En su libro The Gramscian Moment, Peter D. Thomas desarrolla una revalorización del pensamiento de Antonio Gramsci, cuya estructuración se construye a partir de las polémicas contra las interpretaciones del pensamiento del comunista italiano practicadas en Las Antinomias de Antonio Gramsci de Perry Anderson y Para leer el Capital de Louis Althusser. Thomas presenta ambas críticas al pensamiento de Gramsci como complementarias y coincidentes desde diversos ángulos.
martes, 19 de agosto de 2014
jueves, 14 de agosto de 2014
R.R. Donnelley y el nuevo momento bonapartista
Por Fernando Rosso y Juan Dal Maso
El anuncio de CFK sobre la denuncia penal contra la empresa R.R. Donnelley puede leerse como parte de la política del gobierno de "retomar la iniciativa" que viene teniendo con el intento de recrear una "mística" progresista alrededor de "patria o buitres".
Ligado a esto, los anuncios de "protección del empleo" y la puja por la ampliación de los alcances de la Ley de Abastecimiento, parecerían indicar que el gobierno busca retomar una agenda de "centroizquierda". La cuestión de las posibles atribuciones que otorgaba esta ley al estado, venía generando roces con distintos sectores empresarios.
Pero el anuncio como tal presenta distintos aspectos a ser tenidos en cuenta:
-No quiere dejar en manos de "los troskos" la lucha contra esta empresa yanqui que de buenas a primera cerró la fábrica y se mandó a mudar, luego de que en el caso de Lear, quedó en evidencia la complicidad del Ministerio y el gremio aliado, para que se produzcan los despidos y el ataque ilegal a la comisión interna.
-No quiere que aparezca la lucha de Donnelley ligada a la de LEAR, porque necesita sostener su discurso ultra reaccionario (cuyos voceros principales son Berni y Capitanich, con el concurso de Artemio López que como buen discípulo de Althusser se dedica a la reproducción del discurso oficial al modo de los tristemente célebres Aparatos Ideológicos del Estado). Por este motivo dice "esto no tiene nada que ver con lo de LEAR". Es decir busca evitar que se sepa la verdad. Que las de Donnelley y LEAR son dos formas de las empresas para descabezar la organización de base en las fábricas. Una se va, la otra impone un lock out y pone como condición para volver a abrir "fuera zurdos", con el SMATA de aliado. Y lo que desmiente la presunta diferencia entre un caso (Lear), donde la izquierda “ultra” lleva a una situación extrema a los trabajadores, y el otro (Donnelley), dónde los obreros quieren trabajar frente a empresarios inescrupulosos; es que ambas comisiones internas tienen la influencia de la misma izquierda, es decir, del PTS, junto a obreros combativos. Lo que varía no es la acción de la izquierda, que en los dos casos se puso al frente de la lucha consecuente en la defensa de los puestos de trabajo; sino la acción del gobierno y el estado; no guiado por el mismo interés, sino por sus objetivos políticos basados en el objetivo de ubicarse como árbitro bonapartista, cuando la crisis puede tensar nuevamente la lucha y el enfrentamiento entre las clases.
-La denuncia se hace, según dice CFK, utilizando la Ley Antiterrorista. Es decir, una normativa totalmente cuestionada y que buscará legitimar a partir de este caso, para aplicarla, una vez terminada la coyuntura de "patria o buitres" no contra las empresas yanquis que hacen lo que quieren en la Argentina, sino contra los obreros y las organizaciones populares que las enfrentan. Por eso para el gobierno es preferible denunciar a la empresa con la ley antiterrorista que estatizar la fábrica bajo control obrero.
En cuanto al curso más general, se podría decir que es un nuevo “momento bonapartista”, en el sentido de que no es "ni de derecha ni de izquierda" sino que oscila siempre buscando el centro, en función de la "duración" en esta transición hacia el cambio de gobierno y especialmente los próximos meses de deterioro de las condiciones económicas por la situación de “default parcial” que impide el acceso a los dólares que necesita una economía en declive.
