sábado, 21 de mayo de 2011

Sobre el Frente de Izquierda y de los Trabajadores y la vigencia del imaginario revolucionario

La carta de apoyo al Frente de Izquierda y los Trabajadores de Eduardo Grüner plantea la necesidad de un debate sobre las prácticas e ideas de la izquierda, entre ellas sobre la vigencia de los objetivos revolucionarios y las implicancias del concepto de revolución como tal:
"El recordado Nicolás Casullo solía insistir (para lamentarlo, si yo lo entendí bien) en que el imaginario revolucionario había desaparecido, y él se hacía cargo de ese duro hecho. Yo también trato de hacerme cargo. Sólo que también trato de no ceder en ese deseo imaginario (como diría algún amigo lacaniano), aunque lo pensara imposible –todavía no lo pienso, aunque sí pienso que una de las grandes deudas de la izquierda es una discusión a fondo de qué significa hoy el concepto de revolución -, o al menos tan a largo plazo que excederá mi ciclo vital: 'pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad', para reiterar la canónica frase de Gramsci. Tener lo que aparece 'imposible' como medida, en el peor de los casos, puede ser un excelente criterio correctivo para 'lo que hay'; y en el mejor, puede ser una apuesta y un incentivo para reconstruir ese imaginario, con todas las complejidades y 'actualizaciones' que sean necesarias y ensayando corregir los errores del pasado, algo que solamente la participación masiva puede lograr: como ha dicho alguien, cuando malintencionadamente se le atribuye a Maquiavelo la canónica frase sobre la política como 'arte de lo posible', se suele olvidar que el 'arte' es también, y sobre todo, la creación de lo posible, de lo todavía no existente."

Resulta pertinente la discusión, porque hace décadas que el horizonte de la revolución desapareció del mapa, por lo menos de las grandes masas trabajadoras. Los núcleos revolucionarios que resistieron, como el PTS en Argentina y la FT a nivel internacional, intentaron retomar las líneas centrales del pensamiento de Trotsky y el marxismo clásico, frente a un trotskismo que en la segunda posguerra se había adaptado a las condiciones impuestas por el acuerdo entre la URSS y EEUU y después de la caída del Muro de Berlín habían caído en una desorientación estratégica fenomenal, que trajo consigo un escepticismo brutal respecto de las capacidades de lucha revolucionaria del proletariado y toda clase de lecturas que eternizaban las condiciones de la derrota, transformando el período de “restauración burguesa” si no en el fin de la historia por lo menos en el “ya no más” de la lucha de clases. Sobre esto polemizamos incluso con Casullo en la revista Lucha de Clases.

Del '95 para acá han ido mejorando las condiciones, tanto en el debate ideológico, como en el crecimiento de las organizaciones de izquierda en el movimiento obrero o incluso a nivel electoral. Sin embargo, lo que plantea Grüner sobre la necesidad de reconstruir el imaginario revolucionario sigue pendiente, sobre todo porque no es un problema teórico exclusivamente, sino también práctico, de influencia en la clase trabajadora y los sectores populares. Desde este punto de vista la lucha ideológica y teórica, junto con la reflexión y discusión estratégica son centrales para que la lucha política pueda tener una densidad capaz de cuestionar los sentidos comunes impuestos en las últimas décadas.
Ya pasada la primera década del Siglo XXI, podemos trazar un balance de las corrientes que vinieron a hegemonizar el panorama de la izquierda después de la ofensiva neoliberal.

El autonomismo apareció en un momento (acá sobre todo después del 2001 al 2003) como una alternativa de izquierda no dogmática, basada en la participación de base y en la creación de espacios de acción política fuera de la órbita estatal. Muchos de sus componentes terminaron apoyando el fenómeno de gobiernos progresistas latinoamericanos desde los "movimientos sociales".

El autonomismo demostró su impotencia porque su "antiestatalismo" era en realidad una renuncia a enfrentar el poder del estado burgués. Y el reformismo en su versión latinoamericana ha demostrado su impotencia para romper con el imperialismo y desarrollar los movimientos de masas en los que decía apoyarse y que en muchos casos ha llegado hasta reprimir en Argentina, Venezuela, Bolivia y Brasil.

