004 toma distancia del discurso de Kirchner en Monterrey en el artículo “Astucia e imaginación política”, sus reflexiones son más bien una apelación a referenciarse en ciertas tradiciones y registros discursivos que una crítica a la política de Kirchner, que el mismo González defiende en dicho artículo.
[10] Quiasmo: Figura de dicción que consiste en presentar en órdenes inversos los miembros de dos secuencias (el famoso “tomo para no enamorarme y me enamoro para no tomar”). González sostiene en Restos Pampeanos que la revolución permanente implica el quiasmo, aludiendo a la imposibilidad de la permanencia de la revolución como al carácter no revolucionario de lo permanente. Justamente en su carácter burgués reside la imposibilidad de la burguesía argentina de expresar el interés nacional, con lo cual una vez más González ha resultado prisionero de su propia retórica.
[11] Ver Beatriz Sarlo, La Batalla de las ideas (1943-1973), Buenos aires, Ariel, 2001 y O. Terán, Nuestros Años sesentas, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994.
[12] Es ilustrativo el artículo de J.P. Feinman “Una relación difícil”, donde Feinman directamente “teoriza” su propia práctica de “intelectual crítico” apadrinado por el kirchnerismo (Página/12, 16 de febrero de 2004).
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