miércoles, 27 de junio de 2012

El Sindicalismo de Base dijo Presente en las calles de Neuquén

(Neuquén 27/06/12) El llamado sindicalismo de base, enfrentado a las conducciones burocráticas de los sindicatos, se movilizó a Plaza de Mayo, encabezado por las Comisiones Internas combativas de la Alimentación como Kraft y Pepsico, apoyando el reclamo contra el impuesto a las ganancias y sumando sus reclamos. En Neuquén, el sindicalismo de base también dijo presente y se movilizó con una columna propia por las calles de Neuquén, participando tanto del acto convocado por la CTA como del de la CGT.

Completo, acá.

Transformismo

Ayer ví en "6,7,8," a Juan Cruz Daffunchio  actual funcionario municipal del FPV, a quién conocí en un Encuentro de trabajadores realizado en General Mosconi en el año 2001, hablando de Darío y Maxi. Me quedé pensando en la elasticidad (digna de gimnastas rusos) de ciertos muchachos que pasaron de comerse la letra "s" al final de cada palabra y dar Cátedra del Corte de Ruta Universal, a disfrutar de las mieles de la gestión estatal. Lo que sí, hay un aspecto de coherencia en esa trayectoria: siempre el mismo discurso rabioso contra la izquierda trotskista y el desprecio por la potencialidad revolucionaria de la clase obrera.

Más tarde o mañana postearemos algunas líneas sobre el paro de hoy (también vamos a ver si algunos amigos de la izquierda sin partido aportan algún comentario).

Pero se me quedó atragantado este asunto: el kirchnerismo logró que sea un mérito mantenerse en principios mínimos, que para las mejores tradiciones del movimiento obrero eran una obviedad. 

Incluso me animaría a decir que en algunos casos liquidó hasta los más elementales valores aprendidos en el barrio...

¿Alguien dijo "transformismo"?

lunes, 25 de junio de 2012

El movimiento obrero en la Argentina: de los orígenes al surgimiento del peronismo ( Charla de lanzamiento completa de la escuela político sindical "Nuestra Lucha")

Realizada el 15/06/2012 en el Sindicato Ceramista de Neuquén, esta charla es un aporte para pensar la cuestión del movimiento obrero en la Argentina, retomando la reflexión sobre los procesos y corrientes previas al surgimiento del peronismo y la vigencia de la lucha por construir un movimiento obrero clasista y antiburocrático.






viernes, 22 de junio de 2012

Tres problemas que surgen de los hechos de esta semana


Sin ánimo de repetir lo que se dijo acá, acá y acá, quisiera repasar algunos temas:

-La respuesta del gobierno frente a la huelga de camioneros marca un salto en la derechización de la política del Estado frente a las luchas sociales: La combinación de denuncia penal por coacción, represión de la policía y gendarmería, utilización de los gendarmes como "esquiroles" para manejar los camiones y multa de 4 millones de pesos al Sindicato, da como resultado un avance clarísimo contra el derecho de huelga y de protesta. Se puede argumentar que hubo represiones peores (es cierto y es más me animaría a decir que los gendarmes estaban un poco asustados de los muchachos de Camioneros que los sobrepasaban en tamaño y exaltación), pero la combinación de todos estos factores, junto con un discurso claramente antiobrero contra el sindicato con más poder de fuego en el país, pone un límite (o intenta ponerlo) de ahí hacia abajo. Si estos métodos bonapartistas se naturalizan, más allá de Moyano, todos los sectores de la clase obrera (empezando por los más humildes, precarizados y empobrecidos) verán empeorar la relación de fuerzas para desarrollar reclamos. Dicho sea de paso, el silencio frente a esta política derechista, demuestra el cinismo de los que apoyan al gobierno "por izquierda". Si en vez de Cristina hubiera sido Macri, se hubieran rasgado las vestiduras contra los "métodos de la derecha". 

-Muchos compañeros que activan o militan en los gremios docentes y estatales, tienden a desestimar el reclamo o las medidas de Camioneros por el carácter reaccionario de Moyano. Otros compañeros enrolados en una suerte de "luchismo a la deriva", se entusiasman con las medidas en un frente único acrítico. Ambas posiciones son erróneas y hace falta debatirlas. Los primeros, acostumbrados a sindicatos con direcciones "centroizquierdistas" que promueven la idea de que ellas mismas no son burocracias, tienen dificultades en distinguir entre la dirección y el interés de las bases. Los segundos, rutinarizados por el sindicalismo, identifican ambos en favor del gesto combativo que la burocracia asume en la coyuntura. Y de esta forma sigue faltando una posición de independencia de clase, que defienda la unidad de la clase obrera pero se delimite de la burocracia. 

-La "posición estratégica" no hace en sí misma una política "hegemónica". Es más, los grandes sindicatos que representan a los sectores más concentrados del proletariado, suelen tener direcciones corporativas e incluso reaccionarias, que se cuidan de utilizar su poder de fuego hasta el final, incluso desde antes del peronismo. Esta es una paradoja del desarrollo del movimiento obrero en la Argentina y no es de fácil resolución. Por su "posición estratégica" Camioneros se parece bastante a Petroleros. Su estructura parece similar: con conquistas corporativas importantes, la burocracia tiene un férreo control al interior del sindicato. Que la base de estos gremios se radicalice y sobrepase a la burocracia, no es algo que va a ocurrir mañana. Pero la falta de influencia de la izquierda sobre estos sectores no se resuelve poniéndole una gorrita a Pablo Moyano. El sindicalismo de base puede "golpear desde fuera", en primer lugar porque está inserto en grandes fábricas pertenecientes a multinacionales (que no paran el país, pero sí hacen un daño importante a grandes enemigos y por esa vía crean un problema político nacional) y en segundo lugar, como mostraron los procesos de Zanon y Kraft, porque al darse una política de alianza con los estudiantes y sectores populares y recoger sus reclamos, puede lograr una legitimación distinta. En cierto modo una política hegemónica no crea una "posición estratégica" pero sienta las bases para la constitución de una fuerza social de importancia estratégica (alianza obrero-popular temida por la burguesía). Una política de plan de lucha de la CGT y la CTA crearía condiciones para una confluencia o por lo menos lucha simultánea de estos distintos sectores de la clase obrera y abriría la posibilidad de que se esboce aunque de forma embrionaria esa fuerza social, posibilidad de la que huye como la peste la burocracia. 

martes, 19 de junio de 2012

Exitoso lanzamiento de la escuela político-sindical "Nuestra Lucha"


El viernes 15/06 realizamos la primera charla de la escuela 
político-sindical "Nuestra Lucha" en el Sindicato Ceramista de Neuquén, convocada por nuestro Sindicato, con la colaboración de los compañeros/as del PTS y el CEPRODH. Un público compuesto por trabajadores ceramistas, papeleros, de aguas gaseosas, estatales, docentes y jóvenes estudiantes secundarios y universitarios colmó la sala para escuchar la disertación de Hernán Camarero, docente e historiador del movimiento obrero e integrante de la Asamblea de Intelectuales del FIT, sobre los orígenes del movimiento obrero en la Argentina y sus experiencias de lucha y organización hasta el surgimiento del peronismo.

Abrió la charla Omar Villablanca, Secretario General del Sindicato Ceramista, quien presentó la iniciativa de poner en pie la escuela político-sindical como parte de la experiencia que viene desarrollando desde hace más de una década el SOECN, resaltando la necesidad de formar a las nuevas camadas de activistas y militantes obreros en el conocimiento de la historia de nuestra clase, que en nuestro país tiene una gran riqueza. Señaló también que esta iniciativa es parte del desarrollo de una corriente clasista en el movimiento obrero, como es la de los sectores referenciados en el periódico Nuestra Lucha, que integra nuestro sindicato junto a los compañeros clasistas del Subte en Buenos Aires, la Bordó en la Alimentación, Gráficos y ferroviarios, los compañeros antiburocráticos del SMATA, las agrupaciones clasistas en docentes y estatales, entre otros sectores.

