jueves, 18 de diciembre de 2008

El “Uso” que faltaba



Como si faltara algún “uso” instrumental (según la expresión del ya clásico libro de Portantiero) al cual someter a Gramsci, el Vaticano agita desde hace unas semanas el parche de su supuesta conversión al catolicismo. Parece una joda para Tinelli, por lo que dudé bastante de escribir algo respecto de este tema. Por suerte, la nota de Susana Viau publicada en Crítica el día de ayer, me recordó que no había que dejarlo pasar.

Sucede que esta “revelación” ha sido tomada como bandera por los católicos militantes, sobre todo en Europa, para cruzar lanzas con el marxismo y remendar las banderas hechas jirones de la influencia católica en retroceso. Por ejemplo, con sólo buscar en Google, uno puede encontrar cosas como lo que se puede leer en cierta página denominada Forum Libertas:

“El caso de la conversión de Gramsci es uno más de entre los numerosos adversarios radicales de la Iglesia que en los momentos finales de su vida han querido acercarse a Dios. Una muestra, sobre todo, de la misericordia divina que tanto necesitamos todos. También de que el hombre ansía algo más que horizontes cortos y lo de aquí ni llena ni da soluciones a todo. Por fin, que Dios y la Iglesia son pacientes y siguen llamando a todos con los brazos abiertos hasta el último minuto, incluidos aquellos que los tuvieron siempre como enemigos”

Que Cristo haya resucitado a Lázaro, vaya y pase, aunque sea mentira. Que Don Bosco haya multiplicado las castañas, altamente discutible, por decir lo menos. Pero que Gramsci se haya hecho religioso justo antes de morir parece más una expresión de que nos vieron la cara que una revelación tardía.

Gramsci se negó sistemáticamente a pedir clemencia para que el fascismo le aliviase la condena. No suena creíble que quien no se arrodilló ante Mussolini lo haya hecho ante unos cuadritos puestos en una pared o una estampita destinada a los besos de los enfermos. Además, si bien Gramsci, dadas sus filiaciones sorelianas y crocianas, tenía una visión sociológica-cultural y no iluminista de la religión, su posición acerca del rol de la Iglesia en la vida política italiana y mundial se da de bruces con una reconciliación individual con la religión católica.

Todos los que han intervenido en el debate reconocen que no hay pruebas de la versión eclesiástica, mientras los testimonios de las monjas se contraponen a los del propio hermano de Gramsci y otros allegados. Hay gente que lo ha refutado mucho mejor de lo que podría hacerlo yo, así que no me voy a detener en eso.

La interpretación obvia de la versión de que Gramsci adoptó la fe católica antes de morir: Nos quieren decir que el marxista italiano renegó de las ideas que sostuvo durante toda su vida militante. Que el catolicismo triunfó sobre el marxismo, en el cuerpo del propio Gramsci.

Más allá de las circunstancias particulares que promovieron estas supuestas revelaciones, lo que es interesante señalar es que vivimos una época en la cual hay una corriente de derecha a nivel mundial que persigue una “reforma moral e intelectual” reaccionaria. Tal es el caso de Sarkozy, llamando a terminar con el legado del ’68 que sería la clave de la decadencia de la nación francesa. Tal es el caso de Ratzinger, el papa católico, que define al marxismo entre los enemigos ideológicos a combatir por la Iglesia. En un contexto de decadencia de los valores capitalistas recalcitrantes y de retroceso de la influencia de la Iglesia también, la escaramuza por la “conversión” de Gramsci es parte de una batalla más amplia por la constitución de los imaginarios que surgirán durante los años por venir. Y no es casual, que dada la influencia del pensamiento de Gramsci en diversos sectores de izquierda, desde los más combativos a los más moderados, se haya tomado al marxista italiano como “caso testigo”.

Más allá del contexto, lo llamativo es la audacia de la conjetura. Quizás en un futuro cercano, los brillantes ideólogos reaccionarios nos sorprendan con que Lenin se hizo de la Iglesia Ortodoxa o que Trotsky era fanático de la Cábala.

Los jóvenes estudiantes y trabajadores que se levantan en Grecia contra la política antiobrera y antipopular de Karamanlis y su fuerza de choque policial, indican que la preocupación de los reaccionarios no está mal orientada. Se vienen tiempos difíciles para el conformismo con el orden existente. El creciente interés por ciertos aspectos de las ideas marxistas, que hemos comentado más abajo en este mismo blog, indica que las ideas por las que Gramsci resistió una larga década de cárcel, podrán generar cosas más importantes que una polémica con algunos curas.

Tiempos en que caerán las estampitas y las figuras sagradas.
Tiempos en los que el marxismo tendrá muchas cosas para decir y más oídos que quieran escucharlas.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El conformismo democrático y la clase trabajadora (A propósito del relato oficial sobre los 25 años de la vuelta de la democracia)


Fervor y decepción

Una tarde del ’83, un colectivo lleno de boinas blancas dobló en alguna esquina del barrio de Barracas, festejando el triunfo del alfonsinismo. Caminábamos con mis viejos por la avenida Montes de Oca. Los patricios custodiaban la Iglesia, dando al vecino una imagen patriótica para un ejército genocida. Vi escrito Triple A en una pared y le pregunté a mi vieja qué era. Me dio una respuesta que debe haber sido suficiente para mis escasos 5 años. Nadie quería hablar mucho de los años previos.

Después vino lo que todos conocemos, el juicio a las Juntas, con su “teoría de los dos demonios”, el austral, los goles de Maradona a los ingleses, la Obediencia Debida y el Punto Final, los paros generales de la CGT. Mientras la escuela primaria nos enseñaba las virtudes de la democracia, la gran decepción con el alfonsinismo estaba en marcha.

Años de perros

Crecimos bajo el menemismo, que introdujo tabiques simbólicos y materiales nada envidiables a los de los milicos, a los que de paso otorgó el Indulto.

Fueron años de degradación social y cultural, retrogradación ideológica y derrotas para la clase trabajadora, años en los que esa clase fue dejada en el arcón de cosas viejas por ciertos intelectuales incapaces de resistir el mal momento. Si a Maradona le habían “cortado las piernas”, la clase trabajadora aparecía inválida por un rato largo por lo menos. Pero hubo manifestaciones de resistencia.

El “progresismo” con su habitual superficialidad, canalizó la bronca de los piquetes y cortes de ruta hacia la prolongación radical-frepasista del menemismo, que explotó en los días agitados de diciembre del 2001.

Entre dos crisis

Las ocupaciones de fábrica empezaron a perfilar un camino de democracia directa, que no había tenido lugar en los imaginarios de los años previos. Zanon marcó el camino de esa potencialidad de la clase trabajadora, uniendo la democracia de base con el sujeto obrero, que faltaba en las asambleas barriales y otras experiencias autogestionarias. Lentamente, empezó a revertirse el sentido común derrotista de las luchas obreras que había primado en todo el período previo.

El kirchnerismo llegó para vestir con nuevos harapos a la democracia capitalista en crisis. Pero más allá de su discurso, su política mantiene continuidad con sus antecesores, persigue consecuentemente la ausencia de participación popular y el conformismo con el actual estado de cosas. Las 7 represiones sufridas por los trabajadores del Casino de Bs As están ahí para atestiguarlo, igual que la desaparición de Julio López.

La crisis actual del capitalismo, nos encuentra en una situación particular para la clase trabajadora. Será el momento de retomar las experiencias de organización y democracia de base de los años previos para enfrentar el intento de hacernos pagar la crisis.

¿Democracia contra capitalismo?

Ciertas corrientes políticas e ideológicas, plantean que la democracia se opone al capitalismo, en la medida en que el capitalismo implica la dictadura de las élites.

Así lo dijo en su momento el propio Chávez. En este registro, al capitalismo decadente, se lo combate con “más democracia”. Sin embargo, la velocidad con que el Estado (en Argentina y en cualquier otro país del mundo) garantiza el derecho a la gran propiedad por sobre cualquier otro derecho democrático, indica que en la democracia capitalista, más que una contradicción entre democracia y capitalismo, existe una completa subordinación del primer término al segundo.

Esto es así, porque la democracia fue la forma a través de la cual se consolidó el neoliberalismo en América Latina a la salida de las dictaduras de los ‘70.

De esta forma, mientras se extendían las democracias formales, los trabajadores iban perdiendo una a una sus conquistas. En estos 25 años, la clase trabajadora, que había sido el blanco principal del genocidio, vivió una fragmentación descomunal de sus filas, récords históricos de desocupación, despidos, flexibilización laboral, represión a las luchas y manifestaciones, inflación y devaluación.

La democracia de los trabajadores

En este contexto, el capitalismo llevó al límite la contradicción entre la igualdad formal del régimen democrático y la desigualdad real de la sociedad de clases. Mientras se consolidaban las prácticas y los aparatos electorales, los trabajadores eran sometidos cada vez más al más crudo dominio de clase. Por eso, los trabajadores no tendrán mucho que esperar de la democracia mientras las relaciones sociales expresen la dictadura de las patronales.

El secreto de la democracia de los trabajadores es justamente que al llevar al poder a la mayoría explotada y oprimida, liquida la división entre igualdad formal y desigualdad real. El trabajador/a pasa a ser ciudadano en tanto productor y sujeto activo de la nueva sociedad, como decía Gramsci, el concepto de “ciudadano” pasa a ser reemplazado por el de “compañero”. Ese es el modelo de democracia que expresó en sus orígenes la revolución rusa con sus soviets y las formas de organización de base que dio la clase obrera a lo largo de todos los procesos revolucionarios del siglo XX, apuntaron en un sentido similar, lo mismo que procesos más cercanos como las ocupaciones de fábricas en la Argentina reciente.

