Por Juan Dal Maso
La Bastilla fue el blanco privilegiado de la ira popular durante la Revolución Francesa. La destrucción de la prisión en la que se pudrían de por vida presos políticos y comunes durante el absolutismo, quedó como un símbolo y un ejemplo para la posteridad. La revolución francesa se la agarró con cárceles y relojes, buscó cambiar los calendarios, cambiar todo, aunque la propiedad privada prevaleció sobre la “solución plebeya” del jacobinismo. Más allá de esto, dejó para siempre planteada la identificación del régimen despótico con una sucia prisión.
La actual “democracia” argentina, tanto su personal político, como un amplio espectro de su “clase media” están propiciando la vuelta al oscurantismo en su forma más reaccionaria y brutal: construir cárceles, bajar la edad de imputabilidad de los “menores” que cometen delitos, levantar muros para separar a los ricos de los pobres, meter policías, gendarmes y agentes de seguridad privada hasta debajo de las uñas de cada pibe de tez morena.
La burguesía propicia esta política porque sabe que la crisis le impondrá una salida más o menos de fuerza contra los trabajadores y el pueblo, más allá del cacareado respeto de los marcos institucionales. Será necesario dejar gente sin trabajo, empujarla a la descomposición social, segregarla y encerrarla para que no moleste. Las capas medias histerizadas (¿o hitlerizadas?) por los medios de comunicación quieren una solución inmediata de un problema que no logran elaborar con un mínimo indispensable de objetividad, atando su interés al de la gran patronal y por ende suicidándose en el futuro cercano.
La reciente muerte de Alfonsín abrió toda una serie de especulaciones sobre el resurgimiento de una “democracia” más sólida, basada en partidos patronales estables y proyectos políticos.
Cabe aclarar que hasta ahora el único proyecto político que se plantea con toda claridad es: ¡Cárcel! Para todos los que muestren la descomposición que corroe a la sociedad burguesa, tanto los que luchamos colectivamente por ciertos derechos adquiridos como los que desde la miseria más absoluta son empujados a una vida de supervivencia a todo o nada. La “democracia” que están pensando será para gente blanca, acomodada y obediente. Una democracia para ricos más elitista aún que la actual.
Todas las organizaciones obreras y populares, los organismos de DDHH, los artistas, los intelectuales, tenemos que hacer oír nuestra voz contra estos desvergonzados constructores de cárceles. Porque los grilletes con los que sueñan van a calzar justo en nuestros tobillos y porque si dejamos pasar este nivel de retrogradación estaremos todos en peores condiciones no ya para reclamar tal o cual cosa sino para llevar adelante la vida cotidiana de los millones de personas que no entramos en sus criterios seudo-lombrosianos de normalidad social.
Pero también tenemos que sacar una conclusión.
La derecha (con acuerdo del gobierno) no tiene ningún problema en decir las cosas tal cuál se las propone. No le da pudor decir que la única solución que tienen a la crisis capitalista es la cárcel y la represión. En cambio desde los trabajadores y la izquierda no está siempre la misma claridad para decir las cosas. Tenemos que decir bien claro que esta crisis tienen que pagarla los capitalistas, para eso tenemos que luchar por un programa que se plantee la renacionalización de los recursos naturales, el reparto de las horas de trabajo para todas las manos disponibles, la puesta en producción por los trabajadores de todas las fábricas que quieran cerrar y despedir, la nacionalización de la tierra, la banca y el comercio exterior, entre otras cuestiones.
Un programa que permita hacer real la única posibilidad de regeneración de la sociedad: el gobierno de la clase trabajadora.
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