Juan Dal Maso, del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx e integrante del PTS, resaltó la importancia de esta iniciativa del Sindicato Ceramista para aportar al conocimiento de las experiencias de la clase obrera, que a lo largo de la historia de la humanidad es la clase que ha enfrentado la opresión y la explotación con más persistencia y voluntad, dando lugar a grandes revoluciones y procesos y ha sido la clase en cuya experiencia se apoyó el desarrollo de las teorías del marxismo y el socialismo.

La intervención de Hernán Camarero abarcó la experiencia del movimiento obrero en la Argentina, desde el surgimiento de las primeras organizaciones y periódicos obreros en las últimas décadas del siglo XIX hasta el surgimiento del peronismo, trazando el balance de las cuatro corrientes que influenciaron y jugaron roles de dirección: el anarquismo, el socialismo, el sindicalismo revolucionario y el comunismo. Marcó los aciertos y debilidades de cada una de estas corrientes: la combatividad del anarquismo y su falta de estrategia política; la lucha por un partido de la clase obrera y las limitaciones de la estrategia de reformas graduales de los socialistas, el hincapié puesto en las luchas económicas de los sindicalistas revolucionarios (frente al abandono de estas por el partido socialista) y los límites de su apolicitismo que lo dejó desarmado frente a la política más "negociadora" (sin abandonar la represión) del gobierno de Irigoyen. Y por último, el mérito del trabajo de organización realizado por los comunistas entre los trabajadores con peores condiciones de trabajo y salarios, que tuvo expresión en la formación del sindicato de la construcción y la gran huelga de 1935/36, pero en el marco de una política crecientemente subordinada a los mandatos de la burocracia gobernante en la Unión Soviética.

En todas estas experiencias quedó planteado como un tema de debate el de la relación entre sindicato y organización política y la cuestión de la estrategia que debe darse la clase trabajadora para la lucha contra la patronal y el Estado, dado que mientras se mantengan esta clase dominante y este Estado, intentarán hacer retroceder las conquistas parciales que podamos lograr los trabajadores mediante la acción sindical. Un debate de profunda actualidad, que queremos promover desde el Sindicato Ceramista para continuar con el desarrollo de las ideas y la organización del clasismo en el movimiento obrero.

SINDICATO CERAMISTA DE NEUQUEN

lunes, 18 de junio de 2012

Los muchachos de antes no usaban gomina

Hoy fue un día de modernizaciones compulsivas. En primer lugar, recibí un mail que decía "Alejo Lasa ... (a quien conozco hace quince años) ... quiere que seas su amigo en Facebook", lo cual me hizo sentir más solo en mi abstencionismo respecto de tan prestigiosa red social. Posteriormente, fui a llevar un libro a una fotocopiadora y casi tuve que insistir hasta llegar a Secretario General del SODEN para que unas pibas acepten que las deje pasar antes que yo para sacar unas fotocopias, según ciertas pautas de cortesía que me enseñó mi Vieja. Ahí el resultado fue dividido, una me miró como si fuera un troglodita y la otra me dio las gracias. Zafé, pero se me está cerrando el cerco.

Así que bue, no viene mal un viejo tango de consuelo...


jueves, 14 de junio de 2012

Tearz

A los giles, panqueques y fallutos: Después de la risa vienen las lágrimas....


lunes, 11 de junio de 2012

Una vez más sobre la época, la estrategia y el "anclaje político" de la intelectualidad de izquierda

Este post de Ariel retoma los tópicos que ya planteó en post anteriores y algunos de los cuales sería interesante profundizar o mejor dicho aclarar.
Me parece que la discusión sobre la "época de crisis, guerras y revoluciones" merece una vuelta de tuerca. Aunque ya le había planteado a Ariel que para el PTS, la definición de la época no significa que siempre estemos ante la misma situación (acá cabría diferenciar entre época, etapa, situación y coyuntura, diferencias obviadas por Ariel). Por eso quisiera poner de relieve que en la periodización del Siglo XX, en las elaboraciones de nuestra corriente (elaboraciones previas a este intercambio) marcamos tres etapas distintas: la que señala Ariel como etapa donde las características de la época se desplegaron más inmediatamente (que incluye las dos guerras mundiales, la revolución rusa, la crisis del ’30, el surgimiento del fascismo y el nazismo, la revolución española y otros procesos), que se caracteriza por el enfrentamiento abierto entre revolución y contrarrevolución (aunque hubo desde ya estabilizaciones y momentos de "pacifismo") después la etapa del Orden de Yalta, marcada por el acuerdo a la salida de la guerra entre la URSS y el imperialismo, donde las revoluciones se trasladaron al mundo semicolonial y la burocracia expropió el capitalismo en los países del Este pero con métodos burocráticos -en lo que hemos denominado una forma de revolución pasiva proletaria-. Este orden sufrió un embate fuerte en el '68, donde los procesos de lucha de clases tendieron a unir periferia y centro, pero fue desviado o derrotado según el caso; luego, la larga etapa de la Restauración burguesa, etapa cuyos límites se plantean hoy en torno a la crisis y los nuevos procesos que están surgiendo como producto de esta crisis capitalista mundial que ya lleva 4 años. Para más precisiones, leer acá.

Sumado a esto, quería remarcar que la consecuencia estratégica del "cambio de época" del siglo XIX al siglo XX, expresada en su momento por Lenin y la Tercera Internacional es el fin de las "revoluciones burguesas" (revoluciones acaudilladas por la burguesía contra el viejo orden feudal o aristocrático), las causas burguesas "progresivas" (enfrentamiento entre potencias progresivas y reaccionarias) e incluso las "revoluciones pasivas" relativamente progresivas (modernizaciones desde arriba como en Alemania, Italia y Japón). Esto plantea la necesidad de unir la lucha contra el imperialismo con la de la clase obrera. Es decir que los procesos populares, nacionales, democráticos, del tipo que sean, no pueden consolidar sus conquistas de manera íntegra y definitiva, si no es en una dinámica de revolución permanente que avanza en tareas propiamente socialistas. Eso y no más (ni menos) que eso significa que estamos en la misma época en que vivió Trotsky.

Aclarado esto, me parece importante remarcar que como parte de este contexto de una etapa que parece estar llegando a su fin, en los últimos años (y como decía Bensaïd desde la huelga general francesa del '95) se vienen dando toda clase de procesos, los cuales han pegado un salto a partir de la crisis capitalista en curso desde hace casi un lustro, muchos de los cuales tienen como componente predominante posiciones distintas de las nuestras, pero incluyen elementos de recomposición de la clase obrera en distintos planos, principalmente en las acciones, aunque con limitaciones en el programa y el imaginario predominante (tomas de fábrica con rehenes en Francia para reclamar indemnizaciones).

El problema nuevamente es cuál tiene que ser el rol de la izquierda que se reivindica revolucionaria o anticapitalista. Si nosotros en Zanon hubiéramos hecho lo mismo que hicieron el NPA y LO en la movida de ocupación de fábricas en Francia (quedarse viendo de afuera porque "no había condiciones"), no se podría hablar de los aportes del PTS a esa experiencia, que sin duda, habría sido distinta en muchos aspectos, los obreros se las hubieran tenido que arreglar sin una colaboración bastante importante y nosotros hubiéramos sido un grupo testimonial. Es decir, que la voluntad política de influir y confluir con los sectores de la clase trabajadora que libran luchas en las condiciones actuales, con un programa (¡con perdón!) transicional, hace una diferencia.

