Contribución de Grüner al Blog del IPS
Copio del Blog de Debates del IPS
- Ante todo, me permito decir que es digno de alborozada celebración que se haya abierto este debate. Hace mucho que los intelectuales de izquierda argentinos no emprendían un intercambio crítico sobre los temas político-culturales de fondo de nuestra sociedad. Es imprescindible mantenerlo, ampliarlo, profundizarlo, y sin callarse nada: puesto que lo hacemos sobre la base de una posición mínima común, todas las diferencias, matices, cuestionamientos y dudas deben ponerse sobre la mesa con la máxima energía y apasionamiento –aunque sin perder el rigor teórico y analítico de que seamos capaces–; hacerlo fraternalmente y sin chicanas sólo puede beneficiar la democratización y, como se dice, el “sinceramiento” de este espacio en ciernes. Que cada uno de nosotros mantenga su autonomía crítica y confronte sus propias ideas con las de los otros –incluido el Frente en su conjunto y las organizaciones que lo conforman–, lejos de ser un obstáculo, es un aporte potencial de gran importancia, probablemente inédito en la historia reciente de las izquierdas (no solamente) locales: lo que estamos creando es un “campo de intervención” (como dicen Katz/ Lucita/ Marchini). El mantenimiento de esa independencia crítica (por más “individualista pequebú” que sea, como dije sobre mí mismo en una nota anterior) es, al menos en esta etapa inaugural, un requisito para pluralizar la discusión y fogonear toda su vivacidad sin apelar a recetarios fáciles ni dogmatismos, a prejuicios de las líneas partidarias, a las tentaciones (hasta cierto punto comprensibles y hasta legítimas) de “bajadas de línea” unilaterales o “cooptaciones” apresuradas. El papel del intelectual “independiente” que apoya “críticamente” a un Frente de estas características tiene sus complicaciones; las tiene para el individuo, y las tiene sobre todo para el propio Frente, que debe aprender a “soportar” con paciencia reservas, críticas, dudas, debilidades por parte de aquellos que nos obcecamos en conservar aquella autonomía precisamente porque creemos, equivocados o no, que ella aporta una cierta novedad “plural” a la imprescindible renovación de las prácticas de la izquierda. Sin embargo, habría que cuidarse asimismo del defecto inverso: a saber, el que bajo la etiqueta quizá demasiado elástica del “apoyo crítico” nos pueda hacer caer en la actitud liberal de –más allá de la libertad de poner o no la firma o el voto– considerarnos “almas bellas” descomprometidas de las decisiones (nada fáciles, soy el primero en admitirlo) que hemos tomado. Hay que reconocer que la respuesta de Altamira a Almeyra sobre este tema es por lo menos desconsiderada y poco feliz; sin embargo, habría que hacer un esfuerzo por correrse de los nombres individuales y las susceptibilidades personales. Quiero decir que es importante que la sociedad –y en especial los sectores populares, los estudiantes, los docentes, lo que en general se puede llamar la “izquierda social y cultural” que aún puede vacilar en transformarse en izquierda política– perciba que por parte de estos intelectuales hay una decisión tomada, una “apuesta pascaliana”, si se quiere decir así. Por supuesto, una apuesta no es un contrato de por vida: cualquiera de nosotros debería sentirse con el derecho –como lo estamos ejerciendo– de criticar lo criticable y revisar lo revisable, y en ultimísima instancia de retirarnos si alcanzamos nuestro límite de tolerancia (lo digo simplemente para extremar el argumento). Por otra parte, hasta ahora en ningún momento la conducción del Frente nos ha demandado, o siquiera sugerido, a los “independientes”, que moderemos o disimulemos críticas y diferencias. Nobleza obliga. En una palabra, y aunque la distinción pueda parecer muy sutil, una cosa es el apoyo con reserva de crítica –esta, sostengo, debería ser la posición– y otra el apoyo crítico , que, siendo bienvenido, no compromete a nada, ni siquiera a poner una firma. El sólo hecho de plantear un debate es ya un compromiso voluntariamente adoptado, y una vez adoptado, no tendría mucho sentido diluirlo, disimularlo, relativizarlo hasta hacerlo irreconocible, en definitiva deslizar el apoyo crítico hacia apoyo “débil”, como diría un intelectual “posmo”. Me permito citar una frase, no de algún revolucionario ultraizquierdista, sino del magnífico escritor católico-conservador Gilbert K. Chesterton: “Hay que mantener la cabeza abierta. Pero abrir la cabeza, como abrir la boca, se hace para morder algo sólido”.
