El amigo Fernando Rosso me mandó por mail esta mañana la noticia de que Oscar del Barco hizo público su rechazo a un premio que la Universidad Nacional de Córdoba decidió otorgar a Juan Gelman. Entre sus fundamentos, del Barco señala que "Gelman participó en cargos de responsabilidad de un movimiento político-militar (Montoneros) que asesinó a sindicalistas, políticos, policías e incluso a miembros de la propia organización acusados de indisciplina".
Prosigue del Barco: "Nunca Gelman hizo un acto público de autocrítica explicando cómo se tomaban y se ejecutaban las condenas a muerte, y mucho menos pidió perdón a los familiares de las víctimas de las acciones guerrilleras. También esas víctimas tenía padres que las lloraban como él ha llorado la trágica y despiadada muerte de sus hijos. No se trata de política ni de poesía, sino del acto esencial de toda comunidad, el acto de soberanía ética. No un deber ser abstracto y trascendente sino una responsabilidad viva frente al semejante".
Esta intervención nos remite al debate conocido como "No Matarás" inaugurado por del Barco hace algunos años y sobre el cual nos referimos acá. Posteriormente, corregí un poco el texto para un librito que al final no publicamos.
Me parece pertinente desempolvarlo frente a esta nueva intervención ultra-reaccionaria del Sr. del Barco. Así que ahí va....
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La decadencia política e intelectual
de Oscar del Barco y sus amigos (21/08/2008)
El debate suscitado por el testimonio del ex EGP Héctor Jouvé en la revista La Intemperie de Córdoba, en la que narra la trágica experiencia del grupo, incluido el fusilamiento de dos de sus propios militantes y la posterior carta publicada por Oscar del Barco, fueron los disparadores de un amplio debate que siguió en diversas publicaciones como Confines, El Ojo Mocho y Conjetural, sobre la violencia política en los '70. Evitaremos al lector la fatigosa tarea de seguir en todos sus detalles y alternativas catastróficas este curioso intercambio de cartas. Prestaremos atención a las intervenciones de del Barco y Schmucler, porque ambos presentan, cubierto con el manto de una autocrítica, un ataque en regla a toda idea de revolución e incluso a toda idea de una acción emancipatoria de los oprimidos que, para efectivizarse, no puede más que chocar con la resistencia de los opresores. Así, el balance político, programático y estratégico de una experiencia como la del EGP, que incluiría entre otras cosas discutir el fracaso del proyecto foquista de dicha formación político-militar, es remplazado por un proceso de abstracciones donde terminan equiparadas distintas formas de violencia en una violencia general indeterminada. Dice del Barco:
"Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia"[1].
No pretendemos presentar como aproblemático un hecho como el fusilamiento de los miembros de la propia organización por parte de la conducción del EGP, sin embargo, veremos que en la "contrición" de del Barco ese hecho es un excusa para plantear una concepción reaccionaria de las relaciones sociales.
Prosigue del Barco: "Repito, no existe ningún 'ideal' que justifique la muerte de un hombre, sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres."
Del Barco transforma el rechazo al fusilamiento de los propios compañeros en la reivindicación de una comunidad compartida con policías y militares, que son los que garantizan la autoridad del estado a través del monopolio de la violencia, para mantener intocada la propiedad privada.
No Matarás es también un principio de la clase dominante y su Estado. No Matarás, porque solamente nosotros matamos. No Matarás, porque quitarnos el monopolio de la violencia es poner en cuestión quién manda. Y nosotros mandamos para que mande la propiedad privada. No Matarás en definitiva porque esa propiedad es sagrada. La "contrición" de del Barco, lo es ante todo ante la sociedad burguesa.
Por eso, su diatriba termina en una lamentable aceptación de la teoría de los dos demonios: "En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de los 'dos demonios', si por 'demonio' entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente. Si no existen 'buenos' que sí pueden asesinar y 'malos' que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto 'derecho' a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra? Si uno mata el otro también mata […] Más aún. Creo que parte del fracaso de los movimientos 'revolucionarios' que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara"[2].
Aquí, a lo lamentable se une lo bizarro: Trotsky se equipara a Stalin, Santucho a Videla, y todo aquél que haya dirigido una revolución se equipara al "loco de la ruta". Para del Barco, las revoluciones no son procesos sociales y de masas sino resultado de las decisiones de algunos casos pisquiátricos. ¿Para decir estas cosas se la pasó del Barco estudiando toda la vida? ¡Pobre y desnuda vas, filosofía!