El ascenso y reflujo de estas experiencias ha sido cruzado por la falta evidente de un debate estratégico serio. Tanto los partidarios de la multitud creando una esfera pública no estatal como los estadólatras que abonaron la idea de que el Estado es el sujeto de los cambios progresivos a favor del pueblo, jamás se preguntaron sobre cuál es el carácter del enfrentamiento de fondo que cruza a la sociedad, cuál es el carácter de clase del Estado y cuál es la forma de mejor luchar contra éste último. Por eso, ciertos autonomistas del 2001-2003 son los kirchneristas rabiosos del 2008-2011, como el caso de la agrupación estudiantil neuquina Grafa Negra, que ahora es 6,7,8 Facebook….

En suma, creo que una primera discusión que se puede promover desde el ámbito intelectual relacionado con el Frente de Izquierda es sobre el carácter de clase del Estado y sobre cuál es la estrategia para enfrentarlo (lo cual pone en juego fundamentos del imaginario revolucionario del que habla Grüner).

El kirchnerismo instaló la idea (cierto que no es nueva) de que el Estado es el instrumento de los cambios a favor del pueblo. Sin embargo, esta idea ha chocado con la realidad en aspectos centrales: la continuidad del aparato represivo (aunque se juzgue a algunos genocidas por delitos puntuales) y la persecución y represión a los activistas del sindicalismo de base, como en el caso de Kraft, donde el aparato estatal "nacional y popular" se puso al servicio del multimillonario norteamericano Warren Buffet. La represión a los compañeros de los pueblos originarios, con la participación vergonzosa de La Cámpora es otro ejemplo. Estos ejemplos, junto al discurso gubernamental contra los reclamos gremiales y las causas a los activistas de base, muestran que el kirchnerismo defiende dos relaciones jerárquicas centrales en la constitución de la autoridad del Estado argentino: el despojo a los pueblos originarios y la represión al movimiento obrero con direcciones clasistas. Y sucede que en última instancia, el kirchnerismo fue el fenómeno que desde la crisis del régimen político posterior al 2001, desplegó una iniciativa febril para la recomposición del poder estatal. Como dice Grüner, ponen todas las fichas a la estabilización de un país burgués normal. Y cuando acuden a la represión directa para garantizarlo, están mostrando que el Estado, lejos de ser un órgano neutral, es el instrumento de la clase dominante contra los trabajadores y el pueblo, por más que asuma una retórica democrática la mayoría de las veces.


En cuanto a la discusión estratégica, la experiencia de las "asambleas populares" demostró en su momento los límites de una "democracia de las clases medias" o del "piquete y cacerola", experiencias que tuvieron sus aspectos progresivos, pero carecían de la fuerza social para imponer la mayor parte de sus aspiraciones.


En las peleas entre Moyano y Cristina, más allá de la coyuntura electoral, se ve lo que decía Portantiero sobre que al peronismo le sobran sindicatos y le falta burguesía nacional. Durante los últimos años se ha hecho cada vez más claro el peso que tiene la clase trabajadora como actor social en la política argentina, aunque sea distorsionadamente a través del poder de la burocracia de la CGT.  Ya nadie discute la importancia ni el peso de los asalariados como sector clave de cualquier proyecto político. Y los fenómenos sociales más importantes de los últimos años, que se mantuvieron y conquistaron posiciones de independencia de clase, tienen que ver con los trabajadores asalariados y la práctica del sindicalismo de base: Zanon, Kraft, ferroviarios del Roca, sectores clasistas del Subte, entre otros. 


El Frente puede ser un instrumento para profundizar la discusión política en estos sectores. Y como plantean los compañeros ceramistas que son candidatos del Frente en Neuquén, es una herramienta para plantear la necesidad de la independencia política de la clase trabajadora, no como referentes sindicales que incursionan en política, sino como tribunos de la clase planteando una política “hegemónica”, que levante las reivindicaciones de los sectores oprimidos de la sociedad cuyo interés coincide con el de los trabajadores, como los pobres de las grandes barriadas, los pueblos originarios, los movimientos de mujeres, la juventud, entre otros.


