jueves, 31 de mayo de 2012

Sobre los soviets, el sufragio universal y la época histórica actual (Ariel Petruccelli)

Va texto de Ariel para continuar el debate.

En su último post Juan ha dicho una serie de cosas muy interesantes y, en un sentido, no tengo pruritos en reconocer mi acuerdo parcial. Buena parte del post, por ejemplo, consiste de "despegar" al PTS de otros partidos trotskystas, y en esto le doy la diestra. Evidentemente, si de burocratismo, sectarismo y "derrumbismo" se trata, el PO es muchísimo más derrumbista, burocrático y sectario que el PTS. Tampoco tengo problemas en reconocer que el PTS ha hecho interesantes trabajos sindicales en muchos sitios, aunque no en todos. Como ya lo charláramos personalmente al menos en un par de ocasiones: yo creo que el balance de la actuación de su partido en Zanón es ampliamente positivo. Pero la actuación en Aten, por el contrario, me ha parecido en general muy equivocada, aunque no necesariamente peor que la de otros partidos, como el PO (lo cual ha tenido obvios costos en su capacidad de inserción en ese sindicato) Pero la discusión de qué hizo cada quién en qué lugar y momento es inagotable y, creo yo, poco conducente. Así que me voy a concentrar en los dos aspectos teóricamente más relevantes, al menos a mi juicio, de lo escrito por Juan. El primer aspecto, que trataré muy sumariamente, es el de los vínculos entre sufragio universal e instituciones sovietistas. El segundo, que abordaré algo más extensamente, tiene que ver con la caracterización de la situación en que estamos.

Yo creo que el sufragio universal es irrenunciable: un ciudadano/a, un voto. Digo esto porque en la primer constitución soviética había una clara discriminación contra los campesinos: la población rural estaba abiertamente sub-representada. En fin, sería bueno que nos aclararan si quienes no trabajamos en un gran centro fabril tendremos derecho a voto o en qué condiciones. Por lo demás, yo no veo tan incompatible la ciudadanía universal con formas de democracia directa a nivel de los centros de producción. Lo que no veo con buenos ojos es el pensar que se puede estructurar, de arriba abajo, un sistema de delegados de delegados de delegados elegidos sucesivamente desde las instancias más bajas a las más altas. Para administrar una economía y un país entero (no digamos ya el mundo) esto es engorroso y, lejos de favorecer la transparencia democrática, creo que la destruye: ¿qué vínculo hay entre el delegado que cada obrero votó en su lugar de trabajo y las máximas autoridades elegidas a lo largo de una escalera de congresos cada vez más indirectos? Por eso entiendo que la históricamente más bien anómala y rápidamente frustrada experiencia de los sóviets rusos no puede ser tomada a la ligera. Los sóviets fueron una excelente institución para la lucha revolucionaria, pero una base absolutamente inadecuada para gobernar un país. Y por eso el propio gobierno "soviético" encabezado por Lenin los desmanteló muy rápidamente, e incluso terminó reprimiendo a quienes se tomaron demasiado en serio la idea de que se podía administrar un país en base a los sóviets. 

Pero el punto que juzgo más importante es el de la caracterización de la etapa en que nos encontramos. Juan es muy claro al respecto: estamos en una etapa de crisis, guerras y revoluciones. Pues bien, a mi me parece una definición o bien vacía, o bien incorrecta. Cierto tipo de crisis cíclicas son inherentes a la economía capitalista, por consiguiente se puede decir que desde hace siglos vivimos en una etapa de crisis. Con las guerras estamos peor: me sorprendería hallar un sólo año, desde los tiempos de Sargón de Akad para acá, en el que no haya habido una guerra en algún lugar del mundo. Y la cosa poco mejora si de revoluciones se trata: en el siglo XVIII tenemos la revolución de las 13 colonias Norteamericanas, la revolución haitiana, la francesa ... la revolución gloriosa inglesa es incluso anterior... En el siglo XIX tenemos la marejada de las revoluciones independentistas en latinoamérica, las revoluciones de 1848, la Comuna de París de 1871, la revolución de los Tai Ping en China, etc. En el siglo XX ni hablar. En un sentido, pues, podemos decir que vivimos una época de guerras, crisis y revoluciones desde al menos el siglo XVII. Pero es obvio que, si adoptamos esta perspectiva, entonces el incesante trabajo de la estrategia que Juan reivindica no tiene ningún sentido. Estamos en la misma etapa desde hace siglos, y deberemos seguir haciendo lo mismo. ¿Qué sucede si damos al término un contenido más preciso? Bueno, creo que corresponde a quienes creen que vivimos en una etapa de crisis, guerras y revoluciones exponer cuál sería ese contenido. Pero podemos tomar un atajo. 

Tradicionalmente se consideró que la etapa iniciada en 1914 y que continuaba siendo en cierto modo semejante a la muerte de Trotsky, en 1938, era justamente una etapa de crisis, guerras y revoluciones. Pues, bien, yo sostengo que hoy en día vivimos en una etapa completamente distinta. Pruebas al canto. Empecemos por las crisis: ya dije que ciertas crisis son inherentes al capitalismo, pero su forma, su magnitud y sus efectos pueden cambiar mucho. Pues bien, aprincipios del siglo XX la crisis no era sólo económica, sino total. Por ejemplo, la crisis iniciada en 1929 provocó en menos de un año un verdadero dominó de golpes de estado, cambios de gobiernos por medios no-constitucionales, intentos revolucionarios, ascenso del fascismo, etc. A principo de los años treinta las democracias liberales se habían convertido en casi una anomalía: el grueso de los estados eran o bien colonias, o bien estados independientes con regímenes fascistas o dictaduras militares (más la enorme URSS con su régimen de partido único). Hoy el panorama es el inverso. La crisis iniciada en 2008 sólo condujo a crisis políticas equiparables a las de los años 30 en Medio Oriente. No va mejor la cosa en el terreno de las guerras. En la primera mitad del siglo XX se vieron envueltos en conflictos bélicos de alta intensidad casi todos los estados capitalistas más industrializados, y los combates principales se desarrollaron en sus territorios. ¿Dónde ocurre hoy algo parecido? ¿Se puede trazar un signo igual entre las guerras coloniales de Afaganistán o Irak con la Segunda Guerra mundial para así concluir que estamos en la misma etapa de crisis, guerras y revoluciones? Y justamente, las revoluciones: en la primera mitad del siglo XX hubo una seguidilla de revoluciones que, mal que bien, expropiaron a la burguesía. Después vino una parate portentoso; con Cuba quizá como la única excepción indubitable (los sandinistas nicaragüenses fueron a medias). ¿Dónde están, pues, las revoluciones en las últimas décadas? (Los procesos de Medio Oriente, me parece que está bastante claro, no tienen ningún componente socialista: buscan más bien tener regímenes políticos semejantes a los que ya se han generalizado en el resto del mundo ... y las revoluciones de 1989-91 desembocaron en restauraciones capitalistas e instauraciones de democracias liberales). No es del todo incorrecto hablar de que vivimos en medio de crisis, guerras y revoluciones, pero es fundamental comprender qué tipo de crisis, qué modalidades de guerras y que vías revolucionarias están hoy abiertas. Y entiendo que, en todos estos sentidos, el mundo contemporáneo es muy distinto al de principios del siglo XX. 

Creo que acá está la esencia de nuestras discrepancias. Juan piensa que la etapa histórica es básicamente la misma que Trotsky tenía ante sus ojos en 1938. Yo pienso que estamos en una etapa completamente distinta y que, por ende, las estrategias políticas deben ser necesariamente otras.

miércoles, 30 de mayo de 2012

¿Cuál ortodoxia? (Fernando Aiziczon)

Posteo una contribución de Fernando Aiziczon al debate sobre la cuestión estratégica con Ariel Petruccelli. Los enlaces los agrego yo para facilitar la lectura a los que recién se asoman al intercambio.

El origen de la charla que da origen a este rico debate tenía un eje muy simple y que más o menos era éste: en vistas de la situación política mundial y local, ¿qué podemos decir desde la izquierda y el marxismo? La deriva que luego de las preguntas de Ariel Petruccelli se desarrolló en este blog junto a Juan Dal Maso puede pensarse, creo, como un síntoma tanto de las potencialidades como de las dificultades con que seguimos cargando a la hora de pensar y actuar. Me permito entonces mi propia deriva que no necesariamente remite a los dichos de Juan y Ariel.

Creo haber dicho en aquella circunstancia (la charla) que si bien el capitalismo nuevamente mostraba otra de sus tantas megacrisis, en el campo de las luchas y resistencias sociales -que nadie duda que las hay y de que seguirán existiendo-, otra “crisis” pasaba por la desproporción entre la magnitud de los enfrentamientos sociales y la miseria a la que nuevamente los pueblos se veían sometidos después de largas temporadas de lucha. Como si el lema fuera “luchar, pero nunca triunfar”. Por supuesto que la enorme mayoría de los intelectuales y militantes de izquierda celebramos la vitalidad de las resistencias: Ocuppy Wall Street por aquí, Primavera Árabe por allá, Indignados más allá, valientes ambientalistas enfrentando la megaminería por acá, y así hasta el infinito, y más allá… Sin embargo, estamos muy lejos de que todos pensemos como trágico y crítico esto de que las cosas sigan ese rumbo, que ya parece casi “predeterminado” (hablando de teleologías, no?). Hasta el periodista criollo más cholulo concluye en que “esto ya lo vivimos los argentinos en el 2001 y sabemos como termina…”

Por eso, si bajamos hasta Argentina (decía en la charla), un balance se imponía tras el ya mítico “2001” (el otro balance, también lo señalé, era el de la caída de la URSS, pero yo no planteaba una discusión sobre las causas de semejante fenómeno, sino sobre una de sus consecuencias: a más de 20 años de ese hito histórico, la enorme mayoría de las personas desconoce la palabra “comunismo”, mientras que para otros tantos “socialista” remite, con suerte, a Binner). Y el balance…, claro que no puede ser positivo: si el sistema político se recompuso a manos del invencible PJ, si el “modelo K” era sólo soja y petróleo, si la redistribución de la riqueza era un sueño eterno y la transversalidad un chiste de mal gusto, y si a todo eso le sumábamos la pantanosa ambigüedad política de la mayoría de la izquierda partidaria e independiente que se la pasaba ponderando medidas positivas y negativas en medio de una enorme diáspora que destruía cientos de organizaciones cooptadas o divididas en el apoyo a tal o cual medida (así lo demostró lo de YPF), entonces, insistí, la cosa no estaba nada bien. Allí se comprende que Ariel exprese que “estamos todos igualmente en bolas y a los gritos”, aunque yo no comparto mucho esa idea. Estuvimos en bolas, y ahora quizás ya podemos empezar a no estarlo. Venimos de un fracaso, quien lo duda, pero sostener ese imaginario (el del eterno fracaso) es por demás deprimente.

¿Qué es lo que ocurre?, creo que gran parte de las respuestas (no todas, por supuesto, acá se trata de no “comenzar de cero”, decíamos) se encuentra en la orfandad teórica y en la reticencia, muy de moda, a revisar críticamente todo esto que venimos señalando. Y ahí comienzan otros planteos que, irónicamente, constituyen lo que podríamos denominar como una suerte de “nueva ortodoxia” según la cual la forma-partido es una organización diabólica donde se reproducen pensamientos dogmáticos y se crea una casta de iluminados que se creen los poseedores de la verdad última de las cosas. Aferrados a estatutos, programas y sentencias de los padres fundadores del marxismo, esos aparatos sepultaron toda una tradición y hoy debemos recomenzar de menos cero. Otros son los tiempos, otras deben ser las teorías.

Aclaro de antemano que esa “nueva ortodoxia” tiene su justa razón de ser en las desafortunadas prácticas de la mayoría de los partidos de izquierda, dentro los cuales los trotskistas han brillado destacándose por sobre el resto, salvo honradas excepciones. 

Sin embargo, como toda moda, también la “nueva ortodoxia” está plagada de poses, de malos entendidos, de evasivas deliberadas, de superficialidades (sino cómo explicar la escisión entre programa mínimo y máximo que profesa el “anticapitalismo militante”, bien señalado por Ariel, pero pensemos: ¿acaso nadie les alcanzó el Manifiesto Comunista? ¿O es que simplemente les parece una antigualla escrita en arameo digna de una biblioteca “art decó”?). Porque junto a lo anterior, la militancia “clásica” es caricaturizada como una experiencia carcelaria que anula al sujeto. Y no me extiendo más con este tema. En resumen, hoy nadie quiere que le digan “qué hacer” ni “por qué” hacerlo ¿Pero, entonces?, ¿qué hacemos con los “sujetxs pluralxs”?

¿Deberíamos alegrarnos y pensar que miles de libertos pululan por fuera de los partidos sembrando socialismo (o algo similar, no importa cuán preciso seamos) en diversos “espacios” y “colectivos” y que, tarde o temprano, cada uno hará su experiencia y después verá si el Socialismo era un proyecto para todos, o solo se trataba de una pesadilla autoritaria? Elige tu propia aventura.

No es de extrañar que en este escenario la crítica intelectual de la “nueva ortodoxia” brille por su inocuidad. La condición de posibilidad de esta situación reside en la mitificación de un espacio que se presenta como libre para el ejercicio de la crítica. El intelectual -incluso de izquierda- critica desde posiciones que no lo ponen en riesgo, simplemente porque acompaña el sentido común de lo “políticamente correcto”: critica las rigideces, las estructuras, los dogmas, los pasados. Pero desconoce que sus balas son de mentirita. Ha sido “liberado” para quedar anulado. O peor aún, puede decir cualquier cosa amparado en una pose anti-dogmática. Hasta puede asistir varias veces a un recital de Roger Waters (ejemplo del Rock progresivo inglés más “ortodoxo”) sin que por ello nadie le diga “¡ortodoxo, dejá los clásicos que fueron compuestos en otra época y lugar!”.

(Digresión: cuando Ariel dice que los mejores análisis provienen de intelectuales que no se inscriben en ninguna corriente política, se equivoca: los peores análisis también. Recordé de inmediato “Hegemonía y Estrategia socialista”, de Ernesto Laclau (1986), un libro muy festejado en la academia, varias veces reeditado, y que se asienta en una distorsión increíble de las posiciones de Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, que inauguró la era del “posmarxismo”, que caló hondo con aquello de la contingencia de lo social y la ridiculización al extremo de la clase obrera como “ontológicamente revolucionaria”. Su propuesta de una “democracia radical” nunca nadie la entendió muy bien, como tampoco su discurso criptolacaniano. Por lo demás, Laclau hoy es un académico de mercado y un “intelectual orgánico” que encontró la “democracia radical” en el kirchnerismo). 

Así las cosas, quizá los acusados de profesar una “vieja ortodoxia” tengan algo de razón. Al menos si lo que dicen es que la clase trabajadora no es ontológicamente revolucionaria, sino estratégicamente revolucionaria.

Soportar una ortodoxia en tiempos heterodoxos, zambullirse en la tradición y tocar fondo con lo que alguna vez ocurrió (por meses, días, minutos, poco importa si lo que se busca resume la experiencia de Un Siglo o más, como dice Badiou justamente en su libro “El Siglo”) e insistir desbocadamente en decirle a los otros dónde uno cree que está la salida de emergencia, quizás, insisto, quizás, sea la manera más efectiva de dar la batalla hoy, aunque de seguro habrá que buscar la mejor “forma” y así mantener alguna fidelidad al presente.      

Minutos antes de comenzar la charla, Raúl Godoy, a quien admiro por su perseverancia militante y por su vocación de convencer con sus ideas a todo tipo de auditorio, me mostró una circular interna de un sindicato neuquino donde increíblemente se advertía a sus delegados sobre la presencia de elementos “trotskistas” que generaban conflictos y enturbiaban el ambiente de trabajo. La manera recomendada de evitar esos elementos, me describía Raúl, era simplemente a través del uso de la violencia: patotas de lúmpenes pagos se enfrentaron a las emergentes comisiones internas de esas fábricas contagiadas de “trotskismo”. Así de simple. Luego Raúl comenzó su exposición. Se había armado de un esquemita con lo que deseaba plantear. Llevaba unos libritos despedazados por el uso (libritos de Lenin, Gramsci, ¡y por supuesto! de Trotsky) y unas fotocopias con fragmentos marcados de otras lecturas de “clásicos”.

martes, 29 de mayo de 2012

Las limitaciones de una estrategia socialista light

Ariel Petruccelli ha tenido la gentileza de escribir este post, sobre el que hago algunas consideraciones.

Comienzo por las dos preguntas, que Ariel reclama que no respondí.

Sobre la primera: No creo que se pueda hablar ingenuamente de socialismo, haciendo de cuenta que no cayó la URSS, por lo cual coincido en que hay que expresar por la positiva el proyecto socialista como algo radicalmente distinto de lo que fueron los estados obreros burocratizados. Sobre que implica un cambio en la época histórica, habría que ver qué quiere decir eso exactamente. Para nosotros, no cambia la caracterización de la época como de crisis, guerras y revoluciones (lo cual no quiere decir que siempre haya crisis, guerras y revoluciones), pero sí abrió una etapa de restauración burguesa, signada por el avance de la burguesía y el imperialismo sobre las conquistas obreras, que de todos modos no impidió la crisis histórica actual del capitalismo. 