Desde este ángulo, la caricatura relativa que hace mi amigo Ariel sobre que nos preparamos tanto para los últimos cinco minutos del partido que no jugamos la previa, me parece que se basa principalmente en un desconocimiento del trabajo real que hace nuestra organización.

La preparación para los momentos de ascenso revolucionario se hace precisamente construyendo una organización en los momentos previos, para lo cual es necesario combinar toda clase de tareas y trabajos. Si así no fuera, en la Alimentación no estaríamos luchando por las reivindicaciones más elementales de los trabajadores y nos limitaríamos a esperar que venga la revolución proletaria o peor aún, haríamos un "sindicato rojo" separado del STIA. Tampoco estaríamos promoviendo desde la Agrupación Negra de ATEN, junto a la Banca del FIT, las agrupaciones que lo integran y apoyan y las seccionales opositoras, el rechazo activo a la ley de Educación del MPN. Esta política de Frente Unico, que permitió empiojarle el panorama al MPN que pensaba pasar la ley como por un tubo es un ejemplo de lo lejos que estamos de la caricatura de una secta que se prepara para una revolución imaginaria, despreciando las luchas reales y concretas, con el nivel de conciencia actual de la clase trabajadora. Creo que esto lo reconoce incluso el mismo sector de ATEN en el que se referenció siempre Ariel (Agrupación Naranja) que manifiesta tener intenciones (con excepción de un sector más antipartido) de hacer un frente con la izquierda (incluido el PTS) para recuperar el sindicato de manos de la burocracia kirchnerista.

Ahora bien, cuando nosotros damos luchas por puntos mínimos o incluso por cuestiones políticas se hace buscando mostrar en cada proceso en que intervenimos la necesidad de una estrategia de "hegemonía obrera", que no interpretamos en clave de dictadura del sector industrial sobre los restantes asalariados, sino como unificación de los distintos sectores de la clase obrera, junto a los restantes sectores populares, para crear una alianza social que permita golpear el poder de la burguesía. En este sentido, planteamos en Neuquén la hipótesis estratégica de unidad de ATEN y el SOECN, siguiendo la lógica de la experiencia realizada por los ceramistas en la conquista de apoyos de otros sectores de trabajadores y sectores populares.

Si fuéramos un partido sectario y mal ubicado en la realidad histórica actual, como dice Ariel. ¿Cómo se explica que a diez años del 2001, la mayoría de los movimientos de izquierda autónomos o independientes (que tienen clarísimo que estamos en otra época y no se aferran a dogmas ni fetiches organizativos) fueron fracturados por el kirchnerismo, apoyan más o menos a gobiernos burgueses "progresistas" como el de Chávez o Evo y se encuentran por fuera (con excepción de algún sector estatal o docente) del principal proceso de recomposición obrera, que es el sindicalismo de base? ¿Por qué el PTS pudo empezar a pesar ahí y los demás no? Mi respuesta es: porque tenemos una estrategia de poder obrero (que presupone como requisito previo un rol de liderazgo de la clase obrera en una alianza obrero-popular), un programa que se basa en las experiencias históricas del proletariado y la voluntad (encarnada en una militancia que incluye dirigentes obreros trotskistas) para hacerlo confluir con los sectores de la clase trabajadora que se foguean en los combates actuales, contra la patronal y la burocracia y van haciendo una experiencia con el gobierno. Sin estos elementos, creo que es muy difícil incluso librar positivamente luchas reivindicativas parciales (y por eso los reformistas, paradójicamente, terminan siendo los sindicalistas menos efectivos).

En este sentido, y en consonancia con lo que plantea Fernando Aiziczon
acá, creo que un sector de la intelectualidad de izquierda relacionada con el FIT tanto como con la izquierda "independiente", tiene una cierta crisis de "anclaje político". Parte de un "espíritu de época" en el que primó lo que se conoce como "el grado cero de la estrategia". No simpatiza mucho con los partidos que componen el Frente, pero a su vez no tiene otro interlocutor que sea claramente superior o genere reflexiones más productivas. Y sobre todo, no tiene una estrategia alternativa en la práctica a la que plantea el PTS. Porque incluso si tomáramos como propia la estrategia de largo aliento que plantea Ariel, más cercana a la "guerra de posición" (que para Gramsci requería una "concentración inaudita" de hegemonía) esta tarea "acumulativa" no podria llevarse adelante, en razón de los enemigos que enfrentamos, sin un trabajo como el que hoy desarrolla el PTS, pero multiplicado.

jueves, 7 de junio de 2012

Efecto placebo (O la dulce tiranía de una época “incierta”) - Fernando Aiziczon

Posteo una nueva contribución de Fernando Aiziczon al debate.

Va una imagen (y conste que digo “imagen”): hace unas semanas comenzó a circular la versión de que uno de los candidatos presidenciales sería nada menos que Máximo Kirchner, sí, el hijo de Él y Ella. Obviamente, su trayectoria política es Mínima, pero aún así, y por una cuestión dinástica muy a tono con estos tiempos (¿?), no resulta un disparate pensar que ocurra… aún diez años después del “que se vayan todos”. Otra imagen: la CGT y su futuro a corto plazo nos presenta las siguientes estrellas estelares: Moyano, Caló, Barrionuevo, Daer. Allí hay desde ultraburócratas sexagenarios con todo tipo de pasado, hasta sospechados de participar en la Triple A; a ellos poco les importa ese pasado, por supuesto, el punto es dominar la central obrera más poderosa y estructurada de Latinoamérica. Ni qué decir de la Imagen-Scioli y su legítima aspiración presidencial.

Sé que estos ejemplos abundan y molestan cualquier discusión como la que venimos sosteniendo, pero hay que decir que ésta es la real realidad, una realidad que aburre y espanta por su monotonía, que nada tiene de nuevo en su lógica final y que para colmo de colmos reenvía a una imagen inmune al paso del tiempo: el peronismo (y por si dudan, ahí están los “putos peronistas” simulando un aggiornamiento de época).

Está claro que en determinadas épocas históricas hay que realizar enormes esfuerzos físico-mentales para mantenerse en pie sobre el mundo si es que se pretende dedicar algún tiempo a modificarlo, tanto porque se lo considera injusto como porque no nos cierra su “lógica”. Pero parece también que hay que tomarse las cosas con calma. Paciencia. Todo a su tiempo y en armonía, decía el general. De resultas, mientras unos desempolvan siglos en acalorados e interminables debates (interminables por definición, o terminables por cansancio), otros hablan de lo que creen que hoy sucede sin lograr coincidir en el punto central, que es tan viejo como la aspirina (apenas opacada por la cuestionable novedad del ibuprofeno): ¿Qué hacer?, pregunta eterna si las hay. Lenin decía masomenos que la organización es poder. Trotsky, que el quid de los que luchan para derribar al capitalismo son sus problemas de dirección, y Gramsci que las clases subalternas nunca cierran una historia propia ni una “cosmovisión” unificada sino que están libradas a la fragmentariedad de sus recuerdos y a la arbitrariedad del sentido común dominante, ése que ordena hace siglos, por ejemplo, la sacrosanta reverencia a la propiedad privada. Uso el “masomenos” adrede; la precisión de las citas poco me interesa y más bien me aburre cuando se convierte en un ejercicio de esgrima. Igualmente estéril me parece especular hoy sobre las intenciones o justificaciones de los bolcheviques en tal o cual súper preciso momento de aquella excepcionalísima historia. Esa querella no soluciona nada, ni se va a solucionar. Por lo demás, y sin menospreciar a nadie, en varios escritos que publiqué, me ocupé de historizar y explicar –eso sí, “científicamente”- por qué algunos conflictos van para un lado y no para otro. Que alguien diga: ¡al fondo a la izquierda!, en estos tiempos desérticos, ya es mucho. 

