El debate sobre la pertinencia o no del voto desde los 16 años desnuda una gran hipocresía en ámbitos diversos, empezando por la de aquellos que sostienen que un pibe de 16 años "es demasiado chico" para votar, pero cuando alguien de esa edad comete un delito contra la propiedad, se preguntan por qué no está en cana desde los 13 o 14 años. Son los que tienen pesadillas frente a una eventual "ofensiva chavista" del gobierno.
En el otro extremo (bue, en realidad a unos matices más hacia la centroizquierda) los entusiastas del oficialismo se ponen contentos porque el kichnerismo (y ahora el cristinismo) sería una suerte de máquina de "ampliar derechos".
Ni tanto ni tan poco. El oficialismo no tiene problemas en "ampliar derechos" con ciertas condiciones: a) cuando esta ampliación coincide con la de su posible base electoral, b) cuando los derechos no tengan que ver con el ejercicio de huelga o de protesta, frente a los cuales apela a la represión directa de la Gendarmería y la Policía o a la del Código Penal, c) cuando estos derechos no afecten de modo significativo la propiedad privada.
En el caso de los inmigrantes y los jóvenes, la ampliación de marras, tiene un sesgo cínico brutal. Los inmigrantes, que recibieron la represión conjunta de las policías Federal y Metropolitana, y luego de la Genderamería Nacional por ocupar el Parque Indoamericano, ahora serían objeto de las preocupaciones del oficialismo, que no puede dormir en paz hasta no ver garantizado su derecho a votar. Los mismos pibes que en los barrios más humildes y marginados son maltratados a diario por la Prefectura o la Gendarmería, pasan ahora en el discurso oficial a ser la levadura misma del sistema democrático.
Por eso, la adquisición por parte de los jóvenes desde los 16 años y de los hermanos inmigrantes de estos derechos políticos democráticos elementales, debería ser en caso de conquistarse un punto de apoyo para la lucha por todas sus demandas sociales, frente a las cuales el oficialismo hasta ahora tiene dos respuestas precisas: precarización laboral y Gendarmería.
Sobre los motivos del oficialismo para alentar esta política, creo que la explicación está no solamente en sus necesidades pragmáticas de cara a las elecciones del año que viene, sino también en una característica del régimen político post-2001, que se mantuvo a través de sus sucesivas configuraciones.
En este blog se ha insistido en ocasiones varias sobre los elementos de recomposición del régimen político y de la autoridad estatal que han tenido lugar durante los últimos años. Sin embargo, hay un hecho significativo que merece ser tenido en cuenta. Así como la única oposición posible al gobierno es "por izquierda", la única forma en que el oficialismo puede ampliar su base de sustentación también es "por izquierda" (a su manera y del modo que explicamos más arriba).
En este sentido, la estabilidad del régimen político, no es exactamente la de un país "normal" sino una estabilidad sui generis, en la cual el peso preponderante del oficialismo encuentra un límite en la crisis previa del sistema de partidos que dejó en descrédito las políticas de ajuste y en la recomposición social de la clase obrera, a la que ni el gobierno ni las patronales pueden embestir de frente.
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