Posteo una contribución de Fernando Aiziczon al debate sobre la cuestión estratégica con Ariel Petruccelli. Los enlaces los agrego yo para facilitar la lectura a los que recién se asoman al intercambio.
El origen de la charla que da origen a este rico debate tenía un eje muy simple y que más o menos era éste: en vistas de la situación política mundial y local, ¿qué podemos decir desde la izquierda y el marxismo? La deriva que luego de las preguntas de Ariel Petruccelli se desarrolló en este blog junto a Juan Dal Maso puede pensarse, creo, como un síntoma tanto de las potencialidades como de las dificultades con que seguimos cargando a la hora de pensar y actuar. Me permito entonces mi propia deriva que no necesariamente remite a los dichos de Juan y Ariel.
Creo haber dicho en aquella circunstancia (la charla) que si bien el capitalismo nuevamente mostraba otra de sus tantas megacrisis, en el campo de las luchas y resistencias sociales -que nadie duda que las hay y de que seguirán existiendo-, otra “crisis” pasaba por la desproporción entre la magnitud de los enfrentamientos sociales y la miseria a la que nuevamente los pueblos se veían sometidos después de largas temporadas de lucha. Como si el lema fuera “luchar, pero nunca triunfar”. Por supuesto que la enorme mayoría de los intelectuales y militantes de izquierda celebramos la vitalidad de las resistencias: Ocuppy Wall Street por aquí, Primavera Árabe por allá, Indignados más allá, valientes ambientalistas enfrentando la megaminería por acá, y así hasta el infinito, y más allá… Sin embargo, estamos muy lejos de que todos pensemos como trágico y crítico esto de que las cosas sigan ese rumbo, que ya parece casi “predeterminado” (hablando de teleologías, no?). Hasta el periodista criollo más cholulo concluye en que “esto ya lo vivimos los argentinos en el 2001 y sabemos como termina…”
Por eso, si bajamos hasta Argentina (decía en la charla), un balance se imponía tras el ya mítico “2001” (el otro balance, también lo señalé, era el de la caída de la URSS, pero yo no planteaba una discusión sobre las causas de semejante fenómeno, sino sobre una de sus consecuencias: a más de 20 años de ese hito histórico, la enorme mayoría de las personas desconoce la palabra “comunismo”, mientras que para otros tantos “socialista” remite, con suerte, a Binner). Y el balance…, claro que no puede ser positivo: si el sistema político se recompuso a manos del invencible PJ, si el “modelo K” era sólo soja y petróleo, si la redistribución de la riqueza era un sueño eterno y la transversalidad un chiste de mal gusto, y si a todo eso le sumábamos la pantanosa ambigüedad política de la mayoría de la izquierda partidaria e independiente que se la pasaba ponderando medidas positivas y negativas en medio de una enorme diáspora que destruía cientos de organizaciones cooptadas o divididas en el apoyo a tal o cual medida (así lo demostró lo de YPF), entonces, insistí, la cosa no estaba nada bien. Allí se comprende que Ariel exprese que “estamos todos igualmente en bolas y a los gritos”, aunque yo no comparto mucho esa idea. Estuvimos en bolas, y ahora quizás ya podemos empezar a no estarlo. Venimos de un fracaso, quien lo duda, pero sostener ese imaginario (el del eterno fracaso) es por demás deprimente.
¿Qué es lo que ocurre?, creo que gran parte de las respuestas (no todas, por supuesto, acá se trata de no “comenzar de cero”, decíamos) se encuentra en la orfandad teórica y en la reticencia, muy de moda, a revisar críticamente todo esto que venimos señalando. Y ahí comienzan otros planteos que, irónicamente, constituyen lo que podríamos denominar como una suerte de “nueva ortodoxia” según la cual la forma-partido es una organización diabólica donde se reproducen pensamientos dogmáticos y se crea una casta de iluminados que se creen los poseedores de la verdad última de las cosas. Aferrados a estatutos, programas y sentencias de los padres fundadores del marxismo, esos aparatos sepultaron toda una tradición y hoy debemos recomenzar de menos cero. Otros son los tiempos, otras deben ser las teorías.
