Leo en La Supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún, de Fabián Casas, un texto titulado "Nudos Borromeos", del que transcribo lo que sigue:
Yo y mis hermanos menores asistimos conmocionados cuando se abrió la puerta de la sala e irrumpió nuestro primo Cachito -mayor que nosotros- sostenido por dos o tres personas como en un Vía Crucis. Aún hoy no puedo recordar quiénes lo sostenían. Hasta llegué a sospechar que podían ser extras pagos. Lo arrastraban hasta el cuarto donde estaba el cuerpo de mi vieja y ahí él se arrojó sobre el ataúd, y estuvo a punto de tirarlo al piso. Lo concreto era que Cachito lloraba más que nosotros. De hecho, con su llanto descomunal, nos estaba dejando a los tres hijos como unos vástagos insensibles. Era claro que había decidido copar el velatorio y, ante la mirada de aprobación de tías y tíos, lo estaba logrando. Lo logró. Al igual que esas máquinas mecánicas que tenemos los humanos para que hagan el trabajo por nosotros (pienso en las risas pregrabadas del canal Sony), Cachito lloró por nosotros y nos humilló en nuestra cancha.
Pasaron veinte años hasta que murió la mamá de Cachito, nuestra tía. Cuando me avisaron, llamé a mis hermanos y les dije que había llegado la hora de la venganza. Entramos al velatorio y Cachito nos cruzó una mirada asustada. Como le sucede a los protagonistas de las películas de género, sabía a qué veníamos. Pedimos, como hizo Juan Perón cuando encontró el cadáver embalsamado de Evita, que nos dejaran a solas con nuestra tía. Entramos al cuarto donde estaba su cuerpo, cerramos la puerta que comunicaba a la sala donde nuestros familiares en común tomaban café, y nos pusimos a gritar y a golpear las paredes. Hicimos esto un rato largo. Después abrimos la puerta y salimos.
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