- Dicho lo anterior, todos los contribuyentes al debate señalan la enorme cantidad y complejidad de cuestiones a discutir, sobre todo si –como decíamos– se quiere hacerlo desde una posición teórico-política firme y rigurosa pero sin preconceptos ni recetas prefabricadas. No voy a poder siquiera enumerarlas todas, no digamos ya elaborarlas. Empiezo por la más inmediata y coyuntural, a la que todos, de una u otra manera, aluden: ¿Qué hacer en octubre, si hay segunda vuelta? (se entiende que la pregunta vale sólo para los individuos o para alguno de los grupos “externos”: descuento que el Frente de ninguna manera va a llamar a votar a Cristina, como es lógico). Personalmente, no tengo aún una respuesta definitiva. De aquí a entonces la situación será muy dinámica y fluida, y habrá que ver cómo se presenta el ánimo popular, las correlaciones de fuerza, etcétera. Mientras tanto, no estaría mal que aprovecháramos la pregunta para desarrollar un debate con final abierto sobre algunas cuestiones más generales que esa pregunta recubre. En primer lugar (sobreentendiendo que lo primerísimo es desde luego garantizar la asistencia a las internas de agosto) es obvio que la coyuntura electoral debe ser utilizada al máximo posible para que se escuche lo más fuerte que se pueda (no va a ser nada fácil: tendremos todos los medios, oficialistas y opositores, en contra y “ninguneándonos”) un programa político completo y verdaderamente alternativo a las variantes existentes. Al mismo tiempo, sin embargo, sabemos que en la democracia burguesa el voto no puede sino ser en buena medida “instrumental”. Sobre esta base, algunos postulan que en una eventual segunda vuelta habría que votar la opción menos “dañina”, el “mal menor”, o la opción que objetivamente favoreciera más un contexto en el cual desarrollar las propias políticas. El argumento es atendible, e insisto en que es imprescindible discutirlo. Me limitaré, por ahora, a plantear telegráficamente lo siguiente: sin duda que para la clase obrera y los sectores populares sería “menos dañino” que ganara Cristina antes que la derecha más salvaje; pero, sea en primera o segunda vuelta, Cristina va a ganar, ¿quién puede, hoy, imaginar otra cosa (y desde luego, si por algún imponderable esta situación cambiara dramáticamente en los próximos meses, hay que discutir todo de nuevo)? Siendo así, vamos a la segunda parte de la cuestión: ¿es tan seguro que el triunfo de Cristina representaría un contexto facilitador para la izquierda? La historia reciente no parece avalar esta hipótesis con tanta evidencia. Y si Cristina gana contundentemente, lo previsible es que esa tendencia se va a reforzar, lejos de “ablandarse”. Entonces, si llegáramos a esta conclusión, y siempre pensando “instrumentalmente”, ¿para qué malgastar ese voto, encima teniendo potencialmente que explicar que votamos un “paquete” donde vienen Insfrán, Gioja, Menem y los tutti quanti que representan diametralmente lo opuesto de lo que sostenemos en nuestro apoyo al Frente? No creo ser un ingenuo ni un principista abstracto, y estoy dispuesto a una política de “manos sucias” (como diría Sartre) si no quedara más remedio. Pero si no sirve para nada, mejor abstenerse. De todas maneras, como decíamos el proceso puede ser muy cambiante, y hay que mantener, sí, la “cabeza abierta”, aunque siempre para morder algo sólido: aún si llegáramos a la conclusión de que hay que votar a Cristina en la segunda, debería ser inequívoco que es un voto puramente “instrumental”, hecho desde la más nítida y firme oposición por izquierda al famoso “modelo”. Y aún esto, pensándolo bien, sería insuficiente: debería quedar claro que no es que estemos “a la izquierda” del modelo, sino que directamente no aceptamos su lógica, que postulamos totalmente otra cosa para la sociedad argentina, aunque nos veamos obligados por la debilidad de nuestra fuerza (valga la paradójica expresión) a hacer política dentro de la lógica actual. En fin, sea como sea, esta discusión se solapa con otras de orden aún más general, del tipo: ¿se debe desde la izquierda apoyar las medidas de un gobierno burgués que sean inmediatamente beneficiosas para los sectores populares, y defenderlas ante los intentos de la derecha más recalcitrante por anularlas? Nuevamente, no se puede tener una receta pret-a-porter para una pregunta que obviamente depende de circunstancias histórico-coyunturales, contextos precisos y, en fin, el “análisis concreto de la situación concreta”. Algunos compañeros, en este mismo blog, plantean muy sensatamente que la gran mayoría de esos sectores –aún aquellos que son conscientes de que no se han producido transformaciones profundas que les cambien sustantivamente su situación de fondo– todavía guardan importantes esperanzas de que el “modelo” K “profundice” en aquello que todavía “falta” para lograr la plena inclusión, etcétera; sería absurdo de nuestra parte negar esa realidad inercial, y alucinar que la sola aparición del Frente va a modificar esas esperanzas insuflando una lúcida “conciencia” allí donde esos sectores tendrán que hacer la experiencia práctica de la previsible frustración. Ahora bien, esta conclusión tiene sus consecuencias políticas prácticas: por las razones que sean, una importante porción de la clase obrera y el pueblo está dentro de los espacios “K”; descartando toda forma de oportunismo o “entrismo”, eso coloca al Frente en una cierta cuerda floja sobre hasta dónde “acompañar” aquella experiencia. Pero, muy esquemáticamente: otra vez, aunque llegáramos a la conclusión de que algunas medidas pueden apoyarse, sería ya no “instrumental” sino ahora sí oportunista no decir claramente, al mismo tiempo: a) que tales medidas (sea en el plano estrictamente económico como en el de los DDHH, etc.) pueden ser aceptables paliativos tomadas una por una, pero no se inscriben en ningún proyecto integral y consistente de transformación estructural de la lógica de dominación y explotación; b) que al “modelo” no le falta nada, ni hay nada que “profundizar”: el “modelo” es así ; aún cuando se lograran apreciables mayores índices de ocupación, aumento del ingreso e “inclusión” (lo cual no parece muy probable en el actual contexto inflacionario y de ampliación de la crisis mundial) y se verificara una notoria hegemonía del formato “neodesarrollista/ industrialista” sobre el “sojero/agroexportador” (lo cual no se ve cómo podría suceder con el actual “pragmatismo” y –sin desconocer que existan algunas medidas puntuales– ausencia de una planificación estatal consecuente en ese sentido), aún así la lógica básica permanecería incólume; c) que, por lo tanto, el apoyo a algunas medidas “positivas” no tiene por qué comprometer la crítica estructural al conjunto del “modelo” y el planteo de la necesidad de algo radicalmente diferente. Para decirlo con una fórmula sucinta: del gobierno burgués se pueden apoyar algunas “partes” sin ceder en la crítica al Todo/ de un proyecto de transformación radical se debe apoyar el Todo sin ocultar la crítica a las “partes” .