Aclaro de antemano que esa “nueva ortodoxia” tiene su justa razón de ser en las desafortunadas prácticas de la mayoría de los partidos de izquierda, dentro los cuales los trotskistas han brillado destacándose por sobre el resto, salvo honradas excepciones.
Sin embargo, como toda moda, también la “nueva ortodoxia” está plagada de poses, de malos entendidos, de evasivas deliberadas, de superficialidades (sino cómo explicar la escisión entre programa mínimo y máximo que profesa el “anticapitalismo militante”, bien señalado por Ariel, pero pensemos: ¿acaso nadie les alcanzó el Manifiesto Comunista? ¿O es que simplemente les parece una antigualla escrita en arameo digna de una biblioteca “art decó”?). Porque junto a lo anterior, la militancia “clásica” es caricaturizada como una experiencia carcelaria que anula al sujeto. Y no me extiendo más con este tema. En resumen, hoy nadie quiere que le digan “qué hacer” ni “por qué” hacerlo ¿Pero, entonces?, ¿qué hacemos con los “sujetxs pluralxs”?
¿Deberíamos alegrarnos y pensar que miles de libertos pululan por fuera de los partidos sembrando socialismo (o algo similar, no importa cuán preciso seamos) en diversos “espacios” y “colectivos” y que, tarde o temprano, cada uno hará su experiencia y después verá si el Socialismo era un proyecto para todos, o solo se trataba de una pesadilla autoritaria? Elige tu propia aventura.
No es de extrañar que en este escenario la crítica intelectual de la “nueva ortodoxia” brille por su inocuidad. La condición de posibilidad de esta situación reside en la mitificación de un espacio que se presenta como libre para el ejercicio de la crítica. El intelectual -incluso de izquierda- critica desde posiciones que no lo ponen en riesgo, simplemente porque acompaña el sentido común de lo “políticamente correcto”: critica las rigideces, las estructuras, los dogmas, los pasados. Pero desconoce que sus balas son de mentirita. Ha sido “liberado” para quedar anulado. O peor aún, puede decir cualquier cosa amparado en una pose anti-dogmática. Hasta puede asistir varias veces a un recital de Roger Waters (ejemplo del Rock progresivo inglés más “ortodoxo”) sin que por ello nadie le diga “¡ortodoxo, dejá los clásicos que fueron compuestos en otra época y lugar!”.
(Digresión: cuando Ariel dice que los mejores análisis provienen de intelectuales que no se inscriben en ninguna corriente política, se equivoca: los peores análisis también. Recordé de inmediato “Hegemonía y Estrategia socialista”, de Ernesto Laclau (1986), un libro muy festejado en la academia, varias veces reeditado, y que se asienta en una distorsión increíble de las posiciones de Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, que inauguró la era del “posmarxismo”, que caló hondo con aquello de la contingencia de lo social y la ridiculización al extremo de la clase obrera como “ontológicamente revolucionaria”. Su propuesta de una “democracia radical” nunca nadie la entendió muy bien, como tampoco su discurso criptolacaniano. Por lo demás, Laclau hoy es un académico de mercado y un “intelectual orgánico” que encontró la “democracia radical” en el kirchnerismo).
Así las cosas, quizá los acusados de profesar una “vieja ortodoxia” tengan algo de razón. Al menos si lo que dicen es que la clase trabajadora no es ontológicamente revolucionaria, sino estratégicamente revolucionaria.
Soportar una ortodoxia en tiempos heterodoxos, zambullirse en la tradición y tocar fondo con lo que alguna vez ocurrió (por meses, días, minutos, poco importa si lo que se busca resume la experiencia de Un Siglo o más, como dice Badiou justamente en su libro “El Siglo”) e insistir desbocadamente en decirle a los otros dónde uno cree que está la salida de emergencia, quizás, insisto, quizás, sea la manera más efectiva de dar la batalla hoy, aunque de seguro habrá que buscar la mejor “forma” y así mantener alguna fidelidad al presente.