El procedimiento de del Barco consiste en diluir la violencia revolucionaria en una idea general de violencia que coincide con la criminalidad. Aquí se aplica una vez más aquello de que "gris es la teoría pero verde el árbol de la vida".
Los marxistas defendemos el punto de vista de la clase obrera y de las generaciones precedentes de esclavos insurrectos, por eso en primer lugar diferenciamos la violencia de los explotadores de la de los explotados. Aunque disentimos con la estrategia y el programa de las organizaciones guerrilleras, lo hacemos no desde la condena reaccionaria de todo tipo de violencia, sino desde una concepción que reivindica como ineludible la violencia de los explotados contra el Estado de los explotadores desde el punto de vista de la auto-organización de la clase obrera por su liberación. Esto no quiere decir que excluyamos de nuestro análisis cuáles son las mejores formas con que la clase obrera debe afrontar la resistencia efectiva a la violencia de los explotadores y en qué fases la lucha armada juega un papel relevante, ligada a la auto-organización de los trabajadores. Por ejemplo, la violencia ejercida por obreros y estudiantes en el Cordobazo fue parte de una acción colectiva de la clase obrera que perseguía la defensa de los derechos obreros y el enfrentamiento a la dictadura de Onganía, a la que hirió de muerte.
Los fusilamientos del EGP constituyen trágicas decisiones de una pequeña organización político-militar, de características profundamente artesanales, con una estrategia que la aislaba de la clase obrera y de todo movimiento de masas. Los trotskistas somos partidarios del primer ejemplo y no del segundo. Pero comparar un hecho lamentable como el fusilamiento de dos efectivos por parte de una pequeña organización revolucionaria (aunque su estrategia fuera equivocada desde nuestro punto de vista) acosada por la Gendarmería, con la violencia contrarrevolucionaria, sistemática y planificada de la dictadura militar que perseguía el objetivo de liquidar a la vanguardia obrera y popular y la entrega de los principales resortes de la economía nacional al imperialismo, solo puede servir para justificar en los hechos la violencia de los explotadores. Solamente alguien que se ha pasado abiertamente al campo de la reacción puede equiparar los aberrantes crímenes de la dictadura militar con la violencia ejercida por la clase obrera y los sectores populares, incluidas las organizaciones guerrilleras, contra los explotadores y su Estado.
El lector atento podrá sorprenderse de que tengamos que discutir cuestiones tan elementales. Justamente en eso reside el carácter reaccionario y decadente de del Barco: condena la violencia para condenar toda idea de emancipación colectiva que busque constituirse como una realidad activa y operante. Para lograr hacerse real, todo proyecto de emancipación de los explotados debe vencer la resistencia de las clases privilegiadas.
Por eso la historia ha dado infinidad de rebeliones, revueltas y revoluciones desde Espartaco hasta nuestros días. De ahí que la condena a una violencia genéricamente construida por abstracción de todas sus determinaciones concretas, sea la prueba más evidente de conformidad reaccionaria con el statu quo, que siempre se sostiene a través de formas tanto sutiles como desembozadas de violencia. A esa conformidad, del Barco le agrega el tono metafísico necesario para pasar como un pensador profundo delante de sus lamentables amigos. ¡Nada mejor para un intelectual que ser reconocido por sus pares!
El que presenta la discusión en un terreno más político es Héctor Schmucler, quien sostiene que no tiene sentido discutir los medios sin discutir los fines y por lo tanto es necesario abandonar toda idea de revolución, que es la que contiene en potencia el autoritarismo, el stalinismo y el asesinato en masa:
"Por condenable que sea, insisto, no es sólo la multiplicación de la muerte lo que empaña la acción revolucionaria; no es el costo en vidas lo que hace titubear la idea de revolución, en cuyo nombre se actúa, cuya búsqueda justifica todos los caminos y cuya presencia impregna de verdad los actos de quienes actúan en su nombre. Es duro el desafío para quienes sabemos que el ciclo de nuestras existencias ya puede presentir su final, pero si no nos atrevemos a poner en duda la idea de revolución el espíritu confundido de nuestra época terminará de morir en un extenso gemido.
