lunes, 6 de febrero de 2012

Bordiga, Trotsky, la Tercera Internacional y dos etcéteras


Leo en Las antinomias de Antonio Gramsci... en la atormentada década de los años veinte, no fue Gramsci sino su camarada y antagonista Amadeo Bordiga quien iba a formular la verdadera naturaleza de la distinción entre Oriente y Occidente, aunque nunca la teorizó dentro de una práctica política convincente. En el funesto sexto pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en febrero-marzo de 1926, Bordiga –por entonces aislado y sospechoso dentro de su propio partido– se enfrentó a Stalin y Bujarin por última vez. En un magnífico discurso ante el pleno dijo: «En la Internacional sólo tenemos un partido que haya conseguido la victoria revolucionaria: el partido bolchevique. Ellos dicen que, por lo tanto, debemos tomar el camino que llevó al partido ruso al éxito. Esto es completamente cierto, pero sigue siendo insuficiente. El hecho es que el partido ruso luchó bajo condiciones especiales en un país en que la revolución burguesa liberal aún no se había llevado a cabo y la aristocracia feudal todavía no había sido derrotada por la burguesía capitalista. Entre la caída de la autocracia feudal y la toma del poder por la clase obrera hay un período demasiado corto para que pueda compararse con el desarrollo que el proletariado tendrá que llevar a cabo en otros países. Porque no hubo tiempo para construir un aparato de estado burgués sobre las ruinas del aparato feudal zarista. El desarrollo ruso no nos proporciona una experiencia de cómo el proletariado puede derrocar un estado capitalista liberal-parlamentario que ha existido durante muchos años y posee la capacidad para autodefenderse. Sin embargo, nosotros debemos saber cómo atacar un estado democrático-burgués moderno que, por un lado, tiene sus propios medios para movilizar y corromper ideológicamente al proletariado, y, por el otro, puede defenderse a sí mismo en el terreno de la lucha armada con mayor eficacia que la autocracia zarista. Este problema nunca surgió en la historia del partido comunista ruso». Aquí aparece claramente y sin ambigüedad la verdadera oposición entre Rusia y Occidente: autocracia feudal contra democracia burguesa. La precisión de la formulación de Bordiga le permitió captar el doble carácter esencial del estado capitalista: era más fuerte que el estado zarista, porque descansaba no sólo en el consenso de las masas, sino también en un aparato represivo superior. En otras palabras, no es la simple «extensión» del estado lo que define su localización en la estructura de poder (lo que Gramsci llamó «estadolatría»), sino también su eficacia. El aparato represivo de cualquier estado capitalista moderno es superior al del zarismo por dos razones. En primer lugar, porque las formaciones sociales de Occidente están mucho más avanzadas industrialmente, y esta tecnología se refleja en el mismo aparato de violencia. En segundo lugar, porque las masas consienten típicamente este estado con la creencia de que ellas lo gobiernan. Posee, por lo tanto, una legitimidad popular de carácter mucho más fiable para el ejercicio de la represión que el que tenia el zarismo en su decadencia, reflejado en la mayor lealtad y disciplina de sus tropas y policía, servidores, jurídicamente, no de un autócrata irresponsable sino de una asamblea elegida. Las claves para el poder del estado capitalista en Occidente se basan en esta superioridad conjunta.

Si bien esto que dice Bordiga estaba planteado en los debates del Tercer y Cuarto Congresos de la Tercera Internacional y también en los Escritos Militares de León Trotsky, lo cierto es que al momento del discurso de Bordiga, la Tercera Internacional estaba en pleno proceso de degeneración centrista-burocrática, liquidando la reflexión sobre los problemas estratégicos en una especie de manual escolar, sometido a crítica por Trotsky acá. O sea, que parece un poco exagerado atribuirle a Bordiga (como hace Anderson) una reflexión que ya estaba planteada en similares términos desde antes, pero de todos modos, hay que reconocerle el mérito al comunista italiano, por la magnitud de los adversarios que enfrentaba y por la claridad con que planteó el asunto, que hace al marco estratégico de la Tercera Internacional después de la revolución rusa.

La constatación por la Tercera Internacional de que la capacidad de resistencia de la burguesía no estaba agotada y de que era precisamente la democracia burguesa bajo gestión socialdemócrata (Weimar) una de las formas de reconfiguración del poder estatal después de la revolución rusa, se fue dando al mismo tiempo que las derrotas (Alemania, Polonia, Italia) que impusieron un cambio de orientación hacia la táctica del frente único a partir de 1921.

En este sentido, las definiciones tajantes de los dos primeros congresos respecto de la crisis del capitalismo, la crisis de la democracia burguesa y la decadencia de la socialdemocracia,  parecen tener un aspecto de "foto" del momento del ascenso, que fueron relativizadas y parcialmente desmentidas por la "película" de lo  que ocurrió después, principalmente en cuanto a la capacidad de recuperación de la socialdemocracia. (desde ya que con el diario del lunes somos todos capos...) 

Junto con esto, la debilidad de origen de los partidos comunistas de occidente plantea otra cuestión importante ¿Hasta qué punto la crisis del movimiento marxista y socialista no era más profunda de lo que parecía y estaba en discordancia con los tiempos del ascenso? Un marxismo lineal y evolucionista vulgar que se había cuasi liquidado a sí mismo durante la guerra mundial, seguía vivo  en muchos adherentes de la Tercera Internacional en los primeros años. Incluso Trotsky demostró en Lecciones de Octubre, que la posición socialdemócrata había tenido expresión también en sectores de la dirección del bolchevismo entre marzo y octubre de 1917.

En cierto modo, mientras la tarea "objetiva" de la Tercera Internacional consistía en la lucha por el poder y la extensión del sistema de los soviets, la tarea "subjetiva" pasaba por la clarificación de las diferencias y delimitación de los reformistas y centristas, evidenciando una contradicción entre los tiempos de recomposición del marxismo revolucionario y los del proceso de la lucha de clases. En criollo: no dieron los tiempos para formar los partidos (que fueron débiles) y a la vez dirigir revoluciones victoriosas (que fueron derrotadas o no llegaron a ser procesos de igual profundidad que el ruso). Y después, a partir de 1921 empezó la lucha contra los ultraizquierdistas. O sea que la Tercera Internacional era una organización revolucionaria, que tuvo una lucha interna permanente contra elementos centristas durante los cuatro primeros congresos (daría para otro post la reflexión sobre las implicancias teóricas y políticas de la falta de generalización de las lecciones de la revolución rusa, que posteriormente realizaría Trotsky en su Teoría de la Revolución Permanente).

Desde cierto punto de vista, el viraje de 1921 impulsado por Lenin y Trotsky fue de una importancia similar para los problemas estratégicos de la revolución europea que el viraje de las Tesis de Abril para los de la revolución rusa, pero con desigual fortuna.

Sobre lo demás que dice Anderson, acá planteamos algunos elementos de reflexión sobre la temática Oriente/Occidente para suelo patrio. 

Será posiblemente tema de otro post la diferencia específica del régimen democrático-burgués que conocemos nosotros y aquel del que hablaba Bordiga, de carácter centralmente parlamentario.

2 comentarios:

Cecilia dijo...

Juan, muy interesante el post y la discusión sobre la “discordancia de los tiempos” entre la lucha de clases y la reconstrucción del marxismo revolucionario (a lo que en nuestra época se agrega la discordancia nada despreciable entre los tiempos de la lucha de clases y los tiempos de la crisis capitalista).
El atraso de los partidos comunistas europeos era proporcional a lo adelantado de Lenin y los bolcheviques. La ruptura de 1903 con los mencheviques había adelantado, no solo el rol la diferenciación estratégica en la revolución de 1905, sino en muchos aspectos la ruptura con la II Internacional en 1914. Es muy llamativo que no hiciera falta esperar a 1905. En este sentido, la teoría marxista y la apropiación de Clausewitz y la dialéctica hegeliana por parte de Lenin son un hecho histórico en sí mismo. Lenin se había ahorrado 10 años que los comunistas alemanes no tenían en 1918. “Es el tiempo el que decide. El tiempo que la revolución internacional pierde, la burguesía lo gana” (Trotsky). Los 10 años que le faltaban a los comunistas alemanes, los usó la socialdemocracia alemana para fusilar a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo… imposible medir cuantos años más se perdieron con ellos, pero seguramente 1923 no hubiera sido lo mismo.
El tiempo perdido, podríamos decir “el tiempo subjetivo perdido”, se transforma en un factor objetivo: “la capacidad de resistencia de la burguesía no estaba agotada y de que era precisamente la democracia burguesa bajo gestión socialdemócrata (Weimar) una de las formas de reconfiguración del poder estatal después de la revolución rusa”.
Es cierto que el retraso en generalizar las lecciones de la revolución rusa es un factor, que de haberse dado, podría haber acelerado la llamada (o mal llamada, diría Lenin) “bolchevización” de los PCs, pero eso solo no bastaría ya que cada partido debía seleccionar en base a su propia experiencia su propias direcciones, probarlas en la lucha de clases de sus propios países, etc. Precisamente en el retraso de la experiencia propia de cada partido, Trotsky ve uno de los factores, no de la bolchevización, sino de la estalinización de la III Internacional.
Me pregunto entonces si más que una situación particular de la III Internacional en su surgimiento, no es una condición histórica del desarrollo de cualquier organización revolucionaria la “lucha interna permanente” (que no necesariamente implica fracciones pero que las incluye, así como también incluye fusiones), en la medida en que la “lucha por el tiempo” es una lucha permanente, y cada centímetro de influencia que conquistan las clases no proletarias o sectores conservadores de la clase obrera dentro de la organización revolucionaria es tiempo perdido (en el sentido en el que Trotsky explicaba, por ejemplo, que la posición socialdemocrata de Kamenev y Zinoviev en 1917 era más una expresión actual de determinadas fuerzas sociales que una “herencia” programática o ideológica, aunque encontrara sus fórmulas y palabras en dicha herencia).

Un abrazo
Cecilia

JDM dijo...

Muy bueno el comentario y muy elaborado. Está bueno para seguirla. Abrazos.