Comparto con los amigos y amigas de este blog una pequeña crónica escrita el 10 de noviembre de 2014, que había quedado perdida en el cyberespacio. Para el recuerdo y las lecturas ociosas del domingo.
Estuvimos unos días en Londres, con motivo de participar en la Conferencia de Historical Materialism, en la que se realizan toda clase de debates teóricos y también algunos debates políticos.
Tras los muros de la SOAS (Escuela de Estudios Orientales y Africanos) de la Universidad de Londres, libramos una lucha desigual contra la lengua de Shakespeare, que si bien sobrevivió no se la llevó de arriba.
"Esta ciudad es el 'lavadero' de Europa" me dice el politólogo argento del underground exiliado en París, mientras atravesamos el principal centro financiero del viejo continente en un tren veloz y puntual. En Londres los trabajadores bien pagados y los profesionales que quieren comprar una casa, no pueden competir con los oligarcas rusos, que ofrecen el doble, elevando por las nubes el precio de las viviendas. Ni hablar de aquellos que no cuentan con un trabajo estable...
Con edificios victorianos e iglesias medievales, árboles verdes en otoño, calles repletas de vehículos que circulan por el lado equivocado, personas de todos los colores, un éxodo de turistas que marca el paso en el mismo lugar y un pedazo de cada país del mundo en el Museo Británico, Londres es una ciudad totalmente consciente de su carácter de vivo documento histórico. Todo está rigurosamente registrado y documentado, aunque más no sea con un cartel que dice por ejemplo "Aquí, en 1908, vivió Lenin, fundador de la U.R.S.S.".
Caminando por el lugar donde fuera ejecutado William Wallace me entero de que no es un símbolo subversivo en absoluto salvo para los argentinos y Mel Gibson que es un yanqui/australiano antibritánico, como me explica Philip, el caballero de fina estampa que me acompaña en la caminata. Su placa está totalmente limpia, nadie la interviene ni la escracha, cosa que no pasaría con un recordatorio de los combatientes caídos del I.R.A. (aunque un recordatorio de ese tipo directamente no podría estar ahí).
Pero una de las cosas más llamativas que se pueden ver no es ni el Támesis, ni la estatua de Cromwell, que para mí tiene la cara de Richard Harris o la estatua de Ricardo Plantagenet, alias "Corazón de León", que fue muy querido porque siempre estuvo afuera del país. Tampoco la momia de Cleopatra o los frisos de los asirios en el Museo Británico.
Lo más llamativo es la popularidad de la reina, que encabezó ayer el acto patriótico por los cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial, con miles de personas llevando unas escarapelas de plástico rojas (poppies) en las solapas, en el que por supuesto no faltó la inofensiva oposición a Su Majestad. Vienen a la memoria las reflexiones de Trotsky sobre el conservadurismo británico como una especie de "carácter nacional".
"La reina de Inglaterra y el peronismo son dos de los fenómenos políticos más populares de la segunda posguerra en adelante" me dice el politólogo argento del underground, antes de dar una charla sobre el imperialismo que comienza con Kautsky y Lenin y termina con un debate sobre la guerra de Malvinas, en el que por un momento nos predisponemos a las piñas pero la pericia del moderador impide que pase a mayores.
Aunque parezca al principio descabellado establecer una comparación entre una institución que tiene siglos y otra con apenas 70 años, no resulta difícil imaginar a la reina pensar con una picardía típicamente peronista: los muchachos se ponen nombres para diferenciarse, como laboristas o conservadores, pero lo más importante es que todos trabajan ... para el imperialismo británico.
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