Está claro también que la época actual se encuentra bañada de una suerte de posmodernismo espeso que lejos estamos de ver retroceder o desaparecer; al contrario, si el neoliberalismo comenzó a tallar a fines de los ’60 para alcanzar su cénit durante los ’90 continuándose con menos fuerza hasta hace unos pocos años, no tendríamos entonces que suponer ingenuamente que el fenómeno posmoderno ya pasó. Los valores culturales, las subjetividades políticas o las “concepciones del mundo” son cosa de largas décadas (cuando no de siglos), y por eso mismo es que también lo que emerge con ropaje novedoso no puede sustraerse de acudir, inconscientemente, a los fantasmas del pasado, aunque de ellos reniegue en voz alta. Del “Dios ha muerto” al “contra el método”, del “relativismo” al “situacionismo”, cientos de enunciados trataron heroicamente de salirle al cruce a la objetividad, a la cruda realidad, a la esquiva interpretación de las cosas, al clima de época o la conciencia de las personas. Por eso hoy tenemos un bricolaje de perspectivas acumuladas donde conviven, chocan y se superponen creencias místicas, científicas y políticas de toda calaña. Sin embargo, todo esa mèlange se puede borrar tranquilamente de un plumazo: sólo hay que esperar una ley SOPA que restrinja las opiniones políticas en los blogs y ahí sí que vamos a estar fritos buscando la “caracterización” contemporánea.

La “definición del sujeto” que reclama Octavio Crivaro se mide en este difícil escenario, donde el pensamiento políticamente correcto –de izquierda a derecha- nos enseña que más que sujetos hoy tenemos que hablar de “sujetxs” (esto ya lo dije, y “entrecomillado”, sino, no vale), cuya traducción política más salvaje es: “basta de hablar de obreros”. Igual sucede con la “no delimitación” del Estado (o de cualquier otro referente), pues para la subjetividad actual, posmoderna, “delimitar” es confinar, recluir, castrar. Con ello se olvida algo que todo ser humano hace para vivir y significar su mundo: definirlo-aprenderlo-modificarlo, pues aunque lo que se delimite sea en base a lo “indeterminado”, se trata al fin de cuentas de la misma operación intelectual de la cual nos resulta hoy por hoy imposible escapar. 

Así las cosas, es obvio que las nociones a las que remiten palabras como Partido, guerras, revoluciones, o peor aún, “soviets”, resultan para muchos exoticidades anacrónicas que no obstante pueden armonizar en el bricolaje posmoderno. De allí la urgencia, que considero de primer orden, en avanzar y clarificar qué significa hoy recuperar los “soviets” o el “leninismo”, por una parte, y evitar, por otra, malos entendidos, como aquel que supone que estamos hablando entre mentes cerradas, estrechas y preparadas para el combate, nada menos que en un blog. 

Con todo, podemos seguir eternamente discutiendo estas cosas, en eso consiste la tónica de los tiempos que corren. Parece que volcarse a transformar la realidad es un mero ejercicio de búsqueda de conceptos adecuados al presente, o quizá otro postulado teórico, tal como Alex Callinicos define a la condición intelectual posmoderna: un fenómeno teórico anclado en la superficialidad del pensamiento actual. Lo posmoderno, y aquí está su gran contradicción interna y oculta, es incomprensible si no se habla en simultáneo de Revolución: pero de su imposibilidad, claro está, imposibilidad hasta de pronunciarla: ¿cómo se pronunciaría “Revolucixn”, incluyendo las comillas tan a la moda? 

No se trata de postular ningún objetivismo arbitrario, ni de usar marcadores fosforescentes para señalar el camino, iluminándolo. Tampoco de practicar un principismo a prueba de sordos. Mucho menos de ponernos de acuerdo en qué fue lo que realmente sucedió aquí o allá mediante un despliegue escolástico. Se trata simplemente de replantear si no estamos realmente pudriéndonos en un mundo donde los trabajadores (hombres, mujeres, trans, niños, niñas, negros, amarillos, etc.) siguen muriendo su vida por otros; donde la “cosa” política se define entre elecciones y bombas, donde el Amo supremo de las vidas es el Capital, donde el código de barras de nuestras vidas lo sella el Estado, y donde la educación enseña y dirige por dónde se debe pensar el mundo, aunque sin decir lo de recién. Intervengo, luego existo. O me intervienen, y luego intento existir.

Imagino que coincidimos -en este reducidísimo terreno bloggero- con el anterior párrafo. Pero hay un vacío tremendo que no se rellena porque, creo, nos entrenamos en desplegar con alta maestría nuestras diferencias (por escrito u oralmente), diferencias que consideramos, desde ya, importantísimas para nuestras vidas. Esas diferencias son en lo esencial, distintas creencias: a) nos volcamos a construir una herramienta política concreta para dar la lucha por dar vuelta el mundo de manera urgente (está claro que no es una herramienta para jugar al yenga con Obama, sino que se trata de, por lo menos, un Partido), ó, b) nos dedicamos a caracterizar la etapa actual (que es distinta a la anterior, pero no sabemos bien en qué, más allá de decir que es “compleja” o que “no es la misma”) para mejor comprender cuál herramienta (si es que de eso también se trata, porque no todos en la izquierda independiente estamos pensando en eso) y cuál estrategia sería la más adecuada en algún momento que sería aparentemente más propicio que el actual…Uff…

Por mi parte, creo que la opción b) es, a esta altura del partido, ingenua, justamente por la presencia edulcorante de la posmodernidad en nuestras venas: ¿cuándo, quién, cómo y por dónde se planteará la salida? La opción a) no garantiza éxito alguno, pero aunque sea marginal (y sobre éste punto es necesario decir claramente que nadie milita ex profeso para sostener semejante condición… sabemos que ser masivo es una cuestión de consumo y de recursos, y no de voluntad), digo, esa opción “marginal” no está para nada reñida con la época actual, al contrario, quizás esté en algunos aspectos demasiado pegada a ella. Yo creo que el sindicalismo clasista –muy joven y con grandes enemigos enfrente- es de los pocos actores que le pone el cascabel al gato y denuncia sin pelos en la lengua la miseria de este modelo, dándole la pelea en sus mismas entrañas. Lo mismo con las denuncias que salen a flote con el escandaloso Proyecto X, que demuestra muy a las claras sobre quiénes se descarga la represión estatal. Y no pretendo caer en la contraposición de ejemplos en defensa de tal o cual posición, pero lo que yo nunca diría, es que ahí subyace una inadecuada comprensión de la realidad. Diría todo lo contrario. Incluso la posibilidad de éste debate, en éstos términos y con éstos compañeros, es una muestra terminante de con quiénes podemos avanzar en una comprensión compartida de estos tiempos, aunque no coincidamos en todo.

Por esto último yo me animaría a sumar a todos estos planteos, a veces conectados, a veces no, algo así como el megatabú de los tabúes, el más esquivo, odiado, repudiado y a la vez incomprendido e ignorado dentro del lenguaje de la política clásica: el de la “dirección” ¿Qué es la dirección, esa (mala) palabra a que recurre la más conocida (y trillada también) tradición trotskista, aunque parecen todos comprenderla de manera distinta? A mi entender, dirección es tanto el planteo de una meta clara a conquistar, como la única manera de evitar la deriva humana, librada, qué duda cabe, a las fuerzas del capital. Y no me produce ningún efecto de atemporalidad estudiar el Programa de Transición, al contrario, hasta me permito hacer de él una lectura particular pensando si realmente no hay algo semejante a una crisis de dirección entre nosotros, pero no de quien dirige, obviamente, ni tampoco si dirigir “está mal”, sino de hacia dónde vamos, o hacia dónde le decimos a nuestros compañeros que podríamos ir. 

