Zanón, una experiencia de lucha obrera, es la reelaboración de la tesis de licenciatura que Fernando Aiziczon hiciera en la Universidad Nacional del Comahue. Pero el trabajo también es resultado de la experiencia política del autor, fruto de su encuentro, como estudiante, con la lucha de los obreros. Y es justamente de este cruce entre lo académico y lo político que la obra tiene su singularidad, ya que al tiempo que se propone una reconstrucción militante de esa lucha, tensiona conceptos y explicaciones que exceden la descripción, convirtiéndose en un análisis y una propuesta de explicación del proceso.
La obra toma el periodo que va desde el asentamiento de Zanón en Neuquén, allá por fines de los setentas, hasta la puesta en marcha del control obrero, a mediados del 2002. El libro comienza con una Introducción de índole teórica que precisa que Zanón es la experiencia de mayor radicalización política y organizativa en el espectro de las “fábricas recuperadas”. También discute la pertinencia o no de aplicar los conceptos de los teóricos de los nuevos movimientos sociales (NMS) y aclara que esta búsqueda esta motivada por un “vació teórico” en la tradición marxista: la carencia de una teoría de la acción. Finalmente, en este intento de cruzar los teóricos de los NMS y el marxismo, que Aiziczon mismo reconoce poco productivo, pone en tensión otros conceptos tales como campo de protesta, habitus y cultura política de protesta.
En el Capitulo I (Argentina 1976-2001: del Estado al Mercado) recorre las características de la acumulación del capital durante este periodo para detenerse en las distintas formas de protesta social que van emergiendo al calor del agotamiento del mismo. Es de destacar como reconsidera la especificidad de la protesta social durante este periodo (movimientos de desocupados, etc.) pero que asimismo enmarca dentro de las relaciones capitalistas de producción, indicando la fragmentariedad de la protesta y de sus actores.
En el Capitulo II (Neuquén: campo y cultura de la protesta) sistematiza y desarrolla la hipótesis de que en Neuquén ha devenido, en oposición al Movimiento Popular Neuquino, una cultura política de la protesta asentada en la acción directa. Ese campo esta a su vez compuesto por un habitus militante, que pone en juego capitales políticos que se obtienen por medio de una práctica cultural compartida. Es de importancia meridiana el papel de los activistas de izquierda (partidarios o no) en esta cultura de la protesta como organizadores, animadores, trasmisores de prácticas, sin los cuales Zanón es inexplicable.
El Capitulo III (Zanón y las fábricas recuperadas. Un estado de la cuestión) se ocupa de un balance crítico de lo escrito hasta la fecha. Lo que destaca Aiziczon es que sin ubicar y ponderar el papel del militante, externo e interno, no se alcanza la clave explicativa para comprender la direccionalidad que toman los conflictos sociales.
En el capitulo IV (Las raíces estructurales del conflicto en Zanón) hace un repaso de las políticas de ‘promoción industrial’ que beneficiaron a distintos grupos de capitalistas nacionales y que en Neuquén significó la instalación, con incontables ventajas, de Cerámicas Zanón.
En el Capitulo V (Cerámica Zanón antes del conflicto) reconstruye la cotidianidad de la vida obrera en la fábrica, incluyendo su dimensión política, desde la vuelta de la democracia en 1983 hasta el año 1996, antesala de del conflicto.
En Capitulo VI (La Lucha por la recuperación del sindicato) reconstruye la intrincada red de relaciones que se fue constituyendo alrededor del núcleo de activistas, en el que destaca Raúl Godoy, militante del trotskista Partido de los Trabajadores Socialistas. Aparece así todo el peso del papel de los activistas. Relata como esta red se fue articulando por medio de actividades sociales y culturales (asados, campeonatos de fútbol, etc.) y como a partir de estas pudo recuperar la Comisión Interna y luego el Sindicato (SOECN, que también agrupa a otras tres fábricas). Al mismo tiempo destaca como los aportes del trotskista Raúl Godoy cristalizaron en nuevas prácticas basadas en la democracia obrera y la acción directa.
En el Capitulo VII (La recuperación del sindicato y la construcción del una tradición combativa, 1998-2002) relata los primeros pasos de esta gesta obrera, recuerda como la muerte del joven obrero Daniel Ferras, el sábado 15 de Julio del 2000, disparó la bronca contra la patronal, dando inicio a un ciclo de luchas que termina con la ocupación y puesta en funcionamiento bajo control obrero de la fábrica. Destaca la capacidad de los obreros de ganarse ‘el apoyo de la comunidad’ con una persistente actividad de difusión del conflicto.
En el Capitulo VIII (Antes del Control Obrero) analiza cómo durante los ajetreados meses del año 2001 los obreros de Zanón fueron tejiendo redes de solidaridad política y social, regional y nacional, alrededor de su conflicto. Destaca entre estas redes la solidaridad militante con las corrientes de desocupados (especialmente el Movimiento de Trabajadores Desocupados del populoso barrio San Lorenzo) y el rol y el protagonismo de la cultura de la protesta en estas redes.
El libro termina con el Capitulo IX (Política y cultura en la construcción de la identidad ceramista). Allí sostiene que el proceso de luchas y resistencia de los ceramistas se puede dividir en dos momentos, uno dirigido hacia adentro, de constitución y consolidación del núcleo afectivo de los ceramistas; y otro hacia fuera, de expresión de esa afectividad y de consolidación una identidad clasista. Identidad en la que mucho tuvo que ver, dice Aiziczon, la intervención del PTS y Raúl Godoy. Sin embargo esta identidad no es homogénea ni esta exenta de contradicciones. Concluye planteando las condiciones que posibilitaron la emergencia de Zanón: primero, el despliegue de un activismo de base (alimentado y acompañado por nuevos dirigentes); segundo, la solidaridad de las organizaciones; y tercero, la presencia del arco militante.
Para finalizar, realizo unas breves consideraciones críticas sobre el trabajo de Aiziczon. La tesis más fuerte del autor es que el caso de Zanón no se puede explicar sin la presencia de activistas (sujetos militantes de la cultura de la protesta neuquina) tanto dentro de la fábrica como fuera de ella. Esta tesis se apoya en otra, más general, que sin ponderar el peso de los activistas no se puede comprender la direccionalidad de ningún conflicto. Pues bien, este es el punto más débil del trabajo de Aiziczon, ya que en el texto la direccionalidad esta subsumida, oculta, bajo las prácticas culturales de los activistas neuquinos. Así, la historia de Zanón que nos presenta Aiziczon es una historia sin política o mejor dicho, donde las estrategias políticas de los actores (sindicatos, movimientos de desocupados, partidos, etc. incluido el SOECN o el PTS) pierden su especificidad, su singularidad, quedan veladas detrás de las afinidades culturales. Así, por poner un ejemplo entre muchos, la política para “ganarse a la comunidad” queda inscripta como un acierto sin más cuando en realidad corresponde a una clara orientación de “hegemonía obrera” por parte del SOECN. Aiziczon acierta al plantear que la direccionalidad de cualquier conflicto debe ser comprendida en términos de la influencia de los activistas, pero la dimensión política (estratégica y táctica), el cómo, cuando y porqué de esa direccionalidad debe salir a la superficie para que el análisis cultural no borre las intenciones y efectos no deseados de las orientaciones políticas.
Esta debilidad no debe hacer perder de vista el aporte que Aiziczon realiza, no sólo al campo de la historia en general, sino sobre todo a los militantes en particular, que encontraran en este libro una fuente de reflexión e inspiración.
* Prof. en Historia, Universidad Nacional del Comahue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario