Un nuevo regreso de la historia
Entre las muchas cosas que las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 pusieron en cuestión está, sin duda, la aceptación pasiva de la historia argentina tal cual fue elaborada por la clase dominante. La vuelta de la idea de que la historia y la política (mal que le pese al ilustre historiador Romero) se hacen en la calle, dio un formidable impulso a la reflexión sobre nuestra historia pasada, en busca de claves de interpretación de nuestra historia presente.
Aunque la visión que prima es de tipo “progresista” y no marxista, el fenómeno masivo de interés por la historia argentina es una expresión sin duda mediada, en el terreno ideológico y a nivel del sentido común de un sector de masas, de “lo que quedó” de aquellos agitados días del 2001.
Aquí surge una novedad y un antagonismo. Por un lado obras como las de Felipe Pigna, de un marcado carácter de divulgación son elevadas a la categoría de best-seller por un ávido público de lectores (algo similar ocurrió con Argentinos del periodista Jorge Lanata); por otro, los historiadores profesionales dejan ver su profundo desprecio por aquellos autores, a los que consideran no avalados por suficientes pergaminos académicos.
Sucede que mientras los “divulgadores” plantean en trazos gruesos un intento de explicar de conjunto la historia nacional, por la vía de buscar en el pasado la génesis de la “decadencia argentina”, los historiadores académicos han hecho un culto del detalle, muy poco atractivo para el lector promedio (si es que tal cosa existe) que los ha imposibilitado de construir una visión totalizadora de la historia argentina.
En este contexto es que consideramos de suma importancia estudiar, comentar e intentar mejorar los desarrollos historiográficos marxistas de los trotskistas argentinos para construir una tradición de pensamiento marxista revolucionaria, independiente de todos los proyectos burgueses semicoloniales dominantes hasta la actualidad en la historia de nuestro país.
Tomaremos fundamentalmente a Liborio Justo y a Milcíades Peña. Ambos son importantes figuras del movimiento trotskista de nuestro país. El primero jugó un papel central en la formación de los primeros grupos militantes del trotskismo argentino y en el debate sobre el problema de la liberación nacional. El segundo integró las filas de la corriente morenista, dirigiendo la revista Estrategia, en la que escribieron destacados intelectuales marxistas y no marxistas opositores a la “Libertadora”, rompiendo luego con dicha corriente. En los sesenta dirigió la Revista Fichas, reconocida por investigadores de la historia intelectual de esos años como Oscar Terán. Mientras Liborio Justo no tiene “herederos”, las elaboraciones de Milcíades Peña son reivindicadas por un espectro amplio, que va desde los retazos de la corriente morenista hasta el bibliotecario de Kirchner, Horacio Tarcus.
I. La colonización y la formación económico-social de la colonia
Nahuel Moreno y Milcíades Peña contra la tesis de la "colonización feudal"
En “Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa” (1957) Nahuel Moreno señalaba los fundamentos de la posición Moreno-Peña en torno de la colonización de América:
La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América, fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así, como los colonizadores para explotar capitalísticamente a América se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalistas: la esclavitud o una semi-esclavitud de los indígenas. Producción y descubrimientos por objetivos capitalistas; relaciones esclavas o semiesclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo), son los tres pilares en que se asentó la colonización de América.
Más adelante Moreno sostenía que Marx ya había señalado que en aquellas colonias que, a diferencia de Australia y EE.UU., no estaban pobladas por colonos dedicados a la agricultura “existe un régimen de producción capitalista, aunque sólo de un modo formal puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado, que es la base de la producción capitalista. Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de negros. El sistema de producción introducido por ellos no proviene de la esclavitud, sino que se injerta en ella. En este caso, el capitalista y el terrateniente son una sola persona”. Por último, Moreno señalaba algunos elementos más para caracterizar la colonización de la América Española, incluyendo nuestro país:
a) la mano de obra indígena no tiene carácter de siervo, trabajador agrario pegado a la tierra, sino fuerza de trabajo en manos de dueños españoles que la contratan al mejor postor. En ese sentido hay un ejército de trabajadores y un mercado de trabajo rudimentario y ‘sui generis’, ya que se contrata libremente pero entre dueños de empresas y dueños o semidueños de hombres [...] b) Desde un principio la colonización se hace para buscar o producir productos para el mercado mundial, o como mínimo, para el mercado virreinal. La producción intensiva de uno o unos pocos productos es lo característico, en oposición a la autosuficiencia feudal [1].
En Antes de Mayo, Milcíades Peña fundamenta aún más esta posición.
La pequeña economía agraria y el artesanado independiente -indicó Marx- forman en conjunto la base del régimen feudal de producción. El régimen feudal en la agricultura supone que el señor no puede explotar toda su tierra por sí mismo o por un administrador, entonces concede parcelas a los campesinos, que se convierten en pequeños propietarios, pero sometidos a una multitud de censos y apretados por lazos personales innumerables. [...] Ahora bien, el sistema de producción que los españoles estructuraron en América era francamente opuesto a esta estructura básica del feudalismo. Si alguna característica bien definida e incuestionable es posible encontrar en la economía colonial es la producción en gran escala (minas, obrajes, plantaciones) para el mercado. Desde los primeros tiempos hasta nuestros días ella condiciona toda la actividad productiva.
Peña continúa su argumentación “Pero -se dirá- aunque la sociedad colonial producía para el mercado, las relaciones de producción de donde brotaba la mercancía (es decir, las relaciones entre los trabajadores y los propietarios de los medios de producción) eran feudales, puesto que se basaban en la sujeción personal del trabajador. El error de este criterio reside en que la servidumbre no era el régimen predominante en la colonia”. Aquí Peña cita a Sergio Bagú, en cuyas investigaciones se apoyaban tanto él como N. Moreno, “en las colonias españolas predominó la esclavitud en forma de salario bastardeado, siendo de menor importancia la esclavitud legal de los negros y el salario libre”. Sigue Peña:
Bien entendido, no se trata del capitalismo industrial. Es un capitalismo de factoría, ‘capitalismo colonial’, que a diferencia del feudalismo no produce en pequeña escala y ante todo para el consumo local, sino en gran escala, utilizando grandes masas de trabajadores, y con la mira puesta en el mercado; generalmente el mercado mundial, o, en su defecto, el mercado local estructurado en torno a los establecimientos que producen para la exportación. Estas son características decisivamente capitalistas, aunque no del capitalismo industrial que se caracteriza por el salario libre [2].
En este contexto, para Peña las imposiciones extraeconómicas sobre los indígenas, si bien reproducían formalmente aspectos feudales, no modificaban el conjunto de la estructura capitalista del régimen colonial. Hasta aquí lo esencial de la tesis del capitalismo colonial defendida por N. Moreno y M. Peña. Vayamos a la posición de Liborio Justo.
Liborio Justo: feudalismo y dualismo
Liborio Justo polemizará directamente contra los argumentos de Peña y Moreno, pero no directamente contra éstos sino a través de Sergio Bagú, cuyas investigaciones, como ya vimos, aquellos tomaban como comprobación de sus elaboraciones. Por eso podemos tomar la polémica de Justo contra Bagú como una polémica contra la posición de la corriente morenista. En el primer tomo de Nuestra Patria Vasalla, Liborio Justo, sostiene:
Como aceptar la existencia de un pretendido capitalismo colonial significaría para las colonias españolas en América -sometidas al yugo del monopolio comercial de la Corona, que se debatían, en su mayor parte, en la miseria dentro de rudimentarios medios de producción y que se veían asfixiadas por la Inquisición- un grado de desarrollo económico que nunca tuvieron y que, de haber existido, las hubiera colocado, tal vez, a la vanguardia del ciclo capitalista mundial, lo cual, desde luego, es absurdo, conviene detenerse un momento en ello. Empecemos por aclarar que la apropiación del sobretrabajo en la producción de valores de cambio no es privativo del capitalismo moderno y que el capitalismo en su doble forma de capital mercantil y capital usurario ha existido desde la antigüedad, constituyendo, al decir de Marx, ‘formas antediluvianas del capital’.
Luego de una larga cita de Marx, Justo retoma un planteo de Engels en el Anti-Dühring: “Sólo a partir del momento en que el producto de este plustrabajo revista la forma de plusvalía, en que el propietario de los medios de producción se enfrenta con el obrero libre -libre de trabas sociales y libre de bienes propios- como objeto de explotación, explotándolo para la producción de mercancías: sólo a partir de entonces asumen los medios de producción, según la teoría marxista, el carácter específico de capital [...] De manera que, desde el punto de vista marxista, hay que descartar por completo la peregrina teoría del ‘capitalismo colonial’”.
Desde esta perspectiva es que Liborio Justo sostiene la tesis de una combinación dualista de feudalismo y capitalismo comercial:
Ahora bien, dentro del conjunto del imperio colonial de España, y aún dentro del de Portugal, en el Nuevo Mundo, la zona del Río de la Plata tenía un carácter único que es necesario volver a recalcar. Fuera de ella, en todos los virreinatos y capitanías la clase principal era la afincada en la tierra o poseedora de minas, erigidas en aristocracia poderosa y dominante [...] Algo análogo ocurría en el Perú y en el Alto Perú, donde la aristocracia estaba asentada en la propiedad de la tierra y en parte, también, en la posesión de minas. [...] En cambio, en el Río de la Plata, la ausencia de minas y la bravura de los indios que lo habitaban, que provocó el fracaso de las encomiendas, así como la abundancia de tierras, que poco valían, hizo que la sociedad fuera completamente distinta, ya que en ella no existía aristocracia. [...] El factor preponderante en el Río de la Plata, como dijimos, fue el comercio, y la clase dominante en Buenos Aires, los comerciantes. [...] Esta particularidad favoreció la evolución de la sociedad colonial rioplatense, sobre la base del desarrollo de un capitalismo comercial floreciente, que emergía dentro de un cuadro general de decadencia del feudalismo del Interior y del resto de las colonias hispanas de América” [3].
Problemas que surgen de ambas posiciones
Empecemos por la lectura de Liborio Justo que es sin duda la más problemática de ambas. Liborio Justo sostiene que
a) Solamente se puede hablar de capitalismo cuando existe un ejército de trabajadores libres (de toda posesión de medios de producción y de toda traba extraeconómica propia del feudalismo) asalariados frente a la clase propietaria de los medios de producción. Al no existir en las colonias españolas tal situación, la tesis del capitalismo colonial sería errónea.
b) Que en la mayor parte de las colonias existía una clase dominante ligada a la explotación de la tierra a través de mecanismos de coerción extraeconómica de los indígenas y sólo en segundo plano ligada a la explotación de las minas.
c) Que en Bs. As. existía un capitalismo comercial floreciente en un contexto de feudalismo decadente en el interior.
Intentaremos analizar los tres aspectos detalladamente. En líneas generales, toda la argumentación de Liborio Justo se basa en un error metodológico, que es el de confundir diversos niveles de abstracción de la teoría marxista. Porque el modelo teórico de la formación del capitalismo que Marx y Engels tenían en mente se basaba fundamentalmente en el capitalismo europeo y en especial inglés, en el cual la expropiación de los campesinos fue la base de la formación del proletariado asalariado urbano. Que Marx enfatizara aquello que distinguía cualitativamente al capitalismo respecto de formaciones económico-sociales anteriores, no implica de ninguna manera que sostuviera que la propia historia del capitalismo adquiriera en todo momento y lugar los contornos de su modelo teórico. A su vez, Marx y Engels consideraban la colonización de América como el primer paso de la formación del mercado mundial, consolidada con el desarrollo de la gran industria moderna. En el Manifiesto Comunista señalaban: “La gran industria ha producido el mercado mundial, preparado ya por el descubrimiento de América” [4].
En un conocido pasaje de El Capital Marx refuerza y precisa esta idea: “El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la incipiente conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Esos proceso idílicos constituyen elementos fundamentales de la acumulación originaria” (subrayado nuestro) [5].
En otro pasaje de El Capital Marx señalará “No cabe duda alguna -y precisamente este hecho ha suscitado concepciones enteramente falsas- de que en los siglos XVI y XVII las grandes revoluciones que tuvieron lugar en el comercio con los descubrimientos geográficos y aceleraron enormemente el desarrollo del capital comercial, constituyen un elemento básico en la promoción del tránsito entre el modo feudal de producción y el modo capitalista. La súbita expansión del mercado mundial, la multiplicación de las mercancías circulantes, la emulación entre las naciones europeas, afanosas por apoderarse de los productos asiáticos y de los tesoros de América, el sistema colonial, coadyuvaron esencialmente a derribar las barreras feudales que obstaculizaban la producción” [6].
Engels por su parte sostenía que aquella había sido “la época de la caballería andante de la burguesía” pero “sobre una base burguesa y con fines en último término burgueses”. En otro texto señala el carácter burgués de las empresas colonizadoras:
Hasta qué punto el feudalismo, a fines del siglo XV, estaba ya socavado y carcomido en sus entrañas por el dinero, se pone patentemente manifiesto en la sed de oro que por esa época se enseñorea de Europa. Oro era lo que buscaban los portugueses en las costas africanas, en la India, en todo el Lejano Oriente; oro era la palabra mágica que impulsaba a los españoles a cruzar el Atlántico, rumbo a América; oro era lo primero por lo que preguntaba el blanco cuando hollaba una playa recién descubierta. Pero ese afán de salir hacia lo lejos en busca de aventuras para buscar oro, por más que en sus principios se realizara bajo formas feudales y semifeudales, en sustancia era ya incompatible con el feudalismo, [subrayado nuestro] que se fundaba en la agricultura y cuyas expediciones de conquista apuntaban esencialmente a la adquisición de tierras. Fuera de ello, la navegación era un quehacer decididamente burgués, que ha impreso su carácter antifeudal también a todas las flotas de guerra modernas [7].
Hasta aquí las citas, que sabrá disculpar el lector. Vemos entonces que Marx y Engels consideraban la colonización de América como un proceso fundamental en la acumulación originaria del capital, por su impulso a la conformación del mercado mundial bajo hegemonía del capital comercial y por su impacto en la economía del viejo continente. Marx señala que este proceso acelera el tránsito europeo del feudalismo agonizante al capitalismo. Engels sostiene que más allá de ciertas formas feudales o semi feudales, la sustancia o el contenido de la colonización es de carácter burgués, empezando por la navegación misma.
Se podrá objetar que Marx y Engels estaban más interesados en el impacto de la colonización sobre el Viejo Continente que en analizar el carácter de la formación económico-social de la colonia. Sin duda. Pero sus análisis, aunque sean incompletos desde ese punto de vista, constituyen un sólido punto de partida porque ubican el proceso de colonización dentro del marco internacional de la economía mundial en formación.
Solamente atendiendo al significado internacional de la colonización, se la puede comprender como parte de un proceso de conjunto, dirigido con objetivos capitalistas. Este punto de vista se encuentra totalmente ausente en Liborio Justo, lo cual constituye un segundo error metodológico que lo aleja de la perspectiva marxista y a su vez lo imposibilita de captar la combinación original que expresan las colonias americanas.
Y aquí es donde la teoría del desarrollo desigual y combinado elaborada por Trotsky juega un papel fundamental. Esta es la teoría que Liborio Justo ni siquiera toma en cuenta, cuando afirma que aceptar la existencia del capitalismo colonial “significaría para las colonias españolas en América [...] un grado de desarrollo económico que nunca tuvieron y que, de haber existido, las hubiera colocado, tal vez, a la vanguardia del ciclo capitalista mundial, lo cual, desde luego, es absurdo”.
En las colonias americanas el desarrollo desigual y combinado significa que dicha formación económico-social produce en gran escala para el mercado mundial valiéndose de relaciones precapitalistas o presalariales. De esta situación aberrante pero no menos real intenta dar cuenta la tesis del “capitalismo colonial”, que analizaremos más adelante.
La segunda afirmación se relaciona directamente con la primera, e implica un segundo error. Siguiendo con el errado método de analizar la formación colonial en sí misma, Liborio Justo se contenta con señalar que la clase predominante no eran los comerciantes sino la aristocracia. Si no hay mercado libre de trabajo y hay aristocracia terrateniente, luego hay feudalismo, es el razonamiento implícito de Justo.
Pero a la vez, citando a Humboldt, señala que la aristocracia mexicana compraba tierras con las riquezas extraídas de la explotación de las minas. Estamos en presencia de “señores feudales” que territorializan la ganancia extraída de la explotación de los nativos americanos en establecimientos que producen fundamentalmente para el mercado mundial.
Ese “feudalismo” resulta tan parecido al capitalismo, que la única conclusión posible es que Liborio Justo experimentaba una gran confusión en este punto.
La tercera afirmación es la conclusión lógica de todo lo anterior. Sólo desde un esquema dualista se puede hacer convivir el “feudalismo” del conjunto de la colonia con el “capitalismo floreciente” de Bs. As., sin liquidar la tesis de la colonización feudal. De esta manera Liborio Justo se aleja de Trotsky y se acerca a Ernesto Laclau, que en su polémica con A. G. Frank, desarrollaría similares argumentos en defensa de la tesis del feudalismo colonial [8].
En cuanto a la tesis del capitalismo colonial podemos resumirla como sigue:
a) El carácter, los objetivos y los resultados de la colonización de América fueron esencialmente capitalistas: la producción en gran escala para el mercado mundial.
b) Esto último es lo que caracteriza la formación económico-social de la colonia, que se puede definir como un capitalismo de factoría o capitalismo colonial, donde la producción para el mercado mundial se basa en relaciones presalariales o precapitalistas.
c) Los “rasgos feudales” expresados en diversas formas de coerciones extraeconómicas y en las formas de la legislación colonial no modifican en lo esencial el carácter capitalista de la estructura en su conjunto. Las investigaciones históricas desarrolladas paralelamente y en las décadas siguientes a la publicación del texto de Moreno y la elaboración de los textos de Peña, permiten profundizar en las características específicas de los procesos de colonización y explotación de las colonias americanas a, la vez que poner de relieve las relaciones de dichos procesos con la formación del capitalismo en el viejo continente.
En primer lugar, las herramientas fundamentales del capitalismo comercial como la banca de depósito, la letra de cambio, las redes de los mercaderes cambistas y las grandes compañías con sucursales, junto con la creación de la carabela, la brújula y el cuadrante, constituyeron la base de las empresas colonizadoras y más tarde las fuentes de financiamiento del comercio colonial durante el siglo XVI [9].
En segundo lugar, es necesario tener en cuenta que el mercado mundial del que hablan Peña y Moreno era todavía una totalidad abstracta. El mercado mundial fue ganando concreción en la misma medida que la formación del capitalismo europeo, cuyos adelantos técnicos modificaron no sólo la relación con las enormes distancias entre los territorios coloniales y las metrópolis sino también los alcances de los intercambios comerciales, es decir de las características de la explotación de los territorios coloniales por las metrópolis.
El proceso que empieza por la extracción de oro en las islas antillanas (1525-1530), continúa con la explotación del palo brasil y el cuero, siguiendo con la explotación del azúcar, potenciada por la llegada de los esclavos negros en el decenio 1570-80, a la que remplaza la explotación minera con centro en México y Perú [10], está directamente relacionado con las mutaciones de la economía europea, lo mismo que la formación del virreinato del Río de la Plata, que transformaría a Bs. As. en una floreciente zona comercial, en la que no tardaría en hacerse sentir, a pesar (o a causa) del monopolio español, la influencia británica [11].
En cuanto a la inexistencia de un mercado libre de trabajo, es necesario remarcar por un lado, que estamos analizando una formación económico-social que toma forma en un momento de transición a nivel europeo del feudalismo al capitalismo, con preeminencia del capital comercial y por el otro que la situación de opresión colonial presentó a los colonizadores una “ventaja” inexistente en el modelo teórico de El Capital que Liborio Justo, erróneamente intenta tomar como norma para definir el carácter de la economía colonial: la abundante mano de obra indígena [12], cuyo “derroche” genocida habla muy a las claras de la supuesta “progresividad” del capitalismo.
II. Alcances y significado de la Revolución de Mayo
La Revolución de Mayo será un eje polémico también para Milcíades Peña y Liborio Justo. Aquí hay mayores puntos de contacto en las claves de interpretación, aunque también grandes diferencias. En primer lugar es necesario ubicar las elaboraciones en su contexto polémico.
Milcíades Peña discute por un lado contra la historiografía liberal y por el otro con los análisis de Rodolfo Puigróss. Este último sostenía, junto con la tesis del “feudalismo” colonial, la de que la Revolución de Mayo había sido una revolución democrático-burguesa, siendo el Plan de Operaciones de Mariano Moreno el que expresara el ideario democrático revolucionario. De forma tal que Peña estará abocado a refutar esa interpretación. Liborio Justo discutirá más directamente contra la historiografía revisionista, que subvalora la Revolución de Mayo, se burla de Moreno como un “intelectual de un solo libro” y sostiene, paradójicamente igual que Mitre y los liberales, la absoluta continuidad entre Moreno y Rivadavia.
Liborio Justo también discute ocasionalmente con Alberdi porque “nunca entendió la revolución de mayo como revolución social”. Precisamente en Alberdi es que se apoya Milcíades Peña. Estas diferencias no llegan al mismo nivel que en el debate sobre el carácter de la colonización. Como veremos, ambas lecturas tendrán importantes puntos de contacto. Pero difieren en aspectos fundamentales: la importancia del proceso de Mayo, los alcances de sus medidas más radicales y el carácter del proyecto político de Mariano Moreno [13].
Ambos coinciden en la inexistencia de una clase burguesa nacional capaz de dirigir los destinos del país. Pero mientras Liborio Justo sostiene que los comerciantes ingleses, nucleados en el British Commercial Room, se constituyeron en la única clase dominante que explotaba a través del partido unitario al interior del país, Peña señala la existencia de una burguesía comercial porteña (que Liborio Justo niega) ligada a los intereses británicos. Hasta aquí esta pequeña introducción para saber dónde estamos parados. Intentaremos ahora explicar y analizar críticamente ambas posiciones. Empezaremos por Milcíades Peña, para luego ver los más detallados análisis de Liborio Justo.
Milcíades Peña contra el mito de la “revolución democrático-burguesa”
La primera cuestión a analizar consiste en cuál fue el contenido efectivo de la revolución de Mayo. “El movimiento que independizó a las colonias latinoamericanas -sostiene Peña- no traía consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de clases de la sociedad colonial. Las clases dominantes continuaron siendo los terratenientes y comerciantes hispano-criollos, igual que en la colonia. Sólo que la alta burocracia enviada de España por la Corona fue expropiada de su control sobre el Estado. La llamada ‘revolución’ tuvo pues, desde luego un carácter esencialmente político” [14]. Prosigue Peña:
Las clases dominantes de la colonia y los grupos flotantes que no encontraban ocupación lucrativa dentro de la estrecha estructura colonial (¡los abogados!) necesitaban contar con un Estado propio, directamente manejado por ellos que les ofreciera ocupación. La forma de este Estado -monarquía o república- no les preocupaba demasiado, ni tampoco su relación con España, siempre que ésta concediera suficiente autonomía a sus colonias y no insistiera en manejarlas exportando virreyes. Por eso durante mucho tiempo los gobiernos revolucionarios siguieron jurando fidelidad a la corona de España. Fue la dinámica de la lucha contra los agentes de la monarquía española, empeñados en retornar al estado anterior a 1810, la que condujo a la proclamación de la independencia [15].
En segundo lugar Peña busca fundamentar por qué la Revolución de Mayo no fue ni quiso ser una revolución democrático-burguesa. Para esto primero señala la relación de la misma con el proceso global de las revoluciones burguesas:
[la independencia] fue decidida por las necesidades del desarrollo de la sociedad capitalista europea, creada por las revoluciones democráticoburguesas de Inglaterra y Francia, y porque fue el avance de la revolución democrá-ticoburguesa de Francia sobre España lo que permitió la eclosión de la independencia americana [...] Tal es la vinculación -por cierto indirecta- que tuvo la llamada revolución de la independencia latinoamericana con el ciclo de la revolución democráticoburguesa, dentro del cual América era agente pasivo, como lo señaló Alberdi. Pero de allí no se desprende en modo alguno que el movipendencia haya sido una revolución democrático-burguesa [16].
Tomando uno por uno los argumentos de Puigróss, Peña aborda el problema de la soberanía popular: “la única soberanía que trajo la Independencia fue la de las oligarquías locales sin el estorbo de la Corona Española. En cuanto a la soberanía popular en el sentido democrático burgués del término, pasaría por lo menos un siglo antes de que tuviera un mínimo de aplicación [...] Ni como elogio ni como reproche puede decirse de los políticos de la Independencia que hayan pensado facilitar o tolerar el acceso al gobierno de las grandes masas explotadas” [17].
En cuanto a la definición que realizaba Puigróss de la Revolución de Mayo como una revolución democrático-burguesa, Peña prosigue:
La revolución democrático-burguesa no puede darse sin la presencia de una clase burguesa con intereses nacionales, es decir, basada en la existencia de un mercado interno nacional -no puramente local-, una clase que tenga urgencia por aplicar sus capitales a la industria. Pero tal clase no existía en América Latina en los tiempos de la independencia. Hay burguesía, pero es casi exclusivamente comercial e intermediaria en el comercio extranjero, o sea eminentemente portuaria y antinacional. Y los productores para el mercado interno son artesanos u oligarquías interiores para quienes el desarrollo capitalista es una amenaza mortal, no una esperanza y menos un programa revolucionario a apoyar. En cuanto a la clase productora más importante de la colonia -estancieros en la Argentina, y en general, en toda América Latina, productores para el mercado mundial-, son a no dudarlo capitalistas, pero de un capitalismo colonial que, como el capitalismo esclavista, es enemigo del desarrollo industrial y -aunque por razones diametralmente opuestas- tan enemigo de la revolución democrático-burguesa como el más feudal noble de la Edad Media [18].
Peña prosigue demoliendo los argumentos de Puigróss, quien sostiene el disparate de que los gauchos de la pampa luchaban por... ¡el reparto de tierras!, intentando trazar una imagen de una revolución democrático-burguesa sostenida por las masas plebeyas, tal como la Revolución Francesa. La conclusión de Peña será que la revolución de Mayo sostenía un programa elitista y oligárquico. Aquí Peña aborda un tema de sumo interés para nosotros como es su valoración de Mariano Moreno. Luego de definirlo como un “indiscutible talento político”, Peña señala:
Inevitablemente, la lucidez de este repúblico [sic] impone respeto. Su Plan de Operaciones y sus Instrucciones... (como la prédica de Monteagudo) demuestran una penetrante comprensión de lo que es el Estado -la violencia organizada- y de la estrategia y la táctica a emplear para apoderarse de esa maquinaria y hacerla servir a sus propios fines, contra sus antiguos usufructuarios [...] Pero de la admirable clarividencia política de Mariano Moreno y de su cabal energía no se desprende en modo alguno que su política haya sido revolucionaria -en el sentido científico de cambio de la estructura de clases- [...] La política de Mariano Moreno no era ni podía ser democrático-revolucionaria, porque las clases y la sociedad en que actuaba no daban para eso [19].
Más adelante hace un análisis más detallado del Plan de Operaciones:
¿Y el Plan de Mariano Moreno? Admirable ya lo hemos dicho por su lucidez política, pero no es el programa de una revolución democrático-burguesa ni nada que se le parezca. Su objetivo era barrer a la burocracia virreinal y sus aliados -que tal era el objetivo de la revolución política-. Pero nada más, y eso no es una revolución democrática. Es verdad que Mariano Moreno invitaba al levantamiento de los gauchos orientales contra los restos del poder virreinal, pero también los españoles llamaban a los indios a levantarse contra los criollos. Es la táctica de provocar levantamientos en la retaguardia del enemigo, y nada más [20].
Peña agrega que Moreno no se pronunció por una república democrática en ningún texto y resalta la moderación del artículo Sobre las miras del Congreso que ha de convocarse y Constitución del Estado, afirmando que Moreno era partidario de la monarquía. Por último concluye que la propuesta del Plan de Operaciones de ceder la Isla Martín García a los ingleses implicaba que “Inglaterra hubiera sido dueña absoluta del Río de la Plata y el gobierno real del país hubiera residido en esa isla, sin escapatoria posible. [...] Esto no demuestra que Moreno fuera un ‘agente’ británico sino simplemente que los hacendados y comerciantes de Buenos Aires a quienes él representaba tenían una visión muy moderada del interés nacional, y en todo caso lo concebían atado de por vida a los intereses británicos” [21]. Por último Peña desmiente que el libre cambio, ya establecido parcialmente por el virrey Cisneros en 1809, fuera el motor económico de la Revolución de Mayo. Hasta aquí lo esencial de la posición de Peña, con la que concuerda en gran parte Alejandro Horowickz [22].
Liborio Justo: Moreno y Castelli contra la condición colonial
Justo asume una posición muy parecida a la de Peña respecto de los mitos escolares acerca de la revolución de Mayo (no así contra Puigróss a quien critica con muchísima mayor benevolencia que Milcíades Peña):
[...] las historias argentinas de todas las épocas presentan a la población de Buenos Aires inflamada de pasión revolucionaria, ardiendo en deseos de ser independiente de España, y llena de escarapelas y unción patriótica, detrás de los líderes criollos que exigían el establecimiento de un gobierno propio. ¡Cuán distintos se presentan los sucesos cuando los examinamos crudos y desnudos, desprovistos de toda frondosidad retórica y escolar y mostrando una descarnada realidad que poco o nada tiene que ver con la euforia de los himnos y de las banderas! Porque esa realidad, que surge de una adecuada bibliografía, así como de una profunda disección de los acontecimientos tal cual fueron, desgraciadamente para quienes se nutren en el espíritu de un patriotismo superficial, está demostrando que las ocurrencias culminadas el 25 de Mayo de 1810, con el establecimiento del gobierno encabezado por Cornelio Saavedra y del que se hace arrancar a la nacionalidad argentina, no tuvo por fin alcanzar la independencia absoluta de la España borbónica, sino de la España caída en manos de Napoleón, preservando así estas colonias para el rey español, cautivo del emperador francés, y fueron preparadas por los mismos ingleses a través de las logias por ellos establecidas, así como por la acción directa de los comerciantes de esa nacionalidad, que se hallaban entonces en Buenos Aires bajo la perentoria amenaza de expulsión dictada por el virrey Cisneros, quienes, dentro del espíritu de la diplomacia británica, aleccionada con el resultado negativo de las aventuras militares de 1806 y 1807, y en el deseo de que la América española no pudiera caer en manos de Napoleón [...] lograron ponerlo en pie con el fin de obtener, además, su permanencia en el Río de la Plata y concesiones especiales que beneficiaran su actividad mercantil [23].
Hasta aquí coincide con lo expresado por Milcíades Peña, aunque resalta mucho más la intervención británica directa, que Peña de todas formas no niega en lo más mínimo.
Liborio Justo por su parte analiza en todos los pormenores posibles el proceso que da lugar a la formación de la junta que el 24 de Mayo, presidida por el virrey Cisneros e integrada por Castelli y Saavedra, tomó posesión del mando. Liborio Justo señala el rechazo que había causado la presencia del virrey, a partir del cual finalmente, éste será desplazado y quedará Saavedra al frente de la que se conoce como Primera Junta de Gobierno, aunque como vemos la primera estaba encabezada por el propio virrey. Todos estos detalles coinciden aún más con la conceptualización de Peña acerca del carácter moderado y limitado del proceso de Mayo. Aún más, Liborio Justo considera que no existía ninguna burguesía comercial porteña; en esto difiere de Peña, a la vez que coincide con la tesis de que la revolución de Mayo no fue una revolución democrático-burguesa.
La mayor diferencia de Liborio Justo con los análisis de Peña es que resalta la campaña de Castelli en el Alto Perú y el Plan de Operaciones de Mariano Moreno como los aspectos más radicales de la revolución de Mayo. Liborio Justo sostiene que el Plan de Moreno contiene el proyecto de construir una nueva nacionalidad y que al frustrarse dicho Plan se malogró la nacionalidad argentina. Citaremos un poco abusivamente, como ya venimos haciendo, a fin de dejar completamente clara la perspectiva del autor. Recordamos de paso al lector, que sin el trabajo de citar y comparar ambos puntos de vista, las conclusiones finales que esbozaremos más adelante le resultarían completamente arbitrarias.
Liborio Justo realiza un completo comentario del Plan de Operaciones, que más que un comentario es una descripción, la cual ahorraremos al lector, para concentrarnos en la valoración por Liborio Justo del Plan y la trayectoria política de Mariano Moreno.
Es evidente -señala Liborio Justo- que Mariano Moreno no tuvo ni podía haber tenido, antes de Mayo de 1810, una línea política propia, por la misma falta de una fuerza social nativa en qué apoyarse. Allegado a Álzaga, participó en el movimiento del 1º de enero de 1809, encabezado por el jefe de los monopolistas, contra Liniers, siendo acusado por ello, como hemos visto, de ‘antiamericano’ [...] Luego, como letrado con los comerciantes ingleses, principalmente Alex Mackinnon, el más importante de ellos, propició el libre comercio con la Gran Bretaña, pero sólo por el término de prueba de 2 años y en renglones que no se producían en el país, contrariamente a lo manifestado por casi todos los historiadores, que lo presentan como librecambista, lo que es inexacto, y él mismo habla repetidamente en sus escritos, del ‘libre comercio provisorio’ con Inglaterra. Tal lo expresa en su célebre Representación de los hacendados, en la que hizo la defensa de lo intereses de esa clase nacional, aún incapaz de manifestarse por sí misma. A la influencia de los ingleses, seguramente, se debe que esta Representación se publicara en Río de Janeiro y aún en Londres, así como, según Ricardo Levene, hay que buscar en ella el origen de su nombramiento como secretario de la Junta de Mayo. Pero el hecho de que se movilizara entre uno y otro de los principales bandos en pugna, entre comerciantes monopolistas españoles y comerciantes británicos, entre Álzaga y Mackinnon, sin que los historiadores logren ubicarlo adecuadamente, muestra que Mariano Moreno, aunque participara en actividades de los dos bandos, no estaba con ninguno de ellos, sino que se desplazaba entre ambos en la forma que consideraba más conveniente a los intereses nacionales, que defendía, dentro de la precariedad de posibilidades que éstos tenían de manifestarse por sí mismos entonces. [...] En lo que se refiere a la guerra contra los mandones españoles en América, Mariano Moreno, sorprendentemente, propuso la insurrección de la campaña de la Banda Oriental, según señalamos, como poco meses más tarde se produjo, y sugirió los líderes que habían de conducirla, así como designó y colocó en un conveniente plano histórico a todos los tenientes de Artigas, destacando la parte útil del carácter e idiosincrasia de los mismos. [...] La extensión de la revolución, para Mariano Moreno, destruiría, pues, la sociedad colonial, particularmente en el Alto Perú, provocando la liberación de los indios, para propagarse también al Brasil, suscitando aquí la liberación de los negros. [...] Uno de los puntos más importantes del ‘Plan’ es el que se refiere a las relaciones con Inglaterra. Moreno consideraba indispensable la protección de la Gran Bretaña para llevar adelante su ‘Plan’ de edificar una nueva nacionalidad en el Río de la Plata [24].
Para Liborio Justo, las concesiones proyectadas para ganar el apoyo de los británicos:
no son más que una muestra de la limitadísima base de sustentación de los gobiernos propios que surgieron en la América española con motivo de la situación provocada por la invasión de España por Napoleón, y por el propósito de la Gran Bretaña de independizar las colonias hispanas para, a través de ello, obtener ventajas comerciales. Esa base de sustentación era tan débil que, para no caer, tales gobiernos debían hacer las mayores concesiones a los mismos que los habían puesto en pie. [...] Pero el aspecto más notable del ‘Plan’ de Moreno fue su propósito de confiscar las grandes fortunas, nacionalizar provisoriamente las minas del Alto Perú, fuente del metálico del Río de la Plata, ‘para la creación de fábricas e ingenios y otras cualquiera industrias, navegación, agricultura y demás’. Es decir, conceder al gobierno del ‘Estado Americano del Sud’ una base de sustentación propia, creando a través de medios estatales, una industria que sustituyera a la inglesa, en la que se apoyaba [25].
No obstante su admiración por el Plan de Operaciones, Liborio Justo niega terminantemente que Moreno haya querido repetir la experiencia de la Revolución Francesa: “Moreno, fuera del terrorismo, no imitó sino en las apariencias y con ideas que cubrían distintas mercaderías, a los revolucionarios franceses. No podía imitarlos en su integridad por cuanto no existía aquí, como hemos dicho, una burguesía nacional, como la había en Francia. Por eso toda imitación resultaría inaplicable” [26].
Liborio Justo concluye señalando que a pesar de su lucidez, la base sobre la que pretendió actuar Moreno se demostró poco sólida, siendo desplazado y finalmente envenenado. Sostiene que si el decreto de supresión de honores del presidente del 6 de diciembre de 1810 fue la causa visible de su caída, al enfrentarlo directamente con Saavedra y los sectores más conservadores de la Junta, la verdadera causa de su caída fue el mismo Plan de Operaciones, cuya redacción le había sido confiada por la misma Junta.
“Es evidente -prosigue Justo- que si los españoles no podían tolerar el decreto del 3 de diciembre, los ingleses tampoco podían admitir la posibilidad de que el ‘Plan’ se llevara adelante. Ellos habían puesto a la Junta de Mayo al frente del gobierno del Río de la Plata para ‘sacar cuantas ventajas pudieran proporcionarse’ Y NO PARA EDIFICAR UNA NACIONALIDAD QUE LAS COARTARA” [27] [subrayados en el original].
Justo sostiene que para Gran Bretaña resultaban inadmisibles tanto el Plan como la campaña de Castelli en el Alto Perú. De manera que “Fue la confabulación de españoles e ingleses, apoyando a sus enemigos conservadores nativos, que derrumbó la tentativa nacional revolucionaria de Mariano Moreno y finalmente, determinó su muerte en plena juventud [28]. Así, con la muerte de Moreno “apenas en capullo, se malogró la nacionalidad argentina” [29]. Aquí concluye la tesis de Liborio Justo, más adelante reforzada con la idea de que Moreno representa a Mayo y la Nación y Rivadavia el Anti-Mayo y la Anti-Nación.
En cuanto a la campaña de Castelli en el Alto Perú, donde proclamó la liberación de los aborígenes sosteniendo que la Junta “os tratará como hermanos y os considerará como a iguales” [30], Justo sostiene que “fue el gesto más espectacular, que algunos historiadores llaman ‘delirio’, y que la mayoría ignora [...] que señaló el punto culminante de la Revolución de Mayo” [31] [subrayado en el original].
Puntos de contacto y diferencias de ambas posiciones
No obstante las limitaciones de su enfoque (por ejemplo, la ausencia de un concepto científico de revolución) el historiador Tulio Halperín Donghi en su trabajo Revolución y Guerra traza un cuadro completo sobre la política de la Revolución de Mayo que integra diversos aspectos que Peña y Justo escinden en su análisis. Señala en primer lugar que la Revolución se postulaba como heredera del orden colonial y en dicha continuidad fundamentaba su legitimidad, señala a su vez que en las provincias del Interior los gobernantes de Bs. As. buscaban sellar alianzas con sectores de la oligarquías locales en lugar de subvertir la situación de privilegio de la cual esas oligarquías eran expresión y que los aspectos de “revolución social” se dieron solamente allí donde no había esperanzas de hallar aliados (Alto Perú). Como ya habrá notado el lector, muchos de estos aspectos estarán presentes en los análisis de Peña y Justo, pero unilateralizados por el contexto polémico.
Como en este caso las divergencias no son totales, tal como en el debate sobre la colonización, intentaremos sintetizar los acuerdos y diferencias de ambas tesis, desarrollando luego algunas conclusiones.
i) En cuanto al carácter de la Revolución de Mayo, ambos coinciden en que no fue, ni podía ser una revolución democrático-burguesa, como sostenía Puigróss. Hay en ambos autores, más allá de los diversos énfasis y claves de interpretación, una clara conciencia de que se trata de un proceso sui generis, que debe ser explicado en su especificidad.
ii) Ambos coinciden en el carácter determinante de las influencias exteriores, sobre todo de los intereses británicos, aunque se separan en tanto Peña sostiene la existencia de una burguesía comercial porteña ligada al comercio inglés, mientras Justo la niega, sosteniendo una explotación directa por parte de los comerciantes británicos instalados en Bs. As. del interior del país.
iii) En cuanto al problema de la participación popular, ambos coinciden en la ausencia de una amplia movilización plebeya al estilo de la Revolución Francesa, pero Liborio Justo presta mayor atención a la composición plebeya de los regimientos conformados por las viejas milicias surgidas de las invasiones inglesas. Dicho proceso de militarización, con la formación de cuerpos que elegían sus comandantes por sufragio universal, generó que un importante sector “plebeyo” pasara a pesar mucho más en la vida política de Buenos Aires por la importancia creciente de los cuerpos armados en la ciudad [32]. Claro está que esto no significa que los sectores populares tuvieran un programa propio ni mucho menos. Pero es una particularidad que explica en gran parte la ausencia de movilización de masas.
iv) En cuanto al Plan de Mariano Moreno nos parece que Peña, si bien tiene razón cuando señala que el Plan no es el programa de una revolución democrático-burguesa, se equivoca al restarle importancia politico-programática, porque aunque no superara la perspectiva de modernización desde arriba, sí planteaba algunas premisas de corte pro-nacional en cuanto a los términos de dicha modernización. El mismo afán polémico contra Puigróss, lo empuja a restar importancia a los aspectos más radicales del Plan. En éste se destaca la idea de poner la iniciativa estatal en el centro de la acción política para, desarrollando las industrias, la agricultura, etc., crear una más sólida base de sustentación del nuevo estado, contrapesando en parte el peso preponderante de las mercancías inglesas. Liborio Justo, por su parte, según hemos citado extensamente, lo considera el programa para la formación de una nueva nacionalidad, a pesar de las gruesas concesiones a los ingleses que contiene. Justamente allí es donde Justo se apoya para mostrar la escasa base de sustentación del plan. Y Justamente esa escasa base de sustentación cuestiona su carácter “nacional”.
Las fuertes concesiones a los ingleses que proyectaba el Plan sugieren la conclusión de que en el documento de Moreno conviven el proyecto de una nueva nacionalidad con la aceptación del hecho de la hegemonía comercial y política de los británicos en el Río de la Plata. “Nacionalismo” americano y dependencia conviven en el Plan en la misma medida en que han convivido durante el largo proceso de gestación, surgimiento y consolidación de nuestra independencia.
De alguna manera, el Plan de Operaciones es todo lo “nacional” que podía ser sin apoyarse en una clase nacional, en un contexto donde las masas populares constituían la base plebeya de todos los cuerpos militares pero carecían de un programa distinto del de sus comandantes, caudillos y dirigentes.
Entonces ¿es correcto señalar que Mariano Moreno expresa la esencia de Mayo? _Tal la clave de interpretación de Liborio Justo. Es indudable que el de Moreno es el punto de vista mas lúcido del proceso de Mayo, pero es igualmente irrefutable que el proceso de Mayo fue sostenido por un bloque de elementos heterogéneos, de los cuales los más conservadores terminarían imponiéndose por sobre Moreno, mientras el Plan demostró carecer de bases sociales sólidas en que apoyarse. Por otra parte los aspectos de revolución social encarnados por la campaña de Castelli en el Alto Perú, si bien constituyen el aspecto más radical de la revolución de Mayo, fueron claramente marginales en la medida en que la emancipación de los indios no pudo consolidarse por la derrota del Ejército del Norte en Huaqui y porque en todo el Interior la política frente al ordenamiento de castas fue altamente conservadora, optando la Junta por una “revolución en la estabilidad” como dice el liberal Halperín Donghi.
De modo que podríamos concluir que tanto el Plan de Moreno como la acción de Castelli fueron iniciativas de la Junta que se volvieron contra la propia política moderada de la misma ni bien amenazaron con desestabilizar la complicada ingeniería de equilibrios y compromisos con las clases dominantes y con la misma estructura de castas que la “revolución” dejó casi intacta. Ambas iniciativas fueron más allá de los límites previstos por la Junta pero no tanto como para cambiar el carácter de ésta ni su política. Personalidades como Moreno o Castelli podían elevarse por encima de la estrechez de miras de hacendados y comerciantes pero no podían ni se proponían elaborar un programa revolucionario integral capaz de ser llevado adelante por una clase nacional que, por otra parte, no existía y sólo se constituiría durante las décadas siguientes, ligada estrechamente al capital inglés.
Desmitificación y elitismo
Los historiadores profesionales han hecho en muchos casos ciertos aportes “científicos” que van más allá de su ideología reaccionaria. Tal es el caso de Tulio Halperín Donghi, cuyo libro Revolución y Guerra hemos citado en este artículo. No obstante los aportes de un trabajo como el mencionado, de los que hemos tomado algunos, hay en el enfoque de Halperín Donghi un núcleo claramente reaccionario que remite al imaginario oligárquico y liberal argentino: la centralidad de las élites en el proceso histórico. No negamos la importancia de estudiar la formación de la clase dirigente en la historia de nuestro país. Sí negamos que dicha historia se presente en los mismos tópicos que dicha élite sostiene para su auto-legitimación.
Por su parte los trabajos de Justo y Peña constituyen más un intento de contar la historia de la clase dominante con un enfoque más adecuado que una relectura de dicha historia desde el punto de vista de las clases subalternas. Liborio Justo incluso hace suyo ese elitismo comenzando su libro con la afirmación oligárquica de que la historia de su país es la historia de... ¡su propia familia! Milcíades Peña sostiene que “la sociedad colonial presentaba más que suficientes conflictos entre las masas trabajadoras y las oligarquías dominantes, como para producir un sordo conflicto que estallaba a veces en vastos movimientos de masas. Así ocurrió antes, durante y después de las luchas por la independencia. Pero en ningún momento esos movimientos fueron parte del proceso de la independencia [...] Ambos movimientos coexistieron, se superpusieron, se contradijeron las más de las veces. Pero en ningún caso uno -el movimiento de las masas explotadas fue el respaldo del otro- la lucha de las clases dominantes coloniales contra la Corona española” [33]. Pero su trabajo historiográfico no indaga en esa dirección.
Justamente porque “la historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica”, como sostiene Gramsci [34], la lucha por construir una corriente historiográfica marxista tiene por lo tanto una doble tarea: la de desmitificar los relatos de las tradiciones dominantes, explicando en términos marxistas la historia oficial y empezar a construir una historia de las clases subalternas hasta hoy silenciada, tal como hiciera Christopher Hill con la gran revolución inglesa del siglo XVII. Ambas tareas exceden el marco de este modesto trabajo.