(Hablando de señalar caminos: en la fábrica de cerámicos de la que siempre hablo y sobre la cual escribí, la patronal sí que marcaba el camino por donde los obreros debían circular, y no sólo por cuestiones de “seguridad” –cuestiones que en realidad la patronal siempre obvió-, sino también para evitar el contacto entre trabajadores). 

martes, 5 de junio de 2012

Para continuar el debate (Ariel Petruccelli)



Va intervención de Ariel, en respuesta a algunos planteos míos y de otros compañeros.

Un debate oral iniciado de la manera más casual en Neuquén, sorprendentemente  (al menos para mí) ha desatado en el lapso de una semana una gran cantidad de intervenciones, en al menos tres sitios web. A los post de Juan Dal Maso y míos (que despertaron variados comentarios de participantes en los foros) hay que agregar la siguiente serie de post: una intervención de Fernando Aiziczon titulada "¿Cuál ortodoxia?", un extenso artículo ("Sobre épocas, revoluciones y partido: un debate con Ariel Petruccelli") escrito por Cecilia Feijoo y Demian Paredes y publicado en el blog del IPS, y otro extenso trabajo de Eduardo Castilla, publicado en el blog Apuntes de Frontera. A esta altura son tantas las cosas debatidas, tantos los frentes abiertos, que se me hace difícil figurarme cómo podría un lector ajeno a quienes participamos en estos intercambios seguirlos productivamente. Y más aún, me da la sensación de que las cosas que se están poniendo en juego son de tal magnitud, que el soporte de post en la web ya no es el más adecuado. Había preparado un escrito más extenso, pero de común acuerdo con Juan he decidido presentar una versión más breve, tratando de facilitar la lectura y seguimiento del debate.

Volveré a concentrarme en el que creo es el nudo de la cuestión: la caracterización de la etapa histórica que atravezamos y, en consonancia con ello, las vías factibles de lucha anti-capitalista. No quiero con esto menospreciar los puntos que trajo al debate Fernando Aiziczon: los vicios de la ortodoxia anti-ortodoxa que pueden prevalecer en ciertos grupos de la llamada nueva izquierda, o las falencias del quehacer intelectual académico. En cuanto a lo primero, hace ya varios años publiqué en algún viejo Rodaballo una extensa critica a John Holloway, y también expuse por escrito mis reparos respecto a los planteos de Negri y Hardt, aunque tomé distancia de lo que me parecieron críticas demasiado fáciles y simples a sus posiciones, como las de Atilio Boron. En cuanto a lo segundo, recientemente publiqué en Debates Urgentes lo que creo es una crítica bastante fuerte a las prácticas académicas, en tanto que a Laclau (el pensador a que hace referencia Fernando) le he dedicado tres capítulos de mi último libro: El marxismo en la encrucijada. Tampoco quiero hacer a un lado los planteos de Castilla respecto a los soviet, la democracia proletaria y la revolución. Pero un tratamiento mínimamente adecuado de esta cuestión implica, a mi juicio, un debate aparte. Así que tomaré del extenso escrito de Castilla sólo un par de cosas, que me servirán de trampolín para discutir las afirmaciones que iniciaron este intercambio polémico. Afirma Eduardo Castilla: 

"La prohibición de fracciones y partidos de oposición fue una medida excepcional tomada en el medio de una crisis social y política enorme. Precisamente por ello no puede ser elevada a norma absoluta como han intentado mostrarla muchos detractores de la revolución rusa".

Este brevísimo pasaje es a mi juicio muy revelador. Y lo es sobre todo porque lo que aquí expresa Castilla es una idea, o mejor, un enfoque, dominante en la tradición trotskysta, sobre todo en Argentina. La prohibición de las fracciones fue una medida excepcional. Bien. ¿Excepcional en relación a qué? ¿A los otros casos empíricos de revoluciones? ¿o en relación a las intensiones o ideas de los Bolcheviques? Si se trata de lo primero la afirmación es ciertamente falsa: ni en Mongolia, China, Polonia, Yugoslavia, Rumania, o Cuba (y se podrían agregar otors casos) ha habido libertad de tendencias. Pero si se tratase de lo segundo, entonces lo que emerge es claramente un enfoque idealista: comparar hechos con intensiones. Cuando Marx sostenía que ningún grupo podía ser juzgado por sus intenciones o por lo que afirmaba de sí mismo, está claro que no se excluía de esa norma: a los revolucionarios nos caben las generales de la ley.

Sobre el final de su texto Castilla sostiene:

"estamos viendo los límites de ese período, lo cual puede hacer que los valores algebraicos de la época de crisis, guerras y revoluciones, empiecen a concretarse bajo otros parámetros".

Llegamos, pues, a lo que considero el nudo de este intercambio: ¿estamos o no estamos en una época de crisis, guerras y revoluciones? Ya he dicho que esa frase me parece vacía si no se la define: sería aplicable a cualquier momento de los últimos trescientos o cuatrocientos años. Juan Dal Maso interpreta  equivocadamente mis dichos, y por eso afirma:

"La explicación de Ariel (tipo teórico del Sistema-Mundo) de que siempre hubo crisis, guerras y revoluciones, desconoce precisamente esta definición estratégica fuerte del marxismo clásico respecto de la época que se abre con el Siglo XX, que a diferencia del Siglo XIX en que la clase obrera llevó adelante una experiencia de tipo acumulativo, se plantea el problema de la toma del poder, lo cual no debe ser entendido como una constante para todo tiempo y lugar, sino en un sentido histórico general, que el pensamiento estratégico hace concreto en el análisis de cada proceso o situación específica."

Juan interpreta mi crítica a un noción ambigua de la categoría "época de crisis, guerras y revoluciones" (que la tornaría aplicable a casi cualquier período) como una defensa de esa concepción. Que no desconozco la época abierta a comienzos del siglo XX  creo que se hace evidente cuando afirmé que, a falta de precisiones conceptuales de parte de los defensores de la caracterización en cuestión, podíamos tomar el atajo teórico considerar al período que va de 1914 a 1938 como definible como una época de crisis, guerras y revoluciones, tal como lo hiciera la Internacional Comunista en algunos documentos o el propio Trotsky. Y lo que sostuve es que, si al período 1914 - 1938 (o 1900 - 1950) se lo podía considerar como de guerras, crisis y revoluciones, resulta absurdo mantener la misma definición para una situación tan obviamente diferente como la que vivimos en las últimas décadas. Eso no quiere decir que en nuestra época no haya guerras, crisis o revoluciones. Significa que son otro tipo de guerras, que las crisis se procesan de diferente manera y que las revoluciones, si habrá de haberlas, serán diferentes en sus dinámicas y (lo deseamos todos fervientemente, no?) en sus resultados. A partir de aquí se deriva la necesidad de pensar las vías estratégicas, organizativas, tácticas, etc. que podrían hacer posible una revolución socialista en nuestros tiempos. Y lo que impliqué es que las organizaciones, las estrategias y las tácticas inspiradas en el trotskysta programa de transición ya no eran adecuadas (en el caso, por cierto muy dudoso, de que alguna vez lo hayan sido). Ninguna de estas afirmaciones es desmentida, como cualquiera podrá apreciar, por los ejemplos que se trajeron a escrutinio: el golpe de Estado en Honduras, el 40 % de votos de la bordó en alimentación o la muy buena perfomance del PTS en Zanón (pero no en ATEN, que está en la misma provincia y es el sindicato con más días de huelgas, piquetes y represiones sobre su lomo, pese a lo cual la lista negra del PTS es una de las que concita menores apoyos). Está claro que en todos estos casos se trata de eventos puntuales, de muy pequeña escala y hasta ahora claramente excepcionales. Desde luego: toda regla tiene sus excepciones. La cuestión, pues, no es hallarlas, sino demostrar que mi caracterización falla en detectar las tendencias generales (que es lo único que se le puede pedir).