Sobre la cuestión de "reinventar" el socialismo, creo que el error de Ariel es precisamente que pasa por alto el aporte de la tradición trotskista para ofrecer un "modelo" de socialismo que realmente exprese la democracia de los trabajadores. Que el pluripartidismo soviético fuera una experiencia de corta duración no hace a la cuestión. Porque incluso en una posición más cercana a la de Ariel, de "democracia socialista" que combine soviets con sufragio universal, se incluiría la multiplicidad de partidos que apoyen la revolución. O sea que en este punto seríamos ambos igualmente multipartidistas. La diferencia está, como ya lo hemos conversado otras veces, en que el mecanismo de sufragio universal responde al principio de la democracia burguesa y no al de la democracia soviética por lo cual los troskos "ortodoxos" del PTS consideramos que no puede ser el "modelo" de democracia socialista. Incluso aunque no se pueda descartar la posibilidad teórica de que en ciertas circunstancias la combinación de soviets y sufragio universal fuera uno de los momentos por los que tuviera que pasar una precaria institucionalidad revolucionaria, no podría ser algo permanente, porque el soviet y la cámara de representantes elegidos por sufragio universal son dos instituciones contradictorias: uno busca unir ciudadano y productor, la otra los divide.

Sobre la segunda: Coincido en que el marco de la lucha es sustancialmente distinto al que tuvieron que enfrentar los bolcheviques y la III Internacional. De las otras corrientes que menciona Ariel no me puedo hacer cargo.  Mi planteo sobre este tema es básicamente el mismo que hice acá. Las condiciones de posiblidad de la estrategia de toma del poder por la clase obrera están dadas por el carácter predominantemente urbano del mundo actual en comparación con el de las primeras décadas del Siglo XX, el mayor peso numérico de los asalariados, entre otras cuestiones, aunque partimos de que la idea del socialismo no es popular en las masas. La extensión de los mecanismos de democracia burguesa (sin olvidar -como olvida Ariel- sus rasgos bonapartistas que hacen más limitado su carácter "popular"), más allá de que surge de ciertas condiciones de estabilidad excepcional producto de la derrota de los `70 y la restauración capitalista, plantea que la hipótesis estratégica no puede ser la de enfrentar un aparato de estado apenas formado como el que enfrentaron los bolcheviques. Por eso considero que las elaboraciones de la Tercera Internacional sobre la revolución en lo que en ese momento se llamaba Occidente son un punto de apoyo incluso para pensar en un país como Argentina en la actualidad, como hicimos acá.

Como se ve no es cierto que no nos planteemos las preguntas que dice Ariel o que les demos respuestas negativas para evitar pensar el marco estratégico actual. Les damos una respuesta desde otra visión estratégica y desde otra concepción sobre las relaciones entre la tradición clásica y las necesarias elaboraciones actuales, que intentamos desarrollar y que dicho sea de paso, se pueden leer para no tener que imaginarlas ¿No?

Sobre la cuestión teórica respecto del partido, gracias por avisar pero ya estamos enterados de que la posición sobre espontaneidad y conciencia expresada en el Qué Hacer fue luego matizada por Lenin, como planteamos acá. Una de nuestras frases de cabecera es "soviet y partido" y hemos destacado la importancia de la lucha por instancias de organización de tipo soviético, por lo cual los compañeros del PO nos tildan de "sovietistas que subvalúan la importancia del partido". Una vez más, me parece que salta la ficha de una de las debilidades de toda la argumentación de Ariel: habla en general de las corrientes trotskystas sin poder debatir contra las posiciones específicas del PTS, que no conoce con suficiente profundidad (tal vez no tiene por qué, pero en este caso esa circunstancia le quita fuerza a sus argumentos). Por eso nos atribuye que seguimos "ciegamente" el modelo de partido del Qué Hacer (aclaro que solamente sigo ciegamente a Lisbeth Salander) o posiciones de que no hay estabilizaciones y que hay crisis permanente o que somos un grupo que pretende ser "puro", que pueden ser muy útiles para caricaturizar el trotskismo en general, pero no para discutir con el PTS o conmigo en particular.

Yo traje a colación el tema del NPA para plantear que un partido tan "amplio" que incluye compañeros que se reclaman revolucionarios con otros que se reivindican reformistas, no sirve para la lucha de clases, como se demostró en las ocupaciones de fábrica del 2010 y que ese partido basó sus principales definiciones estratégicas en presupuestos similares a los de Ariel. Además de que la mitad del partido se fue con el frente de la "izquierda" socialista y el PC en Francia, (y el 70% de sus integrantes dejó de militar) a 3 años de su fundacion ya que estaba basado solamente en el poder aglutinante mediático de la figura de Besancenot. Hubo una rica dura lucha de clases con tomas de fábricas brutalmente derrotadas en las que el NPA ni pintó. 

Sin un partido organizado y centralizado,  me gustaría que Ariel me explique cómo piensa hacer en un país como la Argentina, que tiene el 75% de su industria y grandes servicios como las telefónicas en manos de grandes monopolios extranjeros, los cuales cuentan con la complicidad de una burocracia que dirige casi 3.000 sindicatos y que juega el rol de policía en el movimiento obrero para perseguir a los revolucionarios e intentar comprar a los nuevos delegados que surgen. Cómo piensa hacer, no ya una revolución sino tan siquiera para desarrollar un trabajo sistemático y relevante. La misma pregunta se aplica a las "izquierdas independientes" que tienen nula inserción en los gremios de la CGT tanto como en las industrias y servicios controlados por los grandes grupos imperialistas. Dicho sea de paso, la "instrumentalización" de las luchas reivindicativas que se nos atribuye se da de bruces con el trabajo sindical del PTS, del que un ejemplo reciente es la movida de la Bordó en el STIA, entre otros. 

Para terminar, la formulación estratégica de Ariel: a mi juicio toda estrategia revolucionaria en el interior de estados capitalistas democráticos consolidados y fuertemente urbanos implica la lenta y trabajosa constitución de un amplio movimiento socialista (cultural, reivindicativo, político) que deberá luchar por ganar posiciones y establecer una serie de reformas que lo consoliden como una fuerza de masas antes de luchar seriamente por el poder y establecer reformas de carácter estrictamente revolucionario; es una propuesta de "guerra de posiciones" de baja intensidad (centrada en conseguir reformas) y (partiendo de lo señalado por él mismo sobre la cuestión del partido) sin estado mayor, que nos plantea nuevamente la pertinencia de lo señalado por Fernando Aiziczon acá sobre las carencias estratégicas de la "izquierda independiente". 

domingo, 27 de mayo de 2012

Respuesta de Ariel Petruccelli al post "Sobre el trabajo sin descanso de la estrategia"

Va la respuesta de Ariel a este post. 

Mi amigo Juan Dal Maso ha tenido la sana voluntad de continuar por escrito un intercambio de opiniones sobre problemas de estrategia socialista que se iniciara informalmente en una de las jornadas de la Cátedra Libre Karl Marx, en la que estuvieron como expositores Raúl Godoy y Fernando Aiziczon. Creo que el post de Juan ha reseñado bastante bien las ideas que expuse, muy brevemente, en la intervención que hice en calidad de simple asistente. Sin embargo, creo que se le han pasado por alto dos preguntas muy específicas que hice. Pero antes de ir a ellas quisiera hacer una breve aclaración. Yo no digo que la elaboración de un proyecto de socialismo posible sea una tarea anterior a la del diseño de estrategias, sino que deben ir de la mano: la estrategia es vacía si no sabemos a dónde vamos, y el diseño es un castillo en el aire si no se pueden establecer vínculos con actores concretos capaces de realizarlos. Es decir, el socialismo debe sustentarse en un proyecto social realizable en términos económico-ecológicos; pero también debe ser políticamente viable. 



En su post Juan plantea varias cosas, pero ninguna responde a las dos preguntas que yo formulé ni a las dos afirmaciones que hice (en relación a tales preguntas). Mis preguntas fueron dos: 


1) La debacle ignominiosa del modelo soviético encarnado en la URSS y similares, ¿señala el fin de una época histórica y obliga a re-inventar el socialismo, o podemos seguir como si tal cosa?; 


2) ¿Se han consolidación las democracias capitalistas en el mundo y en América Latina y ello significa que los escenarios de la lucha política actuales y por venir son sustancialmente distintos a los que enfretaron los bolcheviques, los maoístas, Fidel y el Che, los Sandinistas, etc.? 

He respondido afirmativamente a ambas preguntas. De hecho creo que, a la luz de las evidencias, es inverosímil dar otra respuesta. Juan ha elegido no pronunciarse taxativamente, pero me parece que su posición, así como lo que dicen y hacen (en este caso no creo que sea abusivo generalizar) el grueso de los partidos trotskystas supone o bien no hacerse nunca estas preguntas (y en consecuencia no tener respuesta) o bien responder negativamente a ellas. No tengo ningún inconveniente en reconocer que, de todas las tradiciones del socialismo revolucionario del siglo XX, la trotskysta (dentro de la cual milité unos años) se cuenta entre las más reivindicables (pero en esa categoría yo incluiría también a los consejistas, luxemburguistas, ciertas corrientes anarquistas, el POUM, etc.). Lo que digo es que hoy nos enfrentamos a problemas inéditos y sin precedentes. Hay que estudiar con detalle todas las experiencias pasadas, pero debemos tener claro que allí no hallaremos respuestas para todos nuestros problemas. Es esto lo que pienso.


