Esto no se consigue hoy en día....
Carta en la que le ofrecen el cargo
Celebérrimo señor:
Celebérrimo señor:
El serenísimo elector palatino, mi clementísimo Señor, me ha ordenado que le escriba a usted, un desconocido hasta ahora, a lo menos para mí, pero muy recomendado al Serenísimo Príncipe, y le pregunte si estaría dispuesto a aceptar la cátedra de profesor ordinario de filosofía en su ilustre Universidad. Se le pagaría el estipendio anual que gozan actualmente los profesores ordinarios. En ningún otro lugar encontrará usted un Príncipe más favorable a los ingenios eximios, entre los cuales lo cuenta a usted. Tendrá amplísima libertad de filosofar, y confía que no abusará de ella para perturbar la religión públicamente establecida. No he podido dejar de cumplir la orden del sapientísimo Príncipe. Por lo cual le ruego muy encarecidamente que me conteste lo más pronto posible y que confíe su respuesta o al señor Grocio, residente del Serenísimo Elector de La Haya, o al Señor Gilles van der Hek, y trate de que me llegue con el paquete de cartas que suelen remitir a la corte, o use, en fin, cualquier otro medio que le parezca más adecuado. Agrego únicamente esto: que si usted viene aquí podrá disfrutar de una vida digna de un filósofo, excepto el caso de que todo ocurra contrariamente a nuestra esperanza y expectativa. Y con esto, consérvese usted bueno y reciba el saludo, ilustrísimo señor, de su devotísimo
J. Luis Fabricio
Profesor de la Universidad de Heildelberg, 1673
Carta en la que Spinoza rechaza el ofrecimiento del cargo:
Excelentísimo señor:
Si alguna vez hubiese tenido el deseo de aceptar el cargo de profesor en alguna facultad, solo hubiera podido elegir el que, por su intermedio me ofrece, el serenísimo Elector Palatino, especialmente por la libertad de filosofar, que el Clementísimo Príncipe se digna conceder; para no mencionar para nada que, desde hace mucho tiempo, deseaba vivir bajo el gobierno de un Príncipe cuya sabiduría todos admiran. Pero, puesto que nunca he tenido la intención de enseñar públicamente, no puedo decidirme a aprovechar esta excelente ocasión, aunque he meditado largo tiempo sobre el asunto. Pues, pienso, en primer lugar, que si quisiera dedicarme a la enseñanza de la juventud, dejaría de cultivar la filosofía. Luego, pienso que ignoro dentro de qué límites debe encerrarse esta libertad de filosofar, para que no parezca que quiero perturbar la religión públicamente establecida; pues, los cismas no nacen tanto del ardiente amor por la religión, como de la diversidad de las pasiones de los hombres o del afán de contradecir que todo, aún lo rectamente dicho, suelen tergiversarlo y condenarlo. Como ya he experimentado estas cosas ahora que llevo una vida privada y solitaria, mucho más he de temerlas después que haya ascendido a ese grado de dignidad. Usted ve, pues, excelentísimo señor, que me resisto no por la esperanza de mejor fortuna, sino por el amor a la tranquilidad, que creo poder conseguir de algún modo, con tal de que me abstenga de lecciones públicas. Por el cual le ruego encarecidamente que le pida al Serenísimo Elector que me permita deliberar más detenidamente sobre este asunto; y además que continúe procurando el favor del Clementísimo Príncipe para su devotísimo admirador, con lo cual obligará aún más, excelentísimo y nobilísimo señor, al enteramente suyo
Baruch de Spinoza
La Haya, marzo de 1673
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