Cecilia Feijoo y Demian Paredes escriben:

"cuando la Comuna de París fue derrotada, ni Marx, ni Engels por un lado, ni Luxemburgo, ni Lenin, ni Trotsky antes del “triunfo” de 1917 pensaron que ese cambio de situación que abrió la derrota de la comuna significaba el abandono de esos fundamentos; justamente por eso mismo existió bolchevismo y espartaquismo. A pesar de no abandonarlos percibieron que se estaban produciendo enormes cambios en la historia del capitalismo y en la lucha de clases a inicios del siglo XX, una nueva época de nuevas experiencias. Estos cambios suscitaron enormes debates teóricos y políticos, nuevos supuestos teóricos avanzaron enriqueciendo “el pasado”.
Estos marxistas tampoco se impacientaron ni creyeron que los lineamientos marcados por el Manifiesto Comunista habían caducado íntegramente porque habían pasado 69 años –o 72 años como hace Petruccelli respecto al Programa de Transición–, porque el tiempo no puede tener una lectura lineal ni expresarse como corte “limpio” de tijeras. También porque las modificaciones que se produjeron con el inicio de la época imperialista no liquidaron las conclusiones teóricas fundamentales que había extraído Marx en el siglo XIX. Sino más bien fueron reforzadas modificándolas, enriqueciéndolas, en parte. Por ello preguntamos ¿qué terminó en la comuna y qué comenzó? Del mismo modo, en la actualidad, ¿qué terminó con la restauración capitalista en Rusia y China y qué comenzó?"

Me sorprende que me reprochen impaciencia, justamente a mí, que hace años que vengo sosteniendo que no están dadas las condiciones (no sólo económicas, repárese en esto, sino sobre todos culturales y políticas) para una revolución, y que por ello hay que construir pensando en plazos largos, incluso muy largos. Y me sorprende sobre todo cuando he tenido muchas veces que soportar justamente la falta de paciencia de muchos militantes del PTS y de otros partidos que parecen pensar que los destinos del proletariado universal se juegan en cada huelga. Saludo, en vista de estos antecedentes, el respetuoso debate que ahora estamos teniendo. 

Toda la historia del marxismo es una historia de revisiones parciales y construcciones relativamente novedosas. Creo que está claro que, al menos yo, no estoy planteando la caducidad del marxismo: sería francamente absurdo de alguien que ha escrito y publicado tres libros defendiendo y procurando desarrollar al materialismo histórico y a la teoría marxista. Bien o mal, estoy intentando hacer lo que el marxismo debiera hacer siempre: adaptar su práctica a las nuevas condiciones, sin abandonar los objetivos finales. Por último, a la pregunta sobre qué terminó con la Comuna remito a los textos de Marx y de Engels al respecto, y en cuanto a la segunda pregunta, entiendo que ha terminado la época en que se podía pensar que el socialismo era cuestión de tomar el poder y después ver (las cosas resultaron ser mucho más complejas); terminó la época de la construcción y consolidación de las fuerzas revolucionarias por fuera del sistema político-económico del capital que caracterizó a todas las revoluciones triunfantes del siglo XX (un exterior político como la clandestinidad que imponían los estados absolutos o las dictaduras militares, el afuera geográfico en que operaban las guerrillas, o la exterioridad económica de la autonomía productiva campesina); terminó (en realidad esto debió terminar mucho antes) la primacía de la guerra de maniobras (si se me permite este término tan ambiguo) por sobre la guerra de posiciones; terminó la credibilidad o factibilidad de todo socialismo desarrollista o productivista, a la luz de la nueva situación ecológica ... y terminaron muchas otras cosas, aunque con estas creo que ya tenemos bastante. En cuanto a lo que está empezado ... bueno, de eso es lo que se trata, pero nunca podremos verlo o construirlo si pensamos que no ha cambiado nada.

Como podrá apreciar cualquiera que haya seguido los textos del presente debate (y la idea se refuerza mucho si sumamos los comentarios en los foros), se reivindica un partido cerrado, claramente demarcado de otras corrientes, bien centralizado, etc., supuestamente preparado para los momentos en que la situación mundial de crisis, guerras y revoluciones haga estallar una convulsión revolucionaria en la que se produzcan rápidos virajes, cambios repentinos, giros abruptos. En fin, un supuesto partido de combate preparado para las épocas de tormenta. Ahora bien, como cualquiera sabe: tormentas de ese tipo han pasado sin que los partidos que a lo largo de décadas se estuvieron preparando pudieran hacer nada. En nuestro país basta con remitir a 1989 y  2001. ¿Casualidad? ¿Mala fortuna? A mi juicio no. Creo que lo que subyace es una inadecuada comprensión de la etapa actual y de los nuevos mecanismos de control social, creación de subjetividades, desarrollos culturales, etc, del capitalismo de nuestro tiempo. Espero se me permita una analogía basquetbolística. Como sabrán los aficionados y aficionadas a este deporte, muchos partidos suelen definirse en los últimos segundos por medio de jugadas trabajosamente preparadas. Ensayar esas jugadas, prepararse intensamente para ellas, es fundamental ... pero a condición de que el equipo haya hecho todo lo necesario (en lo físico, lo táctico y lo estratégico) a lo largo de todo el partido como para llegar a los instantes finales en paridad. Si se llega al minuto final 20 puntos abajo no hay jugada que valga. Bueno, yo tengo la sensación de que el PTS y otros partidos de la misma tradición viven preparándose para la jugada final, sin percatarse de todo lo otro que hay que hacer para que, así sí, esa preparación específica sirva para algo. 

Obsérvese lo siguiente. Si fuera fundamental prepararse para los momentos de bruscos virajes y cambios políticos, sería bueno tener alguna claridad al menos sobre la magnitud de tales cambios. De una fuerza política que pasara, digamos, en el lapso de unos meses, de tener la adhesión de un 20 / 25 % del electorado a tener un 40 / 50 % podría decirse con rigor que ha dado un brusco salto, que ha tenido un crecimiento explosivo (porcentajes semejantes, en el peso de una persona, obligarían a que un médico tome cartas en el asunto, y en el caso de un cáncer lo colocaría en la categoría de fulminante). Lo mismo podria decirse de una fuerza que organice a la cuarta parte de los trabajadores y pasara a organizar a la mitad. Cambios de esta envergadura son ciertamente abruptos, y sólo pensables en épocas de fuerte convulsión social. Aún así son virajes dentro de un rango medianamente posible. ¿Pero será posible un cambio brusco que entrañe que una fuerza pase en breve lapso de concitar las simpatías de un 2 o un 3 % a tener la adhesión de una mayoría? A mi no me lo parece, y si hubiera algunos casos históricos en los que las cosas parecieron ocurrir así, es obvio que los mismos se dieron en contextos en los que las mayorías campesinas carecían casi por completo de vida política (con lo que ciertos cambios mucho más rápidos eran más viables que en contextos de mayorías populares con culturas y tradiciones políticas sedimentadas) y, por cierto, dieron lugar a formas muy autoritarias de socialismo que hoy, creo, nadie querría emular.