En vez de discutir en torno a las dos preguntas/problemas que he planteado, Juan desarrolla otras cuestiones. La primera es una disquisición sobre las presiones hacia la burocratización inherentes a todo ejercicio del poder. No tengo diferencias. Esas presiones existen y existirán. Tampoco pido un modelo color de rosa, ni mucho menos garantías, como parece haber entendido. Pero una cosa es asumir el riesgo y la incertidumbre, y otra es negarse a ver todas las señales de la realidad. Por ejemplo, el multipartidismo soviético: ¿dónde existió? ¿por cuánto tiempo? Respuesta: luego de tomar el poder sólo en Rusia, y sólo por unos pocos meses (más o menos meses, según tomemos como criterio su existencia real o su existencia legal: prohibición de partidos y fracciones). En este punto ya comienzan a perfilarse diferencias estratégicas importantes. Juan piensa que el tipo de construcción leninista a la que Trotsky primero criticó premonitoriamente y a la que luego adhirió casi se podría decir que ciegamente es el modelo a seguir. Yo creo que no. Es un tema largo, complejo, ríspido. Merecería ser abordado extensamente. Por el momento me limito a señalar unas pocas cosas: 


a) El modelo de partido leninista expuesto en el "Qué hacer" no es el único expuesto por Lenin; 


b) Hay que analizar los pros y los contras de ese modelo en su contexto histórico (aquí se hace fundamental esclarecer si nuestro contexto es semejante o muy distinto); 


c) hay que analizar cómo las virtudes emergentes a la hora de la lucha contra el estado zarista se volvieron en muchos casos en aspectos negativos a la hora de construir una nueva sociedad. 

En fin, con respecto a este punto, yo diría que la revolución rusa no es un modelo: no lo es porque ninguna otra revolución del siglo XX siguió sus pautas; pero sobre todo porque nuestras realidades contemporáneas poco tienen que ver con ella.

Juan cree que todos estos problemas (modelos viables, estrategias, burocratización) son reales y deben ser afrontados, pero que aún cuando "caminemos preguntando" ello no suspende la lucha de clases (desde luego que no: pero ¿quien sostiene lo contrario?) y, de todos modos, "el trotskismo da respuestas perfectibles, pero mejores que las de las restantes corrientes". Esta última parte ya me parece un poco mucho. Los trotskystas creen fervientemente que sus respuestas son las mejores. Los que no son trotsystas piensan todo lo contrario. Pruebas prácticas no hay disponibles: todos hemos fracasado por igual a la hora de realizar algo parecido al socialismo. Estamos todos igualmente en bolas y a los gritos. Se podría intentar sacar alguna conclusión en base al bagaje empírico y la coherencia lógica de las distintas posiciones. Pero en este caso no creo que los puntos de vista cuartainternacionalistas sean los mejores disponibles. Y aquí viene a cuento preguntarse cuáles son las corrientes en que está pensando Juan. Sospecho que son corrientes militantes. Pero, de hecho, creería yo que los mejores análisis disponibles son fruto de intelectuales que no están inscriptos en ninguna corriente política nítidamente definida. Esta es una tragedia de nuestro tiempo: la escisión cada vez más grande entre intelectuales y militantes. Escisión que no habrá de saldarse si los intelectuales no adoptan una firme voluntad de intervención política, y si los grupos políticos siguen pensando que tienen las mejores respuestas para problemas que muchas veces ni se han planteado.

Luego de esto Juan advierte que todas estas discusiones sobre modelos posibles carecen de sentido si no se ubican en la perspectiva estratégica de tomar el poder para la clase obrera, para lo cual hay que construir un partido. Y no contento con esto condena la posibilidad de que todas estas discusiones sean una excusa para limitarse a luchar por el "programa mínimo". Ante esto quisiera hacer varias puntualizaciones. La primera es lo problemáticas que resultan las relaciones clase / partido. Esto es complejísimo. Hoy en día, además, me parece obvio que ningún planteo limitadamente obrerista podría ser la base de una democracia revolucionaria viable: un partido revolucionario debe incluir en pie de igualdad demandas del conjunto de los asalariados, de otros sectores explotados y de todos los grupos oprimidos. 


La segunda puntualización tiene que ver con la concepción del partido. Yo adhiero a una concepción amplia, en la que el partido incluye a diferentes grupos que realizan todo tipo de tareas políticas y acepta diferentes posiciones. Juan, como el conjunto de la tradición que pretende seguir siendo trotskysta, concibe al partido de manera mucho más estrecha. Para esta concepción, quien no forme parte y sostenga a pie juntillas las posiciones de un grupo programática y estatutariamente estructurado o bien no tiene partido o bien es parte de un partido rival. Yo me considero parte de un por el momento amorfo y difuso partido formado por quienes "tomamos partido" en favor de la revolución socialista. En este sentido, con Juan formamos parte del mismo partido, aunque tengamos muchas diferencias no menores. No desconozco la necesidad de que toda fuerza política se constituya en fomas más consistentes, con programas acotados, estatutos, congresos y lo que se juzgue necesario. Pero, de momento, todos los intentos en este sentido hechos en nuestro país en los últimos años no han hecho otra cosa que reproducir más bien sectas políticas empeñadas en combatirse entre sí, en medio del retroceso de la clase en nombre de la que dicen actuar. 


Esto último remite a mi tercera puntualización. La propia clase trabajadora, como movimiento organizado, requiere de su reconstitución. Hoy por hoy, me parece fundamental ayudar a recomponer a una clase que se halla mayormente desmovilizada, desorganizada y globalmente ajena a los planteos anti-capitalistas. En fin, para que las fuerzas revolucionarias podamos tener una real capacidad de incidencia política (el hecho de que se festeje un 3 o un 4% electoral luego de décadas de denodados esfuerzos militantes muestra la insignificancia que tenemos) es preciso constituir o re-constituir una amplia cultura socialista (hoy diezmada) y apuntalar en el terreno reivindicativo a la clase obrera y a todos los sectores oprimidos. 

Mi cuarta puntualización es que la importancia concedida a la construcción del partido ha llevado y sigue llevando a la instrumentalización de todas las demandas reivindicativas: la prioridad está colocada en la construcción partidaria, antes que en la consolidación de las organizaciones de clase, las conquistas parciales, etc. Esto hace que los partidos de izquierda, con muy pocas excepciones, hayan ido a la zaga de los movimientos reivindicativos, casi siempre llevando a ellos demandas que tenían por finalidad "denunciar" a otras corrientes y "ganar a la vanguardia", antes que llevar el movimiento al triunfo. En esto mucho ha tenido que ver la idea (falsa) de que el capitalimso no está encondiciones de ofrecer mejoras.


A quienes planteamos estas cosas se nos reprocha (Juan me lo ha dicho varias veces, en largas charlas que solemos tener) que escindimos el programa máximo del mínimo, renunciamos al progrma de transición y nos limitamos a hacer sindicalismo por un lado y propaganda socialista por el otro. Ante esto se puede responder muy sumariamente: 


1) El programa mínimo y máximo se hallan escindidos por la propia marginalidad del anticapitalismo militante. Ningún grupo logra vincularlos en la práctica, porque para eso deberían estar en el poder.


2) Que hay que elaborar un programa de transición no me caben dudas, pero debe estar adecuado a la realidad presente (que poco tiene que ver con la de 1938), seguir sosteniendo el Programa de Transición elaborado por Trotsky para mí no tiene sentido. Hay una gran cantidad de argumentos empíricos y teóricos que se podrían esgrimir en su contra, pero creo que la evidencia de que el P de T no llevó a ningún grupo al poder (diría incluso que ni cerca) en ningún lugar del mundo en un lapso de más de 70 años debería ser argumento suficiente. 


3) Reducir los complejísimos problemas de la constituicón de una subjetividad anti-sistémica y de una cultura socialista a mera cuestión de propaganda es no ver el bosque. Pongamos un ejemplo: la eficacia política del peronismo no se debe sólo a una maquinaria política bien lubricada y financiada; es fundamental la constitución de ciertas subjetividades, de cierta cultura política, de ciertas prácticas sociales. Si no asumimos la necesidad de librar este combate político-cultural, y si no advertimos lo poco que sirve para él repetir simplemente que hay que construir el partido (en el sentido en que usualmente se entiende esta construcción), creo que estamos jodidos.


Juan asegura que la experiencia del NPA francés dice bastante -en términos negativos- sobre todas estas cosas, agregando que con ese partido "no se puede ir ni a la esquina". Bueno, yo no soy miembro del NPA ni me hago ninguna expectativa con él: no creo que esté ni cerca de acceder al poder. Pero creo que ello se debe más a ciertas condiciones objetivas que a lo que el NPA haga o deje de hacer. Y en cualquier caso, insisto: todos estamos desnudos por igual. El NPA está intentando renovar al anticapitalismo militante, y eso ya tiene un mérito sobre quienes piensan que no hay que renovar nada. Quizá el NPA no tenga futuro. ¿Pero cómo puede Juan estar tan seguro? ¿No habría que darle algo de tiempo? ¿Y cómo puede Juan estar tan convencido de que la trotskysta o, mejor, la del PTS, es la mejor opción? ¿Qué evidencias apuntalan esta creencia?