La (otra) historia de los vencidos

Para el relato oficial, estos 25 años han sido los de consolidación del mejor sistema posible de organización de las relaciones sociales. Otra forma de verlo es que han sido los años en que hemos podido observar la degradación del país, sin caer necesariamente en cana. Los años del sentido común, de un conformismo democrático que tomó distancia de la dictadura, pero más aún de los proyectos revolucionarios, los años, en suma, de transformación de la derrota en una imaginario naturalizado.

Frente a las transformación de los 25 años de la “vuelta de la democracia” en la celebración del fin de los proyectos revolucionarios, la nueva generación de luchadores de la clase trabajadora tiene (tenemos) planteada la tarea de retomar las lecciones de la generación cuya lucha y aniquilamiento durante la dictadura, fue silenciada en el régimen democrático, para volver a poner en cuestión el estado de cosas impuesto con dictaduras y también con regímenes democráticos. Ver la historia desde el punto de vista de los vencidos, es en este caso, la única forma de poder vencer en el futuro.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Marx Vuelve


Por esas cosas que tiene el internacionalismo proletario, conocí hace algunos años a un militante alemán. Él me contó que, en los días posteriores a la caída del Muro, las obras completas de Marx, Engels y Lenin, se apilaban junto con las bolsas de basura en las esquinas de Berlín. Eran las épocas en que los estudiantes universitarios cambiaban la facultad por un empleo basura en Burger King, como muestra la película Good Bye Lenin.

Pero, paradojas de la historia, así como esos libros abandonados terminaron poblando las bibliotecas de nuevas generaciones de jóvenes militantes (el amigo contaba con varios de esos ejemplares “reciclados”), la crisis mundial actual del capitalismo, ha llevado a Marx de los tachos de basura al éxito editorial.

No es un fenómeno estrictamente limitado a los países europeos, en particular Alemania, donde se agotaron los volúmenes de El Capital en la feria del libro de Frankfurt. Por ejemplo, el mes pasado, en Buenos Aires, más de 1700 personas pasaron por los debates del evento Marxismo 2008, organizado por el Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx” y el PTS, del que participaron los principales intelectuales marxistas de nuestro país. Intentemos reflexionar un poco sobre qué significa esto

El fantasma madito del capitalismo

En los ’90 el capitalismo creó una ilusión de dominación perenne, más allá de los plazos concretos con que se desenvuelve el quehacer histórico. Mientras el neoliberalismo extendía las democracias formales, vaciándolas de toda participación popular, se vendía por pocas monedas (pero a un alto costo histórico y social) la muerte del marxismo.

A pesar de este clima de reacción ideológica, había rastros de que la cosa con Marx no se había terminado del todo. El ya conocido Espectros de Marx de Derrida, haciendo un juego interpretativo entre el espectro reaparecido del padre de Hamlet y el fantasma del comunismo del Manifiesto, dejaba abierta la puerta, aunque no fuera un autor marxista.

Trazo grueso: si reaparece el espectro de Marx, será porque algo huele a podrido, no ya en la Dinamarca de Hamlet, sino en el capitalismo de Bush, Soros, Rupert Murdoch y otros buenos muchachos.

El capitalismo no se desembarazaría tan fácilmente de Marx, como ciertos tipos que se hicieron los piolas no se desembarazaron de Hamlet.

A partir de las huelgas de 1995 en Francia, resurgió el interés por el marxismo entre la intelectualidad, empezaron los Congresos Marx Internacional, en torno a la revista Actuel Marx. Daniel Bensaïd publicó su Marx Intempestivo, planteando que los fines no finalizan de finalizar y que empezaba el reflujo de la ofensiva neoliberal. Sin desconocer las derrotas previas, Bensaïd afirmaba que la actualidad de El Capital es la actualidad de su objeto de estudio. Es decir, que mientras exista el capitalismo existirá necesariamente la crítica marxista.

Recapitulando: la primera etapa de recuperación del interés por la teoría marxista se debió principalmente al regreso de la lucha de clases. En el transcurso de varios años se fueron sumando las huelgas en Francia, Italia y Alemania, las luchas estudiantiles en México, las huelgas de obreros automotrices en Corea y EEUU y las grandes convulsiones sociales en Bolivia, Ecuador y la Argentina.

La crisis capitalista mundial, con epicentro en el bastión económico, político y cultural del sistema, marca la tónica de esta nueva etapa de interés creciente por el marxismo. Primero estuvo la crisis del tequila, luego la crisis de los países del sudeste asiático y el default ruso, las quiebras de las “punto.com” y Enron, entre otras.

Pero la actual crisis mundial supera en profundidad a cualquiera de sus antecesoras recientes, al punto de que está en cuestión la capacidad del capitalismo para regir los destinos de la humanidad con un mínimo de racionalidad.

Los vencedores vencidos

Perry Anderson, que en los ‘90 había escrito Los fines de la historia, para hacerle saber a Fukuyama que no había inventado nada nuevo, abrió el 2000 con su editorial Renovaciones, planteando que el marxismo había quedado al mismo nivel que las herejías medievales en cuanto a su influencia sobre la clase trabajadora. No resultaba alentador, precisamente y hoy día sigue en una tónica similar.

Bajemos un cambio, entonces y hagamos algunas preguntas: El creciente interés por Marx ¿implica que hay un “giro a izquierda” de un sector de masas? ¿O que entre la gente que puede darse el lujo de comprar libros hay curiosidad por lo que decía Marx?

Para pensar esta cuestión, es necesario tener en cuenta que la ideología triunfalista del capitalismo perdió dos de sus principales pilares: el cuento de que se había terminado la lucha de clases y la fábula de que el capitalismo había dejado atrás las crisis y la miseria. Una primera, aunque no suficiente, respuesta de los trabajadores son las huelgas en Italia, España, Portugal, Polonia, Grecia, Alemania, Inglaterra, Egipto, etc. Y siempre está el Cono Sur latinoamericano que está asistiendo a un aceleramiento de la experiencia de los trabajadores con los gobiernos posneoliberales. Todo esto sin contar, porque no se puede adivinar, cómo evolucionará la situación al interior de EEUU y en el conjunto de la economía mundial que puede alimentar conclusiones más radicales en amplios sectores populares.

Resumiendo, la vuelta de Marx no es expresión de un “giro a izquierda” generalizado en los trabajadores ni de mera curiosidad intelectual de un sector ilustrado de las “capas medias”. Ubicándose en una intersección entre esas dos posibilidades, abre muchas más para el futuro. El marxismo puede lograr una popularidad renovada en los años difíciles que nos augura la crisis del capitalismo. Popularidad que lo será tanto más en la medida en que la teoría marxista vaya generando nuevos desarrollos.

Estamos ante la paradoja de los vencedores vencidos. Como los mongoles que derrotaron a los chinos pero fueron asimilados por la cultura de los invadidos, el capitalismo actual no tiene respuesta a la crisis, salvo incrementar las ventas de los libros de Marx. Pero el lado nuestro de la paradoja es más difícil, ellos son vencedores vencidos, pero no se conocen muchos casos de vencidos vencedores. Porque el vencido empieza de más abajo. Sin embargo, el capitalismo y su crisis darán nuevas oportunidades para que los vencidos levantemos cabeza. ¿Sabremos aprovecharlas?

Tarea Fina

Gramsci decía que las sociedades modernas cuentan con un “sistema de trincheras” constituido por las instituciones y relaciones con que la burguesía logra que los trabajadores y el pueblo se sientan parte del orden y no en oposición a él.

Una de esas trincheras, la mejor defendida y la más difícil de tomar por asalto, es la mentalidad individualista formateada por los últimos 25 años de ofensiva capitalista.

Desde el punto de vista ideológico, ese es el principal límite que tiene el marxismo para conquistar una nueva popularidad y sólo podrá ser superado como producto de la experiencia práctica de la lucha de clases.

Sucede que el individualismo no es privativo del que se quiere salvar solo como individuo burgués. También ha penetrado un sector de izquierda, que reniega de las formas estables de organización política colectiva (partidos), del “consignismo” (consignas programáticas con algún tipo de elaboración) y de la “bajada de línea” (debate ideológico y discusión política franca). El halo de “dogmatismo” o “autoritarismo”, impuesto al marxismo por el stalinismo, alimenta estas posturas.

En este sentido, no viene mal recordar unas palabras escritas por Gramsci en el centenario del nacimiento de Marx: “[Marx] Es estimulador de las perezas mentales, es el que despierta las buenas energías dormidas que hay que despertar para la buena batalla. (…) Es bloque monolítico de humanidad que sabe y piensa, que no se contempla la lengua al hablar, ni se pone la mano en el corazón para sentir, sino que construye silogismos de hierro que aferran la realidad en su esencia y la dominan (…) Es un vasto y sereno cerebro que piensa, un momento singular de la laboriosa, secular, búsqueda que realiza la humanidad por conseguir conciencia de su ser y su cambio, para captar el ritmo misterioso de la historia y disipar su misterio, para ser más fuerte en el pensar y en el hacer. Es una parte necesaria e integrante de nuestro espíritu, que no sería lo que es si Marx no hubiera vivido, pensado, arrancado chispas de luz con el choque de sus pasiones y de sus ideas, de sus miserias y de sus ideales” [1]

Para que los “silogismos de hierro” se materialicen en miles y miles de trabajadores/as dispuestos a subvertir el actual estado de cosas, harán falta más que algunas lecturas. Esperemos que los años por venir nos permitan saldar, aunque sea en parte, esa deuda que tenemos con Marx.

[1] Gramsci, Antonio. “Nuestro Marx”, 4 de Mayo de 1918, publicado en Il Grido del Popolo. Versión electrónica en http://www.gramsci.org.ar/

“En la dictadura se vivía un mundo un poco irreal” (Entrevista a José Chiquito Moya)



José “Chiquito” Moya, autor de QTH Zanon y otros libros, acaba de publicar Sueños en Rojo y Negro (Ed. Herramienta/Ed. El Fracaso). En esta página, los tramos más destacados de la entrevista que realizamos con él.

Sueños en Rojo y Negro combina el relato policial con la crónica de la lucha de clases ¿Qué puntos de contacto considerás que existen entre el policial negro y la historia argentina reciente?

Sí, fuera de toda pasión política uno podría ubicar todo lo que fue la dictadura en el género policial. Si uno lo mide por las cotas tradicionales y sobre todo de la novela negra norteamericana, hay muertos a raudales, tiros, violencia de todo tipo, un escenario fácil de ser desviado hacia la ficción. Los relatos de este libro se desarrollan no sólo en la dictadura militar, en un sentido amplio, como buen trosko, para mí la dictadura de clases existe aún en plena efervescencia democrática. Yo en esa época decía que le vayan a explicar a mi capataz que ahora estábamos en una etapa democrática, por más que sea preferible un sistema en el que uno puede hablar, aunque poco.

Resumiendo, el género de la novela negra se adapta mucho a este tipo de situaciones.

Los referentes de ese género como Chandler escribían en una democracia, sin golpes militares reconocidos, hablaban sobre lo mismo, el poder reinante, con sus poderosos oficiales y oficiosos, en un escenario donde el capitalismo tenía cuerda para rato.

En el libro hay un límite difuso entre realidad y ficción ¿En tu experiencia de militancia cómo se dio esa relación?

En esa época, militar (hablo del ’76 o ’77) se hacía sobre una dosis no sólo de convencimiento sobre el curso de la historia o la capacidad de recuperación de la clase obrera. Uno podía leer la historia de las viejas revoluciones. Pero hacía falta una dosis, si no de ficción, sí de cierta irrealidad. Porque se vivía un mundo un poco irreal. Uno decía “esto no puede estar pasando”, por ahí el Holocausto no terminó de vacunar a alguno, pero ¿cómo van a incinerar a 6 millones de tipos? Un delirio absoluto.

En este sentido, se entrelazan, se entrecruzan y se necesitan mutuamente, los espacios de realidad y ficción. En un sentido, uno vivía su propia realidad, era una situación tal que no sabías lo que pasaba al lado. El país se fraccionó en “comarcas” según las fuerzas represivas. Habíamos retrocedido a una etapa que la Argentina no había vivido nunca. Lo más parecido al feudalismo que hubo acá. Si caías en Capital capaz zafabas y en San Nicolás no, por ejemplo.

Lo más patético fue el mundial del ’78, la fantasía de que acá no pasaba nada. Y yo fui parte de los que fueron a festejar que la Argentina ganó. Yo como buen futbolero me enganché en toda la parafernalia. Y eso también era muy delirante, algo que no tendría que estar pasando.

A partir del ascenso del kirchnerismo tomaron impulso los debates sobre los ’70. Para vos ¿Qué es lo que falta en esos debates?

Me indigna que Kirchner salga a presentar al peronismo como el gran resistidor a la dictadura. Salvo que yo haya sido tan, tan clandestino que no me enteré. Lo que me hace mucho ruido es una discusión que abarca al peronismo en su variante Monto, que se puede aplicar también al ERP, es que no hay el más mínimo asomo de una autocrítica de la guerrilla. La guerrilla será un método muy rocambolesco, muy romántico, pero ayudó a fagocitar una camada de cuadros de la puta madre, que son la generación que falta hoy en este país.

Pero supongamos que el matrimonio presidencial es la representación de la generación de los ’70. ¿Cómo resolvieron su relación con la derecha peronista? Muchos de los dirigentes sindicales actuales, fueron impulsores de la Triple A, ¡con o sin capucha salieron a matar obreros! Y esos tipos están sentados a la diestra de la “Cristinita”.

Yo tengo otros trabajos que no fueron publicados y que tocan estos temas. Por supuesto que hubo muchos peronistas que resistieron, pero eso no quiere decir que haya habido una organización peronista que resistiera a la dictadura. Incluso las huelgas como las de Ferroviarios y Luz y Fuerza, que fue heroica y los milicos les ponían un soldado por cada trabajador, no se hacían en función de las tres banderas peronistas, sino como trabajadores. La fuerza nuestra estaba muy menguada. El PST tuvo cien caídos por la represión, lo cual no representaba una proporción menor. Pero en todos los lugares donde estuve militando nunca encontré una organización peronista que impulsara aunque sea pintadas contra los milicos.

Vos en la presentación del libro hablaste del fracaso de tu generación. Cuando uno habla de la derrota de los ’70 en términos de un fracaso ¿Hasta dónde es reconocer la derrota y hasta dónde es incorporar el discurso del enemigo?

Yo creo que nosotros perdimos, que no es ningún deshonor haber perdido, pero la peleamos hasta dónde pudimos, con las herramientas que teníamos, en una gran desigualdad de condiciones en un sentido amplio, porque en este país la izquierda no es considerada. Teníamos la obligación moral y política de hacerlo y lo hicimos. En ese sentido no es un fracaso, un fracaso hubiera sido no luchar y decir “vayámonos” (y no lo digo contra los exiliados).

Lo del fracaso llama la atención sobre una suerte de balance. Una vez me encontré con un vago que era de la “pesada” del ERP. Nos sorprendimos porque los dos creíamos que el otro estaba muerto. Y el balance que hacía más o menos es que en vez de 38 había que usar 45…

Hablar del fracaso es llevar a un límite la discusión, porque ellos ganaron. Y nosotros perdimos. Pero por un período, todavía no nos cobramos revancha, pero ahora hay un marco internacional más favorable, una acumulación de bronca, ellos empezaron a retroceder. Yo creo que básicamente la izquierda conocida por mí, que es poca, mucho no cambió. Quiero decir, es importante mantener la tradición, desde el Manifiesto para acá, eso es lo bueno que tienen los partidos revolucionarios. Pero en el último período ¿Qué cosas se incorporaron sobre el fracaso? Yo no lo veo. Yo estaba en el MAS cuando Menem se hacía una panzada, privatizaba, hacía un desastre y para el MAS parecía que no pasaba nada…

Sueños en Rojo y Negro plantea que el objetivo sigue siendo cambiar las cosas ¿Cómo imaginás ese cambio?

El cambio viene por la vía política. Lo que yo imagino es una situación parecida (pero extendida) a la del 19 y 20 de diciembre del 2001. Ese es mi punto de partida. Será una figura metafórica, pero es lo que creo que va a pasar, es más yo le asigno un rango de inexorable a esa situación, por la crisis, por la acumulación de odio, no sólo de la clase obrera, también de la burguesía, como mostró la “rebelión agraria”, apoyada increíblemente por algunos grupos de izquierda. Es inexorable que haya un enfrentamiento y no a palabras precisamente.

Ahora ¿Qué papel cumpliríamos los que hemos luchado por crear los instrumentos para que la clase obrera esté en mejores condiciones? En eso no adhiero más a la idea de que la cosa pasa únicamente por una organización en partido. Me parece que la energía principal de la que disponemos no debiera pasar por la tarea milimétrica y paciente y anónima de construir ese partido. No está de más, no me inscribo en la onda “zamoriana” de que todos los partidos son una basura. Es más, creo que juegan un rol destacadísimo en mantener viva la llama de las tradiciones. Eso me parece bárbaro, pero que se canalice por ese lado, es como querer meter en un vaso una damajuana de 5 litros.

Si este pronóstico fuera cierto, esta resistencia se manifestaría en un montón de cosas. Y yo que me he replegado de la primera trinchera, creo que hay otras y destacadas formas de preparar esa oleada. Yo creo que La Madre de Gorki captó más tipos para el marxismo que el Manifiesto, no sé si más tipos pero unos cuantos, yo incluido…

Más que Materialismo y Empiriocriticismo

Seguro (risas). Es un libro de difícil digestión. Yo creo que aún con las imperfecciones que tiene y con sus salidas individualistas, porque escribir es una actividad inactiva, la palabra y la escritura pueden y deben ayudar. Esto no quiere decir volver al realismo stalinista, eso ya lo vivimos y tenemos autoridad para reírnos de ello. Pero sí aportar desde ese lugar, sin caer en reduccionismos. Yo me repliego a esa trinchera, que a veces digo que es la última, pero no sé si es la última y de ahí tiro para el mismo lado que los que están más adelante.