Y se entiende que no se trata solamente de los caminos a seguir para alcanzarla. La bienvenida discusión sobre la lucha armada corre el riesgo de llevar a la creencia (como ocurre en la ciencia) de que hay métodos independientes de los fines. Como en la ficción de Dostoievski, cuando la revolución ocupa el lugar de Dios, los hombres (que son quienes piensan la revolución) se encuentran habilitados a actuar como dioses, la 'razón revolucionaria' se autojustifica, no hay otra libertad que la que se deriva del reconocimiento de la 'necesidad' revolucionaria"[3].
Lo más curioso de todo esto es que Schmucler presenta el cuestionamiento de la idea de revolución como una novedad (¡no se ría el lector!), cuando en realidad no hace más que acompañar la ofensiva reaccionaria posterior a la derrota y desvío de los procesos de los '70, que llegó no sólo a renegar de las revoluciones del siglo XX sino hasta de la mismísima Revolución Francesa, acompañando el sentido común formado por el neoliberalismo, repudiado en la actualidad por amplias masas. Aquí Schmucler, al igual que su amigo del Barco, demuestra su carácter abiertamente reaccionario.
Este debate que lleva más de un año es significativo, porque muestra que la mayor parte de la intelectualidad argentina proveniente de las experiencias de los '60 y '70, traza una imagen en la que toda idea de revolución es asimilada con el engendro stalinista o con proyectos crecidos a la vera de éste. Aquellos que supieron venerar a los monstruosos "aparatos" moldeados por el stalinismo y el nacionalismo burgués, pretenden hoy presentar su lamentable trayectoria como un proceso contra el marxismo y la revolución social, para esconder debajo de la alfombra del espíritu de época la mugre de su propia decadencia intelectual.
Este debate que lleva más de un año es significativo, porque muestra que la mayor parte de la intelectualidad argentina proveniente de las experiencias de los '60 y '70, traza una imagen en la que toda idea de revolución es asimilada con el engendro stalinista o con proyectos crecidos a la vera de éste. Aquellos que supieron venerar a los monstruosos "aparatos" moldeados por el stalinismo y el nacionalismo burgués, pretenden hoy presentar su lamentable trayectoria como un proceso contra el marxismo y la revolución social, para esconder debajo de la alfombra del espíritu de época la mugre de su propia decadencia intelectual.
Revolución = Crimen. En esta fórmula reside toda la metafísica de la conversión de del Barco, Schmucler y otros lamentables individuos, empeñados en despolitizar completamente todo debate relativo tanto a los años '70 como al rol de la violencia política.
Parafraseando a Schmucler, cuando la democracia burguesa toma en la mente de los hombres el lugar de Dios se transforma a los años '70 en la "época de la máxima pecaminosidad" (apuntamos aquí una posible contribución de Fichte y el joven Lukács al devaneo teológico de del Barco).
No se equivoca el ex maoísta Alain Badiou cuando dice "Que el recuento de los muertos vale como balance del siglo es lo que sostienen desde hace más de veinte años los 'nuevos filósofos', que se han propuesto someter toda reflexión sobre las políticas a la exhortación 'moral' más regresiva". Badiou considera al Libro Negro del Comunismo como "una apropiación historiográfica totalmente malhadada de esa regresión"[4].
Del Barco y sus amigos hicieron su propio aporte local a esa corriente regresiva.
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[1] No Matar, Polémica de la revista La Intemperie, Córdoba 2008, Ediciones del Cíclope, pgs 31-32
[2] Ídem, pgs 32-33.
[3] Ibídem, pg 85
[4] Badiou Alain, El Siglo, Bs As 2005, Manantial, pg 13, nota de pie 3.
1 comentario:
Disiento enormemente con el reduccionismo de del barco de decir que la violencia del estado revolucionario se deba a unos cuantos desquisiados.
Sin embargo, siendo un trabajador (delivery de comida ) disiento tanto en la idea que exista una "clase obrera", ya que el hecho de tener tal relación contractual en el ámbito laboral no nos une lo suficiente como para pasar a denominarnos clase. Tampoco creo en la lucha armada o en la revolución, no solo por el costo de vidas sino porque la irrupción violenta de un régimen marca las características que este tendrá luego.
Creamos en la evolución del sistema y en la conquista del reconocimiento de derechos como medio de defensa ante la opresión.
Saludos
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