Ahora bien, de tanto insistir y concentrar esfuerzos en construir ese órgano partidario capaz de golpear como un solo puño, las otras tareas no sólo son minusvaloradas, sino que muchas veces el accionar de los partidos termina socabándolas. Una prueba de esto es su incapacidad para trascender los marcos de la más estrecha marginalidad política. Podría ser que las condiciones objetivas impidan el crecimiento de una fuerza revolucionaria de fuste por lustros, que es lo que tiendo a pensar, y por eso mismo mi orientación estratégica es diferente. Pero no es esto lo que sostiene el PTS, entre otras cosas porque lo mismo no encaja con el diagnóstico de que estamos en una etapa de crisis, guerras y revoluciones. Pero si en verdad lo estamos, ¿por qué no se cosechan los frutos?. La insistencia en el puño, creyendo que así se golpeará más fuerte, termina haciendo que se olviden otros elementos de la lucha de clases. Uno es que quizá no sea siempre lo mejor jugarse todo por el todo a golpear con un solo puño: puede ser mejor pegar también con las rodillas, los codos, los pies y, sobre todo, con la cabeza. Pero incluso para gopear con un sólo puño con verdadera eficacia y dureza, además del puño bien cerrado, hace falta desplazamiento de piernas, giro de cadera, potencia en los brazos. Hasta que no tengamos todo esto, nuestro puño será impotente. Pero para tenerlo, creo, son necesarios otros métodos de construcción, otra cultura militante, otros diagnósticos de la realidad, otras concepciones estratégicas ... y un lento y tortuoso proceso de reconstitución de la clase trabajadora, de todos los grupos oprimidos y de los grupos de militantes revolucionarios, al que poco favor se le hace soñando con cambios tan pero tan bruscos que se tornan inverosímiles.

Quizá tenga razón Juan cuando señala que debates como los que estamos sosteniendo acaso sean irresolubles por el simple expediente de apelar a argumentos: habrá que ver los resultados efectivos de las corrientes (intelectuales, sindicales, políticas) que cada análisis ayuda a impulsar. Pero en tal caso: ¿qué demostración práctica sería concluyente? Parece obvio que, como mínimo, ninguna experiencia sería concluyente hasta que algunos de nosotros sea capaz de hacer una revolución y garantizar que la misma siga un curso más o menos aceptable. ¿Significa esto que estamos obligados a optar en medio de la más absoluta incertidumbre? Creo que no, creo que toda opción política entraña una cuota de incertidumbre importante  y que, si somos honestos, casi siempre tendremos varias opciones igulamente legítimas ante nosotros ... y deberemos optar por una (pero, ¡qué bueno que sería haerlo sin demonizar a quienes eligen otras!). Sin embargo, las descripciones factuales e incluso las explicaciones causales de los procesos no están sujetas a una incertidumbre tan grande. y en este terreno, creo que las descripciones de Juan no son sostenibles empíricamente. Abundando. yo acepto que el desarrollo de lo que se ha dado en llamar imperialismo supuso un cambio de magnitud a fines del siglo XIX y comienzos del XX, pero que hoy estamos en otra situación, que comenzó en realidad mucho antes de la caida de la URSS, pero que este suceso y los posteriores han tornado cada vez más visible. Las especificidades de tales cambios es motivo legítimo de discusión, pero, a mi juicio, suponer que las cosas son más o menos como las que Trotsky tenía ante sus ojos en los años treintas es empírica y conceptualmente una concepción errónea. 

Yo no niego ni he ocultado nunca las falencias de quienes iniciamos un camino de revisión de las prácticas dominantes en la izquierda partidaria, sobre todo trotskysta: dificultades para sostener el tesón militante, desconcierto sobre cómo construir modelos organizativos alternativos, en algunos casos pérdida del horizonte revolucionario, etc. Pero entiendo que era y es indispensable asumir que nuestra época es profundamente diferente  las que vivieron todas las figuras y organizaciones en que nos referenciamos. Lo cual, después de todo, quizá no sea tan malo: a la luz del triste final de las experiencias revolucionarias del siglo XX, el que estemos ante una situación diferente puede ser más bien promisorio ... a condición de que seamos capaces de captar los desafíos de tal época y de constituir una fuerza política, cultural, reivindicativa y política capaz de amenazar seriamente al capitalismo

lunes, 4 de junio de 2012

Balance del 2001, izquierda y estrategia (Octavio Crivaro)

El amigo Octavio, que tiene La Troska Rosario en reparación, me envió este texto, para continuar la reflexión sobre la cuestión estratégica....

Muy Interesante el balance del 2001 que hace Fernando Aiziczon. Me gustaría agregar, siendo adrede esquemático: la izquierda en general, al encarar una “situación extraordinaria” abierta por jornadas revolucionarias careciendo de una estrategia, perdió el rumbo. Naturalmente, pensar en estrategia implica, en primer lugar, definir sujetos, optar los lugares de acumulación y sobre todo, pensar el tipo de bloque (y hegemonía) para resolver a favor de los trabajadores y el pueblo la crisis revolucionaria en particular, y la resolución de los problemas “populares” en general. Tanto la izquierda que reivindicó al piqueterismo (PO y su fracción RyR) como las que reivindicaron a los MM.SS. (en ese entonces MTD y otros) partían de asumir como algo dado (que no podía combatirse, en última instancia) la división entre ocupados y desocupados que había provocado el menemismo. En ese sentido, fueron inconsecuentes o directamente no se propusieron una estrategia de unir a los diferentes grupos en que se encuentra dividida la clase trabajadora, y de pelear por una alianza entre la clase obrera de conjunto con aliados populares (el movimiento estudiantil, por ejemplo). No olvidemos que definir el sujeto en función de un método (el piquete) sin criterio de clase, llevó a corrientes a reivindicar a Nito Artaza y a Blumberg.

Otro aspecto de esta falta de estrategia, aparte de la definición del sujeto y, por consiguiente, de los centros de gravedad de una estrategia anticapitalista, es la relación con el estado. Por poner el ejemplo de la izquierda independiente, creo que compró una de las tesis centrales que el kirchnerismo usó para exorcizar al 2001: “ahora la política central es la del estado, no la de las calles”. Hubo una adaptación a la política de pasivización. Por eso desde ese momento se trata para ellos de medir con una regla si “X” medida oficial es buena, muy buena, buena pero insuficiente, genial pero parcial, o directamente genial. Pierden de vista que cada medida o concesión no se la puede medir cuantitativamente (si se acerca en u 20%, 40% o 51% a lo justo), sino que hay que analizar que cada medida es una ficha en un trablero donde la clave, como creo que dice Fernando, es limpiar las calles, reconstituir el estado, relegitimar al capitalismo. Así, atrás de YPF se esconde Exxon. Derás de los juicios a cuentagotas a genocidas, se agazapa el financiamiento y uso de las policías. De allí que los Qom, los Mariano, “van de suyo”.

Con la misma (no) delimitación del estado, otra izquierda (MST) llevó al paroxismo las definiciones ya erróneas del morenismo y terminó oponiéndose al gobierno pero no al estado, ni menos a sectores concentrados de capitalistas que eran “opositores”. Los compañeros arribaron a un extraño bloque popular (maoísta, menchevique o estalinista) ya no con “campesinos” sino con la oligarquía concentrada de dos o tres apellidos.

Todas estas desviaciones políticas (algunas de ellas insólitas) tienen sus raíces bien clavadas en la ausencia de una estrategia y en el eclecticismo o directamente desprecio teórico. ¿Se puede reivindicar a la izquierda nacional sin sacar el balance de “la” Izquierda nacional y su incorporación al peronismo? ¿Se puede adoptar teorías movimientistas o populistas desconociendo los debates hechos por los protagonistas de una revolución obrera en un país con ínfima minoría obrera (Rusia)? O: ¿se puede militar en Argentina sin hacer un balance pormenorizado de la época que va desde 1969 hasta 1976, cuestión que esquiva el 90% de la izquierda argentina? Mmmm…

Sobre la “nueva ortodoxia” (me gusta esa definición): el rechazo a la forma partido en el 2012, es gracioso. En el 2002 Holloway sintetizó definiciones alternativistas, de compañeros que creían genuinamente en la organización paralela, al margen del estado. Los MTD, que aglutinaron una importancia y valiosa militancia juvenil, y que protagonizaron luchas importantes, fueron una expresión local de esta ideología que respondía sintomáticamente a la eclosión (derrota) de un gran partido que dirigió un estado que expresó el poder de una clase despojada, pero que fue degenerando hasta convertirse en su opuesto, aunque sacando conclusiones erróneas, creo.