Minutos antes de comenzar la charla, Raúl Godoy, a quien admiro por su perseverancia militante y por su vocación de convencer con sus ideas a todo tipo de auditorio, me mostró una circular interna de un sindicato neuquino donde increíblemente se advertía a sus delegados sobre la presencia de elementos “trotskistas” que generaban conflictos y enturbiaban el ambiente de trabajo. La manera recomendada de evitar esos elementos, me describía Raúl, era simplemente a través del uso de la violencia: patotas de lúmpenes pagos se enfrentaron a las emergentes comisiones internas de esas fábricas contagiadas de “trotskismo”. Así de simple. Luego Raúl comenzó su exposición. Se había armado de un esquemita con lo que deseaba plantear. Llevaba unos libritos despedazados por el uso (libritos de Lenin, Gramsci, ¡y por supuesto! de Trotsky) y unas fotocopias con fragmentos marcados de otras lecturas de “clásicos”.
2 comentarios:
Fernando: Me parece que lo central del análisis de aquellxs que militamos por la revolución y el socialismo, tiene que ser definir una estrategia en base a principios programáticos claros. Esto no implica ser sectarios ni mucho menos, sino precisar una perspectiva revolucionaria y socialista que apuntale y estimule la auto actividad de las masas. en cuanto a estas definiciones, un aspecto clave considero que es el del sujeto social que pueda encarnar ideal y materialmente este proyecto de transformación radical de todas las relaciones sociales (y no estoy refiriéndome sólo a las de producción, si bien evaluar el grado de sobredeterminación que ejerce la contradicción en esta dimensión de la reproducción social, en las condiciones históricas de la actualidad, implicaría un debate mucho más profundo y específico). como decía, discutir respecto a semejante eje analítico, supone un gran desafío para delimitar un programa con independencia política de la burguesía y que sea una creación genuina de la clase trabajadora en su conjunto. en este sentido, me parece que es necesario leer con suma atención a los clásicos del pensamiento crítico, tanto del marxismo como de otras corrientes filosóficas. a su vez pienso que la re elaboración constante de una teoría que busque superar el sistema capitalista y construir una alternativa de liberación de las mejores capacidades humanas, requiere de la recuperación de los aportes conceptuales más importantes así como de una voluntad de escucha y diálogo fraternal entre las diversas expresiones políticas y formas de organización que asumen los sectores populares. esto último no significa hacer concesiones de ningún tipo a las distintas variantes reformistas de viejo y nuevo tipo; pero sí comprender que ni el movimiento obrero contemporáneo ni el contexto histórico son el mismo que hace cien o cincuenta años. así como también considero urgente revisar ciertas caracterizaciones erróneas de la experiencia rusa, rescatando los elementos creativos de un proceso revolucionario tan magnífico; y evitando seguir sosteniendo posturas a todas luces carentes de argumentos, como la de que la unión soviética era una estado "obrero" deformado. a mi entender, lo que se impone desde 1929 y se termina de consolidar en 1935 (en consonancia con el giro frente populista de la internacional stalinista) fue un régimen de capitalismo de estado, tal como fue definido por el comunismo de consejos. para terminar, destaco la intención más que valiosa de aportar a una imprescindible discusión de este u otros temas fundamentales para unificar a lxs que luchamos bajo una misma bandera y un solo puño. Salú y libertad!
Federico P.
Estimado Federico, gracias por tu lectura. La búsqueda del sujeto social que encarne la transformación radical no debería ser algo tan complejo de definir, pues es simplemente el 'sujeto trabajador' o como diablos le llamemos. Mientras el mundo sea capitalista no tendríamos que dar tantas vueltas con eso. Un trabajador 'encarna' múltiples identidades, de eso no se duda, pero lo central, lo que atraviesa de cabo a rabo y tarde o temprano la existencia de todos, es nuestra imposibilidad de obviar el trabajo. Por lo demás ("capitalismo de estado" y caracterizaciones de la rev rusa), francamente no coincido, me parece confusa esa definición. Sí coincido más con tu saludo: Salú y libertad! Fernando A.
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