De conjunto, viendo todos estos elementos: retórica "nacional y popular", represión para los obreros de LEAR, ataque a la multinacional Donnelley intentando seperar a sus obreros de los de LEAR, denuncia de una empresa yanqui con la ley antiterrorista, Ley de abastecimiento contra los empresarios, pero impuesto a las ganancias contra los sindicatos, la política del gobierno es una suerte de intento de "Pacto Social" sin instituciones de consenso. Un bonapartismo de épocas de vacas flacas, con orden en las calles garantizado por Berni y la Gendarmería, y una amenaza a los empresarios para intentar evitar la disparada de precios y exhortarlos a “colaborar” a mantener el equilibrio social.
Hubo otros momentos donde el gobierno tuvo relativo éxito con giros bonapartistas de este tipo (“estatización parcial” de YPF, o de los fondos de las AFJP, por ejemplo), pero se dieron con dos condiciones: recursos económicos (provenientes del viento de cola de la economía mundial o de posibilidades de crecimiento propios de la economía) y aliados con capacidad de contención, sobre todo en el movimiento obrero. Así y todo, cada una de las recuperaciones era de más corto alcance que la anterior.
Este "momento bonapartista" de manos vacías, signado por la coyuntura y con la economía caída, con suspensiones y despidos, pone un gran signo de pregunta sobre los alcances de la “recuperación” que pueda lograr el kirchnerismo.
Mientras todo esto ocurre en las alturas de un país "oprimido y tenaz", 400 obreros, que cargan en sus espaldas unas cuantas batallas, ponen a producir la fábrica y retoman las mejores tradiciones del 2001, como la de los obreros y obreras de Zanon en Neuquén.
Ellos parecen decir: "Los discursos no interrumpen la lucha de clases".
martes, 12 de agosto de 2014
Capitanich y la izquierda: tras las huellas del peronismo facho
Por Fernando Rosso y Juan Dal Maso
El macartismo y la visión conspirativa de la historia, de la política y, sobre todo, de la lucha de clases son el último reducto al que recurre el peronismo en tiempos de crisis, una confesión de su impotencia. Frente a los conflictos desatados por las suspensiones y los despidos, se empiezan a agitar fantasmas contra una supuesta izquierda “siniestra” con oscuros intereses “destituyentes”, que alienta “artificialmente” a los conflictos y casi los “inventa”.
El macartismo y la visión conspirativa de la historia, de la política y, sobre todo, de la lucha de clases son el último reducto al que recurre el peronismo en tiempos de crisis, una confesión de su impotencia. Frente a los conflictos desatados por las suspensiones y los despidos, se empiezan a agitar fantasmas contra una supuesta izquierda “siniestra” con oscuros intereses “destituyentes”, que alienta “artificialmente” a los conflictos y casi los “inventa”.
El hombre del “opus dei”, Jorge Capitanich, y uno de los representantes más recalcitrantes del sindicalismo entregador (Ricardo Pignanelli), son los encargados de lanzar los ataques contra la izquierda. El viejo cuento de que la lucha de clases es un invento de la izquierda radicalizada y no un hecho real, producto del enfrentamiento de intereses irreconciliables, que se vuelven más agudos en tiempos de vacas flacas, es decir, de declive económico.
John William Cooke se había ocupado (desde una estrategia de Frente de Liberación Nacional que no compartimos pero que está a años luz del reaccionarismo que exhibe actualmente el gobierno) de los “pequeños maccarthys” tipo Capitanich, hace más de 50 años.
lunes, 11 de agosto de 2014
sábado, 2 de agosto de 2014
Los estudios gramscianos y la revolución permanente
Leyendo el libro Horizontes
Gramscianos (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 2013) compilado por Massimo Modonesi, surge del artículo de Fabio
Frosini "Hacia una teoría de la hegemonía" un debate que puede ser útil para pensar sobre las relaciones entre hegemonía y revolución permanente en la actualidad.