Como pasó en Rebelión en la granja, los cerdos se pusieron de pie y el estalinismo llevó a la restauración del capitalismo. Cae el muro: el neoliberalismo como la más grande ideología triunfalista burguesa, fue la partera del antipartidismo y, más en general, de la reacción contra la izquierda. El autonomismo, creo, fue un intento de adaptar esta ideología de la derrota a las condiciones creadas por los primeros pasos de nuevos movimientos de trabajadores y explotados.

Frente al fracaso o el freno de revoluciones burguesas, nadie pretendió sugerir que el capitalismo estaba perimido. Pero como la historia es menos ecuánime con los ensayos de los explotados, una experiencia hermosa que antes de degenerar logró conquistas políticas, sociales y culturales inéditas, fue tirada a la basura sin más (con sectores de la izquierda, lamentablemente, aceptando esto). Juan sabe que militar en un partido, trotskista, que encima reivindicaba el potencial revolucionario de una clase cuya existencia era discutida por “teologos sociales”, no era fácil. Fue una ardua batalla teórica que hicimos, mal o bruscamente, pero que no hacerla nos hipotecaba como corriente revolucionaria.

Decía que el rechazo de algunos compañeros a la “forma partido” en 2012, hoy tiene ribetes cómicos, porque muchos de estos compañeros ex autonomistas, hoy no son antiestatales y defienden a gobiernos que administran un supuesto progresismo desde el estado capitalista. Si en la Revolución Española los ácratas demostraron cuán breve era su rechazo al estado y terminaron en el Frente Popular, en nuestro siglo el mero surgimiento de limitados gobiernos antineoliberales, fue suficiente para que los ex autonomistas sean hoy fervientes chavistas, evistas (gobiernos que no dudan en reprimir a sectores de trabajadores, campesinos o estudiantes). Hablar del 2001 sin sacar lecciones de lo que dio y lo que no dio, que sin una sólida organización revolucionaria no es posible enfrentar a ese Estado, al PJ y a la burocracia sindical, que sin un programa transicional, no se puede superar el sindicalismo, y que sin una política de independencia de clase inevitablemente se cae en apoyar a una u otra posición centroizquierdista.

Algunos partidos de izquierda han hecho estragos, sí, empezando, claro, por el PC y el PCR. Algunos partidos trotskistas, lejos de éstos, igual han colaborado con una pizca de desorganización. Naturalmente me reservo el derecho de creer que, seguramente con errores, la genuina reivindicación que hace Ariel Petruccelli del rol del PTS en Zanon, es extensiva a muchas otras experiencias en el MO, donde el PTS pudo expresar que definir una estrategia revolucionaria va en contra de toda visión maquiavélica o electoralista (ganar elecciones es dirigir), porque construir “poder obrero y popular” implica conquistar organizaciones democráticas y vivas de trabajadores, de base, ganar fracciones en internas, sindicatos u organizaciones estudiantiles, conquistar sujetos pensantes, obreros políticos revolucionarios, contra toda visión burocrática de cierta izquierda partidaria. Es lo que llamamos sovietismo y que nadie, excepto el PTS, de los que vienen del MAS, reivindican.

Me parece muy atinada la imagen que plantea Aiziczon de Godoy leyendo y citando, “usando” a los clásicos del marxismo. Creo que esa foto, lejos de todo personalismo, es una muestra del tipo de partido que queremos desarrollar: una izquierda que busque formar fracciones en los sindicatos y organizaciones populares, probarse en escuelas de lucha de clases (¡Zanon!), sacar lecciones de los grandes acontecimientos (¡1989!), recrear el marxismo, combatir simultáneamente a la marginalidad y a la adaptación a la rutina cansina del sindicalismo y el electoralismo. Esto es quizá lo que hace falta para emerger en los albores finales de la época de verdadera “restauración” que implicó la caída del muro y la ofensiva neoliberal.

Como dice Juan, el capitalismo estira su miseria y sus contradicciones, el proletariado emerge como un coloso desorganizado políticamente pero fortísimo socialmente, los capitalistas no encontraron la forma de resolver pacíficamente sus enfermedades congénitas, por eso creo que el leninismo no es una posibilidad, sino una condición sine qua non para no comprar futuras derrotas a plazo fijo. Entender esto, ayuda a prepararse para enfrentar una época de batalla, como modestamente trata de hacer el PTS. Por eso el diálogo con compañeros que vienen de la izquierda independiente como Fernando Aiziczon es necesario que se desarrolle y se haga más amplio, sacando conclusiones comunes sobre acontecimientos y balances, esperando en confluir en una militancia común en el futuro.

viernes, 1 de junio de 2012

Algo más sobre la época, la estrategia y la práctica

La explicación de Ariel (tipo teórico del Sistema-Mundo) de que siempre hubo crisis, guerras y revoluciones, desconoce precisamente esta definición estratégica fuerte del marxismo clásico respecto de la época que se abre con el Siglo XX, que a diferencia del Siglo XIX en que la clase obrera llevó adelante una experiencia de tipo acumulativo, se plantea el problema de la toma del poder, lo cual no debe ser entendido como una constante para todo tiempo y lugar, sino en un sentido histórico general, que el pensamiento estratégico hace concreto en el análisis de cada proceso o situación específica. En su lugar, Ariel ofrece una argumentación más o menos así: Como siempre hubo crisis, guerras y revoluciones, no tiene mucho sentido hablar de una época de crisis, guerras y revoluciones. Sin embargo, el maxismo clásico se refería con esto a una época de crisis profundas, guerras mundiales y revoluciones obreras. Ahora no hay nada de eso, por lo cual estamos en otra época y las estrategias tienen que ser totalmente distintas.

Ariel oscila entre la idea de que no hubo un cambio de época entre el siglo XIX y el Siglo XX y la de que como cayó la URSS y hace varias décadas que no hay revoluciones clásicas estamos en otra época totalmente distinta, frente a lo cual la estrategia tiene que ser distinta a la de los bolcheviques, pero parecida a la estrategia de desgaste de Kautsky o la interpretación evolucionista de la "guerra de posición" gramsciana practicada por intelectuales como José Aricó.

Me parece que de conjunto su posición es objetivista porque tiende a tomar como dadas circunstancias que son producto de las relaciones de fuerzas entre las clases por un lado (derrota de los '70, caída de la URSS, neoliberalismo) y por otro plantea la pertinencia de tal o cual estrategia como un resultado obligado de tales condiciones. Sin embargo, la estrategia acorde a una época nueva, no tiene nada de novedoso: es la posición clásica de las corrientes socialdemócratas de izquierda, lo cual plantea a su vez el interrogante de por qué no sería actual la estrategia de Lenin y Trotsky pero sí una parecida a la Kautsky o la de Togliatti.

Sumado a esto, no está claro qué potencialidades ve en los procesos actuales ni en los que pueden surgir al calor de la crisis actual, o sea que enuncia su estrategia pero no cómo podría empalmar con fenómenos reales, salvo por la enunciación de sus límites.

Mi impresión es que este debate no puede terminar de saldarse solamente con buenos o malos argumentos. Hay que ver también en la práctica qué posición es más eficaz para aportar a la recomposición del marxismo y de las perspectivas revolucionarias en la clase obrera. Por eso, nuestra actividad se orienta a una práctica constante en el movimiento obrero, la juventud y la intelectualidad para aportar a la recomposición de una subjetividad revolucionaria. En este sentido creo que si "el interesante trabajo sindical" que hicimos en Zanon, se hubiera hecho con presupuestos como los de Ariel o con posiciones como las de las corrientes con las que él simpatiza en ATEN, no hubiera sido tan "interesante".