- Todo lo anterior –siempre ascendiendo en el orden de las generalidades– nos llevaría a la necesidad de analizar en profundidad, como plantean varios, la naturaleza, estructura y rol del Estado en la actualidad. Sin ser un especialista en el tema, no conozco que desde el debate entre los “regulacionistas” y los “derivacionistas” de la década del 80 se hayan producido grandes novedades en el pensamiento marxista, o de la izquierda en general. No pueden considerarse excepciones a esta carencia posturas como las de Holloway o Negri, que en definitiva terminan desentendiéndose de la cuestión. Más compleja y matizada es la hipótesis de Alain Badiou sobre una política “a distancia del Estado” (que no es exactamente lo mismo que sin el Estado), si bien supone una discusión más estrictamente filosófico-política que sobre las relaciones política estatal/ economía/ estructura social . Sea como sea (y dando por descontado que hay que darse una política hacia el Estado, apuntando a su transformación estructural, paralela a la de las relaciones de producción) el tema es por supuesto de importancia primordial, entre otras muchas cosas porque (como también lo señalan algunas contribuciones) el actual “modelo” argentino da por bueno (y para peor, por efectivamente “actuante” hoy) una suerte de proto-cesarismo o para-bonapartismo (no sé bien como denominarlo) actuando “de arriba hacia abajo” y con falsas aspiraciones de Welfare State. Esto, como sabemos, está muy alejado de la verdad –incluso sin entrar a cuestionar la obviedad de que el Estado de Bienestar sigue siendo capitalista–, pero es un “sentido común” que en buena medida explica la multitudinaria y esperanzada adhesión a Cristina que se señala, con lo cual se transforma además en uno de los principales resortes ideológico-culturales de la hegemonía del régimen. Ese “sentido común” ha logrado naturalizar algo que desde una perspectiva marxista –por más “abierta” que fuese– es un completo despropósito: que la “batalla cultural”, como se dice ahora (otra falacia: en la sociedad de clases la “cultura” es siempre una batalla permanente, como tan profundamente lo ha analizado Bakhtin: ella forma parte íntima de lo que Meszáros denomina el sociometabolismo del Capital, que es mucho más que el “capitalismo” en sentido estrechamente económico; de manera similar, Fredric Jameson ha mostrado cómo no solamente la cultura es cada vez más “económica” –bajo el régimen de la “industria cultural” todo producto de cultura es concebido desde el vamos como mercancía–, sino que la economía es cada vez más “cultural” –la dimensión simbólica introducida por la informática, los medios masivos de comunicación, la publicidad, etc. son un resorte constitutivo de la lógica del “sociometabolismo”–), que la “batalla cultural” es, decíamos, en última instancia, entre el Estado y el Mercado; es decir, retrocediendo más allá de Hegel, el Estado sería una entelequia “universal abstracta” que planea en un topos uranos platónico sobre las miserias de la lucha de clases y la dominación “intra-económica”. Y bien, no: el Estado es parte del “Mercado”, y aún así está mal dicho, puesto que –y bastaría ojear rápido el capítulo I de El Capital– el resorte fundamental de la lógica del sistema no se ubica en la “esfera de intercambio” (eso es el Mercado, que existe desde muchísimo antes que el capitalismo), sino en las de las relaciones propiamente capitalistas de producción: mientras estas no sean transformadas de raíz, la “batalla cultural” no es más que un tironeo por la distribución de la renta dentro de la lógica decisiva del sistema en su conjunto; desde luego que dentro del capitalismo en principio es preferible una intervención estatal sobre el “Mercado” que eventualmente pueda hacer un poco menos inequitativa esa distribución. En algunos casos la izquierda puede y debe defender esas intervenciones (siempre señalando sus limitaciones inevitables dentro de la lógica del sistema). Pero esa no es la “pelea de fondo”. En fin, el tema es enorme y de complicadas ramificaciones, en tanto se articula con el de las relaciones diferenciales del Estado con distintas fracciones de la clase dominante (y la consiguiente dialéctica de colaboraciones/ tensiones dentro de ella, como se vio con el conflicto de las retenciones, de la ley de medios, etc.), así como con el del papel de la burocracia sindical (asimismo no exento de tensiones con el gobierno) y el de las políticas “clientelísticas” para la fuerza de trabajo desocupada o “informal”, por sólo nombrar los ejemplos más gruesos. Se necesita, pues, tener más claridad conceptual y política sobre las transformaciones que el Estado burgués ha venido sufriendo en las últimas dos décadas, y cómo se están expresando en la especificidad latinoamericana y argentina: ¿es, lo que tenemos hoy, auténtico “bonapartismo” en el sentido clásico (aún adicionándole el sufijo sui generis que se usaba para el peronismo de 1946/55)? ¿es una combinación relativamente “original” entre bonapartismo y neoliberalismo, sin duda diferente al populismo neo-conservador del menemato? Y cualquiera sea la respuesta a esas preguntas, ¿hay una definición lo suficientemente genérica como para etiquetar la diversidad de experiencias –bonapartistas o lo que sean– que se identifican con los nombres de Kirchner, Chávez, Correa, Morales, Mujica, etc.? Es imposible, hoy y aquí, diseñar una estrategia política consistente sin contar con una mínima nitidez en estas caracterizaciones. No vamos a convencer a nadie –en la actual situación de “romance estatalista” de buena parte de las masas– con el esquema de que todos los Estados burgueses son iguales, o con apelaciones abstractas al “poder obrero y popular” como alternativa, sin que antes seamos capaces de demostrar la naturaleza precisa del Estado “realmente existente”.
