Fernando Rosso / Juan Dal Maso
Mucho se habló de la "vuelta de la política" en los años kirchneristas. Sería necio desconocer que hubo una repolitización de ciertos segmentos de la sociedad argentina, a partir de la crisis del fin de siglo pasado y de ciertas acciones desplegadas por el kirchnerismo (sobre todo en el terreno de la sobreproducción de discurso).
Sin embargo, y precisamente por su rol "restaurador" de la autoridad estatal después de la crisis del 2001, la "repolitización" llevada adelante por el kirchnerismo fue más una "estatización de la política" que un impulso a la movilización de la "sociedad civil" (que no obstante siempre mantiene un "piso" de movilización o un estado de beligerancia contenida, cuyas explosiones caracterizan lo que se ha dado en llamar la Argentina "contenciosa").
En la medida en que el kirchnerismo fue más "exitoso", más mediatizada por el estado se presentó la política y más vaciada de movilización, al punto que el propio oficialismo apeló a la movilización masiva en muy contadas oportunidades y con números respetables pero no descollantes y donde el peso del aparato estatal fue decisivo. El máximo de movilización, sin el aparato sindical o clientelar de los intendentes, fue un acto en Vélez en 2012 donde reunieron alrededor de 60 mil personas. Ahora, realizaron actos más modestos, tanto el Movimiento Evita, como La Cámpora y más recientemente Nuevo Encuentro.
Esto explica a su vez la poca densidad de los "movimientos sociales" kirchneristas (que como afirmó Cornejo, director de la Agencia Paco Urondo, "tiene capacidad de cortar calles y tomar... plazas", nada de risas). Esta es la expresión más grotesca del devenir de los movimientos sociales bajo el ciclo K. Habiendo dejado de lado la pretensión autonomista de "construir una esfera pública no estatal", pasaron de la tesis del "estado en disputa" a la del "estado-mecenas", del cual dependen y contra el cual no luchan. Diez años de kirchnerismo transformaron la "gramática de la multitud" en la "contabilidad de los ministerios".
En la “batalla contra la 125” fue mucho más la fuerza objetiva de los camioneros (en términos de amenaza, porque nunca se llegó a enfrentamientos de magnitud), que el desfile mediático de los “movimientos sociales”, en el congreso o en Plaza de Mayo.
Quizá la función más pasivizadora la haya cumplido en el movimiento estudiantil en general y en el universitario en particular, donde pese a que no llegó a hacer pie en las organizaciones del movimiento estudiantil (donde tuvo hegemonía una izquierda semi-k culposa); si hizo pie en la casta académica. El movimiento estudiantil universitario, muy activo bajo los años menemistas, mantuvo un nivel de quietismo sorprendente en la última década.
La deriva del hoy casi decadente “periodismo militante” (y su expresión extrema en 678 y Página 12), es un ejemplo de la farsa de este retorno de la militancia y la política en el lenguaje kirchnerista.
Por lo tanto, contra el sentido común imperante -incluso exacerbado por las corporaciones mediáticas opositoras-; la vuelta a la política y a la militancia propulsada por el kirchnerismo tiene mucho de un bastardeo de una politización profunda y compromiso con la “causa”. Una militancia de asueto o de baja responsabilidad, sin riesgos, de recitales de Fito Páez, o de León Gieco en el bicentenario. Una folklorización de la política y de la militancia.
El fin de ciclo trae consigo la crisis de esta “repolitización”, que tiene menos de política que de politiquería; plantea la necesidad de la lucha porque no sea reemplazada por una “despolitización”, como la que reflejan a su manera las distintas variantes que se plantean como sucesorias (Macri, Massa o Scioli), sino una revalorización de la militancia y la política; que solo puede estar ligada a grandes objetivos (un programa para que la crisis la paguen los capitalistas) y al sujeto social cuya centralidad, aunque parezca mentira, algunos siguen discutiendo: la clase trabajadora.
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