Para concluir: a mi juicio toda estrategia revolucionaria en el interior de estados capitalistas democráticos consolidados y fuertemente urbanos implica la lenta y trabajosa constitución de un amplio movimiento socialista (cultural, reivindicativo, político) que deberá luchar por ganar posiciones y establecer una serie de reformas que lo consoliden como una fuerza de masas antes de luchar seriamente por el poder y establecer reformas de carácter estrictamente revolucionario. Cómo hacer esto es algo que nadie sabe a ciencia cierta. Hasta ahora, quienes se toman seriamente las reformas y las rivindicaciones inmediatas terminan usualmente olvidándose de las perspectivas revolucionarias, en tanto que quienes se mantienen leales a la revolución desarrollan un accionar poco constructivo en lo reivindicativo e impotente para cualquier reforma (sin embargo, era Lenin el que decía que las reformas eran algo demasiado importante para dejarlo en manos de los reformistas).

Yo no se si estos dos cabos podrán ser atados. Pero no veo cómo podríamos hacer una revolución si no se anudan. Tratar de anudarlos, claro, entraña una estrategia y una concepción política muy diferente a la de la tradición trotskysta, basada en la demarcación política de un partido concebido en términos estrechos, la movilización permanente por entender que no hay estabilización ni reformas posibles, y la espera de ese día en que el pequeño grupo revolucionario aislado en su pureza es finalmente escuchado por las masas.

Miradas Vacías

Combinación de barrio y poesía de un clásico neuquino...


sábado, 26 de mayo de 2012

Sobre el trabajo sin descanso de la estrategia

El jueves 17 de mayo  se hizo en Neuquén una charla de la Cátedra Libre Karl Marx, en la que se abrió un diálogo bastante productivo entre los panelistas Raúl Godoy y Fernando Aiziczon. Después de los panelistas hubo ronda de intervenciones, dentro de las cuales estuvo la de Ariel Petruccelli, en esa ocasión desde el público. Su intervención condensó varios de los cuestionamientos que se hacen a los puntos de vista que sostienen la vigencia de la estrategia bolchevique y el trotskismo. Así que intentaremos ofrecerla de modo resumido, a fin de profundizar la reflexión que se abrió en la charla y que queremos compartir con los lectores/as de este blog porque hace a puntos de vista extendidos en un sector de la intelectualidad de izquierda (desde ya si Ariel quiere postear algo que exprese mejor sus puntos de vista, no tiene más que enviármelo):

En este contexto de crisis del capitalismo, la derrota del modelo socialista que expresó la URSS plantea la necesidad de repensar cuál es nuestro objetivo, lo cual es previo a la cuestión de la estrategia, que a su vez conlleva la dificultad de que en la actualidad es el momento de mayor expansión de la democracia burguesa a nivel mundial, mientras las revoluciones del Siglo XX se hicieron desde afuera del sistema político, como en Rusia y China, donde los bolcheviques luchaban contra el imperio zarista o Mao luchaba desde el campo hacia la ciudad contra el imperialismo japonés y el régimen militar del Kuomintang. En suma, hay que volver a discutir el proyecto socialista y hasta qué punto se puede considerar vigente la estrategia de toma del poder seguida por los revolucionarios del siglo XX, porque aunque la crisis del capitalismo genere oportunidades para la izquierda, siempre fuimos derrotados y en la actualidad no está claro el proyecto ni la estrategia para lograrlo. 

Más allá de las respuestas que se dieron en el transcurso del debate, me interesa tratar de profundizar algunos aspectos. 

-Sobre el problema del "modelo socialista" creo que hay que ser categórico de entrada en que las presiones a la burocratización son inherentes al ejercicio del poder, como decía Rakovski:


¿Qué representa una clase cuando ha pasado a la ofensiva? Un máximo de unidad y de cohesión. Todo espíritu de oficio o de grupo, sin hablar de los intereses personales, pasa a segundo plano. Toda la iniciativa está en manos de la masa militante misma y de su vanguardia revolucionaria, ligada a esa masa del modo más intimo y orgánico. Cuando una clase toma el poder, un sector de ella se convierte en el agente de este poder. Así surge la burocracia. En un Estado socialista, a cuyos miembros del partido dirigente les está prohibida la acumulación capitalista, esta diferenciación comienza por ser funcional y a poco andar se hace social.


Si unimos el análisis de Rakovski con la teoría de Trotsky sobre la burocratización de la URSS, y su programa del "multipartidismo soviético", tenemos que lejos de prometer un socialismo color de rosa, la del trotskismo es la teoría que mejor prevé la posibilidad de burocratización y la mejor respuesta posible para evitar un régimen de partido único, que por otra parte, no era el proyecto de los bolcheviques, sino que fue el resultado de la guerra civil y el pasaje a la reacción por parte de los socialrevolucionarios de izquierda, que hicieron un golpe de estado en 1918. 

Pero más allá de las teorías y los análisis, hay que ser realista. Nadie puede dar garantías de que si hay revoluciones, los estados surgidos de éstas no se burocraticen, incluso aunque tengamos el programa que nos legó Trotsksy para luchar contra eso. ¿Y? ¿Qué revolución se hizo con una garantía del tipo "si no le satisface el producto, le devolvemos su dinero"?

-Sin embargo, supongamos que no tuviéramos ninguna alternativa para la sociedad postcapitalista y tuviéramos más dudas que certezas. En ese caso no nos quedaría otra que "caminar preguntando" en este punto. Si así fuera, la lucha de clases no se suspendería a pesar de nuestras lagunas teóricas, con lo cual la cuestión de la estrategia seguiría tan vigente como si supiéramos hasta el color de los semáforos bajo control obrero y con mandato de base que vamos a poner en el socialismo. 

Por este motivo, ciertos interrogantes que pueden abrirse en la teoría política (a los que el trotskismo da respuestas perfectibles, pero mejores que las de las restantes corrientes) deben guardar proporciones definidas con los problemas de la estrategia. 

En última instancia, podemos discutir más profundamente todas las dificultades del "modelo socialista" sea de democracia socialista (soviets + cámara de representantes elegidos por sufragio universal) como proponen los teóricos de la ex LCR o de "consejismo" (sistema organizado en base e los soviets uniendo la instancia de producción con la territorial y la gestión económica con la política) como proponemos los troskos "ortodoxos" del PTS, pero sin la ubicación estratégica de luchar por el poder para la clase obrera (para lo cual es necesario un partido revolucionario), no tiene sentido la enumeración de los problemas que plantea la construcción de un estado obrero de transición y esta enumeración se transforma solamente en una justificación para limitarse a la lucha por el  programa mínimo. 

Creo que la experiencia del NPA en Francia (partido que con su actual política no sirve ni para ir a la esquina a ver si llueve) dice bastante de esto. 

Es más, hay dos cuestiones que hacen más dificultosa aún la tarea de construir un partido revolucionario de la clase trabajadora y por ende más necesaria la perspectiva de la estrategia. La primera es que, como decía Trotsky, la economía está siempre más avanzada que la política de masas. Esto hace que generalmente, el desarrollo del marxismo esté por detrás del desarrollo de la crisis capitalista o por detrás de las recomposiciones parciales que opera el capital. En el primer caso se da la situación de que la crisis puede ser muy avanzada pero no haya partidos para dirigir los procesos revolucionarios, como ocurrió en Europa Occidental entre 1917 y 1921 y sería deseable que no se de la misma situación en el futuro, pero para eso hay que prever y actuar para lograr el resultado previsto, como decía Gramsci. En el segundo caso, se podría pensar en los trotskistas de postguerra que no fueron capaces de rehacer el marco estratégico después de la Segunda Guerra Mundial y se dividieron entre posiciones "estancacionistas" o "neocapitalistas", perdiendo de vista la unidad entre centro y periferia que plantea la Teoría de la Revolución Permanente. 

A esto se suma un segundo aspecto que es el siguiente: la burguesía lucha en la defensiva de posiciones sociales y políticas conquistadas desde hace siglos y tiene estados mayores ya formados que no se hacen mucho drama con las formas de su dominación y siguen pensando en términos "antiguos": Se valen de Karl Schmitt, Leo Strauss, Clausewitz, Churchill y no les calienta si los posmodernos leen los mismos libros.

Esta desigualdad en el punto de partida de la lucha de la clase obrera, hace más necesaria aún la perspectiva de la estrategia. 

-Por último, aunque es notoria la diferencia en lo que a la situación mundial se refiere, la Tercera Internacional planteó el problema estratégico de la revolución en países con democracias burguesas más consolidadas y más en general con Estados burgueses más afianzados que el débil aparato estatal surgido en Rusia entre febrero y octubre de 1917. El intento de generalizar a escala planetaria la estrategia de toma del poder por la clase obrera nunca implicó suponer que las condiciones de la lucha eran iguales a las de Rusia en todos lados. Sobre esto hemos escrito acá y acá

Para ir terminando y no hacerla muy lunga, la estrategia está sometida a un trabajo sin descanso. No sólo porque tiene que lidiar con la incertidumbre, sino porque como dice Clausewitz, en la táctica hay victoria pero en la estrategia no la hay. El buen éxito estratégico consiste en lograr el objetivo de desarmar al enemigo o un equivalente de este desarme. Para la clase obrera, la conquista de este objetivo, por no limitarse únicamente a la escala nacional, es altamente dificultosa. La clase trabajadora está obligada a luchar, ser derrotada y aprender de sus derrotas sin garantía de triunfo. Y para ser marxista, hay que estar dispuesto a lidiar con esa incertidumbre. 

martes, 22 de mayo de 2012

Sur

Para seguir en la tónica de lo que se dijo acá sobre la vigencia de los clásicos... 

viernes, 18 de mayo de 2012

Viernes (diván)

Victorio y Fer A. me hacen notar un lapsus. Me acuerdo de un amigo que en vez de decir "tesis" dijo "tetas" en cierto contexto que no viene al caso. "Soy de Psico hasta que me muera" no está entre mis cantos preferidos, pero a veces me arrepiento de no escuchar a mi hermana cuando me habla de Freud y Lacan. Constatamos una vez más que el bolchevismo es una corriente de frontera, que une el desierto de los tártaros con los rascacielos de la civilización occidental. Mientras nos identifican con la verdadera barbarie que arrasaría si no estuvieran ellos, los peronistas nos acusan de "eurocéntricos". Martínez Zuviría y Ottalagano ¿serán arquetipos de relativismo cultural?

miércoles, 16 de mayo de 2012

Final amargo de un texto sin herederos (sobre la Lección 9ª de José M. Aricó)

Llegamos por fin al final (el trabalenguas es involuntario). A lo largo de las 9 Lecciones, Aricó va bajando el nivel de la argumentación hasta llegar en la Lección Novena a la idea de que la lucha "hegemónica" se hace en el interior de las instituciones y de que ya no se trata de "asaltar" el poder, caricaturizando la posición gramsciana y la de Lenin al mismo tiempo. 

El fundamento teórico para esta posición consiste en que, contra la lectura economicista del marxismo tradicional, la diferencia entre producción y circulación no es un límite insalvable del capitalismo, sino la forma de su expansión, lo cual pone en crisis las teorías derrumbistas y plantea la necesidad de una crítica de la política que a la vez sea ciencia política, que acompañe la crítica de la economía política. 

Retoma Aricó la idea de que la reproducción del capital trasciende la esfera económica y se proyecta en la formación económico-social como un proceso también político y va por esta vía a una versión marxista de la teoría de la autonomía de lo político y de hegemonía en las instituciones. 

Aricó sostiene que la politización de cada institución del capitalismo es un límite que el capitalismo no puede aceptar, mientras las luchas corporativas son asimilables. Sin embargo, este enfoque del autor es uno de lo que el capitalismo más asimiló durante las últimas  décadas: el de las corrientes que proclamaban la constitución de hegemonía desde las propias instituciones de la sociedad burguesa. El PT de Brasil, tomado por un amplio espectro filo-gramsciano como un ejemplo de política hegemónica, es un botón de muestra de adónde conduce esta posición. La interpretación de que el punto de vista de clase equivale a corporativismo es un grosero error teórico, a partir del cual se construyó una teoría de la hegemonía inofensiva para el sistema político burgués. 

No veo necesario repetir cosas que ya dijimos en los posts anteriores sobre este libro y en este viejo artículo, a los que remito para profundizar algunos aspectos de la discusión, en particular los pasajes referidos al libro Los gramscianos argentinos de Raúl Burgos y la formulación de la hegemonía que hace Aricó en La Cola del Diablo.

De conjunto, el texto de las 9 Lecciones expresa un pensamiento marxista (de matriz frentepopulista) en proceso de socialdemocratización. Esto hace que los puntos más fuertes sean los versan sobre las relaciones de Marx y Hegel, la lógica de El Capital o los conceptos teóricos de Lenin, mientras que los puntos ligados a la teoría política y la estrategia se basan en una degradación del bagaje estratégico del marxismo clásico y en una interpretación gradualista del pensamiento de Gramsci (que tiene desde ya su propio gradualismo). 

Sin embargo, las 9 Lecciones y más en general lo desarrollado por Aricó antes de su pasaje abierto a la socialdemocracia, es un legado sin herederos. En efecto, para una posición marxista revolucionaria, quizás con la excepción de sus notas sobre Sitrac-Sitram, es demasiado proclive a posiciones reformistas y para las corrientes gramscianas socialdemocratizantes, es demasiado de izquierda, porque sigue hablando del marxismo en términos de una teoría de la revolución

Quizás por eso, los trotskistas debatimos más sobre Aricó que sus supuestos herederos.

martes, 15 de mayo de 2012

Desierto (poema de Fabián Casas)

Manejé durante la noche
hasta agotar la nafta.
Apagué las luces del auto,
cerré las puertas
y caminé sin rumbo
fuera de la ciudad.
Pasé cuarenta días
en el desierto
tentado por el diablo.
Volví,
no me siento ni bien ni mal
y esto debe tomarse
al pie de la letra.

(El Salmón, 1995)

lunes, 14 de mayo de 2012

Scioli y el peronismo no K





Las declaraciones de Scioli sobre sus aspiraciones presidenciales hacia 2015 muestran (todavía de forma embrionaria) que si el kirchnerismo sobreactúa la relación de fuerzas con el peronismo no K que forma parte del oficialismo, puede estar tendiéndose una trampa a sí mismo.

Sin embargo, más allá de que no es un dato menor que el gobernador de la PBA haga un planteo de estas características, Scioli no representa todavía una amenaza para CFK, cuestión que se puede modificar si el deterioro de la situación económica y social hace que sectores del peronismo empiecen a tomar mayor distancia de la camarilla cristinista.
En este marco, está por verse si Scioli puede transformarse o no en la esperanza de recambio del peronismo no kirchnerista para el 2015.

Por lo pronto, la movida del gobernador de la PBA parece más destinada a ponerle límites en lo inmediato a la ofensiva kirchnerista en territorio bonaerense que a proyectarse efectivamente hacia un más que lejano 2015.

viernes, 11 de mayo de 2012

Viernes (Grayskull)

Quehaceres varios, con la reserva de nafta. Seguimos las vicisitudes de Wallander (que no es Blomkvist ni Philip Marlowe, ni una combinación de ambos) y recordamos una vez más el peso abrumador de la incertidumbre. Los muchachos de La Bordó se plantan frente a la mafia de Daer que no se dedica precisamente a "caminar preguntando". Los autónomos están por detrás de He Man, que por lo menos luchaba por el poder de Grayskull. Ni hablar si comparamos con Darth Vader o Prometeo.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Gramsci: teoría, estrategia, hegemonía (Sobre la Lección Octava de José M. Aricó)

Ya vamos llegando al final de esta faena un tanto pesada. La Octava Lección condensa lo que se podría denominar el núcleo del debate estratégico del libro de Aricó, que para ser estratégico, es muy teórico, pero eso mismo es parte de la discusión. No es mi deseo ser muy repetitivo, así que acerca del enfoque más general en que Aricó encuadra el pensamiento de Gramsci, me remito al post sobre la lección Séptima, a otro más viejo sobre el lenguaje "militar" de Antonio Gramsci y a este artículo de la revista Lucha de Clases, en que realizamos una lectura crítica de las hipótesis estratégicas de los Cuadernos de la Cárcel y de las formulaciones estratégicas de Portantiero y Aricó. En estos trabajos están abordados distintos aspectos tomados por Aricó en la Lección Octava y por eso este post será un poco más breve que los anteriores.

Para la discusión específica, hay dos recortes que veo necesarios para la discusión de este capítulo. Uno tiene que ver con el cruce que hace Gramsci entre estrategia y teoría de la política (o ciencia política), que es retomado por Aricó como un punto de fortaleza de la elaboración del comunista italiano, que para sintetizar habría abordado la cuestión estratégica desde un desarrollo propio de la teoría marxista de la política. El otro tiene que ver con la fundamentación que proporciona Aricó de la teoría de la hegemonía, ligada a la cuestión de las alianzas de clases y del carácter de clase del partido, aunque según él no se limite a esa cuestión sino a la constitución de una dirección intelectual y moral más de conjunto. 

En el primer aspecto, más allá del nivel de acuerdo que tengamos o no con Gramsci, es cierto que este reflexiona, desde el punto de vista teórico, con mayor énfasis en la cuestión de la política como ciencia autónoma y diversos aspectos de sus reflexiones sirven para pensar las características del Estado en la época del imperialismo. Asimismo intenta fundamentar esta reflexión en una interpretación de la teoría de la hegemonía de Lenin. Sin embargo, el déficit de Gramsci consiste en que estos desarrollos teóricos se dan en un contexto en cual Gramsci realiza una hipótesis sobre la guerra de posiciones, que en cierto modo elude el balance concreto desde el punto de vista estratégico de las experiencias de la Internacional Comunista durante los años '20 y '30, en las cuales Gramsci tendió alinearse con Zinoviev primero (V Congreso, donde Gramsci pensaba que Brandler que había suspendido la huelga general en Alemania porque la socialdemocracia le hizo Buuuhhh! era un ... ¡¡¡golpista!!!) y con Bujarin-Stalin después (carta al CC del PCUS, en la que hace críticas a los métodos de la fracción predominante pero defiende sus posiciones). Esta coexistencia de tan disímiles elementos en el pensamiento de Gramsci se expresa, como dijimos en "La revolución diplomatizada", en la contradicción entre la productividad de su teoría política y los límites de sus hipótesis estratégicas.

