¿Qué podía entender un pibe de 18 años de los grandes saberes de los playeros viejos? Por lo menos, cuando me mandaron a lavar las rejillas y me quemé la yema del dedo con la manguera de alta presión, me consideraron uno de ellos. "Es la ley del playero". También limpiar los baños en los que los muchachos de la 12 hacían obras de arte como las de Leónidas Lamborghini en Madrid o no sé dónde. Los camioneros recomendaban no convidar mate a sus pares, en razón de los lugares dudosos (y arancelados) en que posaban sus labios antes de compartir la bombilla. El sol entraba fiero. Claudio miraba la playa de la estación de servicio. "Puse este bidón con marca, para ver cuánta agua te tomás" me dijo. Y saludó a la piba negra que pasaba todos los días a la misma hora. "Las minas -agregó- me saludan todas. Después van y cogen con otro. Pero me saludan a mí..." Yo que había sido educado en el Bushido por mi vieja que devoraba el cine de Kurosawa, no me sentía muy cómodo con el comentario, aunque me daba risa. Al fin y al cabo, un saludo es un gesto de cortesía muy importante ¿no? "¿Sos boludo, pibe?" No respondí, porque me puse a cargar nafta y limpiar vidrios, tarea de la que en algún momento llegué a ser un perfeccionista.
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