Por Juan Dal Maso
Decíamos en el anterior número de este periódico que el Programa de Transición se propone unir la lucha de la clase trabajadora por sus demandas más sentidas con la lucha por llevar a la clase obrera al poder del Estado.
Este intento de relacionar lucha social y lucha revolucionaria suele ser cuestionado por quienes defienden un programa mínimo y dividen la lucha sindical de la lucha política. Suele decirse que el Programa de Transición es demasiado “rojo” para la conciencia que tienen los trabajadores en la actualidad, también se dice que estando en una situación defensiva, las luchas sólo deben ser por demandas elementales, es decir, levantar un programa mínimo.
Estos puntos de vista, altamente extendidos entre la autodenominada “militancia neuquina”, se acompañan de diversas propuestas de ir cambiando la consciencia a través de la educación, entendida en un sentido amplio, a través de redes culturales, etc.
Lucha de clases y Cambio Cultural
Se puede decir que si la gente quisiera el socialismo y si estuviera madura para llevarlo adelante, como piden los críticos del marxismo, no haría falta un programa de transición. El Programa de Transición es, por definición, el programa que busca responder a la división existente entre la lucha obrera y los objetivos revolucionarios.
Pero los defensores del programa mínimo sostienen no sólo que la gente no está madura para el socialismo, sino que ni siquiera dan las condiciones para plantear un programa que cuestione la propiedad privada. Para los adversarios del Programa de Transición, plantear consignas como el reparto de las horas de trabajo o la renacionalización del petróleo es “consignismo” de los partidos que “bajan línea”. Ellos por su parte ofrecen la combinación de cambio cultural y programa mínimo, para que la gente vaya cambiando la conciencia de a poco. Sin embargo, difícilmente un trabajador/a se convenza de que debe luchar contra el capitalismo, decisión que acarrea consecuencias prácticas importantes para su vida, únicamente por una serie de buenos argumentos y un poco de sindicalismo.
Si un trabajador/a ve que quienes le hablan de la revolución y el socialismo luchan en la práctica sólo por lo que es posible según la patronal, nunca se sumarán a un partido o proyecto así. Contra las intenciones de estos “educadores”, la clase trabajadora siempre quedará presa de su atraso relativo, porque no se verá seducida por un discurso que no se lleva adelante en la práctica. La conciencia de un trabajador/a que nunca ha participado de una lucha es una conciencia ingenua. Piensa que si le dan un buen sueldo y la ropa de trabajo, no lo están explotando. Quizás piense que la policía es corrupta, pero que debería cuidar a la gente.
Posiblemente piense que el gobierno debería intervenir a favor de los obreros en un conflicto. Pero si sale a la lucha, la patronal le corta los víveres, la policía lo reprime y el Ministerio de Trabajo juega a favor de la empresa, como suele suceder, irá sacando sus propias conclusiones. Las certezas de sentido común con que contaba el trabajador, se chocan con la realidad de las relaciones de clase. Ese choque sólo puede ser producto de la experiencia en la lucha de clases y genera una crisis de la consciencia tal cual era hasta el momento previo. El trabajador que pasa por esta experiencia necesitará repensar algunas cuestiones gruesas.
Por eso el marxismo entiende que la modificación de las circunstancias y la modificación de la conciencia sólo coinciden en la práctica revolucionaria, como decía Marx en sus Tesis sobre Feuerbach. Esto quiere decir que no se puede esperar a que cambie la conciencia para que cambie la práctica de los trabajadores. En la práctica, los trabajadores irán cambiando la conciencia. Pero para eso, la práctica debe poner en cuestión el sentido común de la conciencia ingenua, es decir, sobrepasar los límites del programa mínimo. Para orientar esa experiencia está el Programa de Transición
Ofensiva y Defensiva
Se ha objetado muchas veces que las consignas del Programa de Transición son irrealizables bajo el capitalismo y por ende no tiene sentido levantarlas en luchas cotidianas que difícilmente logren modificar las relaciones sociales predominantes. Sin embargo, los que dicen esto, partidarios del programa mínimo, demuestran únicamente que no entienden el Programa de Transición o incluso que saben poco y nada de sindicalismo. Es obvio que mientras más defensivo sea el reclamo menos conseguirán los trabajadores. Pensemos en el caso de la lucha de Zanon: El programa de transición no sólo sirvió para mantener las fuentes de trabajo sino para demostrar que los patrones no son necesarios para poner a producir una fábrica, crear solidaridad de clase, activismo y organización. ¿Cómo les hubiera ido a los ceramistas si se hubieran dedicado a reclamar el 100% de indemnización, en lugar de avanzar sobre la propiedad privada y poner la fábrica a producir bajo administración obrera?
Por eso, las consignas del Programa de Transición van más allá de lo que se pueda conseguir en un conflicto puntual. Su sentido más profundo es que a través de su experiencia, los trabajadores vayan tomando nota de las consecuencias que tiene luchar por ese programa hasta el final: el cuestionamiento de la propiedad privada y del Estado capitalista. Esa toma de conciencia no es un proceso únicamente de comprensión sino también de conquista de una relación de fuerzas distinta. Por eso no hablamos solamente de conciencia en un sentido intelectivo sino de subjetividad en un sentido histórico y conceptual. Para el marxismo la conciencia de la clase obrera se expresa en sus ideas, sus luchas y sus organizaciones.
El Programa de Transición y la cuestión metodológica
Retomando lo señalado anteriormente, podemos decir que el método del Programa de Transición está basado en la concepción marxista del desarrollo de la conciencia, que sostiene que el educador precisa ser educado. En suma, que la conciencia se desarrolla a través de la experiencia situada históricamente, que forma parte de la lucha de clases en la sociedad burguesa. El programa aporta las conclusiones de toda la labor teórica y práctica del marxismo desde sus orígenes, para que esa experiencia no se desarrolle en el vacío y el individuo trabajador desarrolle el sentido de pertenencia a una clase que lleva más de 150 años de lucha contra el capital. En este sentido, el programa juega el papel de poner en contacto a los sectores de la clase trabajadora que lo toman como propio, con la condensación de la experiencia pasada de la lucha del proletariado. A través del programa, la clase trabajadora retoma su propia experiencia colectiva, que cada trabajador individualmente desconoce, pero sin empezar exactamente de cero, porque el programa abrevia en el presente el camino recorrido en el pasado a través de las consignas que expresan el aprendizaje realizado por el movimiento revolucionario.
Resumiendo, el método del Programa de Transición esboza una dialéctica de la conciencia de la clase trabajadora que abarca diversos niveles:
La articulación entre el programa mínimo y programa máximo
La unidad entre la “espontaneidad” (no marxista) y la “conciencia” (el programa marxista), a través de la experiencia en la lucha de clases.
La apropiación de la experiencia revolucionaria del pasado, superando la perspectiva inmediata y aislada de la lucha.
¿Y las direcciones?
Con sana desconfianza antiburocrática, el/la lector/a podría objetar por qué discutir tanto sobre la conciencia de los trabajadores en vez de ver lo que hacen los dirigentes. Efectivamente, no sólo el programa y la experiencia van moldeando la conciencia de la clase trabajadora. Tienen un rol nada menor las direcciones. Y suele pasar que quienes se delimitan del Programa de Transición apelando al atraso relativo de la clase trabajadora, resultan también defensores de las conducciones que levantan un programa mínimo. Pero sobre este tema debatiremos en la próxima entrega de esta serie.
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