Respecto del segundo aspecto, la línea de argumentación de Aricó va hacia el planteo de que un partido con predominancia de la clase obrera tiene que ser por fuerza obrerista y sindicalista y no puede ser "hegemónico", de esta forma rehabilita la teoría de los partidos bipartitos obreros y campesinos de Bujarin y Stalin, que ya en la Lección Quinta le había adjudicado erróneamente a Lenin. Desde esta óptica, la hegemonía no consiste en la jefatura de la clase obrera dentro de una alianza obrero-campesina u obrero popular, sino en la dirección del partido sobre un bloque de clases unido por una perspectiva cultural-intelectual y moral socialista, pero sin predominio social y político de la clase trabajadora. Por eso Aricó considera un paso adelante el VII Congreso de la Internacional Comunista que vota la línea de Frentes Populares y gobierno de frente único con la burguesía democrática. 

Por último, que esta interpretación no es un invento de Aricó. Como planteamos acá: su lectura [la de Gramsci] de la “hegemonía” en la URSS está teñida de un sustituismo que reemplaza la dominación de la clase por la del grupo dirigente.

Esto es lo que planteó cuando sostuvo en 1926 que el proletariado tenía que sostener su dominación política al precio de mantener una posición social de clase subordinada, para defender la Neo-NEP de Bujarin y Stalin, lo cual sigue defendiendo en los Cuadernos de la Cárcel, cuando dice que la Oposición tenía una programa que llevaba al industrialismo y el bonapartismo. Cuando se posiciona de esta forma, el punto de vista dialéctico por el cual la clase obrera como clase dominante tiene que mantener su dominación política a costa del sacrificio de intereses económico-corporativos, se invierte transformándose en que el partido para mantener la unidad del grupo dirigente tiene que hacer concesiones a los campesinos contra la clase trabajadora. Gramsci pierde de vista que la centralidad de la clase trabajadora no puede ser solamente la del partido que tiene supuestamente el punto de vista de la clase trabajadora, por lo cual la cuestión de fortalecer las posiciones sociales del proletariado al interior de la URSS era un problema candente, como señalaba la plataforma de la oposición conjunta [...]

Si bien Gramsci no dio el paso de liquidar la centralidad de la clase obrera, como hicieron los socialdemócratas y demócratas de izquierda, su posición política sobre la URSS, que después elevó a teoría en los Cuadernos tiene un denominador común con esas posiciones.

Volviendo ahora a pensar sobe el tema, creo que el sustituismo al que hacía alusión en el post citado es en realidad un aspecto secundario de una concepción más amplia en la cual el desplazamiento parcial de la centralidad de la clase obrera en función de sostener la alianza "hegemónica" tiene como fundamento una concepción de la hegemonía que se emparenta con la de "política nacional", por la cual el problema de la alianza obrero-campesina se concibe como más importante que el de la centralidad obrera, mientras para Trotsky una era impensable sin la otra.

Desde esta óptica de enfrentar hegemonía "socialista" con hegemonía de la clase obrera, Aricó construye una "teoría de la revolución" en la cual el problema de la lucha por el poder se diluye en una imagen más amplia de "conquista del poder", por la vía de un proceso de construcción de hegemonía en el que la lucha por una dirección intelectual y moral de las masas desplaza la cuestión estratégica. Igual que Portantiero tiende a una teoría del socialismo sin revolución. 

Otra vez Aguinis manda fruta sobre Trotsky

http://www.rionegro.com.ar/diario/aguinis-la-juventud-de-trotsky-reflejo-de-un-idealismo-universal-con-fotos-871927-9524-nota.aspx

Esto ya es demasiado bizarro para mi gusto. Ahora resulta que Trotsky era un socialdemócrata como Hollande. Este tipo no tiene algún amigo con buen criterio que le aconseje no hablar más giladas sobre Trotsky????

sábado, 5 de mayo de 2012

Wu Tang Clan "Can It Be All So Simple"


Sábado inglés (viernes diferido)

Sometido a la sucesión de aniversarios luctuosos, decidí que el día de recordación de El Gran Pez va a ser el de su cumpleaños y no el de su muerte. Al Rober que me acusa de dividir todo entre Mencheviques y Bolcheviques, le digo que conozco otras divisiones: jónicos y espartanos, galos y romanos, ninjas y samurais, morenistas y saavedristas, Beatles y Rolling Stones, entre otras. La conclusión es la misma: como se dice en el Hagakure, en realidad me gustaría volver a ser un verdadero Ronin. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Argentina 2012: algunos aspectos de la situación política

Como está más que visto que la teoría no garpa y el asunto de escribir für ewig tiene sus bemoles, además de que de repente llegamos a los 9 años de gobiernos K, con muchos elementos que configuran una situación peculiar a nivel nacional, en un contexto internacional más peculiar aún, voy a tratar de resumir algunos aspectos, que continúan reflexiones previas que se pueden encontrar al costado derecho de este blog en "Entradas más leídas" y otras que son producto de conversaciones con FR y EM. En todos los casos son reflexiones de carácter personal, con las cuales pueden no coincidir -no sería la primera vez- mis compañeros del PTS. Estas líneas son una primera aproximación, que debe ser completada en el intercambio con otros compañeros. 

El kirchnerismo asumió el control del poder estatal después del estallido de la crisis orgánica del 2001. Cuando hablamos de crisis orgánica, hablamos de una combinación de crisis económica (no cíclica tipo las crisis industriales cada 7 años del siglo XIX, sino del esquema económico con que el país se insertó en la economía mundial por un período relativamente largo) y crisis política, tanto del sistema de partidos (separación de las masas de los partidos tradicionales, en particular las capas medias respecto del partido radical), del bloque social configurado previamente (alianza social que sostuvo la convertibilidad y el menemismo que iba desde las empresas privatizadas hasta los pobres de los barrios, con una clase media consumista que galvanizaba el bloque) y de la autoridad estatal (desconfianza hacia los mecanismos de resolución institucionales de los problemas, relativa pérdida del control de las calles, desprestigio de las fuerzas represivas, desprestigio de la burocracia sindical agente del estado burgués dentro del movimiento obrero). 

La recomposición económica posterior a la devaluación y pesificación asimétrica resolvió el primer aspecto de la crisis orgánica, dejando la persistencia de la crisis política, que por una combinación del conformismo social creciente producto de la reactivación económica y la reactivación del consumo, medidas como la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, fue dando lugar a una recomposición de la autoridad estatal, precaria pero creciente, amenazada por derecha por la crisis con "el campo" que llevó a la derrota del oficialismo en la PBA en las elecciones legislativas de 2009 y fue un momento de gran debilidad del gobierno, que éste buscó revertir con la Ley de Medios y otras medidas para hacer una base más fuerte en los sectores medios "progresistas", junto con la "batalla" contra Clarín y dio lugar al surgimiento de una "izquierda kirchnerista" más militante. Los desfiles del Bicentenario primero y la reelección de CFK después marcaron el momento de mayor recomposición de la autoridad estatal por el prestigio de la institución presidencial, el alto nivel de participación electoral y el 54% obtenido por la candidata del oficialismo, a muchísima distancia de la oposición burguesa. 

El impacto de esta situación sobre la crisis del sistema de partidos (es cierto que sigue caracterizado por su inestabilidad) es que se volvió un problema secundario. El oficialismo no necesita una oposición fuerte para mejor gobernar. Simplemente ocupó la mayor parte del espacio político (abarcando lo más posible de la centroizquierda y la centroderecha) y si bien es poco probable que pueda sostenerse un marco político así durante muchos años, lo cierto es que, no pegando más de lleno la crisis económica internacional, la ausencia de un régimen de partidos más tradicional tiene poco peso como problema para la gobernabilidad burguesa. En este aspecto se da una cierta novedad en que el oficialismo combina pejotismo en las sombras con frepasismo en el "relato" para las capas medias. Si se pasa de largo y sobrevalora la tropa propia, puede tenderse una trampa a sí mismo, igual que los personajes de la novela negra. En la tensión entre el "cristinismo puro" y el PJ en que se apoya el oficialismo para hacer el "trabajo sucio" (que los progres desprecian pero tragan como un sapo necesario) asoma la punta de una crisis mayor, pero hasta el momento se mantiene como una guerra de baja intensidad, incluso en la relación con Moyano, que es el más enfrentado con el gobierno. 