- Otro motivo de debate en el blog ha sido (o está siendo) la situación internacional. Como se ha dicho aquí mismo, la “primavera de los pueblos” parece haber empezado a cruzar el Mediterráneo, aún con toda la confusión, las vacilaciones y contradicciones del caso. ¿Podemos hablar ya de una “situación prerrevolucionaria”? Como se dice que respondió Mao cuando le preguntaron su opinión sobre la Revolución Francesa, “todavía es demasiado pronto para saber qué significa”. Nuestros tiempos no son los chinos, claro. Lo que sin duda podemos decir es que no estamos en modo alguno, aún, ante una situación “revolucionaria”: la clase obrera y las masas populares no han entrado decisivamente en la liza, no digamos ya que se hayan dado una política y una organización autónomas con objetivos claros. Pero sin duda la situación internacional se está “recalentando”. Las sublevaciones en el mundo islámico (que por supuesto son diversas y deben ser estudiadas en la particularidad de cada caso, si bien están todas atravesadas por una demanda generalizada de democratización más o menos “horizontal”) han descolocado la geopolítica de las potencias imperialistas y sus “agentes” en la región, llegando incluso a poner en riesgo las “relaciones carnales” entre EEUU e Israel. Esta dislocación se da incluso en el nivel de los discursos ideológicos y su “hegemonía cultural”: a la luz de estas rebeliones ya no se puede sostener fácilmente la identificación entre islamismo y “fundamentalismo”, mucho menos terrorismo “Al-Qaediano” (y vale la pena recordar que aún el “fundamentalismo” no es necesariamente lo mismo que “terrorismo”, aunque sea una de sus condiciones de posibilidad). El caso Libia tiene una alta especificidad y complejidad, y no es casual que haya provocado uno de los momentos “fuertes” del debate en este blog. Mi impresión, por ahora, es que ninguna de las posiciones “polares” está exenta de ser sometida a contra-argumentos: a quienes sostienen que debemos oponernos absolutamente a que Khaddafi sea derrocado con la ayuda de las armas imperialistas (la posición castro-chavista, por decirlo rápido), se les podría responder con múltiples ejemplos históricos en los cuales los pueblos han tenido que subordinar los principios más generales a la lucha contra el opresor más inmediato (dos casos clásicos y muy diferentes del siglo XX –no importa ahora lo que opinemos de cada uno de ellos– son los de Lenin abordando el tren blindado alemán, y los combatientes del IRA, durante la II Guerra Mundial, aceptando armas nada menos que de Hitler); al revés, a quienes sostienen que cualquier medio es bueno para sacarse de encima a Khaddafi, se les puede replicar que, además de lo delicado que es saber exactamente hasta dónde subordinar los principios, eso podría suponer una hipoteca a mediano plazo mucho más difícil de levantar que la dictadura de Khaddafi, y que debería ser el pueblo libio por sí mismo el que decidiera cuáles son esos “buenos medios”. En todo caso, el principio inequívoco y absolutamente irrenunciable es el de la más completa autodeterminación de los pueblos, tanto respecto del imperialismo como de las clases dominantes nacionales . Esta es una postura general y “de máxima”: habrá que ver cómo (y si) se llega hasta ahí, y si se puede (o no) hablar de un proceso de “revolución permanente” que ante la crisis irresuelta transforme las demandas puramente democratizantes en otra cosa –para lo cual, nuevamente, haría falta aquella política independiente de obreros, campesinos, etc.