(Entrevistó Juan Dal Maso)

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Mecánica regresiva del progresismo

Para nosotros los marxistas, el punto de vista de clase es un criterio fundamental a la hora de delinear alianzas políticas. Desde nuestra óptica, resulta aberrante, por ejemplo, conformar un partido con empresarios o un frente con la Unión Cívica Radical.
Sin embargo, como sabemos que muchos trabajadores/as no comparten nuestro punto de vista, resulta necesario explicitar más claramente, por qué la política de alianzas policlasistas para enfrentar al mal mayor (Sobisch primero y el MPN o sólo su sector sobischista después) lo único que genera es el fortalecimiento de las fuerzas más conservadoras y la integración completa de las fuerzas “progresistas” al status quo dominante.
Tomemos el propio ejemplo del UNE en el gobierno municipal (que puede aplicarse también a Libres del Sur en su defensa de Farizano contra Sitramune). Con el discurso de generar una alternativa política viable al MPN, asumieron un discurso de “cambiar las cosas desde adentro”, mostrando una “gestión responsable que puede mantener el poder de forma estable”, etc.
Este discurso político se completaba con el argumento de que una vez afianzados en el poder, los progresistas irían resolviendo las más sentidas demandas populares, como la necesidad de viviendas, la recomposición salarial, etc. En el relato “progre” esto supone un largo tiempo de gestión de los asuntos públicos hasta crear las condiciones para las soluciones que la gente necesita. Un tierno cuento lineal y evolutivo, pero dudosa realidad.
Sin embargo, como los problemas centrales de la población trabajadora no empezaron ayer, sucede que la gente no tiene tanto resto ni paciencia para esperar la transformación de la larva en mariposa. Las soluciones hacen falta ya. Surgen cosas como la toma del Barrio Confluencia. Aquí el progresista de gestión se enfrenta a un dilema: “Si damos una solución al reclamo generado por la acción directa, luego de este vendrán otros y luego otros más, hasta perderse por completo la autoridad del gobierno. Si pasa esto, probablemente perdamos las próximas elecciones, ni hablar de pensar en la gobernación”. Mejor entonces dejar que el gobierno provincial reprima y le damos unas manos con las topadoras de nuestro municipio, habría que agregar.
Este razonamiento tiene una lógica de hierro: el reclamo popular es una piedra en el camino de la “acumulación de poder”. Pero esta respuesta retrógrada no sólo genera el enojo de la gente que tenía expectativas de cambio, sino también el fortalecimiento de las posiciones más reaccionarias, como ha sucedido con el UNE que terminó en el mismo bando que el gobierno provincial, los sectores más gorilas de las capas medias y los grupos especiales de la policía.
En definitiva, la política de mostrar una “izquierda de gestión” dentro de un frente “republicano”, termina en la defensa del orden dominante, que es la base de sustentación del MPN. Empeñados en demostrar que puede mantener el control de la situación, Farizano y el UNE copian el discurso de derecha del MPN, con lo cual terminan fortaleciendo al mismo enemigo político que supuestamente querían enfrentar. A falta de un nombre mejor, definiremos este proceso como la mecánica regresiva del progresismo. Los trabajadores que han depositado expectativas en el UNE tienen una excelente oportunidad para verlos actuar y sacar sus propias conclusiones.

sábado, 22 de noviembre de 2008

La violencia en discusión



Desde hace algunos años, en la Argentina se ha vuelto a discutir la cuestión de la violencia política. Las polémicas acerca de los años ’70 suscitadas por la política de DDHH kirchnerista, que buscó ubicarse discursivamente a la izquierda de la teoría de los dos demonios fueron desarrollándose en distintas direcciones, a lo que hemos hecho referencia en anteriores números de este periódico. En Neuquén, hechos tales como el escrache a Felipe Solá y la brutal represión a la toma de Confluencia, con la consiguiente resistencia del barrio, pusieron nuevamente la cuestión de la “violencia” en la agenda pública, motorizada en primer lugar por el gobierno y sus elementos afi nes, que encuentran imprescindible restar legitimidad a los reclamos populares. Veamos de qué se trata.

Violencia y poder

Horacio “Pechi” Quiroga, recientemente eyectado de la Cancillería por su alineamiento con el sojero Cobos, declaró al diario Río Negro, que “los violentos quieren disputarle poder al Estado” en una alianza entre “usurpadores, partidos y gremios”. Lo que se discute según Quiroga es si tomas, paros y piquetes instalarán la anarquía o se impondrá el orden y el ejercicio del poder ofi cial. El mismo día en que se publicaron estas declaraciones, la policía volvía a desplegar su furia represiva sobre el barrio.

Ahora bien, ¿qué hay de cierto en los dichos de este notorio gorila? La acción directa, con sus diversos grados de violencia posibles, implica un cuestionamiento de la autoridad estatal. El estado se opone a la “anarquía” de la acción directa, porque solamente el Estado debe tener el monopolio de la violencia. Este monopolio de la fuerza realizado por el Estado, es una auténtica expropiación del derecho de autodefensa de los trabajadores y el pueblo. No está destinado, como creen algunos ingenuos, a evitar puñaladas entre vecinos, sino a que los trabajadores no cuestionen el orden social, disfrazado de orden legal.

Con el discurso de “acción directa=violencia=ilegalidad”, lo que se busca en realidad es legitimar la violencia organizada del Estado, cuyo aparato represivo se moviliza prestamente en la defensa de la propiedad privada, incluidos los grandes negocios inmobiliarios apropiadores del espacio público.

Apelando a la legalidad contra la violencia, Quiroga esconde que el procedimiento estatal fundamental consiste en “decidir a través de la fuerza” cuando los derechos de los trabajadores se encuentran en oposición al principio del orden y la gobernabilidad. Es como querer esconder un elefante debajo de una mesa. Pero también es una posición coherente con la tradición fusiladora de obreros de la que Quiroga forma parte.

Violencia y terror

“El terror no sólo viste de uniforme” dijo Juan Quintar en el programa Moneda Nacional, luego del escrache a Solá. Además de que esa es una de las principales conclusiones que instaló la teoría de los dos demonios, es también una muestra de la superfi cialidad de la visión derechista de Quintar. En efecto, el terror no sólo viste de uniforme, pero por razones opuestas a las expuestas por Quintar, que usa el latiguillo contra las organizaciones de DDHH y de izquierda. El terror no sólo viste de uniforme, porque la democracia actual se constituyó sobre la base de la impunidad del terror uniformado. El terror no sólo viste de uniforme, porque se instaló en lo más profundo del sentido común de la sociedad argentina. Y lo que el terror impuso es precisamente que no debemos sublevarnos, que si andamos queriendo modificar las cosas posiblemente nos den una dura lección. Y que debemos agradecer a la democracia que nos permite expresarnos sin sacar los pies del plato.

Cuando Quintar dice que el terror no sólo viste de uniforme, para atacar a los sectores combativos, no está haciendo otra cosa que difundir el discurso impuesto por el terror, que equipara el terrorismo de Estado con el supuesto terrorismo de las luchas obreras y populares. El terror no sólo viste de uniforme, porque en estos tiempos por ahora ni fríos ni calientes prefi ere vestir los harapos del s e n t i d o común “democrát i co” . Quintar expresa de esta forma, que ese sentido común es la continuación del terror por otros medios.

Violencia y clase obrera

En Filosofía y Nación, José Pablo Feinmann sentencia que “donde hay violencia, no hay pueblo”. Esta afi rmación, dirigida en su momento contra la conducción de Montoneros construye al pueblo en tanto sujeto del reclamo pacíf co y separa del pueblo a las “vanguardias radicalizadas”. Este “populismo pacifi sta” es un sentido común en todo un sector del “progresismo” neuquino, incluidas algunas conducciones gremiales, con las que compartimos el repudio a la represión estatal. Sin embargo, es históricamente falso que las manifestaciones populares genuinas de la historia nacional hayan sido todas pacífi cas. No le hubiera ido bien a Feinmann si hubiera querido disuadir a los habitantes del barrio porteño de Mataderos que levantaron barricadas en defensa de los obreros del frigorífi co Lisandro de la Torre. El Cordobazo no se destacó por su vocación pacifi sta, como tampoco el 19 y 20 de diciembre de 2001. Pero tampoco se puede olvidar que una de las manifestaciones más importantes de la historia argentina como el 17 de Octubre fue pacífi ca e incluso bastante controlada.

Entonces, es más real decir que ni el pueblo es en sí mismo pacífi co ni en sí mismo violento. Para los trabajadores la violencia es una experiencia que se despliega cotidianamente, a través de la imposición de su situación de clase y se hace evidente en la lucha de clases, en la que las relaciones de fuerzas y la resolución de situaciones a través de la fuerza están a la orden del día.

Violencia y creación política

Bakunin decía que todo acto destructor es un acto creador. Esto puede ser cierto a condición de que el acto destructor vaya acompañado de una consciencia sobre lo que se quiere crear. En este sentido, la violencia implícita en la acción directa, puede devenir creación en la medida en que forme parte de un programa que responda a los objetivos más sentidos de las masas trabajadoras y los vincule con el cuestionamiento de la propiedad privada. Ni los que levantan las manitos para mostrar que no tiraron nada ni los que creen que las piedras son de por sí un programa político pueden dar una salida en este sentido. En el fondo, ambas lecturas comparten un profundo pacifi smo. Unos no quieren enfrentar al aparato estatal. Otros piensan que es sufi ciente con algunas piedras. Ninguna de las dos posiciones puede permitir a los trabajadores superar el actual estadio de las relaciones de fuerzas frente a la clase dominante y su estado. A lo sumo, lograremos poner algunos límites al autoritarismo del MPN y sus amigos del gobierno municipal, unidos tras la defensa del orden.