En función de estos elementos, me parece que la "crisis política" se encuentra en un impasse y esto es lo que permite que el gobierno, administrando una situación económica aún estable pero con muchos elementos de deterioro, no pague grandes costos políticos por hechos aberrantes como la Masacre de Once, el escándalo de Boudou, etc. Los puntos de apoyo de este impasse son la debilidad de la oposición burguesa y la relativa estabilidad económica. El punto de presión sobre la articulación oficialista son los signos de deterioro de la situación económica y  social (fracaso de la política energética, crisis de los servicios públicos, problemas del esquema fiscal, etc). 

En este marco, el bonapartismo del gobierno se debe principalmente a un problema de relación de fuerzas sociales objetivas, más que a las tendencias -existentes pero débiles- a la polarización social. El proceso de recomposición de la clase trabajadora durante los últimos años, hace muy difícil ir a "chocarla de frente". Esto es lo que llevó al gobierno a moderar la ofensiva pro-patronal que quería imponer con la "sintonía fina". 

Como contratendencia a este impasse, es importante destacar el creciente peso político y sindical inédito que ha logrado la izquierda de extracción trotskista en comparación con los años '90 y en cierto modo también en comparación con los '80 (donde tenían mayor peso el PC). 

Tomar esta recomposición del peso político de la izquierda como un dato meramente superestructural sería un error de politiquería superficial. Si bien el "factor" superestructural tiene un peso importante, porque la crisis de la centroizquierda deja un "espacio" para la izquierda, lo decisivo pasa por la persistencia de la "crisis de autoridad" de la burocracia sindical, que en cierto modo es uno de los efectos del 2001 que más se ha mantenido en el tiempo desde ese momento hasta acá y permitió el desarrollo del sindicalismo de base. Ahí está el punto de fuga del bonapartismo y es donde hay que enfilar las armas. A esto se suma la reversión ideológica del neoliberalismo, que si bien hace primar ideologías "redistribucionistas", también abre un auditorio para el marxismo. 

El punto de vista "catastrofista" (que siempre tuvo un peso relativo en la historia del  marxismo), la certeza de que el enemigo está destinado a perecer, actúa como un aliciente en los momentos de retroceso, pero también puede ser un complemento de la espera pasiva o la politiquería superficial y sobre todo un  obstáculo epistemológico para el análisis de la realidad política. En este contexto de relativa fortaleza del gobierno y de avance de la izquierda clasista no es más que un veneno tan fuerte como el evolucionismo y el pacifismo. Desde el ángulo de la estrategia marxista, el reconocimiento de las fortalezas y debilidades del enemigo es indispensable para saber dónde hay que golpear para prepararse mejor. Porque como decía Trotsky, lo que caracteriza la época imperialista no es la crisis permanente ni la posibilidad de tomar el poder todo el tiempo, sino las oscilaciones bruscas que ponen a un partido revolucionario frente a esa tarea. 

martes, 1 de mayo de 2012

La Tercera Internacional y la "revolución pasiva" (sobre la Lección Séptima de José M. Aricó)




Acá en Neuquén hicimos la movida del 1º de Mayo por la mañana, así que me quedó un rato para leer y obviamente tuve que volver a la faena de las 9 Lecciones sobre economía y política en el marxismo, dejando para más tarde una novela de Mankell

A esta altura, a los valientes que siguen leyendo los comentarios acerca de este libro, les digo lo siguiente: Aricó tiene una suerte de tendencia decreciente de la tasa de buenos argumentos, o sea, empeora en sus contenidos a medida que se aleja de la teoría y se mete en la estrategia. Otra cuestión importante es que al no tener ninguna apropiación o lectura seria del pensamiento de Trotsky, Aricó termina "inventando la pólvora" en debates que hace contra la Internacional Comunista, desconociendo planteos de Trotsky que contemplan gran parte de lo que afirma el pensador cordobés, aunque desde una óptica totalmente distinta. 

El núcleo principal de la Lección Séptima, previa reconstrucción de los debates que se dieron entre 1890 y 1920 sobre el destino del capitalismo, es que a pesar de que Lenin era enemigo de la teoría del derrumbe inevitable del capitalismo porque consideraba que no había situación sin salida para la burguesía, su teoría del imperialismo, con el supuesto de la crisis general del capitalismo y la actualidad de la revolución sentó las bases para una concepción predominante en la Internacional Comunista en la cual la caída del capitalismo estaba a la orden del día y no fue posible ver los procesos de restructuración del capitalismo que se expresaban en la república de Weimar (nuevo rol del Estado en la organización de la producción) y el americanismo (desarrollo de la técnica de producción industrial al cual se relacionan ciertos mecanismos de racionalización de la población). Algo parecido planteaba Portantiero en Los Usos de Gramsci, que criticamos acá, donde además retomamos los debates del Tercer Congreso entre Lenin y Trotsky y los "comunistas de izquierda". 

Me parece pertinente debatir con la reconstrucción que hace Aricó sobre los obstáculos epistemológicos a los que habría estado sometida la Internacional Comunista, los cuales la llevaron a una política sectaria en lo que se conoce como el "tercer período" que permitió el ascenso del nazismo alemán. 

En primer lugar, la teoría del imperialismo no suponía para Lenin que la época de crisis, guerras y revoluciones fuera una época de crisis, guerras y revoluciones ininterrumpidas o constantemente en acto. En este sentido, no es cierto que la única diferencia entre Lenin y los ultraizquierdistas alemanes, que caracterizó el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, fuera únicamente a propósito de la política de alianzas. Lenin planteó claramente que después de las derrotas de Italia, Polonia y Alemania, en 1921 la burguesía había recuperado el control de la situación luego de un período en que se encontraba paralizada producto de la ofensiva de la clase trabajadora que tenía su hito máximo en la Revolución Rusa de Octubre de 1917. 

Asimismo, la Internacional Comunista, principalmente en análisis de Trotsky incluidos en sus Escritos Militares y que citamos acá, planteaba no solamente la necesidad de la táctica del Frente Unico por el objetivo político de ganar a las masas bajo influencia de la socialdemocracia sino también como una táctica que formaba parte de una hipótesis estratégica (provisoria y no inamovible) que oponía la dinámica de la revolución en Europa Occidental a la de Rusia: Primero guerra civil y después toma del poder. Desde ya que esta hipótesis provenía de un cálculo de probabilidades y no tenía viso alguno de "bola de cristal". Podía darse o no. Pero es importante destacar esto en función de que la reconstrucción del clima de ideas de la III Internacional que realiza Aricó prescinde de este aspecto. 

En segundo lugar, tampoco es cierto que haya sido solamente Gramsci el que asignó importancia a los mecanismos de reconfiguración de las formas estatales en los años '20 y '30 o al fordismo-americanismo. Trotsky abordó estos problemas en reiteradas oportunidades, analizando los cambios de las formas estatales desde la constitución de Weimar hasta el nazismo, pasando por las distintas formas bonapartistas que adquirieron los gobiernos alemanes previos al ascenso de Hitler, las formas del Estado soviético bajo el mando de la burocracia o de los distintos gobiernos desde reformistas a bonapartistas del Frente Popular en España y Francia, el significado del New Deal o el proceso de estatización de los sindicatos a escala mundial. Y también reflexionó sobre la importancia que tenía el rol de Estados Unidos como potencia, tanto desde el punto de vista de su superioridad económica como desde el punto de vista de las relaciones entre Europa y Estados Unidos como causa probable de nuevos estallidos revolucionarios, crisis y guerras, en particular de cara a los preparativos de la Segunda Guerra Mundial. Estos procesos tuvieron un rol de reconfigurar las relaciones entre economía y política en el capitalismo y algunos de ellos se expresaron más claramente después de la Segunda Guerra Mundial, mediante el "Estado de bienestar", pero para Trotsky (a diferencia de Gramsci) los mecanismos mediante los cuales el capitalismo sobrevivía a su propia crisis, estaban enmarcados en las tendencias hacia la guerra, originada en la lucha interimperialista que la Primera Guerra Mundial no había resuelto sino puesto en un impasse

Lo que determinó la acción de la Internacional Comunista de 1924 en adelante no fue una incomprensión del desarrollo de las formas de reconfiguración estatal, que Trotsky por otra parte analizó, sino una incomprensión del carácter de la época imperialista y de la primacía de la estrategia contra las diversas formas de fatalismo, a lo que se sumó desde 1925 y sobre todo a partir de 1928 la necesidad de conciliar la adhesión formal al internacionalismo con la "teoría del socialismo en un sólo país" (jamás nombrada por Aricó), que se basaba en una dislocación de las tendencias a la interdependencia inherentes a la economía mundial en lo teórico y en las presiones de las capas más conservadoras de la sociedad soviética desde el punto de vista material. En este marco, el llamado "tercer período" era un intento de silenciar las conclusiones estratégicas de la política derechista anterior llevada adelante por la Internacional Comunista entre 1925 y 1927, que llevó a la derrota de la revolución en China y se basaba a su vez en una errónea lectura de las relaciones de fuerzas entre la clase obrera y el fascismo, así como de la naturaleza de éste último como fenómeno político reaccionario. 

Al pasar por alto estos aspectos centrales del derrotero de la Internacional Comunista, Aricó establece una suerte de continuidad teórica entre Lenin y el stalinismo, que flaco favor le hace al fundador del Partido Bolchevique.