domingo, 22 de febrero de 2009

La intelectualidad argentina y la "pequeña política"


Con su notable capacidad para llegar más que tarde a los debates de la intelectualidad argentina, el suplemento Debates del Diario Río Negro, publica este domingo 22 de febrero dos notas dedicadas a difundir las críticas de Beatriz Sarlo contra el matrimonio presidencial. Más allá de errores secundarios, como poner “Juan Pablo Feinmann” en vez de José Pablo Feinmann, o lo que es más grave, acusar a Osvaldo Bayer de fogonear una campaña contra Sarlo, cuando en realidad “fogoneó” un desagravio a Osvaldo Soriano contra el maltrato sufrido por el escritor en la Cátedra de la señora, el dossier indica que los redactores tocan de oído en el debate intelectual nacional.

Básicamente, el suplemento Debates hace tres importantes omisiones.
-La primera es que olvida el proceso de decadencia de la propia Beatriz Sarlo y el espacio que ella expresa, agrupado históricamente en la revista Punto de Vista. Esta publicación, que expresó como pocas el pasaje de los intelectuales provenientes de los ’70 al campo de la democracia burguesa, tuvo un momento de deliberación frente a la crisis de 2001 y la transición duhaldista, en la cual Sarlo, después de polemizar duramente contra la democracia de las asambleas barriales, terminó señalando que el peronismo “es el único que puede gobernar en la Argentina”, inclinándose ante el “populismo”.
Ante el ascenso del kirchnerismo, el comité editorial se dividió con la partida de importantes miembros, adherentes a la política del nuevo gobierno, mientras Sarlo tomaba distancia de la política de DDHH oficial, señalando que también había que condenar la “violencia revolucionaria que también fue terrorista”, temas que trató tanto en La Pasión y la Excepción y en Tiempo Pasado, texto en el cual señalaba que el Estado no puede asumir como propio el discurso de los organismos de DDHH.
La disolución de Punto de Vista expresa en última instancia, la crisis de un proyecto político-ideológico, que es el de constituir un “social-liberalismo” argentino, en los marcos de una democracia estable, sin las incursiones del “populismo” ni las de la lucha de clases.

-La segunda omisión del suplemento consiste en presentar el campo de la intelectualidad como una oposición binaria entre intelectuales K y anti-K, mientras existe un amplio espacio de una tercera posición, ligada a las luchas de la clase trabajadora, que se expresó a su vez en un posicionamiento independiente tanto del gobierno como de las entidades agrarias durante el año pasado. La división de la intelectualidad entre nacional-populares y social-liberales, oculta que en lo esencial ambas posturas coinciden en mantener los marcos de la dominación patronal en la Argentina.
¿Dónde estaban los intelectuales kirchneristas mientras se agrandaba cada vez más el curro sojero en la Argetina de Néstor Kirchner? ¿Dónde los miembros de Carta Abierta denunciando los despidos y suspensiones que su propio gobierno deja pasar?
No casualmente la acusación de Sarlo de que los K conciben la política con un modelo bélico era la misma que esgrimía el intelectual oficial Horacio González contra la izquierda en el 2003. La discusión sobre el estilo de construcción del poder presidencial es una cuestión de “pequeña política” entre distintas formas de ver cómo construir poder político burgués en un país en el cual los grandes ganadores son Techint, los Grobo, la Repsol y el curro pesquero y minero, entre otros.

-Por último, el recorrido histórico superficial sobre los intentos de unir la intelectualidad con las masas populares, omite el balance de la experiencia de Pasado y Presente, que fue el intento más audaz de constituir una intelectualidad marxista en la Argentina, con el límite estratégico de no haber roto con la matriz frentepopulista gradualista del PC y omite a su vez la propia derrota de los ‘70, la cual habilitó posteriormente el pasaje de los gramscianos argentinos al alfonsinismo.

Haciendo abstracción de ese recorrido concreto de la intelectualidad argentina en el cual la derrota de los ’70 configura el campo intelectual posterior a la dictadura, el suplemento Debates plantea que no existe en la intelectualidad actual el deseo de unirse al pueblo.
No existe tal deseo en los intelectuales “orgánicos” del orden burgués, que a su vez se volvieron intelectuales “tradicionales” en la Academia Universitaria.

Pero existe una nueva generación de intelectuales, que tendiendo lazos con las enseñanzas de los ’70 y los nuevos procesos de lucha de clases y lucha social que se empiezan a dar, plantea con toda claridad la necesidad de salir de los guetos académicos y unir fuerzas con la clase trabajadora.

Una nueva intelectualidad, productiva en términos teóricos y políticos, sólo podrá surgir si es capaz de salir de los debates de la “pequeña política”, referidos a hechos secundarios dentro de un mismo esquema de dominación burguesa y empieza a discutir los problemas de la “gran política” es decir de la subversión del orden actual y la constitución de un nuevo Estado dirigido por la clase trabajadora. Confinar a la intelectualidad a la “pequeña política” es una “gran política” de la clase dominante.

La lucha por construir una intelectualidad marxista orgánica de la clase obrera es la única gran política que puede permitir que los intelectuales sean realmente parte del pueblo y no los corifeos del poder de turno. Y esa lucha se está desarrollando delante de las narices de los que hace rato perdieron el tren.