Para que retrocedan en desbandada el partido del orden y su fuerza represiva, es necesario que la voluntad de combate de los jóvenes y los trabajadores encuentre un programa, un proyecto y una organización que conscientemente se proponga llevarlos adelante, para lograr la total emancipación de la clase trabajadora y todos los oprimidos. No se trata sólo de que las organizaciones gremiales defi endan una perspectiva clasista, sino de construir una organización que concentre la experiencia, la combatividad, el programa y las ideas para terminar con este sistema de explotación y opresión.

De esta forma, la violencia de los explotados puede transformarse en creadora de una nueva realidad. Este debate se planteará cada vez con más fuerza en la medida en que el partido del orden quiera hacernos pagar los platos rotos de la crisis. Y cada vez más necesitaremos construir nuestro propio “partido de la subversión”.

Trotsky y su legado (A propósito de una entrevista a Andrés Rivera)



En mi humilde opinión, una de las cosas que distinguen la escritura de Andrés Rivera es que ha logrado insertarse en los derroteros de la historia nacional desde una perspectiva que trasciende los hechos locales para ponerlos en relación con las grandes corrientes de la historia mundial. De alguna manera, el propio Rivera expresa esto cuando dice que sus lecturas prohibidas cuando era un joven militante del PC fueron Trotsky y Borges. En las novelas de Rivera, los recorridos autobiográficos se combinan con la reflexión sobre la tradición política comunista y marxista, su historia y sus figuras.

Desde este ángulo, me parece importante comentar brevemente la entrevista realizada a este gran escritor por la revista Sudestada, reproducida el domingo 19 de octubre en el suplemento Debates del Diario Río Negro.

Partiendo del respeto y la simpatía que tenemos por Rivera nos tomaremos la licencia de hacerle un pequeño contrapunto.

Trazando un análisis del proceso de la revolución rusa, los roles de Lenin, Trotsky y Stalin, Rivera desarrolla una denuncia del régimen stalinista y la burocratización sufrida por la revolución. En este marco, señala que Trotsky "perdió la perspectiva de lo que se venía" y que no asumió en todas sus consecuencias el Testamento de Lenin, que implicaba eliminar el poder de Stalin, lo cual podría haberse hecho apelando a Tujachevsky y el Ejército Rojo, resolviendo el problema "sin la participación de las masas" que habían caído en la pasividad.

Moshé Lewin, al igual que Isacc Deutscher, sostiene que Trotsky estaba en el nivel más bajo de su compresión política durante 1923, en el mismo sentido de lo planteado por Andrés Rivera. De alguna manera Trotsky subvaluó un poco la relación de fuerzas desfavorable que se estaba imponiendo al nivel de la lucha política en la dirección del PCUS. Tenía confianza en que con una política que encauzara el curso económico de la URSS la clase obrera se fortalecería al interior de la sociedad soviética en detrimento de la burocracia, pero la ofensiva anti-trotskista no dio el tiempo necesario para este proceso, en un marco de derrotas de la clase obrera a nivel internacional.

Sin embargo, si analizamos El Nuevo Curso o la plataforma de la Oposición Conjunta, veremos que Trotsky tenía claridad de la situación que se abría en la URSS mucho antes de que se consolidara el stalinismo como tal. Tanto es así, que recapitulando en 1935 acerca de la victoria de Stalin sobre la Oposición, responde a la pregunta formulada por Rivera acerca de por qué no dio un golpe contra Stalin:

"La muy conocida (y muy ingenua) pregunta, ’¿por qué Trotsky no utilizó el aparato militar contra Stalin en ese momento?’, es la mejor demostración de que quien la formula no puede o no quiere meditar acerca de los fac­tores históricos generales que permitieron el triunfo de la burocracia soviética sobre la vanguardia revoluciona­ria del proletariado. Más de una vez he señalado esos factores en varios libros, entre ellos en mi autobiogra­fía (...) Es indudable que hubiera sido posible dar un golpe de estado militar contra la fracción de Zinoviev, Kamenev, Stalin y compañía sin la menor dificultad, sin siquiera derramar sangre; pero eso sólo hubiera servido para acelerar el ritmo de la burocratización y el bonapartismo contra los cuales luchaba la Oposición de Izquierda. Por su esencia, la tarea de los bolcheviques-leninistas no era la de apoyarse en la burocracia militar contra la burocracia partidaria, sino la de apoyarse en la van­guardia proletaria y por su intermedio en las masas populares, para dominar a la burocracia en su conjunto, purgarla de elementos extraños, someterla a la vigilancia y control de los obreros y reencauzar su política por la senda del internacionalismo revolucionario. Pero a medida que la guerra civil, las hambrunas y las epide­mias agotaban la fuente vital de la fuerza revolucio­naria de las masas, y a medida que la burocracia acrecentaba sus filas y su insolencia a pasos agigantados, los proletarios revolucionarios se convirtieron en el bando más débil."[1]

Stalin venció a Trotsky, porque la burocracia había vencido a la clase obrera. Y la burocracia había vencido a la clase obrera porque la burguesía se impuso por sobre los intentos revolucionarios en Europa Occidental y China. Trotsky pasó en limpio las lecciones de estos procesos en su conocido Stalin el gran organizador de derrotas y fue el único que planteó una política alternativa a la del stalinismo en los años ’30, consistente en dejarle tomar el poder a Hitler, para aliarse luego con la burguesía "democrática" contra el fascismo que no habían sabido combatir. Las respuestas políticas, programáticas y estratégicas de Trotsky en los preparativos de la Segunda Guerra, que desembocaron en la fundación de la IV Internacional, son lo que permitieron sentar las bases de una mínima continuidad entre la tradición marxista y las actuales generaciones militantes.

Contra los que frente al régimen terrorista de Stalin desertaban del comunismo, Trotsky demostró que la burocratización de la URSS era un fenómeno que había que combatir frontalmente, pero que carecía de todo sentido la denuncia de la burocracia sin defender a la URSS de cualquier ataque imperialista o restaurador.

Y aquí nuevamente, Trotsky se destaca por la radicalidad de su proyecto socialista que oponía el pluripartidismo soviético (es decir la legalidad de todas las tendencias que defendieran las conquistas de la revolución) contra el totalitarismo stalinista, para revitalizar la organización de base de los soviets y que de esta forma los trabajadores volvieran a estar en el centro de la vida política soviética.

Estas cuestiones quedan en segundo plano en la valoración de Trotsky por Rivera, parecería centrarse en los primeros pasos de la Oposición de Izquierda y deja de lado el proceso de conjunto de la lucha llevada adelante por Trotsky en momentos cruciales de la historia del siglo XX.

Frente a la actual crisis del capitalismo, la discusión sobre qué alternativa construir contra la degradación y la miseria a la que este sistema somete a millones de personas, está a la orden del día.

La obra de Rivera es un aporte valioso en este sentido como expresión de una lucha cultural contra la sociedad burguesa.

En la misma entrevista Andrés Rivera nos invita a leer la historia con los ojos y los oídos muy abiertos.

Para esto es necesario recuperar el legado auténtico del marxismo y el socialismo de las deformaciones y tergiversaciones impuestas por el stalinismo. No como un acto de purismo intelectual, sino como asunción de un proyecto emancipatorio que no se detenga ante ninguna frontera burocrática y pueda superar las limitaciones de los procesos revolucionarios del siglo XX. Un proyecto por el que valga la pena luchar, por las generaciones de esclavos insurrectos que nos precedieron, por nosotros mismos y por los que seguirán luchando después de nosotros, esperamos que no por mucho tiempo más.

21/10/2008

Toni Negri o la decadencia del autonomismo


Hace cinco años, pregunté a Toni Negri desde el público de una charla si él consideraba que se podía analizar la situación latinoamericana, en particular el proceso de lucha en Bolivia, utilizando su idea de una multitud que incluiría una multiplicidad de sujetos que se constituyen como tales en el momento del acontecimiento. Dado que los aymara llevan 500 años de lucha y los mineros casi un siglo, y ambos se reconocen con identidades muy marcadas, parecía más que dudoso. Su respuesta fue que no conocía el proceso boliviano, por lo que no podía responder. La charla en la fábrica Grissinópoli terminó porque Negri tenía que asistir a una cena con el grupo Michelángelo, que incluía a varios funcionarios del gobierno de Néstor Kirchnner.

La entrevista publicada el domingo 07-09 en el suplemento Debates del diario Río Negro, muestra que Negri ahora sí opina sobre América Latina, aunque no haya avanzado gran cosa en su conocimiento de la realidad de nuestro subcontinente.

Las principales ideas expresadas por Negri son: que los gobiernos actuales son el resultado de la lucha de la gente por más democracia, que los países se hacen responsables de su situación sin culpar a EEUU, salvo Chávez que sin embargo no representa al conjunto de los presidentes "progresistas" y que en este contexto América Latina se iría constituyendo en un actor de peso en la realidad mundial junto con India, Rusia, China, la UE y EEUU. Nada muy distinto de lo que podrían decir Alfonsín o Duhalde…
La pregunta que queda después de repasar estos tópicos es la siguiente: ¿Dónde quedó el autonomismo de Negri? Intentaremos ensayar una respuesta al respecto.

Negri hizo furor en la Argentina en los días agitados posteriores al 19 y 20 de diciembre del 2001. La idea de una multitud sin predominancia de una subjetividad hegemónica coincidía con el espíritu del activismo de las asambleas barriales y con el sentido de la moda intelectual. Imperio y en menor medida, Gramática de la multitud, de Paolo Virno, se hicieron libros comentados en los más variados ámbitos.

Como cuestionamiento a la izquierda marxista, Negri defendía la construcción de espacios de autodeterminación por fuera de la lucha por el poder estatal, el "éxodo" era la única opción posible frente a un sistema que reformula los desafíos desde abajo y se reconvierte para neutralizarlos. Para no ser fagocitados por la perversa dialéctica de revolución y restauración, había que mantenerse al margen, evitar las mediaciones (la organización en partido) y las transiciones (la lucha por un Estado de nuevo tipo) y realizar el comunismo aquí y ahora. En su momento, el amigo Christian Castillo señaló que ese comunismo aquí y ahora se parecía mucho a la coexistencia con el capital, lo cual disgustaba sobremanera a los "negristas" locales.

El recambio de los gobiernos latinoamericanos por un lado y el unilateralismo yanqui por el otro, dejaron poco y nada del autonomismo de Negri, que pasó a recostarse sobre las alas "progresistas" de la política mundial, abandonando su retórica "comunista" y sus llamados a la organización desde las bases. Pero en este cambio hay, mal que le pese a algunos, una lógica continuidad. La negación de la lucha por el poder obrero y de la organización necesaria para dicha tarea, cuando los gobiernos hacían un culto desembozado de la represión y el neoliberalismo, podía parecer a algunos incautos una expresión de rechazo a toda forma de regimentación del movimiento social. Sin embargo, cuando el Estado, igualmente represor, se presentó con la máscara "progresista" (sin omitir importantes lazos de continuidad con el neoliberalismo), Negri abandonó a la "multitud" en aras de una nueva vieja subjetividad: El Estado como expresión del pueblo, categoría que Negri alguna vez denunció como un engaño para justificar la dominación burguesa. A su vez, el comunismo aquí y ahora dejó lugar al reclamo de más democracia en los marcos de dominación vigentes, ubicándose en cuanto a la denuncia del imperialismo yanqui claramante a la derecha de Chávez.

Aunque Negri aborrece la dialéctica, ha dado muestras de estar prisionero en una de las más elementales. Su pensamiento se ha negado a sí mismo. No resistió siquiera estos cinco años de recambios gubernamentales.

Demostró, en definitiva, que el autonomista no es otra cosa que un reformista que está a la espera del próximo "progresismo".

La pequeñez del tiempo presente (a propósito de La Fe de los traidores de Gabriel Pasquini)



La Fe de los Traidores, primera novela de Gabriel Pasquini, se inscribe en una amplia discusión que se viene dando en la Argentina que combina el balance del proceso de los ’70 con la valoración ética de la violencia revolucionaria y la crítica de “la fe ciega” de la militancia.

El relato comienza con Vittorio, cuadro de la Internacional Comunista, con su mujer y su hijo enfermo a bordo del barco que los trae a la Argentina, barco en el que se despliega una intriga que se irá ampliando y resolviendo en el transcurso del relato, con la experiencia de la revolución rusa como telón de fondo. Esta historia se cruza con la reflexión desde la derrota de un dirigente guerrillero guardado en una isla del Tigre, a la espera del grupo de tareas que nunca vendrá para secuestrarlo.

La novela tiene pasajes que atrapan al lector, como cuando reconstruye el ambiente y los debates del período que va desde la primera guerra mundial a la revolución rusa y la fundación de la III Internacional.

Otro momento a destacar es cuando el guerrillero acompañado solo de su cuaderno de notas, recuerda críticamente al compañero que, en una pobre interpretación de La Condición Humana de André Malraux, pensaba que la pastilla de cianuro era una prueba de heroísmo en lugar de un arma defensiva impuesta por la situación de la lucha de clases. En momentos como esos, la prosa de Pasquini se vuelve ágil y atrayente. Muestra a también que posee un conocimiento de la cultura política de las corrientes que toma como motivo para su novela. Están a su vez muy bien logrados los personajes de los policías secretos italianos que persiguen a los comunistas, anarquistas y socialistas.

Hay otros tramos menos atractivos, como aquel en que un joven anarco rousseauniano intenta educar sin éxito a una suerte de “buen salvaje”, constituyendo un momento un tanto bizarro. Seguramente es posible hacer una crítica del “iluminismo” de ciertas corrientes sin caer en un collage de estas características.

Pero no es nuestro motivo la crítica literaria de la novela, para lo cual sin duda hay gente más idónea, sino el análisis de algunas de sus premisas político-ideológicas. En este plano, La Fe de los traidores reproduce una serie de lugares comunes, que deben ser sometidos a crítica.

Elitismo y vanguardia

El primero es el de la crítica al elitismo vanguardista de las corrientes revolucionarias. Pasquini traza la imagen de una dirección bolchevique obsesionada con la construcción de una élite política como un fin en sí mismo, imbuida de una fe ciega en la inevitabilidad de la revolución y en una identificación de ésta con la supervivencia de la élite. Pasa por alto el carácter de democracia de base que tenía la experiencia sovietista, alentada por los bolcheviques, aunque se viera gravemente limitada por los problemas derivados de la destrucción originada por la guerra civil.

Al hacer esta omisión, Pasquini transforma como constitutivas de la cultura política bolchevique a ciertas medidas tomadas en momentos de extrema tensión (el de la prohibición de los partidos alzados contra el poder soviético y luego la prohibición de las fracciones al interior del propio partido) y deja de lado importantes medidas emancipatorias como la autodeterminación de las nacionalidades, los derechos de las mujeres, el reparto agrario, además de que incluso durante la guerra civil, los mencheviques internacionalistas, los anarquistas y los socialrevolucionarios de izquierda tenían plena libertad de intervención en los soviets, antes de pasar éstos últimos a la acción armada contra el gobierno soviético. Está claro que la novela no es un estudio de la revolución rusa, pero lo que dice no deja de tener implicancias políticas y por ende puede ser sometido a una crítica política.

De un cruce de las historias y los argumentos de la novela se puede sintetizar el siguiente planteo: los bolcheviques se pensaban como la élite de la clase obrera, los guerrilleros radicalizaron esa lectura, transformaron la lucha de clases en una guerra y construyeron al proletariado como un concepto bélico. Pero el “proletariado” realmente existente, el pueblo real no quería élites ni hechos bélicos y los setentistas fueron diezmados. Finalmente, el socialismo se cayó. Aquí la figura de la militante alemana Ulrike Meinhof actúa como metáfora del desencuentro entre la guerrilla y las masas populares en las reflexiones del jefe guerrillero.

Lo que olvida este razonamiento es que los procesos de radicalización del siglo XX tuvieron un alcance masivo y no fueron patrimonio exclusivo de ciertas corrientes con estrategias que efectivamente buscaban sustituir a la clase obrera con su propia acción.

De la inevitabilidad de la revolución a la infalibilidad de los jefes

Un segundo lugar común es la identificación entre el proyecto socialista del marxismo y el régimen encarnado por el stalinismo. El hecho de que sea Vittorio Codovilla, histórico burócrata del PC argentino, uno de los personajes centrales de la novela, deja entrever una visión de continuidad entre el bolchevismo y el stalinismo. La fe en la inevitabilidad de la revolución se transformará luego en la fe en la infalibilidad de los jefes soviéticos. Sin embargo, esta transformación del marxismo en una religión laica, naturaliza el proceso social complejo de la burocratización de la URSS. La recepción acrítica de la visión que el stalinismo tenía de sí mismo como encarnación de la tradición de Octubre se constituye en un límite para profundizar la reflexión sobre el imaginario de la militancia revolucionaria y el fracaso del mal llamado “socialismo real” que es lo que se propone en gran parte La Fe de los traidores.

En esta reflexión el autor traza una supuesta lógica del fanatismo revolucionario: Para sustraerse a los compromisos y pequeñeces de la política democrática, los militantes de los ´70 se involucraron en una idea de cambio revolucionario inmediato, que a su vez los llevó a justificar todos los medios, enlodándose al punto de no saber si son revolucionarios o simples asesinos. En este punto, la novela retoma los ecos del debate de Oscar Del Barco sobre la violencia revolucionaria, incorporando un registro claramente reaccionario.

Los galos de Asterix

Sin embargo, hay una cuestión profunda que La Fe de los traidores deja planteada: ¿Cómo naturalizar las condiciones de la derrota, cuando se han vivido las del ascenso revolucionario? ¿No es efectivamente una traición esa naturalización? ¿Cómo sobrellevar la imposición de estas condiciones ante la imposibilidad de reeditar el pasado? Guillermo Cieza, en una novela que tiene varios años, plantea que para superar la disyuntiva entre ser sobrevivientes o veteranos de guerra, los luchadores derrotados pueden reinventarse en nuevas rebeldías junto a las generaciones que salen a las luchas actuales. Cieza define bellamente a los obreros del Astillero Río Santiago como los galos de Asterix, defensores de una aldea irreductible contra las huestes del Imperio Romano. Lo mismo puede decirse de los obreros de Zanon, cuya lucha ha sido fuente de inspiración para los nuevos sectores combativos de la clase trabajadora que protagonizan importantes experiencias de lucha como en FATE, Mafissa o los campos ajeros de Mendoza.

Las preguntas de La Fe de los traidores pueden tener una respuesta en tanto volvamos a poner en discusión la necesidad de una alternativa revolucionaria al capitalismo, es decir, en tanto superemos el marco ideológico trazado por el propio autor. Y ahí más que una cuestión de fe se trata de ejercitar un realismo elemental. Podemos estar seguros de que el capitalismo creará más degradación y destrucción en la medida en que los habitantes de este mundo sublunar, en el cual los trabajadores somos la amplia mayoría, no impongamos una alternativa. Para esto sólo queda organizarnos, agruparnos, superar el aislamiento que confina lo humano a lo puramente individual y volver a construir la idea de que o salimos de esta colectivamente o seremos fagocitados uno por uno, en pequeños fracasos individuales y también por miles en grandes catástrofes colectivas.

Y aquí es donde la tradición marxista, en lugar de ser el documento de una época pasada, se vuelve un punto de partida para pensar la transformación revolucionaria de este presente pródigo en historias de bolsillo.

Un pobre rol para los intelectuales (Sobre Carta Abierta Neuquén)


El espacio Carta Abierta, encabezado a nivel nacional por el director de la Biblioteca Nacional Horacio González, que agrupa a los intelectuales afines al gobierno, recibió un duro golpe con la derrota del oficialismo frente a las patronales agrarias. Actualmente, este sector de intelectuales se encuentra preparando un nuevo pronunciamiento, con la idea-fuerza de un gobierno "sitiado" o un "sitio a las políticas democráticas" [1].

Mientras tanto, se constituyó en Neuquén el espacio Carta Abierta a nivel local, motorizado por eduardo Masés y Beatriz Gentile, docentes de la UNCo, ésta última funcionaria de la secretaría de DDHH del gobierno nacional, junto con Humberto Zambón y Osvaldo Pellín, miembros del PS neuquino, alineados con el kirchnerismo, entre otros.

El documento fundacional de Carta Abierta Neuquén propone crear "un espacio de reflexión y debate" para "avanzar en un camino de recuperación y profundización de nuestra vida democrática como en el reconocimiento de una necesaria distribución de la riqueza".

Para encarar estos temas, parten de señalar que: "En estos más de 140 días se ha puesto de manifiesto la existencia de visiones y modelos de país antagónicos que lejos de plantearse sólo como un debate de ideas, ha tensionado y puesto en discusión principios fundamentales de la república y del estado de Derecho".

En primer lugar, debemos señalar que presentar el conflicto entre el gobierno y la patronal agraria como un enfrentamiento entre dos "modelos de país antagónicos" es (por decir lo menos) demasiado generoso con el kirchnerismo, que con su esquema de dólar alto y bajos salarios, favoreció tanto el negocio sojero y la concentración de la tierra como las ganancias de los sectores industriales, manteniendo a su vez la ley videlista que rige el trabajo de los peones rurales. Fue el "modelo de país" del kirchnerismo, en sus lineamientos económicos fundamentales, el que preparó las condiciones para el enriquecimiento y la prepotencia de las patronales del campo. La famosa "redistribución" de la que habla el gobierno nada tiene que envidiar a la codicia sojera: el superávit fiscal se utiliza para mantener el precio del dólar y de los bonos de la deuda por los que el Estado paga altísimas tasas de interés y para subsidiar a la UIA, a las transportistas, etc., entre otras curiosas políticas "redistribucionistas".

Los inicios de la crisis económica internacional empezaron a golpear este esquema y a generar una disputa por el reparto de la renta extraordinaria entre la patronal agraria y el gobierno alineado con la burguesía de la industria y los servicios privatizados. Este es el único antagonismo del que se puede hablar, el de dos sectores patronales en pugna.

Por eso, disfrazar la puja entre dos bandos capitalistas por el reparto de la renta como una lucha entre los que quieren ganar más y los que quieren redistribuir, como hacen los intelectuales de Carta Abierta Neuquén es una manera poco elegante de disfrazar una clara toma de posición a favor del gobierno y sus patronales amigas.

En este sentido, y en la misma sintonía con las denuncias contra el "clima destituyente" que viene realizando el espacio a nivel nacional, los integrantes neuquinos de Carta Abierta toman posición contra "la derecha de mercado que hoy expresada tras la máscaras de las entidades del campo y la de sus aliados circunstanciales, no está dispuesta a resignar su rol de privilegio".

El lock out agrario es de por sí una medida reaccionaria, tanto por sus objetivos (hacer que los exportadores no paguen retenciones), como por el método antipopular del desabastecimiento. Sin embargo, y a contramano de las denuncias sobre el supuesto "clima destituyente", la derecha sojera no definió con la acción directa la pulseada con el gobierno, sino que dejó a ésta en segundo plano y se valió del lobby y el tejido de alianzas al interior del mecanismo parlamentario para torcerle el brazo al kirchnerismo. Es decir, triunfó sobre el gobierno no "contra" la democracia sino utilizando los mecanismos "democráticos" del "Estado de derecho", aprovechando en su favor el intento del gobierno de darle una "salida institucional" al conflicto. El rol reaccionario que ha jugado el Congreso, muestra que la única forma de ampliar los derechos democráticos de las mayorías populares no es reclamando "más democracia" al Estado y sus instituciones sino estructurando una postura de los trabajadores y el pueblo independiente de cualquier sector patronal.

"En este sentido –prosigue la carta- afirmamos nuestro apoyo a las políticas públicas que expresen de manera efectiva, una mayor y mejor redistribución de la riqueza que tienda a eliminar la exclusión social y deje expedito el camino hacia la participación e igualdad de oportunidades". El hecho de que estas supuestas políticas no se puedan nombrar concretamente ni en tiempo presente ¿no es una confesión de partes acerca de que tales políticas no existen? Aquí la carta muestra su lado más débil. Contra la "derecha de mercado", defiende una política de "redistribución" que a párrafo seguido no puede siquiera ser nombrada, mucho menos ejemplificada.

En este aspecto, la Carta Abierta neuquina está un poco por detrás de lo que se viene debatiendo en el mismo espacio a nivel nacional, donde cobra fuerza la idea de que la política social del gobierno "no ayuda a fortalecer las organizaciones sociales" (sic).

Luego de señalar la necesidad de similares políticas para el ámbito provincial, la carta concluye con la necesidad de "crear nuevos lenguajes, abrir los espacios de actuación y de interpelación para avanzar en la constitución de una nueva Argentina y de nuevos imaginarios sociales capaces de superar los viejos y fundacionales mitos identitarios".

¿No será mucho para un espacio que ni siquiera logra enumerar las políticas que dice apoyar?

Finalmente, posibilidades de intervención desde lo cultural e intelectual las hay, de la misma manera que existen formas de unir el quehacer cultural-intelectual a la realidad, pero no apoyando al gobierno, sino en un sentido contrario al esbozado por la Carta Abierta: junto a los trabajadores de la educación y la salud, los mapuches, las mujeres que defienden sus derechos, los estudiantes, los organismos de DDHH que luchan por el castigo a los genocidas en la región y los trabajadores de Zanon que enfrentan las amenazas de desalojo tanto como la política de Sapag de comprar los créditos más grandes y dejar que la fábrica vaya a remate.

La lucha por el castigo a los genocidas y la lucha de los trabajadores y trabajadoras de Zanon, ocuparán una parte central en la agenda política neuquina de los próximos meses.

Allí hacen falta también intelectuales y artistas que logren articular sus saberes específicos con los de los sectores combativos de la clase obrera.

Por eso, nuestra bandera es: Ni con el gobierno ni con "el campo", junto a los trabajadores.

Para poner de relieve la verdad histórica de sus luchas pasadas y redoblar esfuerzos para que triunfen en las del presente

La revolución diplomatizada (Crítica de la concepción estratégica y política de los "gramscianos argentinos")

LEER

Crítica del sindicalismo corporativo (Una polémica con la conducción de Aten y sus defensores)

LEER

Ver también:

Una apología lamentable: http://www.8300.com.ar/spip.php?article1193

Aclaraciones que oscurecen: http://http//www.8300.com.ar/spip.php?article1275

La ilusión gradualista (A propósito del nacionalismo, la retórica socializante y el marxismo en América Latina)

http://www.ips.org.ar/article.php3?id_article=282

Combatir la historia con los puños (A propósito del 67 aniversario del asesinato de Trotsky)


Todas las culturas han creado diversas formas de conciliar la objetividad de las circunstancias con los impulsos de la voluntad humana. Así lo atestigua la variedad de expresiones y saberes sobre el tema en distintas latitudes y momentos históricos. “Ayúdate y Dios te ayudará” dicen los creyentes. Laico y marxista, Gramsci hacía suya la frase de Roman Rolland, “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, pero si nos transportamos al Japón del Siglo XVII, mundo que tiene poco y nada que ver con el nuestro, nos encontraremos con la recomendación de “creer en Buda y las divinidades pero no contar con ellos”.

Estos intentos, afines pero diferentes e incluso contrapuestos entre sí, parecerían abonar la hipótesis de que la necesidad de articular determinismo y voluntad no es solamente un problema teórico, sino sobre todo un problema práctico de alcance universal.

La misma problemática ha cruzado los debates teóricos y políticos en el marxismo.

Cuando Kyo Gisors, sin duda el personaje más atractivo de La Condición Humana de André Malraux discute con el enviado de la III Internacional que no hay que entregar las armas a Chang Kai Shek, argumenta que el marxismo no es sólo la afirmación de una fatalidad sino también la exaltación de una voluntad. Justamente entre esos dos polos oscilaron los debates del marxismo del siglo XX, frente al embate de corrientes ideológicas que cuestionaban por igual el “determinismo” como el “voluntarismo” del marxismo.

Más allá de las interpretaciones unilaterales, el marxismo ha aportado a la cultura de la humanidad, entre otras cosas, una manera de pensar que combina el máximo despliegue de la voluntad humana con una compresión realista de cuáles son las circunstancias objetivas en que debe desenvolverse, dejando de lado las interpretaciones “religiosas” de la realidad, sean estas propiamente confesionales o “laicas”, como las de los defensores acríticos de la democracia capitalista, que proliferaron durante los últimos 25 años. En este y otros aspectos, Trotsky es un referente de primer orden.

Trotsky sostiene en sus Notas sobre Lenin, Dialéctica y Evolucionismo que la contraposición de causas objetivas y fines subjetivos se basa en una incomprensión de las relaciones entre ambos términos. Dado que el fin es un aspecto de la causa, la contraposición citada sería sólo aparente. Sin embargo, esa relación entre “el todo” y “la parte” no conforma un proceso mecánico. No quiere decir que las causas no dejen espacio para los fines, sino que éstos se inscriben en una contexto objetivo más amplio. Ese contexto limita los resultados de la acción humana, impidiendo que resultados y fines sean idénticos. Esta concepción operaba en Trotsky en todos los niveles de su pensamiento. Veamos algunos ejemplos.

En una carta a Sydney Hook, Trotsky debatía contra una visión cientificista ingenua del marxismo:

“Usted dice: ‘De los postulados teóricos de esta ciencia del marxismo resulta que la oposición revolu¬cionaria a la guerra mundial de 1914 era utópica, por¬que la guerra y la psicología de guerra derivaron ine¬vitablemente del conjunto de factores socioeconómicos de la época’. Esta contraposición me resulta incom¬prensible. La lucha contra la guerra sería ‘utópica’ porque la guerra surge inevitablemente de las circuns¬tancias objetivas. En primer lugar, las ideas utópicas también surgen de las circunstancias objetivas. En se¬gundo término, la lucha contra los acontecimientos ‘inevitables’ no es necesariamente utópica, porque los acontecimientos inevitables se encuentran limitados en el tiempo y en el espacio. En el caso particular de la guerra, este acontecimiento históricamente ‘ine¬vitable’ resultó ‘utópico’ para el objetivo que perse¬guía, poner fin al impasse imperialista” [1]

En esta perspectiva, la comprensión de los procesos objetivos es la base y no el impedimento de la voluntad política. Por eso, Trotsky buscaba elaborar una comprensión objetiva del stalinismo en tanto fenómeno de reacción social, impuesto por el retroceso de la revolución a escala internacional, a la vez que una política de oposición activa frente al mismo.

En 1937, en pleno terror stalinista y fascista, escribe una carta a Angélica Balabanof, vieja militante alejada del marxismo desde los años ’20, donde polemiza contra el pesimismo:

“¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños” [2].

Tomar la historia como viene y si es necesario combatirla con los puños. En esa combinación de realismo político y voluntad militante reside lo característico de la condición revolucionaria, de la que Trotsky fue un fiel exponente.

Sin embargo, el trotskismo ha sido caracterizado en no pocas ocasiones como una forma de voluntarismo. Los críticos de Trotsky, muchos de los cuales forman parte a su vez de sus admiradores, encuentran particularmente “voluntarista” la fundación de la IV Internacional.

A los ojos de estos críticos, los años previos a la Segunda Guerra Mundial no parecían muy propicios para querer trastornar el orden del universo.

Pero estas críticas por la supuesta “inoportunidad” de la fundación de la IV Internacional en 1938, parecerían más orientadas por una tentación de nadar con la corriente de la historia que la de librar una lucha sin cuartel contra el fascismo y el stalinismo. No casualmente muchos de los que consideraron inoportuna la fundación de la IV Internacional abrigaron esperanzas en algún tipo de autorreforma del stalinismo en clave progresiva. La IV Internacional, aunque fuera una “internacional de cuadros” y no de masas, era peligrosa para Stalin tanto como su conductor. Por eso Trotsky fue asesinado el 20 de agosto de 1940 por un agente de la policía secreta stalinista.

Pero la guerra, el posterior fortalecimiento del stalinismo y la recomposición del capitalismo en los países centrales durante la segunda posguerra, no jugaron precisamente buenas pasadas a los trotskistas. La propia IV Internacional se dividió en un movimiento de tendencias [3] , que no lograron ser una alternativa al stalinismo. Su disgregación parecería ser, para muchos, la confirmación de su caducidad, debida al pecado original de la inoportunidad de su fundación.

Sin embargo, esta visión soslaya que, pese a los errores y las dificultades, los trotskistas, mantuvieron algunos indispensables hilos de continuidad con la tradición revolucionaria, siendo en la mayoría de los casos los únicos que buscaron independizar a la clase obrera de sus direcciones burocráticas. Por eso, en la actualidad, nadie que pretenda ser escuchado por los trabajadores puede hablar en nombre del stalinismo, mientras las corrientes que se reivindican trotskistas se mantienen activas y en muchos casos con lazos con la clase obrera. Más allá de sus resultados inmediatos, la fundación de la IV Internacional sentó una bandera, hacia el pasado y hacia el futuro. Hacia el pasado, reivindicando las tradiciones de lucha de la clase obrera y el marxismo, pisoteadas por el stalinismo. Hacia el futuro, señalando la perspectiva de reconstruir esas tradiciones con las nuevas generaciones de la clase obrera.

Por eso, militar activamente bajo la bandera del trotskismo, por la derrota del capitalismo, es el mejor homenaje que podemos hacer al gran revolucionario ruso, en un nuevo aniversario de su asesinato a manos de un agente de Stalin, para que las banderas de la IV Internacional se transformen en las de nuestro tiempo presente.


[1] “El marxismo como ciencia”. 11 de abril de 1933, en Escritos (1929-40), www.ceip.org.ar

[2] “Contra el pesimismo”. 3 de febrero de 1937.en Escritos (1929-40), versión electrónica en www.ceip.org.ar

[3] Daniel Bensaïd, dirigente y teórico de la LCR francesa, sostiene que debemos hablar de “trotskismos” utilizando deliberadamente el plural, aunque identifica especialmente la trayectoria de la IV Internacional con la de la corriente de la que forma parte, que a su vez está embarcada en la construcción de “partidos amplios anticapitalistas” sin carácter de clase ni programa revolucionario

Trotsky y el stalinismo



El trabajo de Antonio Daniel Arias “El culto a la personalidad, un legado que aún hace temblar”, publicado en el suplemento Debates del 05/08 intenta indagar en este aspecto de regímenes como el stalinismo y el nazismo. Dicho trabajo contiene, a mi entender, dos defectos principales. El primero es que la crítica del culto a la personalidad, propio del nazismo o del stalinismo es encarada desde una visión que supone que la democracia sienta las bases “para establecer una relación horizontal entre gobernantes y ciudadanos” y alerta contra todo intento de “jerarquización de las relaciones sociales”, como si las relaciones de clase no existieran o no fueran jerárquicas.

Partiendo de este sentido común democrático, el artículo, que dedica una gran parte al totalitarismo stalinista, no explica el surgimiento del mismo. De esta forma, el culto a la personalidad aparece casi como el origen de ciertos regímenes totalitarios y no como un aspecto de ellos. Y aquí se presenta la segunda limitación de los argumentos de Arias: su sentido común democrático es incompatible con una crítica del totalitarismo desde la propia tradición marxista, ya que la misma es crítica a su vez de ese sentido común.

Por eso Trotsky, quien fuera el más profundo y sistemático crítico y opositor al stalinismo, quien señaló que Stalin y Hitler eran “astros gemelos”, apenas aparece mencionado en el suplemento Debates como participante del cumpleaños de Lenin.

Mucho antes de que Kruschev condenara a Stalin para salvar a la casta burocrática, Trotsky desarrolló una perspectiva crítica del stalinismo, luchando por restablecer la democracia obrera de base en los soviets al interior de la URSS, empezando por la legalización de todas las tendencias políticas que defendieran las conquistas de la revolución. Desde esta óptica, Trotsky analizaba en La revolución traicionada el culto a la personalidad impuesto por el stalinismo, no como un producto de la “semilla del mal”, que menciona Arias, sino como parte de un fenómeno de reacción social al interior de la URSS:

“La divinización cada vez más imprudente de Stalin es, a pesar de lo que tiene de caricaturesco, necesaria para el régimen. La burocracia necesita un árbitro supremo inviolable, primer cónsul a falta de emperador, y eleva sobre sus hombros al hombre que responde mejor a sus pretensiones de dominación. La ‘firmeza’ del jefe, tan admirada por los diletantes literarios de Occidente, no es más que la resultante de la presión colectiva de una casta dispuesta a todo para defenderse. Cada funcionario profesa que ‘el Estado es él’. Cada sitio se refleja fácilmente en Stalin. Stalin descubre en cada uno el soplo de su espíritu. Stalin es la personificación de la burocracia. Esa es la sustancia de su personalidad política” [1].

Trabajos recientes como El Siglo Soviético de Moshé Lewin, quien describe en detalle el modus operandi de la burocracia stalinista, avalan los puntos de vista de Trotsky, antes que los de aquellos que intentan analizar los totalitarismos desde una metafísica de las virtudes de la democracia. En este sentido, Trotsky reviste interés no solamente por su profundidad teórica, sino también y sobre todo por su proyecto de un socialismo basado en la auténtica democracia obrera.

06/08/2007