Fernando Rosso/Juan Dal Maso
Orden y Progresismo. Los años kirchneristas de Martín Rodríguez es un libro muy bien escrito, que recopila distintas reflexiones sobre algunos tópicos de la política argentina a la luz de los años recientes.
No parece casualidad que la contratapa tenga una recomendación de lectura de Fabián Casas. Ambos cultivan, de diferentes modos, el género del "ensayo al tuntún", capítulo de la ensayística nacional que podríamos considerar la forma narrativa de toda una generación que leía a Marx, Deleuze, Foucault, Trotsky o John William Cooke, mientras hacía cola para buscar trabajo. Escrituras fragmentarias que se entrelazan con condiciones de existencia más o menos precarias impuestas por el menemismo a las capas medias con capital cultural pero sin guita, sobreeducados y subempleados, como es la base de Podemos hoy, según el mismo Rodríguez.
La ensayística fusiona la literatura y la política y Rodríguez, que además escribe poesía, logra momentos metafóricos notables. “Fantino es Tinelli + Sociedad y Estado”, “Clarín es el PJ de la clase media”, o la afirmación de que Juan Carr es “nuestro Ned Flanders”, un “soldado de la columna norte” con el bronceado genético de los que habitan el lado country de la vida. Son definiciones ideológicas y políticas pero traducidas al sentido común.
“El kirchnerismo mató al rock” es una afirmación cara a nuestra generación, pero muy real. La ocupación del rock por parte del estado lo privó de todos sus ribetes críticos, es decir, de su costado más “progresista”. Hace poco leímos, no recordamos bien dónde, que alguien retomaba la frase de Sartre: “nunca fuimos más libres que durante la ocupación alemana”, para compararla con los 90s. Podríamos decir que el rock nunca fue tan libre como durante la “ocupación” menemista. Ahora pasó de los antros donde todos juntos puteábamos a Chabán (Cemento, Die Schule) a la Plaza de Mayo donde la condición es aplaudir a Cristina y no nombrar a los Qom, entre otros innombrables.
El subtítulo del libro puede ser engañoso, ya que el núcleo de la reflexión va más allá de los años kirchneristas y se remonta a uno de los principales dilemas de la "democracia" argentina o por lo menos de su espacio "progresista": cómo se constituye un orden democrático que sea a su vez socialmente progresivo.
En la óptica de Rodríguez, el kirchnerismo sería la corriente que logró darle poder y estado a las tentativas fracasadas de Alfonsín y el Chacho Álvarez, agregando por supuesto su propia impronta. Y no parece errado. Si bien las opciones políticas de Néstor Kirchner de 2003 en adelante están claramente condicionadas por el contexto poscrisis del 2001, su "decisionismo" no surgió de la nada: se reapropió de las temáticas y posicionamientos de un espacio que va de la primavera alfonsinista al Frepaso, pasando por la renovación peronista y la revista Unidos. En este sentido, son los '80, mucho más que los '70 (década en la que Unidos hubiera sido la menos atrayente JP Lealtad) los "años dorados" en los que el kirchnerismo cargó su combustible simbólico, por más que no lo diga de ese modo el relato oficial, con sus curiosos "Nestornauta" y "camporismo". Aunque en los últimos años, comenzó a reconocer su costado alfonsinista, en la voz de José Natanson, entre otros.
En este contexto, el libro de Rodríguez reflexiona sin formalismos teóricos pero con agudeza sobre las relaciones entre estado y sociedad civil, problema complejo si lo hay y que pensado concretamente incluye mutuas interpenetraciones y contradicciones. La "clase media" como "sociedad civil economicista" y a la vez como magma de los distintos linajes políticos. La consigna de "Más Estado" como expresión aparente de una batalla cultural ganada por el progresismo, pero que en su polisemia esconde múltiples interpretaciones que van de la reivindicación de las "funciones sociales" del Estado al sueño facho de una solución policial de la cuestión social. Entre la casa con alambres de gillette y la "ida al pueblo", un duelo permanente entre el economicismo a ultranza y la "autonomía de la política", en ese corso a contramano que constituye la clase media argentina.
Rodríguez parece inscribirse en la idea de que el kirchnerismo es lo más de izquierda que puede bancar la sociedad argentina, retoma en esto el tema alfonsinista que había definido José Aricó: “Alfonsín está a la izquierda de la sociedad”. Para esto hay que hacer abstracción del momento de escisión de la crisis del 2001, porque salvo que se opine como Pagni, que la sociedad “se volvió loca”, la sociedad (o un sector muy significativo de ella) estaba muy a la izquierda de la política burguesa y se lo hacía notar en cada esquina.
En la adscripción a esa idea, pierde de vista el anclaje conservador que tuvo el kirchnerismo en tanto experiencia de recomposición de la autoridad estatal. O mejor dicho, su reflexión tiene ese límite. El par conceptual "orden y progresismo" remite de por sí a esa contradicción. Porque si la instalación de la idea de "más Estado" es en parte expresión de una renuncia de los ciudadanos a ser "sociedad civil" es porque la propia política oficial desmovilizó y subordinó al Estado amplias expresiones de los movimientos sociales surgidos al calor de la crisis. En este contexto, el kircnherismo instala "batallas" y "conflictos" a su medida, como si fueran "contradicciones principales" de la sociedad argentina, en la misma medida que su repolitización de la sociedad está mediatizada por el Estado, que a su vez se sostiene en poderes reales poco y nada "progresistas": la policía, la burocracia sindical y el aparato peronista.
Rodríguez no desconoce esto. Por eso el costado conservador del kirchnerismo aparece en Orden y Progresismo como los camellos en el Corán, según la apreciación de Borges: no hace falta nombrarlos, porque se sabe que están. La definición de que el kirchnerismo fue una “lucha de clases medias”, que desató una guerra prolongada de consorcio entre Sandra Russo y su vecina de Palermo, pero no hizo derramar las lágrimas de la empleada doméstica, demuestra que la politización estuvo al servicio de restaurar el orden de algunos, para que otros puedan desarrollar su progresismo.
Y de alguna manera, podría pensarse que Orden y progresismo es una reflexión sobre la imposibilidad de transformar en algo permanente la unidad de ambos términos, como demuestra la deriva actual de la política argentina hacia una especie de "centro líquido". Donde, además del rock, está matando con una reapropiación light las identidades que marcaron la historia política del siglo XX argentino (peronismo y radicalismo), sin haber creado ninguna cualitativamente nueva. “Sciolismo o barbarie”, una dupla también inventada por Rodríguez; y en la que no se sabe muy bien de qué lado está cada cosa.
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