Frosini cita el C1 §44, en el que Gramsci señala:
A propósito de la consigna "jacobina" lanzada por Marx a Alemania en 48-49 hay que observar su complicada fortuna. Retomada, sistematizada, elaborada, intelectualizada por el grupo Parvus-Bronstein, se manifestó inerte e ineficaz en 1905 y a continuación: era una cosa abstracta, de gabinete científico. La corriente que se opuso a ella en ésta su manifestación intelectualizada, al contrario sin usarla "de propósito" la empleó de hecho en su forma histórica, concreta, viviente, adaptada al tiempo y al lugar, como brotando de todos los poros de la sociedad que había que transformar, de alianza entre dos clases con hegemonía de la clase urbana.(Horizontes Gramscianos, pág. 67)
No deja de ser extraña la idea de que una teoría "abstracta" que se manifiesta "inerte e ineficaz" pueda ser empleada de hecho de manera "histórica, cocreta, viviente, adaptada al tiempo y al lugar", o mejor dicho parece una falsa oposición entre la realpolitik y la teoría. Pero incluso con esta objeción, es interesante cómo el propio Gramsci, en su oposición a la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky como teoría, de hecho está reconociendo, planteando que fueron los bolcheviques los que de hecho la llevaron adelante, que esta teoría planteaba en líneas generales correctas cómo iba a ser el desarrollo de la revolución rusa, tanto como que en los hechos Lenin y Trotsky confluyeron en la política de "alianza entre dos clases con hegemonía de la clase urbana", eso sí, después de que Kamenev y Stalin en ausencia de Lenin, apoyaran al gobierno provisional entre febrero y abril (cuestión que corrigió Lenin con sus Tesis de Abril).
Por otro lado, cabe aclarar que Gramsci confunde la Teoría de la Revolución Permanente planteada en Resultados y Perspectivas, que era un teoría especialmente para Rusia, con la versión "madura" basada en la generalización de las lecciones estratégicas de las experiencias protagonizadas por el movimiento comunista en los años '20, en especial la revolución china de 1925-1927, a partir de la cual Trotsky generalizó la teoría (mientras Gramsci se limitaba para China a la política de Asamblea nacional pan-china sin hegemonía de la clase obrera).
En este contexto, si es correcto el criterio de Karl Korsch sobre que hay que entender el marxismo como una teoría de la revolución podemos considerar a la Teoría de la Revolución Permanente como el momento más alto del desarrollo de la teoría marxista en el Siglo XX, principalmente por el cambio de marco teórico que implica, respecto de las concepciones del marxismo “decimonónico”, que tuvieron sobrevida hasta los años 20 (principalmente la idea de que la revolución proletaria correspondía solamente a los países “avanzados”).
Pero para salir de la oposición estéril entre "hegemonía" y "revolución permanente", Frosini intenta relacionarlas, sin cambiar del todo el punto de vista de Gramsci, pero introduciendo una variante:
Según Gramsci hay un fuerte nexo entre la consigna lanzada por Marx, el jacobinismo en su efectividad histórica y la organización hegemónica correspondiente al Estado moderno (¡hegeliano!), es decir la hegemonía de las clases productivas urbanas sobre los campesinos. En suma: la única manera para utilizar hoy la revolución permanente -a diferencia de Parvus y Trotsky, que la han reducido a una "teoría" (la han "sistematizado")-, es pensarla histórica y políticamente, como estructura de la hegemonía; pero también a la inversa: la única forma para pensar la hegemonía a la altura de Marx (sin dejarla caer en una composición "pasiva" de tipo hegeliano, o dejarla derivar hacia un "republicanismo" vacío y finalmente retórico, de tipo jacobino-radical) es anclararla a la revolución en permanencia. (Horizontes Gramscianos, pgs. 67/68).
Más allá de que al repetir el argumento del supuesto "grupo Parvus-Trotsky" Frosini está reduciendo la Teoría de la Revolución Permanente a su versión inicial como ya dijimos sobre Gramsci, resulta acertada una definición que está ímplícita en su razonamiento y que sería más o menos así: "oponer la hegemonía a la revolución permanente tiene como resultado algún tipo de reivindicación de la revolución pasiva como programa por la positiva".
Frosini lo plantea de esta forma:
... la diferencia entre la composición "pasiva" de los conflictos y su despiegue "en permanencia" marca la diferencia entre hegemonía burguesa y proletaria...
Y finalizando su artículo, sostiene:
Entendida así, la hegemonía proletaria es la "forma actual de la doctrina cuarentaiochesca de la 'revolución permanente'", es decir que conserva la exigencia de la permanencia del movimiento, una vez que la sociedad civil hegeliana, haya sido repensada no sólo como "sistema de necesidades", sino como parte del Estado, más bien como aquel lugar en el que decisivamente la batalla política sea ganada o perdida.
En este contexto, si bien no comparto en lo más mínimo la idea de reducir la importancia histórica que la Teoría de la Revolución Permanente ha tenido el desarrollo del marxismo y por esa vía subordinarla a una "teoría de la hegemonía" que va de Lenin a Gramsci sin Trotsky, considero acertado el énfasis puesto por Frosini en la necesidad de ligar hegemonía y revolución permanente, aunque sería bueno que los gramscianos alguna vez se ocuparan de estudiar la Teoría de la Revolución Permanente propiamente dicha, además de dar por hecho lo que Gramsci dijo sobre ella conociéndola a medias.
Digo que me parece acertado, no tanto porque sirve para despegar a Gramsci de las propuestas de revolución pasiva como programa, que es un problema de los gramscianos, sino sobre todo para complejizar el discurso teórico del trotskismo.
En este contexto creo que para pensar las condiciones de actualidad de la Teoría de la Revolución Permanente, tenemos que volver a trabajar sobre las relaciones entre la "fórmula de Marx" centrada en la necesidad de una ubicación independiente de la clase obrera frente a las fracciones burguesas que intentaban limitar la radicalidad de las revoluciones de 1848, la "fórmula de Gramsci" sobre la hegemonía (siempre combatiendo el relativo desplazamiento que éste realiza de la centralidad de la clase obrera a una especie de "bloque nacional-popular") que hace hincapié en la necesidad de que la clase obrera conquiste la dirección "intelectual y moral" de las clases "subalternas" (oprimidas socialmente y sin representación política propia) en sociedades en las cuales el Estado se presenta como estado "integral" (o estado ampliado) cooptando las organizaciones obreras como base del orden burgués y la "fórmula de Trotsky" que lleva la "permanencia del movimiento" a un nuevo nivel de generalización teórica, acorde a la experiencia histórica: de democrático-burguesa a socialista, de nacional a internacional, y como revolución permanente al interior de la sociedad posrevolucionaria.
Si bien "la fórmula de Trosky" contiene las dos anteriores y no a la inversa, lo cierto es que para afirmar tal cosa hay que precisar en qué sentido las contiene.
En este marco, si intentamos pensar la dinámica actual de la revolución permanente, podemos decir que a diferencia del período de la segunda posguerra en que esa dinámica se bloqueó y la revolución se trasladó a la periferia mientras había estabilidad en los países centrales, mientras en el ascenso 68/81 tendieron a confluir de nuevo las metrópolis y la periferia, retrocediendo de conjunto durante la "restauración burguesa" del neoliberalismo; en la actualidad vuelve a generarse una dinámica más "totalizadora" en la que pueden darse procesos en los distintos continentes sin que ninguno tenga la exclusividad ni de las crisis y revoluciones ni de la estabilidad.
En este sentido, la permanente de Trotsky goza de buena salud. Sin embargo, al intervenir todavía la clase obrera como un actor dentro de movimientos populares heterogéneos sin lograr todavía la dirección, sigue vigente la "fórmula de Marx" o mejor dicho el programa permanentista pasa en primer lugar por conquistar una posición independiente de la clase obrera para que avance en reconocerse como sujeto y a su vez se plantee la necesidad de hegemonizar a los demás sectores oprimidos.
A esto se agrega que la relativa generalización de las características "occidentales" (Estado "ampliado", basado en la extensión de la democracia burguesa, la estatización de los sindicatos y la formación de la "opinión pública" a través de los medios de comunicación) a la mayoría de los países, hace que la "fórmula permanentista" de Trotsky tienda a coincidir en parte con la "fórmula hegemónica" de Gramsci que advierte que el enemigo a enfrentar es un aparato estatal "basado en algo más" que la dominación pura y dura.
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