Una fiaca del tipo "la mañana está perdida" se adueña del despacho. Relojeo que mis compañeras no agreguen agua del dispenser al café cargado que preparo a primera hora. Combate de sumisión con El Horla, que sabe demasiadas técnicas, empezando por respirar con los pulmones del adversario. Parece que es una ley: mientras más atenciones recibimos del prójimo, más dependemos en lo sucesivo de ellas.
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