Yendo entonces al tema de la revolución, partimos del fracaso del autonomismo tanto como del reformismo, que intentaron de algún modo ofrecer modelos alternativos al del marxismo clásico. El balance de ambas experiencias permite constatar dos cosas claves: No se puede triunfar sin tomar el poder del estado ni se puede poner el aparato del estado burgués al servicio del pueblo. Queda entonces discutir la estrategia de toma del poder por la clase trabajadora y las condiciones para su vigencia.

En la actualidad la vigencia de una estrategia de toma del poder por la clase trabajadora, incluye la reflexión sobre temas que son propios de la época que transitamos:

-El mundo actual es mucho más urbano que el de las revoluciones del Siglo XX. Esto hace que los asalariados tengan mucho más peso numérico y social. Por ejemplo, por tomar el caso de Argentina tengamos en cuenta los problemas que genera en la maquinaria capitalista  un paro del subte en Buenos Aires o de los ferrocarriles que comunican la CABA con el GBA.  

-Para constituir una alianza social que permita vencer al enemigo, la clase trabajadora cuenta con los pobres de las grandes barriadas populares (muchos de ellos aunque son asalariados no se reconocen como trabajadores en razón de su situación absolutamente precaria), que crecieron exponencialmente durante las últimas décadas. Es un desafío establecer una relación con este sector, que ha quedado por fuera de la mieles del "crecimiento" kirchnerista. La experiencia de Soldati mostró la importancia que tiene este sector para el "partido del  orden". La movilización que realizaron los referentes del sindicalismo de base en su apoyo mostró en un pequeño ejemplo la unidad que hay que construir. Esta es una lucha muy dura contra la burocracia sindical y a veces, en segundo plano, contra la propia base de los trabajadores que tienen algunas conquistas y ven en el hermano pobre, sin techo o inmigrante la foto de lo que no quieren volver a ser.  Desde ya que están también las capas medias urbanas, pero la necesidad de lograr su apoyo es algo que está más conversado.

-Los bajos niveles de violencia en la lucha de clases actual dificultan la comprensión de que la burguesía defiende sus posiciones conquistadas mediante una guerra de clase solapada contra los trabajadores y el pueblo. En este sentido, el trecho a recorrer es largo y requiere de una combinación de formas varias de lucha social, política, sindical e incluso militar. Hay un primer paso inevitable que requiere la comprensión de que la lucha sindical no alcanza y que es necesaria la lucha política. Pero la lucha política plantea el enfrentamiento contra el estado y por ende la cuestión político-militar. Ligar la definición del carácter de clase del Estado junto con la de que transitamos las luchas como escuelas de guerra en la perspectiva de una guerra de clases, lejos de cualquier deriva militarista, debería permitir profundizar la perspectiva estratégica de las luchas políticas que tenemos planteadas.

-Lo anterior plantea necesariamente qué tipo de práctica desarrolla la izquierda trotskista en el movimiento obrero, la juventud, incluso entre la propia intelectualidad. La práctica de las organizaciones revolucionarias, tendientes a constituir a la clase trabajadora como sujeto revolucionario con capacidad de acaudillar a millones de oprimidos/as, debe incorporar desde sus niveles más elementales cuestiones centrales para la constitución de un estado de transición o (como se dice ahora) poscapitalista, empezando por el desarrollo de las instancias de organización de base, la práctica de la libertad de tendencias en las organizaciones de masas que permite elevar los niveles de discusión política, la revocabilidad de los delegados y el funcionamiento a través de mandatos, la rotación de los dirigentes para que vuelvan a trabajar y se prueben nuevos cuadros obreros/as como se hace en el Sindicato Ceramista neuquino, el aliento al debate ideológico y la elaboración teórica, por poner algunos ejemplos claves. Pero de conjunto, la ideología y la práctica política tienen que tener una orientación estratégica, es decir apuntar en lo cotidiano a expresar la estrategia por la que luchamos.

El debate está abierto y es una buena oportunidad para profundizar elementos de reflexión que hace mucho tiempo no se debaten en la mayoría de la intelectualidad y la izquierda partidaria.

No hay comentarios: