Pitillo, que estaba medio loco, pero lo aceptábamos para arbitrar en los partidos de la plaza Lorenzo Massa, en los que era insultado sistemáticamente desde que llegaba hasta que se iba.
Martín Morales, que le pegó al Peruano porque le dijo "puto" (competíamos por el título de hombre de las cavernas).
Draculín, que fascinado por las explosiones, metió una bomba brasilera dentro de una botella de Coca y la hizo explotar en plena calle Inclán.
El Chino, que le pateó la cara a mi amigo Néstor, por querer hacerse el macho con un pibe más chiquito. Días de lluvia a resguardo en la casa-kiosko que nos vendía los rompeportones, con los cuales redecorábamos el blanquísimo frente de la casa que los franciscanos tenían al lado de la plaza.
Jagger, que era un palito y se le animaba a la Tota (que no requiere descripción). Los coreanos que decían que habían pasado dos años en la panza de la madre (¡tema para el psicoanálisis!), y los domingos se sumaban a la Iglesia metodista de calle Mármol, que se llenaba de autos inmensos, hombres de traje y mujeres con polleras largas, que hablaban hangul.
Ale Crespo, el Negro Jorge, Martín y las salidas a comer pizza a Torino en Boedo, que cerró por ser blanco permanente de los muchachos de la Butteler. Rodrigo, que podía chanflear el pie al límite de la deformidad y metía unos pelotazos galácticos. Javier, que me presentó la Commodore 64 y la 128.
Christian, a quien empujé y lo hice atravesar la vidriera de la peluquería, que finalmente no pagué porque la señora se apiadó de los "pendejos pelotudos".
Jairo y Radamés, que a la salida de la escuela hacían la correspondiente exhibición de Wu Shu vs. Karate okinawense.
El Sensei, que se enojó con el tipo del kiosko de abajo del gimnasio y dijo que lo iba a cagar a trompadas (y parecía que hablaba el fuego).
Olivera, que era fanático de Bruce Lee y ahora es instructor de boxeo en el Parque Chacabuco. Las tardes enteras jugando al Vigilante (un Kung Fu Master neoyorquino que rescataba a Madonna de las garras de los skinhead), con el crédito que los incautos dejaban sin jugar porque no sabían que cada ficha daba dos juegos (para qué avivar giles...).
Olivera, que era fanático de Bruce Lee y ahora es instructor de boxeo en el Parque Chacabuco. Las tardes enteras jugando al Vigilante (un Kung Fu Master neoyorquino que rescataba a Madonna de las garras de los skinhead), con el crédito que los incautos dejaban sin jugar porque no sabían que cada ficha daba dos juegos (para qué avivar giles...).
Carlitos y sus hermanos, que me enseñaron a jugar al carnaval con agua de la zanja y después se fueron a vivir a Soldati.
Nos seguimos encontrando, en algún lugar de Boedo.
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