–, en la perspectiva máxima de una “Unión de Repúblicas Socialistas del Medio Oriente”, por hacer el símil con la consigna que Trotsky levantaba para América Latina (facilitada en este caso por una mucho más monolítica “superestructura” lingüístico-cultural y religiosa). En cuanto al “cruce del Mediterráneo” y el movimiento de indignación “que-se-vayan-todista” español, tiene sus propias peculiaridades: como nuestro diciembre 2001, no se puede alegremente decir que sea “apolítico”, sí que por el momento es básicamente “reactivo” y no responde tampoco a un proyecto alternativo preciso. Al revés de nuestro 2001 –con todos los defectos que sabemos que tuvo– no parece que esté inmediatamente planteado el por lo menos fragmentario proceso de asambleas barriales, fábricas recuperadas, etc. que conocimos aquí, y que, como se ve hasta hoy, logró recomponer algunas direcciones clasistas y combativas en algunos sindicatos y movimientos sociales. ¿La gran ganadora electoral española ha sido, como se dice, la derecha? En términos electoralistas cuantitativos, sin duda. Pero no es descartable que una parte de los votos al PP sean “descontentos” que aún no les da para sumarse a los “indignados” y prefieran la lógica del “¿Para qué votar a la copia (el PSOE) cuando tenemos el original” (del neoliberalismo conservador)? Tengamos en cuenta que también han sido favorecidos los abertzales vascos del Bildu y (en menor medida) la IU. La situación está muy revuelta, y de allí puede salir algo estimulante. Además, no se trata sólo de España, o incluso de España+Medio Oriente. Ya hay muchos “eslabones débiles” de la cadena capitalista europea (Portugal, Grecia, Irlanda… ¿cuánto falta para Italia y aún Francia?) que podrían caer –o “recaer”, en el caso griego– bajo el efecto “contagio”. Hay, además, una cuestión de la que se ha hablado poco: la repercusión que estos procesos podrían tener entre las masas inmigrantes superexplotadas y marginales de los países islámicos distribuidas por toda Europa (aunque concentradas sobre todo en España, Francia e Italia, países “mediterráneos”). Es un cóctel explosivo al que habrá que prestarle una atención cercana y cotidiana.
- Todos estos son temas que deberemos discutir y ante los cuales el Frente debería tener una posición al menos general, si no en sus más pequeños detalles (que sería utópico pretender resolver antes de octubre). Por supuesto, no puede quedarse en un debate de académicos e intelectuales, sino que debería traducirse en discusiones amplias y profundas con todas las fracciones del “campo popular”. Sabemos las dificultades –incluso conceptuales y “lingüísticas”– que eso implica, como lo hemos sabido siempre, desde Marx en adelante (recuérdese la famosa escena de La Clase Obrera va al Paraíso en que el obrero mecánico italiano, luego de asistir a un debate teórico-político entre estudiantes universitarios le dice a su mujer: “¡Estos muchachos son bárbaros: no se les entiende nada!”). Es así: tampoco vamos a arreglar ese problema para octubre (entre paréntesis, que las elecciones sean en octubre merecería una buena campaña publicitaria; propongo el slogan: “¿17 de octubre u octubre del 17? ¡Esa es la verdadera “batalla cultural”!). Bromas aparte, mientras tanto tenemos que seguir con la discusión. Queda –entre muchos otros que seguramente estoy olvidando– el famoso tema del “imaginario revolucionario” , así como otro tema que, intuyo, está de algún modo vinculado, y que también ha sido motivo de alguna rispidez en los intercambios del blog: el de la “liberación nacional”, quizá hoy reactualizado –entre otros fenómenos– por el avance de la “izquierda nacional” de Bildu (confieso que mi lado materno vasco tiene algo que ver con este interés). Me propongo tratar de pensar algo para someterlo a discusión en las próximas semanas, y propongo que procuremos hacerlo todos, en la medida que podamos. Es algo mucho más complejo, que supone un grado de elaboración teórica, política, “filosófica”, etc., más alta que el de estos rápidos apuntes. Pero vale la pena, me parece.
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